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domingo, 30 de agosto de 2009

Sol, barco, mar y playa

Mis días en Lanzarote han sido unas vacaciones familiares a la antigua usanza, porque obviando a los que viven en la península, sólo faltaron cuatro miembros para que estuviéramos todo el clan paterno. Mi abuelo y mis tíos son de secano y lo de meterse en el mar no va con ellos, así que si bien tenían impedimentos por cuestiones laborales, tampoco es que se quedaran muy desconsolados por no poder acompañarnos. Mi hermana estaba en París.

Cuando echo la vista atrás y pienso que estuve a punto de rajarme, me resulta inverosímil, y es que hacía tiempo que no pasaba unos días de relax playero tan buenos. Me han sentado de maravilla.
Cada mañana salíamos a navegar y pasábamos el día en alta mar, para volver a media tarde, ducharnos y salir a cenar. Era un plan sencillo y repetitivo pero a la vez insuperable, y todos tenemos claro que esto va a convertirse en tradición; de ahora en adelante, hagamos lo que hagamos en verano, sabemos que tenemos que reservar una semana para el viaje familiar a Marina Rubicón. ¡Ya tengo ganas de que llegue el próximo agosto!


sábado, 22 de agosto de 2009

“Marina Rubicón”

Este verano tenía tantos planes apetecibles que al final no salió ninguno. Contando con MaRía como compañera idónea de viajes, tanteamos varias ideas, desde visitar alguna capital europea, a descubrir alguna comunidad autónoma o hacer el camino de Santiago (los planes iban perdiendo espectacularidad conforme nos hacíamos conscientes de nuestro limitado presupuesto). La idea que más nos tentaba, y que pongo a Dios por testigo que haremos algún día, era hacer el interraíl antes de que pasara la edad a partir de la cual a ella le hacían descuento. No salió, pero según supe luego, aún tenemos un año antes de que se le acabe el chollo, y en consecuencia ya hemos acordado crearnos una cuenta para ir metiendo dinero y que el verano que viene no nos pase lo que este. Y es que ganas no nos faltaban, pero sin dinero no se va a ningún lado.

A principios del año que viene, MaRía se va por cuestiones de trabajo a Italia, muy cerca de Roma, y entonces aprovecharé que tendré estancia gratis para ir a visitarla y quitarnos esta espinita clavada de un nuevo viaje juntos (el último que hicimos fue el verano pasado). En cualquier caso, después de haber estado en semana santa en Nueva York, que era el viaje de mi vida (ahora debería marcarme Asia o Australia como meta suprema), me daba más que por satisfecho por este año, y ya había asumido que no volvería a coger un avión en mucho tiempo. Las cosas cambiaron cuando mi padre me ofreció unirme a él a su aventura marítima en Lanzarote, a la que accedí tras muchas reticencias.

Tiene un velero y un grupo de amigos igualmente con barco, con quienes cada año emprende un viaje hacia La Graciosa, una isla menor pegada a Lanzarote. Atracan unos al lado de otros, como si fueran vecinos en un complejo turístico, y pasan sus vacaciones de vida playera; pesca, sol, mar, paseos por la isla y mucho cachondeo de un barco a otro.
¿Cómo he tardado tanto en unirme a algo tan apetecible? Sencillo: Serían unas vacaciones con sus amigotes… y llámenme maniático, pero no me apetecía una mierda.

Este año cambiaron los esquemas completamente al descubrir Marina Rubicón, un nuevo puerto deportivo en Lanzarote que les hizo olvidar su anterior destino, y además en esta ocasión vamos media familia para allá en avión, evitándonos la paliza de subir navegando. Así sí.
Como somos ciento y la madre no cabemos en el barco (sólo hay camarotes para cuatro y el espacio es reducido), así que estaremos en apartamentos cercanos para dormir, pero tendremos el barco como punto de encuentro común. Ya les contaré qué tal, y si por lo que sea no se cumplen mis expectativas, espero al menos venir moreno del todo, que dicen que en Lanzarote el sol pega más fuerte.

¡Hasta la próxima semana!

lunes, 17 de agosto de 2009

Mis cabronas favoritas

Todas las actrices que se precien sueñan con un papel de mala, de zorra rastrera a la par que elegante, por ser uno de los roles más suculentos que se pueden desempeñar. Cuando los llevan a cabo pueden dar rienda suelta a los registros que han de contener en la mayor parte de las ocasiones, y eso para cualquier actor es una gozada.

