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miércoles, 25 de febrero de 2009

Carnavaleando

El carnaval de Santa Cruz de Tenerife es el más conocido de España, y un referente a nivel europeo y mundial. Yo soy joven y chicharrero (santacrucero), y sin embargo no soy carnavalero. Soy raro.
En realidad no es que no me guste, todo lo contrario; me parece divertido y original, y constituye una buena ocasión para hacer algo diferente. El “problema” es más bien que salir de fiesta no es lo mío, y ya sea dentro de un bar o disfrazado en la calle, no es el ambiente en el que más cómodo me encuentro.

Durante años salí con la gente de mi clase, con quienes recuerdo divertirme, pero realmente no sé cómo lo conseguía. Supongo que entre que llegaban todos, pasábamos por el kiosco del colegio, íbamos a la feria, comíamos algo y enredábamos el tiempo, se pasaba la noche, resultando que, a pesar de estar de fiesta, me divertía. Un buen día me di cuenta de que realmente no pintaba nada allí, y desde entonces no volví a salir.
Lo que aún sigue gustándome es ir a la calle a juronear, a respirar el ambiente, a dar una vuelta por las calles llenas de gente disparatada y con ganas de diversión, y sobre todo a deleitarme con los disfraces, que al fin y al cabo, son la esencia de esta celebración.
Existen diferentes tipos de carnavalistas en base a la edad, personalidad, ingenio e intenciones. A grandes rasgos son los siguientes:

1 - Simplones: Suelen (o solían) ir vestidos de peluche, y aunque afortunadamente cada vez hay menos, hubo una época en que era el disfraz oficial de los adolescentes. Cuando yo salía así, lo hacía como debe ser: me ponía el mono peludo, me pintaba la nariz de negro, y si estaba inspirado me maquillaba el resto de la cara; conforme pasaba la noche acababa amarrándome la parte de arriba a la cintura, pero no lo hacía desde que salía de mi casa, como hace ahora todo el mundo. Los peluches han sido suplantados por un disfraz aún más simple: Los uniformes, es decir, ponerse la ropa de trabajo de empleos reconocibles (sanidad, policía, mecánicos, etcétera). En el caso de los chicos, es también muy socorrido el recurso putón verbenero con pinta de travesti, ya sea por sí solo, o bien combinado con lo de las profesiones habituales (el colmo de la originalidad).

2 - Buscones : A bailar se sale todo el año, en carnavales la gente sale a follar. De ahí que insistan tanto las campañas que promueven el uso del condón, y que este año los hayan repartido de una forma tan masiva. En consecuencia, la sutilidad suele brillar por su ausencia, y resulta fascinante ver el ingenio de la gente, para procurarse disfraces minimalistas con la máxima de enseñar toda la carne posible. En el caso de las chicas da igual de qué vayan, sea de lo que sea, se las arreglarán para ataviarse con el escote más pronunciado y la mini más corta que haya. Las más morbosas suelen ir de “diablitas”, enfundándose libidinosos trapitos de cuero, que complementan con una diadema de cuernitos. Si sustituimos los cuernitos por dos orejitas peludas, irán de ratón, o de osito... ¡Las posibilidades son infinitas!
En el caso de los chicos lo más socorrido es el tema mitológico: Grecia, Roma, Egipto, Esparta…; da igual la procedencia mientras puedan mostrar el torso que se han procurado a base de gimnasio. El año de la película 300 aquello fue un verdadero espectáculo, y es que gracias a la misma, pudieron salir en capa y calzoncillos con cierta justificación.

3 - Anodinos: Personas que salen disfrazadas pero que más valdría que salieran “de calle”, o que directamente se quedaran en casa. Sus disfraces son sosos, cutres e insípidos, y resultan tan apáticos como la cara de algunos de sus portadores. Suelen ser personas mayores que lo hacen por consideración hacia sus cónyuges, o foráneos desubicados.

4 - Carnavaleros: Aquellos que realmente viven la fiesta, y que independientemente de la calidad y originalidad de sus disfraces, saben disfrutarla de verdad. La máxima expresión de estos se encuentra en el siguiente grupo:

4.1 - Payasos : No me refiero a los que van vestidos de payasos, sino a los que son payasos por definición, en el mejor sentido de la palabra; personas que se curran unos disfraces tan originales como divertidos, y que lejos de ir a lo suyo, tratan de llamar la atención y hacer pasar un buen rato a los demás. Estos últimos elementos son los que hacen que realmente merezca la pena salir a la calle a ver el ambiente. Hay mucha creatividad por ahí suelta.

