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martes, 29 de julio de 2008

La gran ciudad

Mañana me voy con María a Madrid, confiando en que este sea el primero de los muchos viajes que haremos juntos; siempre hemos considerado que seríamos buenos compañeros de travesía, por ser muy afines en lo que resulta importante cuando se practica turismo: Los dos caminamos sin parar y sin cansarnos, entramos tanto en exposiciones como en tiendas, somos capaces de estar todo el tiempo del mundo juntos sin enfadarnos ni aburrirnos, nos encanta hacer fotos, y por descontado nos gusta ver mundo ¿Alguien da más?

Ya estuvimos allí hace tres años, aunque cada uno por su cuenta y sin que nos encontráramos, de modo que podría carecer de atractivo visitar un lugar que ya conocemos, siendo más interesante la alternativa de otra ciudad o un país extranjero. En efecto es así, pero no en nuestro caso, porque cuando fuimos nos encantó, nos quedamos con ganas volver, y este era el momento de redescubrir la capital del país.

Si algo teníamos claro para estas vacaciones es que teníamos ganas de más: más ciudad, más gente, más movimiento, más lugares ¡más de todo! No nos apetecía un viaje estimulante e introspectivo a un país exótico de cultura antagónica, que nos hiciera reflexionar sobre la condición humana y nuestra humilde existencia, que para ir a La India ya habrá tiempo…y dinero; esta vez queríamos romper con la rutina pero sin desmarcarnos de nuestra condición de urbanitas. Tenemos ganas de ir a un par de museos (por mi parte el Thyssen cae si o si), pasearnos por el casco histórico y puede que dejarnos caer por algún espectáculo, pero además de eso, tenemos claro que esta vez el componente de frivolidad será notorio. Queremos saborear esas macrotiendas en las que dar con todo lo que uno imagina y más, patear las grandes avenidas, disfrutar de los mil y un establecimientos de todo tipo que hay, desde pintorescas tascas y cafeterías con encanto, a tiendas temáticas interesantes, y por encima de todo eso, recorrernos de arriba abajo la Fnac.

Me encanta viajar y se me ocurren mil destinos más originales y estimulantes que el que me ocupa, pero el cuerpo me pide metrópoli a gran escala, porque Tenerife agobia, y es que a pesar de ser las mejores islas del archipiélago en las que vivir sin morir de aburrimiento, no deja ser lo que es. Es muy bonita, tiene más o menos todo lo que uno pueda necesitar y hace buen clima, pero una gran ciudad siempre es una gran ciudad, y de vez en cuando necesito comprobar que hay más civilización ahí fuera, y que existen urbes que precisan de más de un día para recorrerlas en su totalidad.

¡Nos vemos la semana que viene!

viernes, 25 de julio de 2008

Los Serrano: Costumbrismo rancio y vergonzante


Hace cinco años nacieron dos series de televisión que fueron acogidas con entrega absoluta por la audiencia, y que ya se pueden considerar clásicos contemporáneos de la televisión: “Aquí no hay quien viva” y “Los serrano”. Desde ese momento la ficción española vivió una nueva etapa dorada, extinta desde la época en que dos de los peores actores del país (Emilio Aragón y Lydia Bosch), nos castigaban con su trabajo en la ñoñísima “Médico de familia”.

Las vicisitudes de los vecinos de Desengaño 21 y la disfuncional familia Serrano, supusieron un soplo de aire fresco en la parrilla de series, pero como casi siempre ocurre en estos casos, acabaron resultando autoparódicas, repetitivas, vergonzantes y tremendamente cansinas. La primera era una buena fusión entre la película “La comunidad” y el “13 Rue del Percebe”, y gustara o no, lo cierto es que resultaba original. La segunda podría verse como una reinvención de “La tribu de los Brady” (padre con hijos varones contrae matrimonio con madre de niñas, y viven todos bajo el mismo techo), salvo por el moralismo del producto americano en contraposición a la aberrante promoción de valores y estereotipos desfasados del español.