En el caso de los hombres el malo es psicológica y comportamentalmente más plano, pero ellas tienen más recursos a la hora de enrriquecer a este tipo de personajes. Pueden ser sólo malas o directamente cabronas, que resulta mucho más interesante. Las malas parecen serlo sin más, como si alguien las hubiera sacado de una caricatura y las hubieran puesto ahí, para reír pérfidamente y reflejar que son la antítesis del héroe, pero sin que nos quede claro por qué, como en los dibujos animados. La cabrona no sólo es mala, sino que además es sucia y miserable, pero posée la habilidad de quedar bien a pesar de todo, pasar desapercibida e incluso despertar simpatías. Ser una buena cabrona implica poder llegar a conectar con el público, aún cuando este vea reflejadas las peores cualidades que se puedan tener, y eso no es un trabajo fácil.
Hay muchas cabronas memorables en el mundo del celuloide, desde la mítica Bette Davis a las madrastras de culebrónChan chan chan!), y yo tengo la facultad de empatizar con muchas de ellas y que lleguen a darme lástima; no lo puedo evitar y es algo que nadie comprende. Debería hacérmelo ver…

Mis favoritas son:

1- Nicole Kidman en “Todo por un sueño” (1995). Nicole es una gran mala, y no ha sabido sacar todo el partido de sus dotes interpretativas al respecto. En la película de Gus Van Sant era una auténtica zorra; sabía que era guapa y se aprovechaba de eso para utilizar a los demás, manejándolos a su antojo, trepando en todos los ámbitos, y mirando siempre exclusivamente por ella; y todo sin despeinarse ni perder la sonrisa. También hizo de mala en “Malicia” y en “La brújula dorada”, y debería seguir haciéndolo antes de que el botox la inutilice del todo.

En esa línea se encuentra la televisiva Bree Van de Camp (2 - Marcia Cross en “Mujeres Desesperadas”), que sin ser tan malévola, coincide en mantener la sonrisa de cara al público hasta en las situaciones más insospechadas e innecesarias; la fachada es lo que cuenta en sus esquemas, y mientras pisa a quien sea necesario para conseguir lo mejor para ella y los suyos, destila unos modales impecables.
Claro que para mala de verdad en Wisteria Lane, la neumática Eddie Brith ( 3 - Nicolette Sheriddan), que pasó de guarra infernal y envidiosa a buena samaritana arrepentida, y de paso, mártir. Llegué a cogerle rabia, pero cuando uno ve que todo es fruto de lo aislada que se siente, al final la mira con ternura. Y es que Eddie sólo quería que la quisieran.

4 - Cathy Bates en “Misery” (1990): No es que tenga un poco de mala leche, es que es una hija de puta sádica, peligrosa y agresiva. Además es desagradable a la vista y le falta un riego; es el egoísmo y el fanatismo hechos mujer y alguien muy fácil de odiar. Sin embargo a mí me da muchísima pena, no puedo evitarlo. No es bien recibida socialmente y se nota a la legua que es tremendamente infeliz. Es abominable, y a la vez dan ganas de darle un achuchón. 5 - Judy Dench en su papelón de “Diario de un escándalo” (2006): Otra mujer entrada en años del estilo de la anterior, que actúa a mala fe, haciendo chantaje, manipulando y siendo tremendamente egocéntrica, pero por ser una reprimida infinitamente desgraciada. Una vez que te cagas en sus muertos, llegas a sentir mucha lástima por ella.

6 y 7 - Meryl Streep y Goldie Hawn en “La muerte os sienta tan bien” (1992): En realidad la mala es Meryl Streep, que es un mal bicho caprichoso y vanidoso. La otra sólo está furiosa, y acaba actuando vengativamente en consecuencia. En cualquier caso, ambas destilan tanto patetismo y de una forma tan divertida, que es imposible no acabar adorándolas.

8 - Campanilla en “Peter Pan” (1953): La mejor amiga del niño que no quería crecer fue una compañera fiel hasta que se metió Wendy por medio. La envidia la envenenaba hasta tal punto que llegó a engañar a los niños perdidos para que se la cargaran, y vendió a Peter Pan a su archienemigo por celos. Chiquita pero matona.

9 - Glenn Close en “101 dálmatas: Más vivos que nunca” (1996): Su papel de Cruella De Vil recuerda mucho al que diez años después haría Meryl Streep (10) en “El diablo viste de Prada” (es curioso cómo siendo una película que me dejó indiferente, es la tercera vez que la nombro en el blog), y ambos casos me provocan compasión. Son mujeres tristes, a las que nadie quiere de verdad, que se refugian en su carrera y se protegen del mundo atacando a los demás desde el poder que les otorga su cargo. Y es que hay gente tan pobre que sólo tiene dinero.

