Translate

sábado, 29 de septiembre de 2007

Toquemos madera

El otro día vi a la vieja de la barba, un personaje de la ciudad no demasiado conocido, pero que tampoco pasa desapercibido. Es una mujer muy mayor, consumida, y perdida en este mundo en el que parece estar de paso, sin preocuparse demasiado en nada más allá de sus pensamientos. Lleva siempre un pañuelo en la cabeza que le recoge la gran melena de pelo blanco, lacio y ligeramente ondulado, que la cae sobre los hombros. Suele vestir de colores apagados (mucho beige, sepia, gris y derivados), va con camisa y falda de tela fina, y si por algo llama verdaderamente la atención, es sin duda por su chiva. Si, su chiva. A muchas mujeres mayores le salen un par de pelillos en la barbilla que, o bien pasan inadvertidos, o bien son arrancados, pero esta señora no es que tenga unos pocos, es que directamente tiene barba, porque su “chiva” es larga y frondosa. Al margen de este detalle que desde luego salta a la vista, es un personaje enigmático que invita a la reflexión; es una mujer arreglada pero a la vez descuidada, que luce una bonita melena pero que a la vez ha dejado prosperar el bello en su cara, de esa forma tan antiestética e inusual, y parece frágil pero también parece no serlo. Es extraña…

Hacía muchos años que no la veía. La primera vez que me tropecé con ella fue junto a mi amigo Fefe, que me contó su trágica historia. Era una chica de la alta sociedad, guapa a rabiar y una de las mujeres más bellas de Santa Cruz y de toda la isla, que de hecho, fue nombrada durante varios años consecutivos “Miss Primavera”, en un certamen que celebraba el casino.

Con una posición social envidiable y una belleza sin igual, era de esperar que no tardara en prometerse con alguien de su entorno que, desde luego, sería envidiado por todos. Así fue que tras un periodo de noviazgo llegó el día de la boda. Cada uno por su lado se engalanó para el acto, y ambos se dirigieron llenos de ilusión a la iglesia, donde manifestarían públicamente su amor y unirían sus vidas para siempre. La mala suerte quiso que cuando estaban de camino, el novio tuviera un accidente mortal con el coche, dejándola a ella viuda sin tan siquiera haber pasado por la vicaría. Después de esto la mujer fue de mal en peor y se volvió loca.

Ya son ganas de joder por parte del “destino”… ¿Son capaces de imaginar la cachetada emocional y psicológica que puede suponer un golpe como ese? Creo que nadie podría reponerse jamás de algo así, no de perder a la persona a la que se quiere, sino de hacerlo de esa forma y en esas circunstancias. Debió ser horriblemente devastador ver que el día más feliz de su vida se convertía en el más trágico, y más en una época en la que el matrimonio, el amor para siempre, y el “qué dirán” tenían un gran peso.

Este caso me recuerda al fatal acontecimiento que inspiró la película Caótica Ana, el último filme de Julio Medem. La cinta rinde homenaje a su hermana, una joven pintora trágicamente fallecida en un momento cumbre de su vida del que no pudo disfrutar. En una entrevista reciente, Medem lo relataba así:

“El día 7 de abril de 2001, mi hermana inauguraba su exposición de pintura (la más extensa de su trayectoria) en unas bodegas de Cariñena, al sur de Zaragoza. (...) Mi hermana nos había convocado en la entrada de la exposición a su familia directa y a sus amigos; tenía muchísimos. Es decir, allí estábamos esperándola todas las personas que más quería, ante una puerta cerrada que ella debería abrir. Minutos antes de la hora señalada para la inauguración, a tres kilómetros, mi hermana murió en un accidente de coche. No entramos en la exposición.”

Creencias sobre el destino y demás cuestiones místicas aparte, estos casos en los que la vida “te la juega” dan que pensar, no sólo por el hecho de tener más o menos suerte, sino porque uno realmente se da cuenta de que por muy bien que nos vayan las cosas, podemos irnos a la mierda en cualquier momento. Un día vas dando saltos por la calle porque te sientes la persona más feliz del mundo, y al otro estás muerto, es así de simple, y así de desalentador.

Por contra también puede ocurrir lo contrario, que se produzca un fatal acontecimiento al que parecíamos irremediablemente avocados, y del que nos libramos de una forma más o menos casual, provocándonos una alegría indescriptible, y haciendo que nos replanteemos muchas cosas, hasta el punto de que a partir de ese momento nuestras vidas puedan cambiar para siempre, y pasemos a ver las cosas desde un prisma diferente.

Todos conocemos historias como las de personas que no tendrían que haber cogido uno de los aviones que impactó contra las torres gemelas, y que por caprichos del devenir acabaron haciéndolo, pero también otras muchas del caso contrario; historias en las que la suerte ha querido que salvemos la integridad física o la vida, de una forma tan fortuita que pareciera planeada por terceras personas.