Empezó cuando entré en el instituto, y como el resto de mis compañeros de clase, puse cierto interés en el desarrollo de la relación prohibida e ¿incestuosa? entre Perpetua cara de cansancio Marcos y Eva, pero enseguida me cansé, y cuando lo hice fue de golpe. Me harté del costumbrismo rancio de barrio, el griterío y los exabruptos; de la celebración del borreguismo zafio, la imbecilidad y el conservadurismo arcaico. Me irritó muchísimo el manido (aunque políticamente correcto) cliché de hombres cazurros propiciadores de humillantes situaciones límite, con sus modélicas, inteligentes y sofisticadas esposas como víctimas; situaciones que después se solucionaban con el perdón condescendiente por parte de estas, y un polvo de reconciliación. No importaba si estaban a punto de engañarlas o las acusaban infundamentadamente de que fueran ellas quienes lo hicieran, porque después de una serie de gags “cómicos” a la altura del tartazo en la cara, ellas les perdonaban y les bajaban los pantalones en señal de tregua, y aquí paz después gloria.

A esto hay que sumar la malsana e incomprensible costumbre de emparejar hasta al último mono, de una forma terriblemente previsible y bochornosa: Los dos hijos adolescentes mayores (de 25 años cada uno, por supuesto), los dos hijos adolescentes menores, los dos mejores amigos de los protagonistas, y los hermanos, cuñados, y demás personajes sacados de la manga para dar más vida la serie y suplir las vacantes de actores que la dejaban. Sólo faltó que liaran a la abuela con el niño pequeño, porque creo que eran los dos únicos solteros que dejaron. Del despropósito de Santa Justa Klan ni me molesto en hablar…

Podría considerar que, además de por las retrógradas ideas que exponen los cenutrios de la taberna y su colega el mecánico, y de la pasiva resignación con la que las protagonistas femeninas aguantan numeritos, desplantes y salidas de tono extremas, la serie exuda un modo de pensar propio de otros tiempos; Marcos y Eva están a punto de casarse siendo menores de edad (igual que sus padres), se van de casa, tienen un niño, y sus hermanos pequeños siguen el mismo camino, o al menos en apariencia, porque en un momento dado ella sospecha estar embarazada, y acaban emancipándose juntos al cumplir la mayoría de edad. Como a nadie le cabe en la cabeza que el insufrible personaje de Jesús Bonilla, que siempre hace de cromañón temperamental, encontrara a alguien que lo soportara, y no podían dejarlo soltero (¡por dios, eso nunca!), lo acaban juntando con otro bicho raro aún más transigente que sus amigas, que pueda perdonar cafradas peores: la profesora de religión; y pasado un tiempo, como era de esperar, tienen un niño. ¡Viva la institución de la familia, inquebrantable y sagrada!.

Llevan dos meses anunciando a bombo y platillo la desaparición de la serie con especiales, recopilaciones, anuncios de nuevos fichajes, y giros de trama pretenciosos, y todo para acabar con un final pretendidamente romántico, pero desde mi punto de vista absurdo: el suicidio de Resines. Como me he perdido de la misa la mitad, me imagino que será por haberse visto actuando, pero según tengo entendido, echó a los hijos pequeños de casa, cortó con la modelo con la que estaba saliendo (y es que a pesar de ser un cincuentón mediocre y analfabeto, encadena a su primera viuda con Belén Rueda y Jaydy Mitchell, ahí es nada), se declara culpable de no sé qué delito, y se tira por un puente para, como ya hicieran en Titanic, reunirse con su amada en el cielo. Lamentable, muy lamentable.

En fin… descanse en paz, y que no se le ocurra revivir nunca.

martes, 22 de julio de 2008

Donde dije "digo", digo "Diego"

Como ya dije aquí, los seres humanos somos contradictorios hasta el hastío, y no se puede asegurar no beber de cierto agua, porque más de una vez tendremos que tragarnos nuestras palabras por decir Diego donde dijimos digo. Llevo media vida huyendo del color blanco para vestir porque no me resulta atractivo; me parece que lejos de resaltar mi moreno me hace un color extraño, y a pesar de ser un símbolo de elegancia, pulcritud y pureza, siempre me ha parecido vulgar y simplón (¡cuánto daño han hecho las camisetas de publicidad!). No me gusta. Hay a quienes le queda bien, pero a mí no me agrada en absoluto… hasta hoy, porque he roto conmigo mismo comprándome una camisa y una camiseta (ambas de manga corta, que estamos en verano), del color prohibido, y me encanta verme con ellas. ¿Qué me pasa? ¿Será este el principio del fin de mis dogmas y censuras textiles? ¿Acabaré comprándome pantalones piratas cargo, llenos de antiestéticos bolsillos abultados y cintitas? ¿Me pasaré a la tan extendida moda del polo rosa de los barriobajeros? ¿Eliminaré el veto a las camisetas con grandes y horteras letreros dorados, que anuncian la marca a los cuatro vientos? Dios… ¡Dime que no!