4.2 - Homenajadores : De lo mejorcito junto a los payasos; son gente que se propone disfrazarse de un icono o personaje popular, y lo hace con todas las de la ley, elaborando una caracterización a mano tan perfecta y digna de admiración, que da miedo acercarse a ellos por si se la estropeas. Si en ediciones anteriores triunfaron los Jack Sparrow, este año auguro una invasión masiva de Jokers y Amys Winehouse.

Por último, están los Voyeurs ( 5 ), o lo que es lo mismo, gente como MaRía y yo, que salimos sin tan siquiera un fisquito de purpurina, como si de un día cualquiera se tratase, pero enseguida nos contagiamos del buen rollo callejero.


¡Feliz carnaval… y cuidado con lo que se hace!






martes, 24 de febrero de 2009

“Pe”

*Extracto de una tira del genial Rubén Fernández (el jueves), sobre lo que pasaría en esta edición de los Oscar. Dice así:

"Penélope Cruz nominada a Mejor actriz secundaria. A continuación, un repaso a la consideración de Penélope Cruz por parte de los medios en los últimos años"

¡Qué Dios nos coja confesados para la que se nos viene encima!

domingo, 22 de febrero de 2009

¿Por qué tú también podrías ganar un Oscar si te diese la gana?

A escasas horas de la entrega de los Oscar, rescato un monólogo alusivo de la época dorada de "No Somos nadie", cuando Pablo Motos te despertaba desde M80 con una sonrisa, en lugar de conducir un espacio televisivo más mediocre. Dice así:

Hemos estado analizando durantes diez minutos todas las estadísticas de los ganadores de los oscars en todas las categorías, y hemos encontrado las claves para hacer una película y ganar, como mínimo, siete oscars sin despeinarte. Íbamos a hacer las claves para ganar un Goya, pero como sólo hay una…: hacer una peli que retrate la Guerra Civil a través de la mirada de un niño, y la llamas algo así como Las patas del saltamontes o Qué poco pesan las mariposas, o Dónde está la mosca, aquí o aquí. En fin, esas cosas que nos gustan tanto a los españoles.
Pero no nos desviemos del tema. Una cosa que viene muy bien para ganar un Oscar es ser norteamericano, porque si no, sólo puedes optar a la castaña de Oscar a la mejor película extranjera, que lo dan a las seis de la mañana, cuando ya se ha ido Rusell Crowe.
Ahora, si aún así quieres ganar el de la película extranjera, nada mejor que hacer un filme que
retrate la Guerra Civil a tavés de la mirada de un niño. Y la llamas The butterfly pillow o Where is the fly, here or here, y con un poco de suerte te llevas el Goya y el Oscar.

Para ganar el Oscar al mejor actor, coges al actor que más de moda esté y lo pones a hacer de zumbado con brotes de genialidad, o bien de superdotado con brotes psicóticos. Y ya si quieres asegurarte del todo, que esté condenado a muerte y que tenga doble personalidad. No se te ocurra matarlo al final, como en Phenomenon.
Vale, y diréis: sí, es muy fácil el de actor, pero ¿y el de actriz? Es muy sencillo. Si quieres el Oscar a la mejor actriz, coge a la actriz más guapa y buenorra que haya en el plantel, y que haga un papel de fea y mojigata. Y tienes que decir muchas veces que han estado nueves horas
maquillándola. Aunque todos sabemos que, si han estado nueve horas maquillándola, deberían despedir a la maquilladora, porque vaya lerda…
Una cosa importante: si queréis un Oscar femenino, no cometáis el error de contratar a Whoopi Goldberg, porque ella presenta los oscars, y no se puede dar un Oscar a sí misma. Además, bastante tiene Whoopi Goldberg con peinarse todas las mañanas… Eso hay que verlo.
Y diréis: “vale, los actores principales es fácil, pero ¿y los secundarios?”. Hay dos menaras. Una es conseguir que una superestrella reconozca públicamente que ha rebajado su caché para poder hacer un pequeño papel en tu película alternativa. Con eso sería suficiente, pero si no funciona, basta con coger a una vieja gloria y ponerle un papel que nunca habría hecho en el pasado. Coges por ejemplo, a Olivia Neton John ahora, y la pones de prostituta drogadicta. Y con una nariz falsa si puede ser. ¡Y es que lo tienes hecho tío!