Son casos como el del actor Mark Wahlberg, que no cogió “ese avión” porque en el último momento decidió hacer el viaje en coche con unos amigos, o el de tantísima gente con anécdotas parecidas relacionadas con los atentados de Atocha. El 11-M recuerdo ver a mi profesora de matemáticas deambulando por los pasillos del instituto como alma en pena y la mirada perdida, porque sus hijos tendrían que haber cogido ese tren a esa hora y no lo hicieron; la huelga de profesores les libró, al igual que a otros tantos jóvenes, de una muerte bastante segura. También me llegaron otras anécdotas de gente que ese día se durmió, y una de alguien que solía ir en coche hasta la estación para coger el tren, y que ese día no pudo hacerlo porque la puerta del garaje se rompió.

De mi entorno más cercano podría destacar el día en que a mi amiga Carmen se le escapó una guagua que volcó y mató a todos sus ocupantes, o cuando a mi prima le cortaron los frenos el día en que decidió ir por una carretera secundaria intransitada, en lugar de por la acusada pendiente por la que habría ido cualquier otro día.

Visto lo visto, creo que todos deberíamos llevar una taquito de madera en el bolsillo para tocarlo siempre que nos de por pensar en negativo. ¡Crucemos los dedos!

lunes, 24 de septiembre de 2007

¡Adiós artista!

El arte lo inunda todo y todo está influido por el arte. Ya sea a través de la pintura, la música, la escultura, la arquitectura, la alfarería, la escritura, la fotografía, las artes gráficas, o las diversas artes escénicas, todos sentimos agrado o fascinación por determinadas manifestaciones artísticas, o por algunas creaciones en concreto. El arte está en nuestras vidas, y la vida es arte.

Igual que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, a todos se nos mueve algo por dentro cuando alguien importante (desde la subjetividad de nuestros gustos y preferencias) en el mundo del arte se muere. No voy a decir que me de una pena insoportable porque sería mentira, pero si es cierto que me da que pensar…

Este verano han caído como moscas diversas personalidades de este mundillo. La actriz Emma Penella (más conocida por su reciente trabajo en Aquí no hay quien viva, pero con una extensa carrera teatral a sus espaldas), abrió una negra temporada mortuoria que seguirían el célebre Francisco Umbral (una institución el mundo del periodismo), los cineastas Bergman y Antonioni, el irrepetible Pavarotti, y por último, el que ha sido y será el mimo más famoso del mundo, que falleció a los 84 años este domingo, tras más de medio siglo recorriendo los escenarios mundiales con sus particulares creaciones: el genial Marcel Marceau.


Existe una norma no escrita, que establece que al morir alguien no se puede, bajo ningún concepto, decir que era un cabronazo, al margen de que lo fuera; todo lo contrario, hay que enaltecerlo hasta que alcance la categoría de héroe y mártir. Si hablamos de alguien famoso estas consideraciones se multiplican por cien, y el finado pasa automáticamente a la categoría de dios. No estoy condenando esta actitud; es normal que a la muerte de alguien se recuerden sus virtudes y no sus defectos, pero me toca mucho los huevos que este baremo se establezca igual para Teresa de Calcuta que para Belén Esteban. ¡Seamos serios!
Recuerdo que al tiempo de morir Joaquín Luqui, lo hizo Carmina Ordoñez. Del primero apenas se habló, y de la muerta de hambre esa, se habló tantísimo y durante tanto tiempo, que parecía que no se hubiera ido y siguiera vendiéndonos su vacía vida de revista en revista. Fue vergonzoso cómo le dieron tantísima coba y con tan buenas palabras, a una mujer florero, cuya única aportación al mundo fue la de dar de que hablar a la telebasura.

Todo esto no viene a cuenta de los fallecidos antes citados, puesto que si bien es cierto que no conocí a ninguno personalmente, como para determinar que fueran mala gente ni nada por el estilo, su aportación al mundo del arte es innegable; en unos casos de una forma modesta y discreta, y en otros de forma universal, llegando hasta al último rincón del planeta.
A quien único pude presenciar en directo fue a Marcel Marceau, y desde luego, sólo con haber disfrutado de su impagable espectáculo una vez, puedo corroborar que todo lo bueno que se dice de él, no es una exageración propia del “efecto post-mortem”. No es fácil que en un espectáculo me arranquen una sonrisa, y este maestro lo consiguió durante todo el tiempo de su actuación. Su puesta en escena es indescriptible; era capaz de trasladarte a universos tangibles con su sola presencia y sin soltar una palabra. Cargaba de poesía el silencio, y era capaz de emocionar con sus movimientos, de una forma que me es imposible explicar.