Ayer estuve a punto de comprar una camiseta amarillo pollo de una intensidad cromática hiriente, semejante a la piel de un peluche falso de piolín. Cuando me la vi puesta me contuve y la dejé en la tienda, pero quién sabe cuánto más aguantaré fiel a mis ideales estilísticos…

viernes, 18 de julio de 2008

Un imán para la rareza

Anoche viví una experiencia surrealista: un simpático borracho se quedó mirando la contraportada del periódico de los cines Renoir que llevaba en la mano, y concluyó que yo era el que salía en la misma: Colin Farrell. Después de desbarrar un buen rato, apuntar a gritos el mal gusto y la fealdad de quienes se encontraban a nuestro alrededor, y estar a punto de caerse, me pidió que le firmara un autógrafo, obsequiándome luego con el boli que me prestó para ello. Mañana alguien leerá con perplejidad en un papel tirado en la calle, la inverosímil dedicatoria “Para Fran con cariño de Colin Farrell”...

Algo parecido me pasó con “El Mejillón”, otro jovial beodo al que conocí los pasados carnavales, cuyo disfraz no hace falta especificar. Durante unas horas María y yo fuimos sus “colegas íntimos”, se deshizo en halagos cuando nos presentó a sus amigos, nos contó sus vivencias con una sonrisa de oreja a oreja, nos hicimos fotos, intercambiamos correos para mandárnoslas…y nunca más se supo de él; y así suma y sigue, porque todos los raros de la calle se me pegan sin que yo haga méritos para ello. Si fuera algo que ocurriera en contextos sociales como una fiesta o una borrachera, lo vería lógico, pero no es así, se me pegan sin más, como cuando un mendigo sangrante me contó con detalle cómo le habían dado una paliza pero él no había querido ir al hospital, o cuando en más de una ocasión (y de dos, y de tres), se me han acercado los extranjeros a preguntarme explícitamente dónde estaban las putas, qué zona tenía las mejores, y si yo ya había probado con ellas…

Les juro que por más que me miro al espejo, no encuentro “ese algo” que tienta a los sujetos anómalos a acercarse a mí en manada.



lunes, 14 de julio de 2008

La manzanilla lo puede todo


En mi casa no suele haber infusiones ni té, pero siempre, bajo cualquier circunstancia y aunque falten otros alimentos más básicos, me aseguro de que haya una caja con bolsitas de manzanilla, que es lo más grande que se ha inventado.

Después de media vida sirviéndome de este remedio casero para atajar de golpe el malestar de estómago, un buen amigo me iluminó respecto a otra de sus funciones: restaurar los órganos sexuales “dañados” por exceso de actividad amatoria. Resulta que la manzanilla es un poderoso antiinflamatorio, y después de un par de jornadas de sobredosis sexual, enmarcadas en una preocupante (y mítica) fase de desenfreno hormonal ya pasada, una parte de mi anatomía acabó irritada e inflamada. La puse en remojo en la preciada infusión y aquello fue mano de santo, remitiendo todo rápidamente y de un modo casi mágico.

Como conté hace unos días, me chamusqué como un imbécil tomando el sol, y alguien me sugirió que calmara el dolor pasándome por la piel, un paño empapado con la tisana de esta hierba milagrosa. Como no podía ser de otra forma también resultó de mucha ayuda, y esa noche pude dormir boca arriba.
¿Hay algo con lo que no pueda la manzanilla? ¡Exijo su canonización ya!

viernes, 11 de julio de 2008

¡Qué atrevida es la arrogancia!


Los dermatólogos agoreros, las personas de aspecto nórdico y los inconformistas patológicos, ondean una bandera de insurrección hacia la tan extendida moda de la piel bronceada como ideal de belleza. Yo en ese sentido estoy con la mayoría, porque además de ser moreno me encantan las pieles oscuras, y de hecho, después de haber intimado con quienes han recibido el don de de la piel mulata, puedo sentenciar que el racismo es del todo absurdo.

