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lunes, 24 de octubre de 2011

Dejad que los niños se acerquen a mí

Una de las personas de los nuevos estudios con quien mejor relación tengo es Mamácomún. Tiene 37 años y dos niños de anuncio: guapos, educados, ocurrentes y con ojazos verdes. Hasta al ser más antiniños del planeta le darían ganas de raptarlos, cambiarles la identidad, y criarlos en algún país lejano para no levantar sospechas. Son para comérselos.
Se podría decir que son niños comunes, porque están presentes en casi todo lo que implique vida social fuera del aula, y ya todos les tenemos cogidos el punto. Según dice ella, les ha acostumbrado desde pequeños a estar con gente mayor, y realmente se nota que están en su salsa; no se sienten incómodos entre los amigos de sus padres y se saben hacen querer.

Ayer hicimos la tradicional chuletada de principio de curso y, como no podía ser de otra forma, Mamacomún vino con los dos churrumbreles. En cuanto subimos al coche, el niño me preguntó si este año también íbamos a hacer una excursión como el año pasado, que nos fuimos los tres (su hermana, él y yo) a dar una vuelta por el monte, y le dije que por supuesto, que contara con ello. Dicho y hecho. Apenas media hora después de llegar y saludar a la gente, ya estaba tirando de mí para ir a explorar la naturaleza. Cuando estábamos de camino se acercaron tres niñas de entre 5 y 9 años. Eran, según me explicó, unas amigas que habían hecho (me fascina la habilidad de los niños para forjar lazos), que se apuntaban también al viaje. Estupendo, no sólo tenía que estar pendiente de ellos dos, sino que me tocaba lidiar con tres niñas que ni sabía de dónde habían salido.

- ¡Mamáááááááá! ¡Nos vamos a dar una vuelta! ¡Viene “un mayor” con nosotros! - dijo la mayor
- Vaaaaale - respondió la madre con desgana

Llamadme suspicaz, pero manda huevos la mujer. ¿Y si llego a ser un pederasta o un tío raro?

Viendo que mi viaje de dos se iba a convertir en uno de 5, me organicé de la mejor manera posible. El niño delante, con las niñas mayores, y yo detrás con las otras dos pequeñas, una a cada mano. Al poco aparecen otros dos niños de unos 8 años para unirse a la excursión, cuya madre, a lo lejos, me hace un gesto de aprobación, como diciendo: “Sí sí, puedes quedártelos un ratito, que a mí me tienen negra”. En serio, ¿qué les pasa a los padres de hoy? ¡Quieran un poquito a sus hijos, que yo soy un desconocido, hombre ya!

Por si la situación no era ya lo suficientemente surrealista, yendo de cháchara con una jauría de niños que habían salido de la nada, y a los que llevaba en fila como si fuera el flautista de Hamelín, de repente dos renacuajos salvajes aparecen.

- Son mis hermanos, que también vienen – dijo la líder de las niñas.
- Eeeeh… ¿cómo?
- Sí sí, vamos, que mi madre nos deja, y ellos saben caminar un poco.

Mire en todas direcciones en busca de alguien que respondiera por ellos, porque esos críos no llegarían a los dos años, y cargarme con esa responsabilidad ya me parecía demasiado. Fui a dar con la madre, se los dejé allí, y emprendimos la marcha de nuevo. Unos minutos después, un gorila de gimnasio empieza a gritarle a la niña líder:

- ¿A dónde coño vas? ¡Ven aquí!
- ¡Que me voy de excursión!
- ¿Qué excursión ni que nada! ¡Ven aquí ahora mismo si no quieres que te de dos nalgadas!
- ¡Mi madre me deja!
- ¡Que vengas te digo, o si no voy yo para allá!
- ¡Calla! ¡Tú no eres mi verdadero padre! ¡Además, voy con un mayor! ¡Ven si quieres!

Estupendo, esto mejora por momentos. Me acababa de ganar un puñetazo de un gorila furioso porque la niña se ha puesto chulita. Es justo lo que esperaba de un día en el monte con amigos.
El gorila se calmó, mandó a la niña a tomar por culo (viva la pedagogía), y yo, aunque quise huir de ahí, no pude, porque todos los chiquillos empezaron a dispersarse y tuve que ir detrás de ellos. De pronto me vi a mí mismo caminando por un sendero alejado, dando órdenes e indicaciones (cuidado con esa piedra, deja que yo te lleve eso, dame la mano…), a la vez que les daba conversación y les iba dirigiendo, sin que se dieran cuenta, al punto de partida inicial.

Tras un ratito de paseo y recolecta de piñas, palos y flores, volvimos a la civilización, los críos ajenos desaparecieron sin dar ni las gracias, y seguí con “los míos” hasta nuestra mesa, preguntándome cómo cojones había pasado de dar una vuelta con los dos niños de siempre, a ser el cuidador oficial de 9. Voy a tener que replanterme mi férrea posición de “niños no, gracias”, porque está claro que cuando Mohama no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.

viernes, 14 de octubre de 2011

25 años

¡Hoy cumplo un cuarto de siglo! ¡Y yo con estos pelos!
Será mejor que me vaya a dormir, que mañana me espera un largo día y tengo que estar guapo para las fotos de la fiesta. ;)



Aiinnsss... me hago mayor...