Sólo existen comentarios amables para el célebre mimo, especialmente en su Francia natal. Muchas personalidades importantes del país han expresado su emoción admiración y respeto; el primer ministro francés indicó que Marceau "tenía un raro talento que le permitía comunicarse con cada uno de nosotros, más allá de la barrera del lenguaje".
"Él nos hablaba en silencio. Mientras mucha gente habla y no logra decir nada; él nos brindaba el silencio como una melodía del lenguaje", señaló el crítico Chancel.
Joseph Seelig, del Festival de Mímica de Londres, dijo que Marceau era una de las personas más famosas del mundo, porque "trabajaba con un medio internacionalmente accesible". "No había idiomas, él le llegaba a las personas en todo el planeta", apuntó a posteriori.

Si bien como artista resultaba fascinante, su vida y su persona no son menos interesantes. Marceau, judío francés, sobrevivió a la invasión de los nazis, y trabajó con la resistencia en Francia para proteger a los niños judíos del Holocausto.

Nació el 22 de marzo de 1923, con el nombre de Marcel Mangel, en Estrasburgo. Su padre, un carnicero que cantaba con la tesitura de barítono, hizo que su hijo conociera el mundo de la música y el teatro desde temprana edad. Cuando los alemanes invadieron el oriente de Francia, Marceau y su familia tuvieron que empacar sus bienes en cuestión de horas. Huyó al suroeste de Francia, donde se cambió el apellido a Marceau, para ocultar su origen judío.

Con su hermano Alain, Marceau participó en la resistencia francesa; alteró cédulas de identidad de varios niños, cambiando las fechas de nacimiento, para que los alemanes pensaran que no podían deportarlos por ser muy pequeños.
Dado que hablaba inglés, fue reclutado como agente de enlace con el ejército del general George S. Patton.
En 1944, el padre de Marceau fue enviado al campo de exterminio de Auschwitz, donde falleció.

“Sí, lloré por él”, recordó Marceau sobre la muerte de su padre, pero también reflexionó sobre los otros muertos: “Entre los niños quizás estaba un Einstein, un Mozart o alguien que hubiera descubierto una droga contra el cáncer”, dijo a la prensa en el 2000, “por eso tenemos una gran responsabilidad: la de amarnos los unos a los otros”.

Cuando París fue liberado, comenzó la vida teatral de Marceau.
En un pequeño escenario en el Theatre de Poche, buscó perfeccionar el estilo de mimo que se convirtió en su sello inconfundible. Había nacido Bip, el personaje de Marceau en el escenario.
Alguna vez, Marceau dijo que Bip era el álter ego de su creador, un doble de cara triste, cuyos ojos se iluminaban con asombro infantil al descubrir el mundo. Bip era un descendiente directo del arlequín del siglo XIX, pero según Marceau, sus gestos de payaso estaban inspirados en Chaplin y Keaton.

Marceau comparó su personaje con un Don Quijote de la era moderna; solo, en un mundo frágil lleno de injusticia y belleza.
Vestido con un traje blanco de marino y un sombrero alto con una rosa, Bip perseguía mariposas y coqueteaba en las fiestas. Fue a la guerra y ofició una boda.
En un famoso número que yo pude ver, "Jardín Público", Marceau interpretó a todos los personajes de un parque, desde niños pequeños que jugaban a la pelota hasta mujeres que tejían. Fue increíble.

En 1949, la nueva compañía de pantomima de Marceau era la única de su tipo en Europa. Pero fue sólo después de una exitosa gira por Estados Unidos, a mediados de la década de los cincuenta, cuando Marceau se ganó la aclamación mundial que hizo de él una estrella internacional. En las décadas recientes, llevó a Bip de México a China, pasando por Australia. Apareció también en el cine.

Cuando fue envejeciendo, Marceau siguió actuando con la misma calidad y agilidad que lo hizo célebre. Además de sus condecoraciones de la Legión de Honor y de numerosos reconocimientos, fue invitado a ser embajador de la buena voluntad de las Naciones Unidas, para una conferencia de 2002sobre la ancianidad.

“Si uno se detiene cuando tiene 70 u 80 años, no puede seguir adelante”, dijo en una entrevista en 2003. “Hay que seguir trabajando”.

Marceau actuó incansablemente por todo el mundo hasta una edad avanzada, sin perder técnica ni salirse de su estilo. En uno de sus actos más punzantes y cargados de filosofía: “Juventud, madurez, vejez y muerte” (también lo presencié), mostraba sin palabras el paso de toda una vida en cuestión de minutos. “¿Acaso los momentos más conmovedores de nuestra vida no nos encuentran sin palabras?”, preguntó en una ocasión.