Siempre he sido el más “tostado” de mis amigos (algo normal porque casi todos parecen folios), y me encanta ver el contraste en las fotos que me hago con ellos. Los que hemos sido “bendecidos” con esta sobredosis de melanina tenemos también un estigma, y es que igual que los blancos a ultranza jamás conseguirán dorarse más allá del rojo gamba, por mucho empeño que le pongan, los morenos tampoco estamos exentos de las consecuencias negativas de no pisar la playa. Tan sólo los oscuros de verdad pueden pasar por la vida sin necesidad de sol para lucir color, porque a quienes estamos a medio camino se nos queda un tono raro: nos volvemos amarillentos. Cuando los blancos están muy blancos están en su estado natural, cuando los morenos estamos blancos, estamos raros y parecemos enfermos.

Los últimos años de facultad han hecho mella en mi pigmentación, pues desde que entré en la universidad tengo un bronceado-estudiante más que preocupante, hasta el punto de que no me atrevo a ponerme camisetas de cuello muy abierto para que no se note la discordancia, pues parece que he pegado mi cabeza en el níveo cuerpo de un esquimal.
Este verano me he propuesto ser capaz de compaginar las horas de estudio, las obligaciones y la vida social vespertina, con un par de horas de sol semanales. Dicho y hecho: el otro día fui con el uniforme playero a tostarme bajo el astro rey, y fue tanto lo que quise ennegrecerme de una sola vez, que me quemé. Desde entonces estoy a base de duchas frías y after sun.
Suelo ser precavido a ese respecto, pero entre que fue a las horas menos dañinas, estuve relativamente poco tiempo, y sobre todo y muy especialmente, que tengo constancia de que nunca me quemo por muchas horas que esté expuesto al sol, me convencí de que no me pasaría nada por apenas tener crema. Ahora me arde la piel y tengo la espalda bicolor. Me está bien empleado por arrogante.




martes, 8 de julio de 2008

Ser blogger

Juro que este es el último artículo conmemorativo que hago en mucho tiempo, pero es que si había "festejado" los correspondientes a las entradas 25, 50 y 75, no podía dejar de hacerlo al llegar a la 100.

Nada menos que cien artículos, a una media de ocho al mes, con meses más prolíficos, artículos de los que me siento orgulloso, otros más de andar por casa, y otros que (para qué mentir), me sirvieron para llenar huecos y salir del paso.

En dos semanas hará un año que empecé mi aventura en la bloggosfera, y me sorprende lo constante que he sido desde entonces. Superada la euforia inicial de los meses de verano, en los que publicaba casi por publicar, sacándome entradas de la manga sin mucha elaboración, comentando noticias y tomando prestados artículos de otros lados, traté de marcar el rumbo que quería que tomase mi bitácora, para seguir a partir de ahí una línea mínimamente consecuente.

Dicho y hecho, a partir de Septiembre del año pasado, que es un mes del que me encantan prácticamente todos los artículos (igual que me pasa con Enero, Marzo o Abril de 2008), elaboré con dedicación escritos más personales, empezando entonces mi calvario, y es que estoy como Santa Teresa de Jesús, viviendo sin vivir en mí, porque escriba lo que escriba, siempre tengo la sensación de estar defraudando a parte de mis seguidores. Hay quienes alaban mis escritos reflexivos o críticos, mientras otros se decantan por los más banales y humorísticos, y aunque trato de alternar temática a ese respecto, no sé si me estaré equivocando con tanta variabilidad. Si no tuviera obligaciones y una vida que vivir, estaría encantado de tener varios blogs menos prolíficos pero de temática más delimitada.

Aunque me siento más cómodo con los artículos críticos o de análisis de lo cotidiano, en contraposición a los reflexivos y nostálgicos, que me hacen sentir expuesto y vulnerable, son estos últimos los que más interesantes pueden resultar a mis allegados, pues nunca he sido especialmente conocido por mi visceralidad a la hora de abrirme a la gente. Dicen que los blogs son los psicólogos más baratos que hay, y es cierto, pues sin querer desprestigiar la profesión a la que pienso dedicarme, gran parte del éxito de las terapias proviene del mero hecho de ser escuchado por alguien que no te juzga, mientras exorcizas tus demonios; la protección que me proporciona la barrera del ordenador me permite expresarme con más naturalidad, y eso es algo que me encanta. Además, escribir es un hobby de lo más saludable que refuerza mi gusto por la lectura y la escritura, así que... ¡A por otro año y a por otros cien!

