Translate

domingo, 30 de enero de 2011

¡Búscate tu propia película!

Hace mucho descubrí en Youtube unos trailers que me encantaron, pero en aquel entonces no tenía blog, y ahora que los he vuelto a encontrar no quiero dejar pasar la oportunidad de postearlos.

En los últimos años el nivel de las películas de Disney había bajado de forma atroz, pasando en menos de una década de obras maestras como Aladdín, La bella y la bestia (clicar aquí para leer mi reflexión sobre la peli) o El rey León, a truños como Atlantis, y otras tantas que ya nadie recuerda. Fue entones cuando lanzaron una campaña para promocionar su nuevo largometraje, Lilo & Stitch, en la que querían dejar claro que volvían a los orígenes, algo que se podía notar observando el trazo de los dibujos. La compañía había dejado de caracterizarse por los trazos redondeados y agradables (mensajes ocultos), para ir volviendo a sus dibujos cada vez más picudos y llenos de aristas; parecía que la evolución involución les estaba acercando cada vez más a la estética anime.

Para demostrar que Stitch era "uno más de la familia", produjeron una serie de trailers en los que se colaba en algunas de las películas más emblemáticas de la compañía. Esto va para todos los que se enamoraron de él, y para quienes hemos crecido en la epoca dorada de Disney...





miércoles, 26 de enero de 2011

Fauna de instituto: El prepotente

Como he dicho en más de una ocasión, el malrollismo gratuito y burlón me toca los cojones hasta dejármelos escocidos. No entiendo el supuesto encanto de ir de comemierda por la vida, y que encima haya descerebrados que les rían las gracias a estos gilipollas. Cuando entré en el instituto me topé con uno de estos elementos, y casi desde el primer día me gané su enemistad. ¿Saben eso que dicen los padres de que “es una tontería pensar que un profesor te tiene manía”? Pues en este caso no lo era: este tío me la tenía jurada.

Mi profesor de filosofía entraba crecido en clase, con unos andares más propios de un chulito de discoteca que de un hombre maduro; hablaba con una prepotencia y un desprecio que parecían meticulosamente estudiados, como si estuviera parodiando a un engreído. Hablaba con el ceño fruncido, voz impostada y desgana, como si le aburriera soltar la parrafada, pero a la vez riéndose… de nosotros. Era insufrible.

Utilizaba esa táctica de faltar al respeto a su audiencia de forma cómica, la misma que usan humoristas o monologuistas como Ignatius; la diferencia es que nosotros no éramos público dispuesto a aguantar vejaciones, sino alumnos, y por tanto sus tonterías sobraban. Paraba cada dos por tres para hacer el chistecito estúpido de que no atendíamos, que así no íbamos a llegar a nada, y que no sabía qué pretendíamos en la vida. Todos los días lo mismo. El resultado era el descojone general de toda la clase, que lo encontraba de lo más divertido. ¿Toda la clase? ¡No! Había un chico en que se quedaba mirando con incredulidad cómo los demás se partían la caja con la subnormalada de siempre, mientras le dedicaba una pronunciada subida de ceja al profesor.
Sé que no era lo más inteligente, pero es que era superior a mí; cuando me tocan las narices se me arquea la ceja sin que pueda hacer nada, y en casos extremos, la ceja me llega casi hasta la línea del pelo. El mierdaseca este se dió cuenta, y al no formar parte de los hipócritas y masocas que le reían los insultos, firmé mi sentencia de muerte.

El curso se estructuraba en 6 exámenes, uno por cada autor que iba a entrar en la PAU, y como eran excluyentes, se suponía que cuando aprobabas alguno no tenías por qué volver a preocuparte por él. Saqué un 9 y medio en el primer examen, y antes de que pudiera celebrar mi victoria, me dijo con una sonrisa:

- “Sí Pablo, tienes buena nota, pero no te confíes ¿eh?, que de aquí a junio pueden pasar muchas cosas."

A nadie más le dijo nada.

Fueron pasando los exámenes, y mis notas, que seguían siendo buenas, empezaron a bajar ligeramente; nada demasiado descarado, pero si lo suficiente como para alejarse cada vez más del sobresaliente. Lo curioso es que mis exámenes seguían siendo muy buenos, pero él buscaba la forma de que no lo pareciera. Había una pregunta que caía siempre, consistente en definir, palabra por palabra, algunos de los términos que nos había mandado a estudiar para cada ocasión. Valía dos puntos, y aún teniéndolo perfecto hasta la última coma, me ponía la nota que le daba la gana. Si en esa parte, que era la más objetiva, hacía lo que le salía del escroto, pueden hacerse una idea de cómo me evaluaba la parte redactada.