Sobran las palabras. El mundo sería un lugar mejor si hubiera más “Marceles”. ¡Hasta siempre Artista!

jueves, 20 de septiembre de 2007

Seres indeseables

El personaje de Edward Norton en American History X decía que “el odio es un lastre, y la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado”. Y es que odiar está mal visto porque parece propio de malas personas o gente agresiva. En un utópico mundo perfecto nadie odiaría a nadie, todos seríamos felices y amables, no nos cabrearíamos por las tonterías que nos molestan y sería todo mejor…o no. ¿Se imaginan qué coñazo si todo el mundo obrara siempre bien y jamás nos enfadáramos? ¡Dios! ¡Qué muermo!
Muchas de las anécdotas que contamos de forma habitual están relacionadas con acontecimientos que se desarrollan a raíz de la mala contestación o la conducta deleznable de algún gilipollas que nos ha tocado las narices. ¿Qué sería del día a día sin todos estos tocapelotas que, indirectamente, nos hacen la vida más interesante?

En base a esto, estoy en cierto modo agradecido a los trabajadores del club náutico, que se contradicen, hacen y dicen cosas fuera de lugar, porque no son capaces de mirar más allá de sus dos mantras personales: “son las normas” y “es sólo para los socios”. Así, pueden verte arrastrándote por el suelo mientras te desangras por una herida de bala, que si les pides asistencia médica irán a mirar los estatutos a ver si es lícito prestarla. Encima de no hacer una mierda cobran una pasta, y los muy cabrones tienen una serie de privilegios y prestaciones laborales injustificadas, a costa de una pésima gestión económica que desangra a los socios mes a mes, dándose situaciones tan ridículas como que haya hasta a cinco inútiles en la puerta para ver los carnés y llamar por megafonía ¿Realmente hace falta tanta gente? Por supuesto que no. No voy a enzarzarme en este tema del que, por razones ajenas a mí, estoy puesto, pero si lo hiciera conseguiría que a cualquiera se le despertara la empatía y le hirviera la sangre. En el club también hay otra raza de indeseables: los viejos y viejas de “no sabes con quien estás hablando. Son sexagenarios (y septuagenarios, y octogenarios…), que van por el mundo contoneando con prepotencia sus celulíticos culos, mientras te miran por encima del hombro a ti, pobre mortal, que tienes el honor de moverte en el mismo ambiente que ellos. Algunos incluso tienen el atrevimiento de manifestarte su superioridad verbalmente, o mediante actos con los que pretenden rebajarte, pero que logran precisamente lo contrario, pues demuestran la escoria humana que son. ¿Qué coño se han creído los mierdas estos?

Recuerdo que una vez, estando en el pequeño comedor del restaurante, quise pasar entre dos mesas que estaban bastantes pegadas debido a que una "señora bien" había arrimado demasiado su silla hacia atrás, haciendo que su respaldo casi tropezara con el de un comensal de la mesa contigua. Había una pila de camareros danzando de aquí para allá, y un carrito atravesado en el único pasillo libre, así que solo podía cruzar por donde la mujer había acomodado tan placentera y egoistamente su ilustre trasero. El caso es que le pregunté amablemente si podría arrimarse un poco hacia adentro para yo poder pasar, y la muy comemierda me miró de reojo y se echó aún más hacia atrás. ¿Se lo pueden creer? ¿Quién puede ser tan imbécil para hacer algo así? ¿Qué pretendía? ¿Creía quizás que iba a aceptar mi derrota y acatar mi lugar en el mundo frente a su “evidente supremacía”? No fue el caso, porque pa chula ella chulo yo, así que entré como pude por el hueco, empujé su respaldo contra la mesa, y cuando tuve el espacio suficiente para pasar (y un poquito más), seguí hasta mi asiento y la dejé allí con tres palmos de narices. A esta gente hay que educarla a cachetadas, y me satisface saber que hice una buena acción urbanizándola.

Otros espécimenes molestos aunque desde luego mucho mejor intencionados son las dependieras cariñosas; todos sabéis a quienes me refiero, esas dependientas con pinta de unineuronales, que nada mas entrar en su tienda, te tratan con un cariño que no has visto ni en tus seres más cercanos:

-Hola amor, ¿te puedo ayudar en algo cariño?
-No gracias, sólo estaba mirando
-Ok, si quieres algo cielo, estoy aquí mismo. ¿Vale mi vida?


Vamos a ver… ¿Quién te ha dado libertad para usar esos apelativos cariñosos conmigo? ¿Te conozco de algo?, y lo que es más importante… ¿Pa qué eres falsa? Hace 20 segundos que me conoces, no puedes llamarme “mi amor” porque por mucho que creas en el amor a primera vista, dudo que en ese tiempo te hayas dado cuenta de que yo soy el tuyo, y si lo soy, no me lo digas tan directamente porque te expones demasiado; en cualquier caso el amor de mi vida nunca podría ser alguien tan hipócritamente cursi. Lo lamento…

En cuanto a gente famosa hay personas que sin haberme hecho nada, ni haber tenido el “placer” de tratar en directo con ellas, me despiertan un odio que podría calificarse de injustificado, pero que a mí, desde luego, no me lo parece. Es el caso de gente prepotente y gilipollas como Jennifer López o Malú, o el de Raquel del Rosario, la insoportable vocalista de El sueño de Morfeo.

