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lunes, 30 de junio de 2008

Endorfinas colectivas

Si hay un gusto no compartido con mis congéneres masculinos que en cierto modo condicionó mi infancia, es mi indiferencia hacia el fútbol. No es nada personal ni algo que me haya propuesto, es que sencillamente nunca me ha llamado la atención. Cuando era pequeño era de los escasos niños que no se apuntaba a un partido, y jamás seguí uno por la tele por resultarme soberanamente aburridos. Nunca jugué a las chapas simulando que manejaba a los jugadores que representaba cada una, no coleccioné cromos de equipos, y jamás tuve balón reglamentario ni uniforme deportivo.

Como es lógico, todo eso repercutió en la amistad con mis compañeros de clase, con quienes no me llevaba mal, pero si mantenía en términos generales, una relación más distante que con quienes no jugaban todos los recreos al balompié: los otros raritos y las niñas.
A pesar de pasar tiempo con los futboleros y reirme con ellos, está claro que había momentos en los que sobraba, y no sólo aquellos en los que se iban a jugar, sino cada vez que emitían un partido y necesitaban comentarlo durante horas. En secundaria la fiebre del fútbol disminuyó, y fui descubriendo a nuevos amigos entre los forofos que, finalmente, han durado más en el tiempo y se han convertido en más cercanos que aquellos outsiders con las que me relacionaba en un principio.

No comprendo el extraño encanto hipnotizador del deporte rey para cautivar a todo el mundo, o al menos la razón de que enganche más que el resto de deportes; y es que sin ser especialmente mejor o más elaborado, mueve masas como ningún otro, levanta muchísimas más pasiones, y es el que más gana adeptos en edades tempranas. Ayer sin embargo eché por tierra toda una vida antifutbolera viendo el partido final de la eurocopa, y es que no sé muy bien cómo, llegué a la tele cuando marcaron el gol, y a partir de ahí, como el que no quiere la cosa, acabé viendo todo el partido, y lo que es más increible: viviéndolo.

Apenas estoy al tanto del reglamento, pero conozco lo básico para saber cuándo se gana y cuándo no, y eso parece ser suficiente para conseguir que haya llegado a “sufrir” por el desarrollo del juego y la inmutabilidad del resultado final. Aún no comprendo cómo es posible que me mordiera las uñas en los últimos minutos, deseando que Alemania no nos metiera un gol que jodiera la victoria asegurada, pero lo que resulta más inverosimil es que haya apagado la tele con una sonrisa de satisfacción, ¿qué me pasa? ¿Tan grande es el poder de seducción del futbol, que ha sido capaz de enganchar a quien jamás en su vida creyó que se engancharía?

Quiero pensar que lo que realmente me atrajo fue el poderoso sentimiento de felicidad colectiva que se respiraba (y oía) en la calle, donde los hinchas lo viven con una devoción sin límites, porque esa atmósfera de endorfinas colectivas emanadas a bocajarro siempre me ha puesto de buen humor, y de hecho, como un entusiasta chaquetero encandilado por la novedad, salí en coche con una amiga a dar pitazos cómplices a quienes nos invitaban a hacerlo a bocinazos y gritos, mientras ondeaban orgullosos banderas y camisetas. Es muy divertido y satisfactorio contagiarte así de la alegría ajena, pero no puedo evitar sentir ciertas reservas…¿habrá cambiado algo dentro de mí?…¿y si ahora me empieza a gustar el fútbol?, ¿qué me ha pasado?

La cadena cuatro nos hizo corear que “PODEMOS”, efectivamente pudimos, y finalmente han podido conmigo.



jueves, 26 de junio de 2008

El barrio

La gente con tendencia a los patriotismos locales, generalmente perteneciente a zonas deprimidas, suele hablar de su barrio con un orgullo y sentimiento de autenticidad, equiparables a la pasión con la que un nacionalista expone sus ideas ante cualquiera dispuesto a escucharle.