Queda el Oscar al director. A éste lo mejor es
renunciar, porque se lo van a dar a Spielberg. Nos lo saltamos. Vamos mejor a por el Oscar de la música. Si es de dibujos animados, vete rápidamente a contratar a Phill Collins, que, para que lo entendáis, es como la Teresa Rabal de los Oscar, y te aseguras un osquítar. Nunca uses un clarinete. Jamás oirás: “Y el Oscar es para… Kenny G.” A Kenny G., como mucho, lo escucharás en el ascensor de los Oscar.
Para el Oscar al mejor guión, hay varios truquitos. Por ejemplo, empezar por el final y entrelazar varias historias sin relación aparente entre ellas. No olvides la historia de los viejos, y que al final se encajen todas como un puzzle a base de flash-backs. Recuerda que debes evitar caer en la tentación de meter a Whoopi Goldberg. Ah, y no te olvides de meter al
actor principal apareciendo en otras épocas en blanco y negro, dándole la mano a John Lennon, Kennedy y Gandhi.

Pero el consejo clave es que ¡nunca hagas pelis de miedo! ¿Por qué? Porque el jurado es muy mayor… y les da miedo. Por eso ganan tanto los musicales. Ellos dicen “Queremos de cante y baile, queremos de cante y baile”. ¡Cabaret! ¡Chicago! ¡Moulin Rouge! ¡Show Girls! ¿Dónde está la mosca aquí o aquí? En fin, chicos, suerte a todos, y no olvidéis presentaron antes a los Globos de Oro, que son la antesala.



miércoles, 18 de febrero de 2009

Marujas contra ciclistas

A pesar de llevar más de un año en activo, hay quien aún no se entera de cómo funciona el tranvía de Tenerife. Tiene capacidad para bastantes pasajeros, y cuenta con una zona habilitada para gente de “movilidad reducida”, en donde tienen prioridad los minusválidos, las embarazadas, los carritos de bebé y las bicicletas. Se trata de un pequeño espacio especialmente acondicionado para eso, en el que normalmente los viajantes asumen que va a ser ocupado por todo lo que implique ruedas. Pues bien, aún así, cada vez que me subo con la bici, que es a menudo, tengo que aguantar reproches, quejas en voz alta y hasta sermones, por parte de las putas viejas tocapelotas, que a la hora de quejarse y exigir, son las primeras que se apuntan al carro. No les gusta no poder moverse con soltura por esos asientos y te lo recriminan a ti por inmoral. ¡Tócate los cojones!

La última conversación al respecto (y me temo que no la última que tendré), fue un día que ya venía calentito, en el que nada más subir me atacaron en tono imperativo y déspota:


- ¡Tienes que quitar la bici!

- ¿Perdón?

- Que tienes que quitar la bici para que la gente se pueda sentar.

- ¿Cómo que la quite? ¿Y qué hago, me la como?

- Es que no puedes tenerla ahí.

- Si que puedo, está permitido.

- ¿Cómo va ser eso?

- Pues siendo, además, aquí yo tengo prioridad.

- ¿Cómo vas a tener prioridad? ¡Sólo faltaba!

- ¿Ve ese cartel? Léalo, lo dice bien claro: En estos asientos tienen prioridad las personas de movilidad reducida y las bicis, y si queda sitio, pueden sentarse otros pasajeros.

- ¿Pero qué dices? ¿Dónde se ha visto que las bicicletas tengan prioridad sobre las personas? ¡Qué disparate!

- Vamos a ver señora… la cosa es así, usted tiene todo el tranvía para sentarse, que no es poco, y nosotros un par de sitios; si no le gusta ver bicis, váyase a otro lado.

- ¡Es que si va a estar la gente incómoda, lo que tienes que hacer es no traerla!

- Sí, lo que faltaba; me permiten subirla y voy a dejar de hacerlo porque a usted no le guste. ¿No te fastidia?

- ¡Qué vergüenza!… ¿Dónde se ha visto? ¡Qué falta de consideración! ¡Qué poco respeto!
¡Qué… !

- ¡Que me dejes vivir joder! La cosa funciona así, y si no te gusta te la envainas, pero déjame ya en paz.


