
El personaje de Edward Norton en
American History X decía que
“el odio es un lastre, y la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado”. Y es que odiar está mal visto porque parece propio de malas personas o gente agresiva. En un utópico mundo perfecto nadie odiaría a nadie, todos seríamos felices y amables, no nos cabrearíamos por las tonterías que nos molestan y sería todo mejor…o no. ¿Se imaginan qué coñazo si todo el mundo obrara siempre bien y jamás nos enfadáramos? ¡Dios! ¡Qué muermo!
Muchas de las anécdotas que contamos de forma habitual están relacionadas con acontecimientos que se desarrollan a raíz de la mala contestación o la conducta deleznable de algún gilipollas que nos ha tocado las narices. ¿Qué sería del día a día sin todos estos tocapelotas que, indirectamente, nos hacen la vida más interesante?
En base a esto, estoy en cierto modo agradecido a
los trabajadores del club náutico, que se contradicen, hacen y dicen cosas fuera de lugar, porque no son capaces de mirar más allá de sus dos mantras personales:
“son las normas” y
“es sólo para los socios”. Así, pueden verte arrastrándote por el suelo mientras te desangras por una herida de bala, que si les pides asistencia médica irán a mirar los estatutos a ver si es lícito prestarla. Encima de no hacer

una mierda cobran una pasta, y los muy cabrones tienen una serie de privilegios y prestaciones laborales injustificadas, a costa de una pésima gestión económica que desangra a los socios mes a mes, dándose situaciones tan ridículas como que haya hasta a cinco inútiles en la puerta para ver los carnés y llamar por megafonía ¿Realmente hace falta tanta gente? Por supuesto que no. No voy a enzarzarme en este tema del que, por razones ajenas a mí, estoy puesto, pero si lo hiciera conseguiría que a cualquiera se le despertara la empatía y le hirviera la sangre. En el club también hay otra raza de indeseables:
los viejos y viejas de “no sabes con quien estás hablando”. Son sexagenarios (y septuagenarios, y octogenarios…), que van por el mundo contoneando con prepotencia sus celulíticos culos, mientras te miran por encima del hombro a ti, pobre mortal, que tienes el honor de moverte en el mismo ambiente que ellos. Algunos incluso tienen el atrevimiento de manifestarte su
superioridad verbalmente, o mediante actos con los que pretenden rebajarte, pero que logran

precisamente lo contrario, pues demuestran la escoria humana que son. ¿Qué coño se han creído los mierdas estos?
Recuerdo que una vez, estando en el pequeño comedor del restaurante, quise pasar entre dos mesas que estaban bastantes pegadas debido a que una
"señora bien" había arrimado demasiado su silla hacia atrás, haciendo que su respaldo casi tropezara con el de un comensal de la mesa contigua. Había una pila de camareros danzando de aquí para allá, y un carrito atravesado en el único pasillo libre, así que solo podía cruzar por donde la mujer había acomodado tan placentera y egoistamente su ilustre trasero. El caso es que le pregunté amablemente si podría arrimarse un poco hacia adentro para yo poder pasar, y la muy comemierda me miró de reojo y se echó aún más hacia atrás. ¿Se lo pueden creer? ¿Quién puede ser tan imbécil para hacer algo así? ¿Qué pretendía? ¿Creía quizás que iba a aceptar mi derrota y acatar mi lugar en el mundo frente a su “evidente supremacía”? No fue el caso, porque pa chula ella chulo yo, así que entré como pude por el hueco, empujé su respaldo contra la mesa, y cuando tuve el espacio suficiente para pasar (y un poquito más), seguí hasta mi asiento y la dejé allí con tres palmos de narices. A esta gente hay que educarla a cachetadas, y me satisface saber que hice una buena acción urbanizándola.
Otros espécimenes molestos aunque desde luego mucho mejor intencionados son las
dependieras cariñosas; todos sabéis a quienes me refiero, esas dependientas con pinta de unineuronales, que nada mas entrar en su tienda, te tratan con un cariño que no has visto ni en tus seres más cercanos:
-Hola amor, ¿te puedo ayudar en algo cariño?
-No gracias, sólo estaba mirando
-Ok, si quieres algo cielo, estoy aquí mismo. ¿Vale mi vida?Vamos a ver… ¿Quién te ha dado libertad para usar esos apelativos cariñosos conmigo? ¿Te conozco de algo?, y lo que es más importante… ¿Pa qué eres falsa? Hace 20 segundos que me conoces, no puedes llamarme “mi amor” porque por mucho que creas en el amor a primera vista, dudo que en ese tiempo te hayas dado cuenta de que yo soy el tuyo, y si lo soy, no me lo digas tan directamente porque te expones demasiado; en cualquier caso el amor de mi vida nunca podría ser alguien tan hipócritamente cursi. Lo lamento…
En cuanto a gente famosa hay personas que sin haberme hecho nada, ni haber tenido el “placer” de tratar en directo con ellas, me despiertan un odio que podría calificarse de injustificado, pero