Yo vivo en un barrio emblemático y conocido. Estaba en los límites de la ciudad, hasta que de buenas a primeras, y casi sin que nos diéramos cuenta, el núcleo urbano creció a un ritmo vertiginoso, expandiéndose hacia donde antes no había nada, y dando lugar a modestos centros comerciales y edificios horribles. No poseo un sentimiento de pertenencia fuertemente arraigado, pero me gusta mucho el lugar en el que vivo. Estoy a cinco minutos del centro y a unos pocos menos de la zona nueva, estoy bien comunicado con todo, y vivo sin el bullicio del gentío ni el aislamiento de la periferia. Es perfecto.
Hace ya once años que me mudé aquí, y si para algo me ha servido ese tiempo es para fijarme en esos personajes locales que, por la razón que sea, me llaman la atención.

Si hay algo que abunda en la zona son los desequilibrados… igual es porque tenemos la refinería cerca, no sé, pero el caso es que hay un par de ellos. El más ilustre es “Pablito el loco”, que durante años nos despertó a todos con gritos subersivos:

-"¡¡¡AZNAAAARRR, HIJO DE LA GRAN PUTAAA!!! ¡¡¡TUS DIAS ESTÁN CONTADOOS!!"
-"¡¡FELIPE, CACHOCABRÓN!! ¡¡TE VOY A MATAAAR!!! "

El pobre no terminaba de decidirse por ningún bando político, así que no discriminaba a la hora de insultar. A su hermano, que también le falta un chubasco, lo conozco más en profundidad (para mi desgracia), pero de él hablaré en un post que publicaré más adelante.

Trastornados mentales aparte tenemos a “La cochina”, que es la dueña de un negocio de comida precocinada, a la que por razones obvias nunca le compramos nada. Otro con aspecto de sucio es el dependiente de un local, que podría pasar por el hermano feo de Pau Donés; llevo viéndolo una década y no ha cambiado un ápice en todo ese tiempo: luce la misma barba zarrapastrosa, el mismo pelo largo y mustio cogido con coleta, y la misma camiseta desteñida y holgada del primer día.
En el extremo opuesto tenemos a “El escocido”, un joven que cuida tanto su aspecto que da grima. Lleva el pelo lamido por dos vacas que lo han babado a conciencia, porque al margen de la hora a la que lo vea, SIEMPRE lo tiene empapado, como recién salido de la ducha. Por encima pero de eso llama la atención su estructura de hombre-croasán (tórax y brazos hiperdesarrollados en proporción al resto). Sus hipertrofiados muslos y brazos de vigoréxico le impiden caminar de un modo normal, de modo que lo hace como si fuera un cow boy al que le hubieran robado el caballo, claro que teniendo en cuenta que lleva la ropa tan sumamente apretada que no se le marca ni una sola arruga en la tela, es comprensible que tenga dificultades para moverse.

Siguiendo con gente de cuerpo extraño está “El hombre” , o mejor dicho la mujer de género confuso: es la dependienta del videoclub, y tiene un aspecto tan sumamente masculino y una espalda de culturista tan desarrollada, que creo que nadie se atreve a devolverle una película fuera de plazo. A su favor hay que decir que es un encanto de mujer, y no puedo evitar sentirme mal por seguir la corriente de quienes le sacan chiste. De quien sí que no siento remordimientos por hablar mal es de “JT”.

JT es el dueño de una de esas ventitas de toda la vida, en la que en un mínimo espacio reune todo lo necesario para hacer la compra semanal; el provecho que saca a su pequeño estabecimiento es asombroso.
Trabaja junto a su familia: él y su hijo tras el mostrador de la carne, la verdura y la fruta, y su mujer en la caja, cobrando y metiendo la compra en bolsas. Todos les conocen pero pocos han descubierto la calaña que son, pues no sólo son significativamente más careros que cualquier otra tienda de alimentación, más incluso que los 24 horas, sino que la muy puta de la cajera te da conversación mientras teclea los códigos, para distraerte y marcar algún producto varias veces.
Al poco de mudarnos aquí, nos dimos cuenta de que las compras en el local eran cada vez eran más caras, y no nos salían los cálculos a la hora de razonar cómo demonios podía haberse ido tanto dinero en tan pocas cosas. Una vez una amiga le hizo teclear de nuevo todos los precios en cuanto le comunicaron el importe final, y al volver a hacerlo resultó que le habían cobrado diez euros más porque -“¡uy, qué despistada!”- había marcado un artículo cuatro veces. Un día quise comprobar aquello por mí mismo y me encontré con el mismo resultado, así que nunca más volvimos por ahí, y he de decir que cuando me enteré de que sufrieron un atraco, me alegré. Que se jodan.