Aparte de tener cara de trepa, me dan ganas de darle un taponazo en la boca cuando la oigo cantar las subnormaladas estridentes con las que nos machacan los medios de comunicación. Últimamente se prodiga por ahí con un engendro musical con pretensiones de canción que dice así:

“(…) Dicen que soy una chica normal,
con pequeñas manías que hacen desesperar,
que no se bien dónde está el bien y el mal,
dónde esta mi lugar,
Y esta soy yo (…)” (esta última frase la repite unas doscientas veces)

Vamos a ver bonita…cuéntame algo interesante… ¿A mi qué carajo me importa como seas o dejes de ser? Para cantar esa mierda mejor te callas guapa.

A Amaia Montero (vocalista de La oreja de Van Gogh) no puedo decir que la odie, pero si le recomiendo que cambie el chip porque lleva diez años cantando lo mismo: que si dejó escapar un amor, que si está frustrada, que si fue una gran pérdida, que no hay nadie como él…¡Joder! ¡Pues vete y díselo o supéralo!, que tienes ya una edad como para seguir lamentándote por no haberle dicho nunca a ese chico del instituto que te gustaba ¡Hay que pasar página por dios!

Hay gente a la que no es que odie pero me causa rechazo, porque por alguna razón más o menos justificable me da ASCO. El más zarrapastroso de los cantantes de Pereza (Leiva) me da una grima que pa qué; tiene pinta de ser un hediondo que jamás se ducha, que apesta a sudor y cangrejilla, y que además lo remata siendo un salido. Otro que me despierta más o menos los mismos sentimientos es Antonio Orozco… ¡Puaj!

Manuel Carrasco podría entrar dentro de este grupo, pero sólo me da grima a veces, así que no sería del todo justo, no como el actor Antonio Dechent que se lleva la palma, porque aunque de entrada no me resulte repulsivo, el hecho de que siempre haga de cabrón, bruto, salido o violento, no ayuda demasiado, aunque, eso si, debe sentirse realizado como profesional, pues sus interpretaciones calan más allá de la pantalla, y hacen que la aversión que siento hacia sus personajes se traslade a su persona.

A Paulina Rubio no sé si la odio y en el fondo me da hasta lástima. Hay que admitir que lo de esa chica tiene mérito; es fea y no sabe cantar, pero vende millones de discos de música petarda, gracias a coreografías en las que asume siempre el papel de putilla viciosa, y a su actitud vital de calientabraguetas cachonda. Si no fuera porque con tanto movimiento se le caerían, juraría que lleva enchufadas las bolas chinas todo el día, porque si no, no entiendo por qué anda siempre con la boca abierta, manteniendo una expresión a medio camino entre el resultado fallido de una lobotomía y la sobreexcitación sexual. Apuesto más por lo segundo, y que de hecho la abre de esa forma tan “sugerente” a la vez que poco sutil, a la espera de que le entre algo que la cierre (y no me refiero a una mosca precisamente).

La lista podría seguir con tertulianos de programas de cotilleos (de donde destaco a Jaime Peñafiel, que no sólo debería replantearse el sentido de su vida, sino que alguien debería asesinarlo), kinkis sin otra ocupación en la vida que hormonarse, robar, y joder al mundo en general, y demás gentuza, a la que desde aquí le doy mi más sincero agradecimiento, no sólo por animar mis días, sino por ser una inspiración y una motivación suficiente para superarme, y tratar de ser todo lo contrario de lo que ellos son. Gracias a todos.

domingo, 16 de septiembre de 2007

La peluquera frustrada

En un artículo del pasado mes de Julio (La cocinera siniestra), hablé de cómo las personas más anodinas podían resultar fascinantes si uno se paraba a fantasear sobre sus vidas; ya fuera a partir de unas dotes especiales para inferir cosas a raíz de pequeños detalles, una extraordinaria intuición o algo de imaginación...
El otro día fui a cortarme el pelo a donde voy habitualmente, y mientras la peluquera hacía su trabajo, yo me puse a pensar en la recepcionista que siempre me cobra. No era la primera vez que me detenía a pensar en ella, porque siempre me ha llamado la atención. Es una mujer de unos veintimuchos muy mal llevados o treinta y pocos no muy cuidados, que parece estar siempre en su planeta y rara vez sonríe. Sus movimientos son lentos y algo torpes; como si su mente estuviera entretenida en algún pasatiempo interno y su cuerpo se moviera de forma automatizada, realizando su rutinario trabajo mecánico. A pesar de no ser precisamente una jovencita, da la impresión de que fuera la becaria del lugar, pues no tiene grandes responsabilidades; cobra, barre el pelo del suelo, y en alguna ocasión, si tiene suerte y las demás van mal de tiempo, puede llegar a lavar y secar una cabeza. Parece que hubiera entrado de aprendiz nada más sacarse el título de peluquería, pero no hubiese alcanzado aún el rodaje y aprendizaje necesarios para desenvolverse como la profesional autónoma que ya debería ser. Si no se trata de eso no comprendo muy bien el propósito de que la tengan en nómina, porque en el resto de peluquerías en las que he estado, son los mismos trabajadores quienes se encargan de cobrar y recoger el pelo sobre la marcha. ¿Para qué iban a pagar un sueldo más sin necesidad?

