
En realidad no es que no me guste, todo lo contrario; me parece divertido y original, y constituye una buena ocasión para hacer algo diferente. El “problema” es más bien que salir de fiesta no es lo mío, y ya sea dentro de un bar o disfrazado en la calle, no es el ambiente en el que más cómodo me encuentro.
Durante años salí con la gente de mi clase, con quienes recuerdo divertirme, pero realmente no sé cómo lo conseguía. Supongo que entre que llegaban todos, pasábamos por el kiosco del colegio, íbamos a la feria, comíamos algo y enredábamos el tiempo, se pasaba la noche, resultando que, a pesar de estar de fiesta, me divertía. Un buen día me di cuenta de que realmente no pintaba nada allí, y desde entonces no volví a salir.
Lo que aún sigue gustándome es ir a la calle a juronear, a respirar el ambiente, a dar una vuelta por las calles llenas de gente disparatada y con ganas de diversión, y sobre todo a deleitarme con los disfraces, que al fin y al cabo, son la esencia de esta celebración.
Existen diferentes tipos de carnavalistas en base a la edad, personalidad, ingenio e intenciones. A grandes rasgos son los siguientes:
1 - Simplones: Suelen (o solían) ir vestidos de peluche, y aunque afortunadamente cada vez hay menos, hubo una época en que era el disfraz oficial de los adolescentes. Cuando yo salía así, lo hacía como debe ser: me ponía el mono peludo, me pintaba la nariz de negro, y si estaba inspirado me maquillaba el resto de la cara; conforme pasaba la noche acababa amarrándome la parte de arriba a la cintura, pero no lo hacía desde que salía de mi casa, como hace ahora todo el mundo. Los peluches han sido suplantados por un disfraz aún más simple: Los uniformes, es decir, ponerse la ropa de trabajo de empleos reconocibles (sanidad, policía, mecánicos, etcétera). En el caso de los chicos, es también muy socorrido el recurso putón verbenero con pinta de
2 - Buscones : A bailar se sale todo el año, en carnavales la gente sale a follar. De ahí que insistan tanto las campañas que promueven el uso del condón, y que este año los hayan repartido de una forma tan masiva. En consecuencia, la sutilidad suele brillar por su ausencia, y resulta fascinante ver el ingenio de la gente, para procurarse disfraces minimalistas con la máxima de enseñar toda la carne posible. En el caso de las chicas da igual de qué vayan, sea de lo que sea, se las arreglarán para ataviarse con el escote más pronunciado y la mini más corta que haya. Las más morbosas suelen ir de “diablitas”, enfundándose libidinosos trapitos de cuero, que complementan con una diadema de cuernitos. Si sustituimos los cuernitos por dos orejitas peludas, irán de ratón, o de osito... ¡Las posibilidades son infinitas!
En el caso de los chicos lo más socorrido es el tema mitológico: Grecia, Roma, Egipto, Esparta…; da igual la procedencia mientras puedan mostrar el torso que se han procurado a base de gimnasio. El año de la película 300 aquello fue un verdadero espectáculo, y es que gracias a la misma, pudieron salir en capa y calzoncillos con cierta justificación.
3 - Anodinos: Personas que salen disfrazadas pero que más valdría que salieran “de calle”, o que directamente se quedaran en casa. Sus disfraces son sosos, cutres e insípidos, y resultan tan apáticos como la cara de algunos de sus portadores. Suelen ser personas mayores que lo hacen por consideración hacia sus cónyuges, o foráneos desubicados.

4.1 - Payasos : No me refiero a los que van vestidos de payasos, sino a los que son payasos por definición, en el mejor sentido de la palabra; personas que se curran unos disfraces tan originales como divertidos, y que lejos de ir a lo suyo, tratan de llamar la atención y hacer pasar un buen rato a los demás. Estos últimos elementos son los que hacen que realmente merezca la pena salir a la calle a ver el ambiente. Hay mucha creatividad por ahí suelta.
4.2 - Homenajadores : De lo mejorcito junto a los payasos; son gente que se propone disfrazarse de un icono o personaje popular, y lo hace con
Por último, están los Voyeurs ( 5 ), o lo que es lo mismo, gente como MaRía y yo, que salimos sin tan siquiera un fisquito de purpurina, como si de un día cualquiera se tratase, pero enseguida nos contagiamos del buen rollo callejero.
¡Feliz carnaval… y cuidado con lo que se hace!