Otra magnate de la moda que sigue los mismos patrones es la apabullante Wilhelmina Slater (Vanessa Williams en Ugly Betty”; 11), cuyos inmorales métodos para alcanzar sus ambiciones desafían toda ética, pero encuentran justificación en su maquiavélica cabeza. Ansía un puesto de poder que le corresponde por derecho, y no piensa resignarse a ver cómo otro se lleva su trozo de pastel. Es una cuestión de justicia.

12 - Jessica Rabbit en “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” (1988): La exuberante femme fatal animada invitaba a desconfíar de su integridad por la imagen que daba, pero en realidad ella no era mala, es que la habían dibujado así…


viernes, 14 de agosto de 2009

Solísimo

Creo que si no tengo ese desconsuelo desgarrado por la emancipación que me corresponde por edad, es porque en cierto modo ya disfruto de ella; por una cuestión de horarios, paso solo la mayor parte del tiempo que estoy en casa. Mi hermana no para por aquí ni atrayéndola con una trampa, y cuando mis padres se dan una escapada, que últimamente es a menudo, paso a convertirme en amo y señor de estos dominios.
Ahora mismo estoy en una situación que no se daba desde hace mucho, por no decir nunca: Estoy solo. Absolutamente solo.

Mis padres y mi hermana están de viaje por separado, y también los familiares cercanos a los que acudir en algún momento en que pueda necesitar algo: Mis abuelos se fueron ayer a La Gomera, y de los cuatro tíos con quienes tengo más relación, unos están fuera todo el mes, otros viven en la otra punta de la isla, y los terceros seguro que también cogen camino, aunque sólo sea por no desentonar. Siempre me quedará mi tía, aunque no la cuento como recurso externo al que acudir porque ya paso todo el día con ella.
Voy a estar todo agosto como si fuera el único superviviente familiar de un cataclismo nuclear.

Como buen amo de casa, en un rato me iré a hacer la compra, después fregaré la loza, y a continuación me sentaré a meditar una cuestión crucial: ¿En que debería sacarle provecho a esta independencia, más allá de en lo evidente?
Acepto sugerencias...


Videos tu.tv

lunes, 10 de agosto de 2009

Hey Jude

Hace poco, MaRía me comentó que en la última edición de OT habían peleado a los concursantes por no conocer a Bruce Springsteen; espetándoles que qué clase de cantantes pretendían ser si no sabían una mierda de música. La verdad es que como para darles en la boca con un periódico enrollado, y eso que a mí "El Boss" tampoco es que me vuelva loco, pero al menos sé quién es y conozco algunos de sus temas, y ellos deberían tener más cultura musical que yo.

En una sociedad en la que los discos de Reguetón y High School Musical llegan a ser líderes de venta entre los adolescentes, y parece no existir nada más allá de los 40 principales para los menores de 25, da gusto comprobar cómo hay quienes aún siendo muy jóvenes, se decantan por los clásicos:

jueves, 6 de agosto de 2009

Madres provisionales

Las dos primeras veces que fui a campamentos de inglés, aquello fue un cachondeo; estábamos varios españoles en una habitación y, como es normal, tendíamos a relacionarnos más entre nosotros que con la gente autóctona. La siguiente vez fue en 2002, esta vez en Irlanda, y con un esquema totalmente diferente: un horario de clases más intenso, más exigencia académica y estancia con familias de la zona. Podías solicitar una habitación individual o doble, y yo preferí estar por mi cuenta; no sólo aprendería más así, sino que además no me apetecía convivir íntimamente con alguien a quien ni siquiera conocía. Dos años más tarde fui a Inglaterra en el mismo plan, y sigo pensando que es lo mejor, porque fomenta que hables más con tu “madre inglesa”… a no ser que te toque una furcia.

En Irlanda estuve con una mujer llamada Anita, nombre paradójico donde los haya, ya que casi no cabía por la puerta. Debería llamarse Ana a secas o SuperAna, pero nunca Anita. Era incongruente y parecía un chiste, como el apellido de Teté Delgado.
Vivía junto a su padre y su novio en una casa decorada con los ojos cerrados; era tan hortera todo lo que había dentro, que por más que la mirara nunca dejaba de sorprenderme. A la entrada te recibía un majestuoso San Bernardo de porcelana, y a partir de ahí todo iba a peor en clave de dorados, pasteles y mercadillo.
Mi vacaburra se pasaba todo el día de cariñitos con el novio, poniéndole ojitos, metiéndole mano y haciéndome sentir que sobraba. Cuando veíamos la tele después de la cena terminaba yéndome a mi habitación, porque se “acurrucaban” en unas posturas tan explícitas, que de seguir presente quizás habría presenciado un polvo en directo. Y no tenía ganas. Una cosa es apoyar la cabeza en el regazo y otra ir calentando motores para una mamada.
Era de esas personas que te la clavan doblada: me preguntaba con una sonrisa qué me apetecía cenar, para luego ponerme el plato de mala manera y dejarme comiendo solo; me decía con falsa amabilidad que acudiera a ella para lo que fuera, y luego ponía mala cara si le pedía lo más mínimo; y para colmo “cocinaba” de puta pena, tanto, que bajé un montón de kilos de donde no me sobraban.

