
A pesar de ser el doble de largas que las vacaciones de semana santa o carnavales, las navidades nunca me cunden; me saben a poco, se pasan corriendo, y cuando me quiero dar cuenta ya estoy de nuevo en clase.
El problema es que en estas fechas haces de todo menos descansar, especialmente en los días clave. Hace mucho que no me comprometo con nadie el 24, 25 o 31, porque sé que los pasaré haciendo recados de última hora. Tradicionalmente hacíamos la cena de nochebuena en casa de mi abuela, pero si bien es cierto que siempre ha sido
la mujer angustia a la que todo le genera ansiedad, últimamente tiene esa faceta más acentuada, así que hemos pasado a hacerla en mi casa, para que tenga una cosa menos de la que preocuparse. Además está empezando a contagiarse de los desvaríos de sus hermanas, que están como una cabra; no asume que sean mayores y no se les pueda hacer caso, y ofrece cierto grado de credibilidad a las pajas mentales que le cuentan, generándole más estrés. La más célebre había sido la teoría de que
querían matar a mi madre; ahora su autora, que es la más trastornada de mis tías abuelas, la ha derivado a que los de la residencia están compinchados para ponerle un alijo de droga en el maletero, porque quieren que acabe en la cárcel. Dentro de poco intentará convencernos de que mi madre es en realidad un hombre, o me dirá con voz ronca la próxima vez que la vea:
"Pablo, yo soy tu padre..."
Volviendo al tema, no fue hasta ayer cuando realmente caí en que estábamos en nochebuena, y como siempre, este año me tocará salir a comprar regalos a última hora. En mi casa siempre hemos sido más de Reyes que de Papa noél, pero siempre nos dejamos algún detalle; como somos un desastre nunca los tenemos comprados a tiempo, y queda feo decirlo, pero si no es por mí, que estoy pendiente de estas cosas, seguro que alguno se quedaría con tres palmos de narices. De hecho, en más de una ocasión he estado a punto de quedarme sin regalos, porque los demás se desentienden, y luego sale mi madre como una loca el 5 de Enero a pelearse por lo que queda. ¡Hay que joderse!

El año pasado, 20 minutos antes de que cerraran las tiendas, le pregunté si tenía algo para mi padre; cayó en la cuenta de que no, así que me dio dinero, me vestí con cualquier cosa, y salí corriendo (literalmente) al centro, para meterme en
Springfield y comprarle lo que fuera. Los minutos se iban acercando peligrosamente a la hora del cierre, sorteé farolas y personas, estuve a punto de comerme el suelo, y llegué justo a tiempo de que no me cerraran en las narices. Entré, elegí lo más rápido que mi indecisión me permitió, y cuando me di la vuelta habían bajado la puerta para que no entrara nadie más. De haber llegado un minuto más tarde habríamos tenido todos regalo menos él. Somos lo peor.
Este año ya me he encargado de que todo el mundo tenga algo, y aún así, en cuanto publique esto tengo que ir a comprar una cosa de mi padre y otra de mi hermana para, a continuación, envolverlo todo, recoger mi cuarto, y estar a merced de mi madre y lo que se le ofrezca en la cocina. ¡Qué estrés de celebración!