Cuando me desentendí de ella y seguí leyendo mi libro con una sonrisa de oreja a oreja (¡Dientes dientes, que eso es lo que les jode!), trató de buscar aprobación del resto de pasajeros, que o pasaban de ella o me daban la razón. Una mujer con carrito de bebé dijo una frase que terminó por hacer que se calmara: que antes de exigir respeto, mostrara ella un mínimo por los demás, que era una malcriada. Bendita sea esa mujer anónima, y a la hoguera las viejas intransigentes.




domingo, 15 de febrero de 2009

¡Sorpresa!

Ayer ¡por fin! celebramos el cumpleaños de mi tía, y las cosas no pudieron marchar mejor. Llevábamos semanas poniendo excusas tontas para no verla, inventando historias para justificar despistes de a quienes se les escapaba algo, y mintiendo como bellacos por el bien del factor sorpresa. Pensábamos, como ya dije, que se imaginaría algo, que se habría quedado con algún detalle delator y que habría atado cabos, pero nada más lejos de la realidad. La dejamos total y absolutamente en bragas. Fue perfecto.

Íbamos a ir a comer al club náutico, que con dos celebraciones de este tipo a sus espaldas, invitaba mucho a pensar en lo que se venía encima. Mis tíos hicieron que tomara un inusual recorrido para llegar al restaurante, alegando una inverosímil patraña para justificar “ese atajo”; cuando entró en una sala llena de serpentinas y globos, en donde la recibimos entre aplausos, pudimos ver en su cara que lo que luego nos confirmó insistentemente: No se olía absolutamente nada.

Pasada la euforia inicial, que fue muy larga y en realidad no decayó en toda la tarde, la interrogamos sobre lo que sospechaba y lo que no, y nos reiteró con todas las de la ley, que realmente no esperaba nada de nada, porque al no tener un marido o unos hijos que le organizaran el cotarro, no creía que fuéramos a molestarnos en coordinar todo ese tinglado; ni se le había pasado por la cabeza.
Salvo un par de ausencias puntuales, allí estábamos todas las personas importantes de su vida, y la felicidad le brotaba por cada poro de la piel; no pudo dejar de sonreír ni un solo minuto.
Después de las emotivas palabras de mi abuelo y mi tío (siempre escriben algo en las ocasiones especiales), llegaron los regalos, que le encantaron, y a continuación el powerpoint. Todos sus sobrinos estuvimos de acuerdo en que a pesar del esfuerzo y dedicación invertidos, había merecido la pena. Al acabar el visionado, la pobre no sabía que hacer; estaba muerta de risa por las coñas que habíamos puesto, y a la vez el borde del llanto. Se le rallaban los ojos por momentos y a continuación estallaba en carcajadas, y fue tal la montaña rusa de emociones que sufrió, que como ella misma dijo, tardará días en asimilar todo esto. Pero aún había más; a media tarde, y aún con el acelerón en el cuerpo (estuvo toda la fiesta con una verborrea nerviosa incontrolable), llegó la invitada estrella: una de sus mejores amigas, residente en Marruecos, a la que hacía cinco años que no veía. Ahí ya la desarmamos por completo, y vi a mi tía emocionada como no la había visto nunca; a todos se nos puso un nudo en la garganta sólo por ver cómo reaccionó.

Fue un día sin desperdicio, perfecto, lleno de emotividad y risas, y donde todo salió a pedir de boca. La cosa no decayó ni un momento, y mi tía no hizo sino deshacerse en alabanzas hacia todos: a sus amigos por haber podido asistir, aún cuando a algunos les suponía un gran esfuerzo (compromisos laborales, académicos y personales), a su familia por ser como son y considerarlos un tesoro, y a nosotros, sus sobrinos, de quienes dijo que éramos el mejor regalo que tenía en su vida. Fue un día inolvidable para todos, especialmente para ella, y que creo que contribuirá a que sus días grises recientes sean sustituídos por “el subidón” de ayer.