viernes, 4 de julio de 2008

Odios musicales

Soy más cinéfilo que melómano, y aunque tengo una cultura musical relativamente buena, me defino más en relación a mis gustos y conocimientos sobre el séptimo arte. En base a esto, tiendo a ser más tolerante con las preferencias musicales que con las cinematográficas, porque aunque cada cual es libre de ver y oír lo que quiera, me parece más delictivo ver todas las mierdas de la cartelera, que escuchar música de cuestionable calidad, no sólo porque una película dura dos horas y una canción sólo tres minutos, sino porque yo mismo, en ocasiones, oigo canciones que no me parecen espectacularmente buenas, pero me traen buenos recuerdos o se me antojan adecuadas para determinados momentos.

Dicho esto, paso a despellejar a los grupos que escogería para un melancólico día de lluvia... de lluvía ácida para ser exactos:


1 - Uniceja Juanes: Del triunfo de la música popular hemos pasado al enaltecimiento de la música simplona; Juanes es de esa gente cuyas canciones acabas tarareando sin darte cuenta, porque el cerebro termina asimilándolas tras escucharlas cincuenta veces en una semana. He de admitir que hay algún tema que en su día me hizo gracia, pero no nos engañemos; no es canción de autor, no es música popular, es música de feria con los arreglos pertinentes.

2 - Britney Spears: Rubia, morena o rapada, gorda o flaca, loca o cuerda… Britney siempre será de la América profunda, y una de tantas lolitas que se ha labrado una carrera musical, a base de gemiditos alternados en estrofas tontas, cantadas con una voz nula.

3 - La quinta estación: ¿Qué demonios le pasa a su vocalista? ¿Por qué canta así? ¿Por qué es tan pesada e irritante? ¿Por qué es tan exagerada y escandalosa? ¿A qué viene ese exceso de gorgoritos? ¡Cállate coño!

4 - Chambao: Aunque el flamenco nunca ha sido objeto de mi devoción (en absoluto), hay alguna canción suelta que podría llegar a gustarme; lo que me enferma es el “buenrollismo agitanado”, que tiene su máxima representación en ellos, los abanderados del llamado “flamenco chillout”. Si vuelvo a oír “Papeles mojados”, que además de lo dicho, es una basura de canción, juro que iré personalmente a casa de “La Mari” y la mataré. Y también a Pastora (5), que es aún más pesada e insulsa.

6 - Maná: Digan lo que digan, y aunque los encumbren como “la mayor banda de rock latino”, lo cierto es que esta gente ya alcanzó el límite de su capacidad creativa, y ahora se dedican a reciclar lo que han hecho siempre, pero peor, muchísimo peor. Tuvieron su época dorada en los tiempos en que rayaban el sol, vivían sin aire y esperaban el muelle de San Blas, pero esos tiempos ya pasaron y nunca volverán. Todo lo nuevo que sacan suena a viejo, y los gimoteos llorosos del vocalista, que además posee una voz ronca insufrible, me ponen de muy mal humor. Que se tome un bote de lizipaina, que guarde los clinex, que se vaya a buscar a la mujer a la que tantos años lleva llorando, y que nos deje ya en paz.

7 - Kiko y Shara: Si escuchar a los hermanos Pimpinela cantarse petardadas de despecho, nos resultaba perturbador y nos dama grima, oír a la reinvención de los mismos en dos hermanos gaditanos, a cual más niñato y en plan flamenquito, es directamente insoportable.

8 - Guaraná: No son un grupo de una sola canción sino de tres, concretamente una por disco, a cual más olvidable. Un buen día llamaron nuestra atención contándonos sensualmente, cómo habían estado toda la noche dale que te pego en la casa de Inés, después nos relataron que se pasaron la noche en vela, y por último no se qué parida de una furgoneta del amor; y en las tres canciones sobra la mitad del tiempo, pues a partir del minuto uno repiten una y otra vez la misma tediosa frase el estribillo. ¡Hagan canciones más cortas o no las hagan!

Los lectores recientes que me conozcan personalmente, echarán de menos la mención de gente como la petarda de Paulina Rubio, la coneja de Amaia Montero o la insufrible Raquel del Rosario. No he hablado de ellas porque ya lo hice aquí.
Antes de masacrarme en los comentarios, reivindicando sus gustos y rebatiendo los míos, e incluso insultándome, recuerden que este es un post personal, y por tanto subjetivo. Un saludo