Había hamburguesa o nuggets con papas fritas la mitad de los días, y para cuando mis arterias estaban a punto de pedir auxilio, se ponía creativa. Demasiado creativa.
Recuerdo con pavor dos platos en especial: el primero era un pollo rosa fuccia por fuera y por dentro, que suponía todo un logro culinario, pues pocas veces me he topado con algo que de asco en los cinco sentidos. El otro fue mantequilla con pasta, que no al revés; era una pelota de mantequilla mezclada con espaguetis, y cuando trataba de desenrollar uno de ellos, acababa levantando en peso toda la plasta amarilla. Era en esos momentos cuando agradecía comer solo para poder tirar esos abortos que hasta las cucarachas rechazarían.
Lo peor de todo vino uno de los últimos días, cuando les repartieron una carta a las familias para que hablaran sobre la experiencia con sus “ahijados temporales”, y la muy puta me puso de vuelta y media con una sarta de mentiras. Desde que arrugaba mi ropa adrede para luego pedir que me la planchara (MENTIRA), a que era un chico arisco y poco sociable; a lo mejor pretendía que le propusiera un trío cuando veía cómo sobaba a su descamisado novio.

Dos años más tarde di con Rose, y entonces supe que había esperanza; para empezar llegué allí y su hijo adolescente insistió en subirme la maleta por las escaleras, sin negociación posible. Empezamos bien. La habitación en la que me quedaba era infinitamente más grande que la que me había tocado en Irlanda; tenía una comodísima cama de matrimonio, cajones gavetas en las que poner mis cosas (en casa de Anita ni siquiera pude sacar nada de la maleta), y televisión al lado de la cama. ¿Se puede pedir más?
Tenía el baño muy cerca, la casa era agradable y confortable, y desde el primer día entablé muy buena relación con ella. Poseía un sentido del humor maravillosamente sarcástico y me trató con mucho cariño desde el principio. Salvo alguna excepción puntual, comíamos todos juntos y veíamos Friends; la ayudaba con las tareas del jardín, iba con ella a hacer recados, y aunque tiraba mucho de precocinados, todo lo que hacía estaba buenísimo. Era fantástica. Además, su hijo y su marido me daban conversación de buena gana. Estaba en la gloria de las familias adoptivas.

Esto de las madres “provisionales” es una lotería en la que nunca sabes lo que te va a tocar; teniendo en cuenta que tuve una muy mala, y luego una muy buena, ¿qué me habría tocado de haber vuelto a enrolarme en uno de estos viajes? Si en base a mi experiencia se concluyera que estas cosas llevan un crecimiento exponencial de la calidad y el bienestar, la siguiente vez tendría que haber dado con una familia de superhéroes con poderes mágicos. Como mínimo.

¡Larga vida a Rose... y que te jodan, Anita!

sábado, 1 de agosto de 2009

Falsa alarma

Hace unos años, los meses de verano eran sinónimo de campamento para mi hermana y para mí, que acabé yendo a cuatro. En el segundo de ellos viví un episodio que luego se convertiría en una de las anécdotas más repetidas de mi historia, y es que ese viaje fue especial en tantos sentidos, que era inevitable que me acabara marcando. Fue en julio de 1999, cuando me fui a Inglaterra con tres amigos y un grupo de aquí para aprender inglés.
Era mi primera salida al extranjero, y no sólo pise suelo anglosajón, sino que además visité la ciudad de Brujas, en Bélgica, y EuroDisney (¡Bendito eurotúnel!). Era también la primera vez que estaba tanto tiempo fuera de casa, aunque ese era el menor de mis males; pasaba tantos días sin llamar a mis padres que les resultaba ofensivo, y al final lo acababa haciendo por obligación. ¿Tan raro les resultaba que llamarles fuera lo último que se me pasara por la cabeza?