¡Felices 50!

martes, 10 de febrero de 2009

Una tía diferente

Llevo una semana a piñón con lo que me había tenido parcialmente entretenido desde principios de año: el cumpleaños de mi tía.
Hace meses que suenan en el aire las advertencias de que habría que empezar a gestionarlo, que luego se nos iba a echar el tiempo encima; como era de esperar, al final lo dejamos todo para el último día, y así estamos ahora, con el culo en las dos manos y atacados de estrés. Como en las anteriores conmemoraciones del medio siglo de los adultos de mi familia paterna, tocaba hacer el powerpoint de turno, y tratándose de quien se trata, y con todo el juego que da por la de coñas y bromas privadas que ha generado, este nos está ocupando más tiempo que ningún otro.

La primera fase comenzó con el escaneo masivo de fotos, previa labor de búsqueda entra cajas y álbumes propios y de amigos; lo más difícil fue usar las suyas propias sin que se diera cuenta. Aprovechando que tengo un juego de llaves de su casa, entré por la mañana un día laborable; me senté en la alfombra a faenar con el portátil y el escáner, y estuve toda la mañana trabajando sin descanso. No pude comer nada porque lo notaría, no cogí ni toqué nada, ni dejé ningún rastro que pudiera delatarme. Ninguno.
Tras la semana final que tenemos por delante, el sábado será su gran día, y con la que estamos montando, creo que no lo olvidará nunca. Dados los antecedentes, tenemos claro que intuirá algo, pero al menos hemos sido lo suficientemente discretos como para que la sospecha no sea una evidencia clara. La llevaremos a un restaurante bajo el pretexto de hacer algo especial los de siempre, y cuando llegue allí no sólo se encontrará con la familia al completo, sino que además estarán sus amigos de toda la vida y gente a la que no ve desde hace años, siendo la invitada estrella una amiga que vive en Marruecos.

Como ya adelanté aquí, la relación que tenemos los primos con nuestra tía es realmente especial, tanto, que además de reunirnos periódicamente para irnos a comer todos juntos, contamos con ella como una más en nuestros planes habituales. Una de mis primas sale siempre con ella en carnavales, y asegura que en su compañía se lo pasa mejor que con nadie; su hermana viaja con ella a todos lados y se lo pasan como los indios. Además vive al lado de mi casa, por lo que mi hermana y yo la vemos con frecuencia, y por mi parte, solemos almorzar e ir al cine juntos muy a menudo.
De puertas hacia fuera puede chocar que una mujer que va a cumplir los 50 pueda resultar la mejor compañía para personas de entre 22 y 31, pero eso es porque no la conocen. A mi tía hay que vivirla para entenderla. Su sentido del humor, ingenio y espontaneidad son únicos, y creo que todos los que la disfrutamos en la familia, podemos afirmar que se trata de la persona más divertida que hemos conocido.

Últimamente anda un poco decaída por múltiples razones, y por las reacciones que ha tenido estos días respecto a ciertos comentarios, se deduce que quizás la tenemos más engañada de lo que creemos con lo de la fiesta. Nos está costando horrores no decirle que la razón de que estemos tan poco disponibles no es algo personal, sino que tiene que ver con su cumpleaños, pero sería absurdo tirar por la borda tanto esfuerzo. Cuando veamos su cara y los lagrimones (que los habrá), sabremos que habrá merecido la pena.



jueves, 5 de febrero de 2009

Perseguido por un tarado

Quisiera presentarles a un vecino "especial": Ronda los 50 años, es un esquizofrénico salido y me persigue.
Resulta que un día me quedé por fuera de casa sin llaves, y como quedaba una hora para que viniera alguien que pudiera abrirme, saqué de la carpeta mi ejemplar de “El jueves”, y me puse a leer en un banco de la plaza de mi comunidad. Al poco se acercó un tio rarísimo, y me preguntó con una sonrisa perturbadora, si me parecía que el tema de ETA era supcestible de ser tomado a broma (la portada de la revista tenía un chiste con un etarra como protagonista). Le contesté con naturalidad, pero con un resquicio de “quién te ha dado vela en este entierro”, que se trataba de una revista satírica sobre política y sociedad, y que por tanto era lógico que trataran el tema desde el humor, igual que hacen con los demás problemas del país. No sé si la respuesta le satisfizo, pero creo que ese fue el momento a partir del cual decidió acosarme.

