Mi madre y mi abuela suben todas las tardes a verlas, y nosotros… no es que seamos malos nietos (sobrinos nietos en realidad), sino que nunca tuvimos relación con ellas, así que no existe un vínculo afectivo suficiente como para sentir que debamos ir tan a menudo. Vivían en
Son las eternas hermanas solteronas que siempre han vivido juntas y casi no han salido del pueblo, y ese particular aislamiento las ha convirtido en seres peculiares que parecen no poder concebirse individualmente. Viven desde hace mucho en su mundo paralelo, no tienen demasiadas habilidades sociales y acaban las frases que empieza la otra.
Hace un tiempo pasaron de “estar mayores” a no poder valerse solas, y mi madre consiguió convencerlas para ingresarlas donde pudieran atenderlas bien. Desde entonces han ido perdiendo facultades e independencia de forma espectacular, y parecen esperar resignadas una muerte que se resiste en llegar, pero que va instalándose poco a poco en sus frágiles vidas. Además de estar seniles, ambas caminan a duras penas a paso de tortuga, una sufre incontinencia y la otra es ciega. Son la alegria de la huerta.
Ir a verlas se hace duro, y es que comprobar cómo es la vida en este tipo de sitios hace que se te caiga el alma a los pies. Los ancianos pasan sus días entre el aburrimiento, la soledad más absoluta y la frustrante resignación de saber que el fin les llegará pronto, y su condición física y mental les impedirá disfrutar de sus últimos momentos. Hay residentes a los que no van a ver nunca y se pasan el día atentos a la tele o sentados en la puerta, quizás esperando una visita que nunca llega; una vez una mujer nos preguntó si podía ponerse con nosotros porque a ella no la iba a ver nadie. Es realmente triste.
Cuando tratamos de hablar con ellas nos enfrentamos siempre a la misma situación: las quejas y paranoias de una y la memoria de pez de la otra. La primera pasa el día maldiciendo su salud y elucubrando teorías sobre lo que ocurre a su alrededor, llegando a asegurarnos que “aunque no podía decirnos nada”, los de la residencia estaban planeando matar a mi madre y a mi abuela, así que más valía que tomaran precauciones a la hora de volver por allí. La segunda tiene un problema de memoria a corto a plazo tan acentuado, que cuando tratas de mantener una conversación con ella llegas a pensar que se está riendo de ti. La cosa va más o menos así:
-¿Y tus padres dónde están?
-Están en Lanzarote, de vacaciones.
-¿Vacaciones? ¿Quién está de vacaciones?
-Mis padres
-¿Y dónde están?
-En Lanzarote
-Ah Lanzarote... ¡qué bonito!... ¿Y tus padres?
-En Lanzarote
-¿Están de vacaciones? ...¡Mira! ¡Un perro!
-(...)
Pisar ese sitio me deprime de forma atroz…¿Llegaré algún día a ese estado? Siempre he querido pensar que envejeceré tan bien como los hombres de mi familia paterna, pero nunca se sabe si acabaré achacoso, con un cerebro “estropeado” incapaz de coordinar un cuerpo aún en funcionamiento, o lo que es peor, una mente activa y joven con un cuerpo débil y marchito que no le responde.
La vejez es una puta mierda y supone un trailer sobre la muerte demasiado largo y sacrificado, y lo peor es que por mucho que hagamos para que nuestra tercera edad sea halagüeña, podemos llegar a ella de cualquier forma. Tendríamos que ser como los tiburones, que están toda su vida como una puncha, hasta que un día sencillamente se mueren y caen redondos, sin agonías ni sufrimientos.
¡Toquemos madera!