Existen personas amabes, correctas y anodinas por mi zona, pero desde luego no ofrece njuego para escribir un artículo.



sábado, 21 de junio de 2008

Mi ley de Murphy


No he estudiado las leyes de Murphy a conciencia, pero seguro que alguna hace referencia a lo que me pasa cada vez que se acercan los exámanes, o como mínimo a algún caso equiparable. No me refiero a la facilidad con la que me distraigo estudiando, o a la tan extendida costumbre de dejarlo todo para el último día, que también, sino a que siempre, invariblemente, me ocurren sucesos desestabilizadores por estas fechas.

Es algo que viene de lejos pero que ocurre más a menudo desde hace pocos años; ya puedo pasar los meses de poca exigencia académica sin ningún sobresalto en mi vida, que en cuanto llegan Febrero, Junio y Septiembre, comienza a sucederme de todo. Es posible que la búsqueda de distracciones con las que combatir la tediosa rutina de la biblioteca, tenga algo que ver, pero no constituye una explicación suficiente; cuando no es una alegría es una desgracia, y si no, al menos algo lo suficientemente novedoso o sorprendente como para que no tenga la cabeza en los apuntes.

Podría empezar a pensar que la culpa de mi bajo rendimiento no es mía sino de los caprichos distractores del devenir, porque al menos así me sentiría menos frustrado, o quizás lo que realmente debería hacer es dejar de conectarme para escribir tonterías, y sentar el culo en una silla y concentrarme… cualquier opción es válida.

¡Que les sean leves los exámenes!

lunes, 16 de junio de 2008

Hablando se entiende la gente



Siempre he sido partidario de aclarar cualquier cosa, por nimia que sea, que haya creado un malestar tonto o pueda dar lugar a malentendidos mayores; eso de correr un tupido velo ante un tema incómodo no va conmigo, porque creo que no sirve de nada, ya que lo único que se consigue es remendar chapuceramente con esparadrapo algo que necesita de una sujeción más fuerte para no romperse; y los esparadrapos, los velos, y cualquier objeto metafórico elegido para referirse a estas estrategias de evasión, no hacen sino incrementar una bola de mierda que siempre acaba reventando, poniéndonos a todos perdidos de porquería o, como mínimo, haciendo que todo huela muy mal por la acumulación de rencores inconfesos. Ninguno de los dos desenlaces me resulta atractivo.

En ese sentido (lo de hablar los mosqueos para que no vayan a más), puedo llegar a resultar pesado, pero es algo que no puedo evitar y con lo que me siento particularmente satisfecho, porque me proporciona más alegrías que disgustos, asegurándome relaciones más sinceras y sin parches, y brindándome reconfortantes alegrías de vez en cuando. Sin ir más lejos, en las últimas semanas he vivido tres casos de
“reconciliación” de lo más satisfactorios.

Para empezar, hablé largo y tendido con alguien que en su día me presentaron, pensando que podríamos gustarnos y llegar a algo. Yo tenía claro que, aunque congeniamos bien y en un principio hubo un amago de acercamiento, aquello no iría a más, y no me suponía un problema; por su parte no quedó tan claro, y puso pies en polvorosa por la incomodidad que lo suponía pensar que yo sentía algo a lo que no iba a poder corresponder. Un buen día hablamos como personas adultas, impidiéndole que se quedara con una idea equivocada, y ahora todos tan contentos.

En el segundo caso, una amiga y yo nos sinceramos, admitiendo que ninguno de los dos había dado un paso por llevarnos más allá del messenger, por estar en parte condicionados por una tercera persona que mantiene una relación desigual con ambos. Aclarado todo, ya hemos acordado ir a tomarnos algo en cuanto sea posible.

