
Todo esto me viene en mente a raíz de la frase: “Me cago en la puta de oro”, que aunque no lo parezca tiene mucha miga. Como diría Jack el destripador, vayamos por partes:
Para empezar, ¿por qué nos cagamos en la gente cuando algo nos va mal? ¿Es que acaso solucionamos algo con eso? Menos mal que se suele quedar en palabras, porque si defecáramos sobre personas cercanas cada vez que la rabia nos invadiera, el mundo sería un lugar terrible para vivir; estaríamos permanentemente acojonados, poniendo la otra mejilla por miedo a represalias en forma de heces, y con una agotadora falsa sonrisa cogida con chinchetas. A primera vista parecería una sociedad perfecta sin conflictos, pero eso nos convertiría en autómatas guiados por el miedo, y la verdad, para estar así mejor no estar. Además, lo más probable es que tarde o temprano alguien acabara estallando, y al final viviríamos todos escondidos para escapar de los objetivos defecatorios de los coléricos.
Imaginemos cómo sería la vida si se llevaran estas sentencias a cabo:

- *Ding-dong...
- ¿Sí? ¿Quién es?
- Hola, ¿Es usted la madre de Fulanito?
- Sí, ¿quién es usted?
- Hola, soy Menganito, compañero de trabajo de su hijo… que vengo a cagarme en usted.
- ¿Otra vez? ¡Eres el tercero esta mañana! De verdad… no sé que voy a hacer con este hijo mío, siempre buscándose problemas; claro, como luego soy yo la que se come el marrón (no literalmente, entiéndame usted, que una cosa es cumplir mi responsabilidad y otra ser coprófaga).
- Ya ya, la entendí perfectamente señora... ¿Entonces qué, me abre?
(…)
Resultaría dantesco. Claro que peor sería el también muy común “me cago en tus muelas”. ¿Se imaginan que alguien les dijera: “¡Me tienes harto, abre la boca que te vas a enterar!”? ¿Y qué decir del me cago en todo? ¡En todo! Es mejor no imaginarlo...
Definitivamente lo más aconsejable sería recurrir a la tercera opción, que es cagarse en los muertos ajenos, básicamente porque estos no se quejan, pero entonces los cementerios se convertirían en auténticos vertederos biológicos, y nos veríamos obligados a trasladarnos de ciudad cada pocos meses, como en Los Simpson.
¿Qué hacer entonces? Muy fácil: Delegar responsabilidades; ¿para qué molestar a la gente civilizada y que vive en sociedad, pudiendo echar balones fuera? Tenemos toda una lista de personajes reales y ficticios para ello; desde la plantilla del santoral a gente ilustre ya fallecida, pasando por personajes de ficción o de origen incierto. En este último grupo destaca la puta de oro. Nadie sabe a ciencia cierta quién es ni cómo surgió, pero no son pocos quienes se acuerdan de ella cuando les aprietan los esfínteres.

En pocos meses habría alcanzado la altura y dureza de un edificio, y aunque sigue creciendo y su existencia no es un secreto para nadie (sería como pretender que los parisinos no reparasen en la torre Eiffel), nadie le tiene miedo. Siguen haciendo que cargue con más y más mierda sobre su espalda, mientras continua aumentando y fortaleciéndose; las prostitutas tienden a ser tratadas con desprecio, y en su caso no hacen una excepción a pesar de las circunstancias. Ella espera paciente, casi sin darle importancia y confiando en que algún día tengamos un poco de inteligencia emocional, como para tragarnos los rencores en lugar de pagarlos con ella, pero su paciencia tiene un límite, y el día que se le inflen las narices, nos va a pagar con la misma moneda en cantidades industriales. Entonces sí que nos vamos a cagar. ¡Y tanto que sí!