Como no podía entrar en mi casa, en la calle no había nada abierto, y aunque quisiera no lo habría podido espantar, puesto que sabe quién soy (mi abuelo vivió en mi piso), y de todas formas iba a tener que esperar allí, acabé aguantándole el peñazo. Empecé pensando que era un tipo peculiar, para pasar a los pocos segundos a considerarlo raro, y concluir enseguida que estaba trastornado. Para empezar iba con unas gafas con acristalado doble, que cumplían las veces de gafas de vista y de sol ¿Saben a las que me refiero? ¿Recuerdan aquellas con dos juegos de lentes superpuestos, cuyos cristales de sol podían levantarse y quedar como un toldo sobre los normales? Desde entonces nunca lo he visto sin ellas, y lo que es peor, nunca lo he visto sin los cristales de sol subidos.
El resto del look lo completan un viejo chandal arrugado, y un cordón al cuello de piolín, con un gancho para las llaves del que no cuelga nada; le asoma tal cantidad de pelos por la nariz, que la trenza de Rapunzel es en comparación un pelo púbico, y va “peinado” como Albert Einstein (no voy a decir “como un loco”, porque además de potencialmente peyorativo, es una redundancia).

Durante el rato que estuvo desvariando mientras yo luchaba por llevar la conversación dentro de los márgenes de la normalidad, me dejó claro en todo momento lo altamente cualificado que estaba en las más diversas materias, haciendo hincapié en el inglés y la informática. Respecto a la primera me invitó a que lo habláramos para practicar ¿?,y en cuanto a la otra me contó cómo Bill Gates le había robado una idea millonaria…
A lo largo de la charla (su soliloquio en realidad), me invitó repetidas veces a subir a su casa, ya fuera para darme clases gratis de inglés e informática, como para invitarme a merendar. Hice bien fiándome de mi instinto y poninendo pies en polvorosa en cuanto vi aparecer a mi madre.

Desde ese día empezó la persecución, y día si día no, me lo encontraba allá donde fuera. Cada vez que me veía me hacía algún comentario anormal, me repetía el ofrecimiento de subir a su piso, y me intentaba colocar otro ladrillo antes de que me largara con alguna excusa. Un día estaba en el videoclub escogiendo una película (¿qué iba a hacer allí si no?), con la mala suerte de que entró a dar el coñazo. Como no tenía escapatoria y aún no me había visto, me escondí tras un cartel promocional, haciéndole un gesto de súplica a la dependienta para que no advirtiera mi presencia. Un vez se fue, me avisó con una mirada de complicidad para que volviera a salir, y es que la empatía es un sentimiento muy poderoso, y todo el mundo en el barrio sabe que es un pegoste de tío. Sin ir más lejos, mi tía me relató cómo haciendo la compra en el supermercado, vió cómo le comía la oreja a una pobre mujer que hacía cola en la charcutería, y que casi tres cuartos de hora después, cuando ya se iba para pagar, aún seguía taladrándole la cabeza. ¡Qué suplicio por dios!

Esta misma tía me contó además, que en el grupito de amigos lo llamaban penerecto porque era un salido, algo que pude comprobar yo mismo: Un día me abordó en la papelería, que al ser estrecha y de pasillo, no ofrece oportunidades para huir. Me preguntó si había visto el CD que me había dejado en el buzón, y le contesté evasivamente que mi ordenador no funcionaba, pero aquello fue peor; no sólo se interesó por lo que le pasaba, sino que nuevamente encontró un pretexto para que fuera a verle a su piso. Traté de cortar de raíz explicándole que se trataba del cortafuegos, y entonces viví uno de los momentos más bochornosos de mi vida: me preguntó si era por entrar en páginas guarras, y a continuación, en un tono de voz elevado, y en presencia de los libreros cincuentones modositos, así como de todas las adorables ancianitas del lugar, comenzó a relatarme con precisión las lúbricas páginas que solía visitar, recomendándome con entusiasmo algunas de ellas. Me escabullí de allí como pude, rezando por no volver a dar con él, algo que por supuesto no se cumpliría. Volví a verlo en la farmacia, la peluquería, el bar, y casi en cualquier sitio cercano a mi casa. Un buen día estaba jugando con mi primo de 3 años en los jardines del edificio y se acercó a preguntarme por “mi hermanito”; fue entonces cuando abandoné todo civismo, lo cogí en brazos y eché a correr, que yo machangadas y vergüenzas puedo aguantar, pero que ese sátiro mire a mi primo pequeño no. Desde entonces he adoptado esa técnica salvaje, y desde que le veo me doy media vuelta, me haya visto o no, y tiro en otra dirección.
¡Déjame en paz pesado!