Por último, está la historia de CarlØs: Hubo un tiempo, hace ya unos cuatro años, en el que nos llevábamos a las mil maravillas, quedando muy a menudo y organizando pernoctancias frecuentes. En un momento dado todo se torció, y aunque nunca nos enfadamos, nos distanciamos hasta llegar a la incomunicación absoluta. Cada muchos meses intercambiamos un par de frases en el messenger, hasta que la semana pasada lo insté a que habláramos; empezamos a sincerarnos con pelos y señales sobre lo acontecido en aquel momento, y tras una reveladora charla de un par de horas, volvimos a hablar con la misma frescura con que lo hacíamos antes…o mejor.

¿Moraleja? Hablando se entiende la gente

miércoles, 11 de junio de 2008

¿Seguritas? ¡Guárdame un cachorro!



Los tópicos de película suelen cumplirse sólo en el cine, pero hay uno que se da a menudo, por lo menos en mi entorno: los seguritas son gordos; no gordos de fuertes, sino gordos con todas las de le ley. Los de mi universidad además, combinan ser gordos con ser imbéciles, y estoy convencido de que a algunos les falta un cromosoma, pero ese es otro tema.

Es perturbador que las personas que velan por nuestra seguridad, quienes han de encargarse de perseguir a un ladrón o reprimir a un asaltante, tengan la complexión de un teletubbie y la resistencia física de Homer Simpson. Después encontramos el caso contrario en una de la biblioteca de Guajara, que no sólo no inspira ningún tipo de respeto, por ser un saquito de huesos con ojeras, sino que da lastima, y estoy seguro de que más de uno que haya pasado por ahí, le habrá dado unos caramelos o un abrazo espontáneo.
Por si fuera poco, combinan todo esto con estar pasados en años para lo que sería estimable en esa profesión.

Cuando estudiaba el verano pasado en la sala de estudios, había una a la que llamaban “la garbanzas”, porque según sostenían jocosamente algunos, no te dejaba pasar si no le plantabas un buen plato de garbanzos delante. Ya se pueden imaginar la envergadura de la mujer.

¿No se supone que los seguritas son tipos de 1,90, cuadrados como azulejos, y a los que temer y respetar?
No entiendo nada.

jueves, 5 de junio de 2008

Pederastia: La lacra más nauseabunda


Se habla en estos días de llegar a un pacto total entre partidos para combatir y castigar más duramente la pederastia, que a mis ojos, es el crimen más horrible y asqueroso del mundo. A pesar de que esto huele que apesta a estrategia política oportunista, estoy convencido desde hace tiempo de que, efectivamente, las medidas tomadas hasta ahora y las penas judiciales, son una puta basura.


La pederastia es el más sucio de los delitos, no sólo por lo espantoso, denigrante, traumático y demoledor que resulta para las víctimas, a las que privan de toda inocencia y joden la vida para siempre, llegando incluso a hipotecar sus relaciones de por vida, sino porque es una asquerosidad equiparable a comerse una mierda a cucharadas. No me cabe en la cabeza cómo alguien puede encontrar placer sexual en abusar de un niño indefenso, sabiendo además el daño que le está haciendo, y no hablo de daños físicos (que también), que al fin y al cabo acaban cicatrizando; la destrucción absoluta en que queda sepultada su felicidad puede llegar a ser curable, pero no siempre, y tampoco sin un largo y doloroso proceso de por medio.

Hace un tiempo veía en la tele que en Estados Unidos, además de llevar un registro de pedófilos como dios manda, para tener controlados a los miserables que una vez liberados volverán a caer en la tentación (siempre suelen recaer), obligan a los ex convictos a colgar en sus casas y coches, eslóganes del tipo “propiedad de un pederasta”. Le comentaba a mi prima que lejos de parecerme una atrocidad, lo veía incluso poco, porque a pesar de incitar al linchamiento público y convertir al sujeto en un apestado social, toda precaución es poca, y con estos despojos no hay que tener consideración ninguna, que una cosa es la dignidad y los derechos humanos, y otra cosa es tener miramientos con la peor calaña de la sociedad, lo último de lo último, la lacra más vomitiva.