Puede que a raíz de haberse propuesto dar oportunidades a gente a la que normalmente no se le hace caso, la conserven allí, manteniéndola entretenida con "tonterías" que realmente no requieren su dedicación. Seguramente debe ser familia o amiga de alguien relacionado con la contratación de personal, que por cariño o lástima, le habrá dado un trabajo para que haga algo con su vida, diciéndole al resto de empleadas que tengan paciencia con ella, que le hagan sentir importante y la traten como a una más. El por qué situarla en una peluquería y no en cualquier otro sitio, lo atribuyo a que quizás ansiaba ser peluquera, y de este modo, aunque no pueda cortar el pelo sino, como mucho aplicar tintes, está trabajando en el lugar de sus sueños. Quién sabe.

Sería por tanto una potencial peluquera frustrada, pues aunque quiere ejercer como tal y convive cada día con secadores y tijeras, tiene que ver con impotencia desde el mostrador cómo otras cumplen su sueño. Esto por supuesto se manifiesta en su cara, no sólo en su mirada perdida y en sus movimientos carentes de dinamismo y viveza, sino en todo su ser. Anda algo encorvada y arrastra los pies, como si reflejara lo que para ella es su vida, una sucesión de días iguales en los que no hay ningún aliciente lo suficientemente bueno como para calzarse unos tacones y hacer sonar sus pasos. Ni quiere estar ahí, ni quiere estar así, ni quiere que los demás la perciban; cuanto más inadvertida y sin sobresaltos pueda pasar su jornada mejor. Puede que así no tenga emociones en el día a día, pero es mejor no tener estímulos, porque igual que podrían ser buenos, podrían ser malos, y bastante tiene ella con cargar con una existencia que no le termina de gustar como para encima llevarse disgustos sin necesidad.

Además, está en esa edad en la que ve como todas las personas de su alrededor se enamoran, se casan, tienen hijos, y son felices con una vida familiar a la que se dedican con el mismo empeño que antes ponían en estar guap@s para encontrar a ese alguien especial. Los años no perdonan, y con las arrugas y la flacidez, vienen también la perdida de ilusión por las cosas, la envidia hacia quienes han conseguido lo que uno tanto ansía, el cansancio por la vida en general, y la aplastante frustración de saber que realmente no hay nada nuevo bajo el sol. Ella está en ese punto, y hace unos años, en un desesperado intento por competir con las jovencitas que le suponían un obstáculo a la hora de encontrar al hombre de su vida, “rejuveneció” su aspecto con una mustia melena planchada, teñida de un artificial rubio platino, que no tiene ni la más nórdica de las nórdicas.

Obsesionarse por la soledad es contraproducente, pero preocuparse por ella es algo inherente a la condición humana; la gente necesita saber que contará con ese alguien especial con el que compartir la vida, y ver que por más que uno lo busque no llega, y que mires donde mires parece que es un problema que no tienen los demás, puede llegar a frustrar mucho, y lleva a actos desesperados como el que refleja su antinatural cabello.

La sociedad en la que vivimos te hace creer que si llegada una determinada edad no tienes pareja estable, jamás la tendrás, y pasas a ser un sujeto de clase B (al más puro estilo de la película Gattaca). Entre mis amistades que pasan la veintena pero no llegan al cuarto de siglo, hay gente de la que no se puede decir que haya tirado la toalla, pero que desde luego no es demasiado optimista a este respecto. Una buena amiga afirma con tono burlón, pero puede que con algo de pesadumbre oculta, que acabará como la señora de los gatos de Los Simpson: sola, vieja y malhumorada; en una enorme casa llena de tapetes, y rodeada de decenas de gatos que le harán compañía y sobre cuyas vidas girará la suya (lo de arrojárselos a la gente es otra historia).



Cuando el pelo se nos vuelva gris o se nos caiga, podremos empezar a plantearnos que si seguimos solos es porque igual algo falló en nuestra vida y nuestros actos; mientras tanto deberíamos disfrutar de nuestra existencia, ser optimistas, y sobre todo, no dejar que si estos temas llegan a atormentarnos en algún momento, se note. Si no te quieres no te quieren. Es así de sencillo. Siempre he dicho que la mitad de la belleza y el encanto personal de alguien están en su actitud, y si sabes exteriorizar sólo lo que te interesa, tienes la mitad del trabajo hecho. En ese sentido me siento afortunado por ser capaz de sentirme totalmente pleno sin necesidad de emparejarme.