que a mí, desde luego, no me lo parece. Es el caso de gente prepotente y gilipollas como
Jennifer López o
Malú, o el de
Raquel del Rosario, la insoportable vocalista de
El sueño de Morfeo.
Aparte de tener cara de trepa, me dan ganas de darle un taponazo en la boca cuando la oigo cantar las subnormaladas estridentes con las que nos machacan los medios de comunicación. Últimamente se prodiga por ahí con un engendro musical con pretensiones de canción que dice así:
“(…) Dicen que soy una chica normal,con pequeñas manías que hacen desesperar,que no se bien dónde está el bien y el mal,dónde esta mi lugar,Y esta soy yo (…)” (esta última frase la repite unas doscientas veces)
Vamos a ver bonita…cuéntame algo interesante… ¿A mi qué carajo me importa como seas o dejes de ser? Para cantar esa mierda mejor te callas guapa.

A
Amaia Montero (vocalista de
La oreja de Van Gogh) no puedo decir que la odie, pero si le recomiendo que cambie el chip porque lleva diez años cantando lo mismo: que si dejó escapar un amor, que si está frustrada, que si fue una gran pérdida, que no hay nadie como él…¡Joder! ¡Pues vete y díselo o supéralo!, que tienes ya una edad como para seguir lamentándote por no haberle dicho nunca a ese chico del instituto que te gustaba ¡Hay que pasar página por dios!

Hay gente a la que no es que odie pero me causa rechazo, porque por alguna razón más o menos justificable me da
ASCO. El más zarrapastroso de los cantantes de
Pereza (Leiva) me da una grima que pa qué; tiene pinta de ser un hediondo que jamás se ducha, que apesta a sudor y cangrejilla, y que además lo remata siendo un salido. Otro que me despierta más o menos los mismos sentimientos es
Antonio Orozco… ¡Puaj!
Manuel Carrasco podría entrar dentro de este grupo, pero sólo me da grima a veces, así que no sería del todo justo, no como el actor
Antonio Dechent que se lleva la palma, porque aunque de entrada no me resulte repulsivo, el hecho de que siempre haga de cabrón, bruto, salido o violento, no ayuda demasiado, aunque, eso si, debe sentirse realizado como profesional, pues sus interpretaciones calan más allá de la pantalla, y hacen que la aversión que siento hacia sus personajes se traslade a su persona.
A
Paulina Rubio no sé si la odio y en el fondo me da hasta lástima. Hay que

admitir que lo de esa chica tiene mérito; es fea y no sabe cantar, pero vende millones de discos de música petarda, gracias a coreografías en las que asume siempre el papel de putilla viciosa, y a su actitud vital de calientabraguetas cachonda. Si no fuera porque con tanto movimiento se le caerían, juraría que lleva enchufadas las bolas chinas todo el día, porque si no, no entiendo por qué anda siempre con la boca abierta, manteniendo una expresión a medio camino entre el resultado fallido de una lobotomía y la sobreexcitación sexual. Apuesto más por lo segundo, y que de hecho la abre de esa forma tan “sugerente” a la vez que poco sutil, a la espera de que le entre algo que la cierre (y no me refiero a una mosca precisamente).

La lista podría seguir con
tertulianos de programas de cotilleos (de donde destaco a
Jaime Peñafiel, que no sólo debería replantearse el sentido de su vida, sino que alguien debería asesinarlo),
kinkis sin otra ocupación en la vida que hormonarse, robar, y joder al mundo en general, y demás
gentuza, a la que desde aquí le doy mi más sincero agradecimiento, no sólo por animar mis días, sino por ser una inspiración y una motivación suficiente para superarme, y tratar de ser todo lo contrario de lo que ellos son. Gracias a todos.