La rutina allí era la siguiente: Por la mañana teníamos clases de inglés en el propio hotel en el que nos quedábamos; comíamos, descansábamos un rato, y por las tardes había un par de horas de actividades, en las que nos ponían a hacer cosas por el pueblo que implicaran poner en práctica nuestro inglés. Una vez que acabábamos teníamos la tarde libre para hacer lo que quisiéramos, y los fines de semana los dedicamos a excursiones. Una mañana, mientras estábamos dando clases, empezaron a sonar las alarmas de incendio, pero no reaccionamos, porque ya nos habían advertido que iban a estar todo el día probando si funcionaban. Dar clases con esa escandalera era un coñazo, pero después de varias horas saltando cada dos por tres, las acabamos asimilando y obviando en la medida de lo posible. Al día siguiente hubo más de lo mismo, pero de nada servía ofuscarse; hasta que no terminaran de hacerle la revisión completa al hotel (un edificio histórico más antiguo que andar hacia alante), no iba a parar el suplicio.
Esa tarde, mientras los de mi grupo descansábamos en mi habitación, volvieron con la misma cantinela, y por no seguir quejándonos en alto, le encontramos su punto a la situación y bailamos al son del chirriante sonido. Cuando vimos que duraba más de lo normal empezamos a inquietarnos; ¿y si realmente había un incendio? ya sería casualidad, pero… todo es posible ¿no? Pasados varios minutos de ruido ininterrumpido decidimos salir descalzos de la habitación, y cuando llegamos a la puerta de la calle, vimos que afuera estaba todo el mundo inquieto y haciendo continuos repasos de quien faltaba. El hotel estaba ardiendo.

Uno de los profesores se lanzó hacia nosotros, con una mirada a medio camino entre el alivio de vernos (habíamos sido los últimos en salir) y el reproche por no haberlo hecho antes. ¿Cómo íbamos a imaginar que tras 50 falsas alarmas, esta iba a ir en serio? Cuando no quedaba nadie más dentro, nos llevaron hasta una gran explanada de césped, en la parte trasera del hotel, para esperar pacientemente mientras venían los bomberos.

Allí estábamos todos, personal, huéspedes y curiosos locales, mirando al frente como idiotas mientras una gran llamarada salía del techo, y sin tener la posibilidad de entrar a por nuestras cosas, comer o ir al baño. Al cabo de un rato la tensión se transformó en risa nerviosa y cachondeo, y más cuando tocó la hora de marcharse al hotel de reserva. La estampa era digna de un anuncio de Unicef: unos 40 adolescentes, la mitad de ellos descalzos, marchando por el pueblo en busca de un nuevo refugio. Además, justo antes del incendio había llegado la ropa de la lavandería, que nos entregaban siempre en bolsas de basura, así que a lo anterior hay que sumarle varias bolsas negras de plástico cargadas al lomo por turnos. Si nos hubiéramos rajado un poco la ropa, seguro que los lugareños se habrían planteado apadrinarnos.

Para quienes se lo estén preguntando, no se quemaron mis cosas, pero hubo otros que no corrieron tanta suerte. Quienes más perdieron fueron las dos pijas del grupo, antecedentes directos de la entonces desconocida Paris Hilton, a las que no les quedó NADA. Para colmo, por eso de estar de reposo y digestión, en aquel momento iban vestidas de cualquier forma, y creo que tener que dejarse ver de esa guisa les dolió casi tanto como la pérdida en sí. Cuando les hicieron escribir lo que había en la habitación de cara a recompensarlas económicamente, ambas pidieron, además de unas sumas desorbitadas por supuestas prendas de ropa "exclusivas", 100.000 pesetas por daños psicológicos. 100.000 guantazos es lo que tendrían que haberles dado.

Durante dos días estuvimos con la misma ropa, y para cuando la peste ya empezaba a ser insoportable (piensen en una jauría de adolescentes que se han quedado sin desodorante), vinieron varias furgonetas cargadas con nuestras cosas, todas mezcladas. Las llevaron a una sala común, lo largaron todo encima de una cama, y allí cada uno cogió lo que era suyo. Había teléfonos móviles mezclados con ropa interior, cámaras de fotos entre camisetas, neceseres de baño con zapatos… un caos que me llevó a no encontrar una prenda por aquel entonces muy codiciada: los pantalones de chándal con botones laterales. En fin, más se perdió en la guerra… y en nuestro incendio.

¿Moraleja? No te fíes de las apariencias, ni siquiera en el caso de falsas alarmas, pues eso le jugó una mala pasada al niño de Pedro y el lobo, igual que nos la podría haber jugado a los del campamento.