Ella, haciendo uso de su mano izquierda y sus conocimientos profesionales (es psicóloga), me explicaba que no todo es tan sencillo como para catalogarnos de cabrones sin más; que la pederastia es un trastorno sexual, que el impulso sexual es uno de los más fuertes que hay, y que ellos no eligen sentirse atraídos por cuerpos infantiles, poniendo el ejemplo de los que pedían la castración química porque no querían seguir haciendo daño. Seguramente lo estudiaré con detalle a lo largo de la carrera, pero qué quieren que les diga, hay cosas por las que no paso, explicaciones psicológicas aparte. Por muy fuerte que sea tu impulso, y aunque sepas que sólo eres capaz de obtener placer sexual abusando 
de las víctimas más inocentes, sabes que estás haciendo mal, no es como en el caso de los psicópatas, que al carecer de empatía son incapaces de ponerse en la piel de la víctima; así que si estás muy salido, pero sabes que si descargas tus energías sexuales vas a cometer un delito atroz, hazte una paja y jódete, que el mundo está lleno de personas que no follan, y no por ello se dedican a violar a nadie. No puedo ser transigente, lo siento, no me sale, llámenme poco profesional, pero es que sólo pensar en el tema me produce arcadas. Además, la victimización sexual de menores no se limita únicamente a predadores con características patológicas, así que milongas las justas.


No sólo hay que endurecer las penas para que no pasen sólo un par de añitos tontos entre rejas, no sólo hay que llevar a cabo un registro, mediante el cual tener controlado en todo momento a estos hijos de la gran puta, y no sólo habría que ampliar los márgenes dentro de los cuales se asume que un acto es (o no) abuso o agresión sexual, sino que además de todo eso habría que, en primer lugar, practicar sodomizaciones imposibles con ellos (sirviéndose de, por ejemplo, una bate de beisbol), para que lo vivan desde el otro lado, y en segundo lugar cortarles a todos la polla. Seguro que así se dejan de tonterías.

domingo, 1 de junio de 2008

LOST

*artículo sólo apto para fanáticos de la serie


Se ha acabado una temporada más de PERDIDOS y yo sigo igual…perdido. Sigo sin entender la mitad de los misterios, y aunque podría entrar en internet y mirar spoilers o repasar los capítulos, no voy a hacerlo, no sólo porque no tenga tiempo, sino porque no quiero; me gusta ir descubriendo las cosas poco a poco, lo cual no quita que a veces me atreva a leer las teorías que vierte la gente por ahí, algunas de las cuales parecen tener sentido (así que de destriparme información en los comentarios nada, ¿eh?)

Sigo sin saber qué coño es el humo negro y si es lo que sacó a los pilotos de la cabina, de dónde vienen los susurros de la selva, cómo empezó la Dharma (cómo llegaron a la isla y cómo descubrieron sus propiedades), cuáles son las condiciones reales de la isla, qué pasa exactamente con Libby, qué hay detrás de los números malditos y si es posible que se repitan tanto, por qué Mikhail no se muere ni por accidente, cómo es que el padre de Jack “resucita”, Rose se cura del cáncer, Claire no aborta en el accidente, y Locke deja de ser paralítico, por qué si concibes en la isla mueres, pero no si vienes embarazada de fuera, qué poderes tienen realmente Walt y Desmond, cómo es que el hermano de Ekko cayó en la isla, en el punto exacto del signo de interrogación, qué hay detrás de las visiones de muertos que orientan y dan pistas a los vivos ¿realmente son visiones?, quién sigue enviando los víveres, por qué someten a los supervivientes a tantos juegos mentales, por qué “los otros” mataron a casi todos los de la cola del avión y se llevaron a los niños, quién es Jacob, cómo es posible que movieran la isla, quíén es exactamente Benjamín Linus

Cada vez tengo más claro que el título de la serie hace referencia tanto al estado de los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic, como a sus confusos seguidores, que semana tras semana nos rebanamos los sesos tratando de encontrar respuestas que no llegan.

We have to go back!