En síntesis, te digo desde aquí Lucy (he decidido llamarla así), que como quiera que sepas y puedas, intentes cambiar el chip, que no tienes por qué resignarte a un destino tan poco atractivo como el de pasar tus días tediosamente hasta que no te queden más; que hay todo un mundo estimulante por descubrir ahí fuera, lleno de gente interesante que, del modo que sea, puede alegrarte la vida, y que aproveches tus días, porque es muy poco el tiempo que pasamos vivos, con un cuerpo y una mente que nos permitan disfrutar de todo lo bueno que tiene el mundo. ¡Atrévete a vivir, Lucy!

viernes, 14 de septiembre de 2007

¡Bendito cansancio!

Ayer salí a correr por primera vez en mucho tiempo (o igual no tanto, pero el mono hace que parezca más). Me vestí de gentuza, me calcé las dos motrocosas “naves espaciales” que uso para hacer footing, y antes de salir me miré detenidamente en el espejo pensando: "¡Que lástima Pablo! ¡Con lo que tú has sido…!"

Conforme me iba vistiendo y preparaba las cosas, me fue entrando una vagancia y una dejadez que ni te cuento. Llevaba un huevo sin hacer footing, y además había estado estudiando, así que mi actividad física se había visto reducida principalmente a criar culo en una silla, algo que para un “culoinquieto” como yo, es desesperante. Hay gente más o menos activa, y yo soy de esas personas que se va caminando a la otra punta de la ciudad si se le antoja comprar una libreta. Además, cuando salgo a la calle a lo que sea, no es que camine más o menos ligero, sino que llevo un paso que pocos saben seguir sin quedarse con la lengua fuera. mi amiga MaRía merece una mención especial, porque tenemos un concepto de lo que es pasear poco coincidente con el del resto del mundo; no es que vayamos con paso ligero, es que vamos “al fuego”; caminando, pero dando la sensación de que llegamos tarde a algún sitio, de hecho, muchas veces nos frenamos el uno al otro, porque a lo mejor hemos estado una hora de cháchara con la vista al frente sin ni siquiera mirar al otro, mientras gastamos las suelas y la calzada.

El caso es que llegué, me subí a la cinta de correr (yo soy así, en vez de disfrutar del medio ambiente adoro correr en cinta), y me ajusté los auriculares del mp3 mientras caminaba a paso lento, para en pocos segundos pasar a ligero, continuar con un trote breve, más intenso, un poco más, correr moderadamente, y por último, llegar a la velocidad deseada dejándome los pies y la vida.

Llegar a ese punto en el que sientes como todo tu cuerpo se coordina para dar el paso perfecto y certero, pisando en el sitio exacto, manteniendo el tiempo justo la pisada en el suelo, y sabiendo además que no puedes despistarte, porque la cinta sigue avanzando y si no reaccionas te caes de boca, es algo maravilloso y muy gratificante.

Hay quien dice que no puede correr con música porque se desconcentra y no coordina bien los pasos. Yo personalmente no concibo correr sin ella, es más, cuando me he visto obligado a hacerlo así porque se me acaba la pila del reproductor o me olvido de los cascos, el footing pasa de ser una tarea agradable y estimulante, a un coñazo insufrible que a los diez minutos me tiene cansadísimo. Mi mp3, relegado a la tarea de motivarme en esos momentos, tiene toda la música acelerada y de pastilleros que jamás oiría en ocasiones normales, pero que me motiva hasta límites insospechados para “maltratarme”.
Así, tengo determinadas canciones que directamente me disparatan, porque tienen una percusión o un compás perfecto para sincronizar cada pisada, y suenen cuando suenen, sea al principio o al final de la sesión, que es cuando uno tiene que llevar un ritmo más lento, subo el volumen, aumento la velocidad en el panel de control, y “bailo”. Si, bailo, porque esta es la forma que tenemos de seguir la música todos aquellos que jamás bailamos en público, pero que poseemos cierto sentido del ritmo.

Muchas veces tengo que hacer verdaderos esfuerzos faciales porque se me llega a dibujar una sonrisa en pleno frenesí musical, y es que cuando corro soy feliz, es así de sencillo. Ni siquiera tengo ninguna necesidad de correr, en el sentido de que no necesito bajar de peso, y de hecho sería contraproducente que lo hiciera, así que lo hago, pero después no me privo de comer lo que me venga en gana, sin pensar que he corrido en vano ni mucho menos. Sencillamente me gusta.
Sudas, fuerzas el cuerpo, te da sed y te cansas, pero es un cansancio que no cambio por nada, pues al acabar no sólo te sientes realizado por haber hecho algo saludable, sino que te llega un chute increíble de serotonina (la hormona de la felicidad), sólo equiparable al que recibes cuando te proporcionan un orgasmo.
Puedo decir que en ese sentido soy adicto a la felicidad, que se consiga de la forma que sea, es pura química al fin y al cabo.


domingo, 9 de septiembre de 2007

Las chicas son guerreras

Si algo hemos aprendido de la nueva hornada de series políticamente correctas en las que se trata de eliminar cualquier atisbo de discriminación, es que “las chicas son guerreras”... y nosotros gilipollas.

En pro de buscar la igualdad entre sexos, ha habido en los últimos años una proliferación de series protagonizadas por personajes femeninos, que no sólo han dejado de ser las serviles esposas descerebradas tras la sombra hombres triunfantes -imagen contra la que se lleva luchando décadas- sino que ahora son la polla en verso. Son mujeres liberadas, fuertes, inteligentes, valientes, independientes, ambiciosas, arriesgadas y plenas, que sin embargo -pobrecitas- tienen que lidiar con los personajes masculinos más imbéciles y deleznables que uno pueda imaginar.

Las profesoras del colegio de Los Serrano eran listísimas y unas profesionales como la copa de un pino, que además (por supuesto), ejercían de esposas, madres y amas de casa de forma impecable; y en vez de ser premiadas por tanta entrega y dedicación con unos esposos igual de maravillosos, pasaban con resignación cristiana mil perrerías de los gañanes de sus maridos. Las aún más perfectas “chicas” de Sexo en Nueva York (así como las protagonistas de las series clónicas que salieron a continuación, o las de la española Canguros), se relacionaban en una mayoría de casos con tíos salidos, raros, o que al final demostraban ser unos imbéciles.

Estos estereotipos también se trasladan al campo de la animación juvenil. En Los Simpson y Padre de familia, las esposas aguantan resignadas todas las subnormaladas que llevan a cabo sus deficientes maridos; Kim Possible debe salvar al inepto de su amigo en cada aventura, y la protagonista femenina de Futurama, una eficiente mujer de acción que se ha hecho a sí misma a pesar de su difícil infancia, trabaja junto a un idiota que es más simple que el mecanismo de un cubo.

Si alguien cometiera el atrevimiento de plantear una serie en la que la pareja protagonista invirtiera los papeles, se armaría la de Dios: acusarían a los productores de misóginos, las organizaciones feministas pondrían el grito en el cielo, sería tema recurrente en debates y tertulias de diversa índole, y lo más probable es que acabaran retirando la serie en cuestión. Y es que por lo visto, se puede ser sexista siempre y cuando no sean las mujeres quienes salgan mal paradas.

De la condenación de actitudes machistas y el rechazo al estereotipo de mujer florero, se ha pasado a otra nueva variante de super mujer que lucha, no sólo en su vida personal, sino literalmente, repartiendo golpes y aniquilando a los malos, sin renunciar a su feminidad, porque querer equipararse a los hombres no tiene por que implicar dejar de mostrar los encantos. Nace así la heroína de turno que corre, salta, pelea y extermina a los villanos ataviada con unos modelitos imposibles. Hemos visto a las Embrujadas o a Buffy Cazavampiros acabando con seres demoníacos enfundadas en favorecedores vaqueros, elegantes camisetas de escotes vertiginosos, botas altas y un peinado de peluquería que no se resiente con nada. Y todo, absolutamente todo, sin derramar ni una sola gota de sudor ¡Eso sí es una mujer coño!

El auge de superhembras combatientes ha sido espectacular. De Nikita a Dark Angel, pasando por Cazatesoros (que también era secundada por un necio), Xena (de lo más casual con su sujetador, minifalda y botas en plan rústico), o Alias, donde el mayor reclamo publicitado eran los mil cambios de look que sufría la protagonista para cada misión, siempre con ropa sugerente, aunque fuera vestida de sepulturera.



Por supuesto todo esto ha trascendido al mundo de los dibujos animados, los videojuegos y el cine. La intrépida y sensual Lara Croft se ha convertido en el personaje de videojuego más famoso de todos los tiempos, aunque dudo que con las supertetas que le pusieron pudiera correr demasiado bien; viendo el cartel de algunas películas que explotan este perfil de mujer, podemos adivinar que la trama es absolutamente secundaria. El de la foto es de Los ángeles de Charlie, en donde para que se hagan una idea, llegan a bucear con neoprenos escotados…


Ya no basta con ver a una tía buena retorciéndose de éxtasis alrededor del producto de turno a publicitar (lo cual me recuerda que debo probar el Herbal essences y el Häagen-Dazs), ahora parece que si no llevan una pistola y reparten patadas en la cabeza, no terminan de conseguir el efecto morboso que se busca. Lo triste es que todas estas féminas guerreras pretenden quedar como mujeres completas del nuevo siglo, cuando lo único que consiguen es perpetrar más el estereotipo de floreros. Visto lo visto, no sé con que imagen de las mujeres quedarme; con estas que pretenden ser “lo más” y se quedan en la superficie luciendo palmito, o con las intelectuales que nos dejan injustamente por los suelos…