Cuando me acercaba con el examen de otra persona en la mano, para pedirle que me explicara por qué coño Fulanita tenía más nota que yo, habiendo puesto los dos exactamente lo mismo, convocaba a sus seguidores con un comentario burlón en voz alta:

- ¡Ya está Pablo otra vez quejándose, ¿eh? Si es que no se cansa nunca. jejejeje!

Gilipollas

Me daba largas diciéndome “que me centrara en mi examen y afrontara mi nota, y que no intentara bajar la de los demás”, hasta que ya por último me dijo, no sé si por descuido o porque era más cabrón de lo que imaginaba, que él pensaba la nota que quería poner antes de corregir, y que en función de eso iba adecuando la puntuación de cada prueba. Con dos cojones.

Teniendo en cuenta que ya el año anterior me había enfrentado también al profesorado (otro día contaré esa historia), y que además parecía ser el único que no encontrara divertido a este hijo de puta, no conseguí nada comentándoselo a otra gente del centro, y tampoco quería echar más leña al fuego. Además, únicamente había otro profesor de filosofía en el instituto que pudiera ponerse de mi parte en caso de disputa, y no sólo era peor que este, sino que ambos eran super colegas. Sólo me quedaba rezar para que a final de curso no hiciera la canallada de suspenderme y dejarme para Septiembre. ¿A que no sabéis quién “sacó” un 4,8 en su último examen?
Lo curioso es que, según sus palabras, cada autor era excluyente, pero por algún motivo cambió la política en junio, y luego sostuvo que siempre había sido evaluación continua.

Para cuando supe la nota no había opción de reclamaciones o quejas; al día siguiente de dármela tenía la recuperación de toda la asignatura, y al margen de que me dieran la razón (que no), si no lo hacía no tendría derecho a reclamar. Esa tarde además, tenía la recuperación global de matemáticas, de la que salí con la cabeza como un bombo. Tenía media tarde para aprenderme toda una asignatura que había ido aprobando con nota durante el curso, y era absolutamente imposible que me diera tiempo. Obviamente me copié hasta a la hora de poner mi nombre, porque no me daba tiempo de estudiar, y porque no me daba la gana hacerlo. En ese examen me fui "de chuletada" como hasta entonces no se había visto nunca, y cuando supe la nota (aprobado) me dijo con una sonrisa victoriosa:

-
“¿Ves como no era pa tanto? Si te hubieras esforzado en su momento…”


HIJO DE LA GRAN PUTA

A pesar de ser ateo me gusta creer en la justicia divina, y quiero imaginar que el día menos pensado se caerá por las escaleras y se quedará vegetal, sufriendo el desprecio de su familia, que le dejara morir solo de forma lenta y dolora. Y se lo merecerá. Por miserable, infantil, ególatra y comemierda.

viernes, 21 de enero de 2011

¿Autoestima alta o baja?

En la última semana me han pasado dos cosas antagónicas, que podrían dejarme con la autoestima alta o baja, en función de con cuál me quede:

El primer episodio fue el reencuentro con un viejo amigo del instituto. Cuando estábamos en bachillerato nos llevábamos bien, y al coincidir luego en el mismo campus, mantuvimos un contacto relativamente regular. Después la vida nos llevó a cada uno por distintos lados… bueno, la vida y el hecho de que él fuera un fantasma; resultaba cansino saber que de cada 5 cosas que te contaba, 3 eran mentira y las otras dos estaban exageradas. Es una pena, porque salvo ese “detalle” era muy buen niño.

El caso es que en el instituto era uno de los chicos que provocaba mojamientos de bragas. Y él lo sabía. No era especialmente alto ni fuerte, pero tenía una cara que llamaba la atención. Cuatro años después de la última vez que nos vimos, ha engordado y está prácticamente calvo. No es que me alegre de su decadencia, pero teniendo en cuenta que en aquel entonces yo era un gremblin, no pude evitar pensar: ¡Joder, qué bien he evolucionado y qué guapo soy!

Unos días después fui a casa del Zorro y me marché a las tantas. Obviamente ya no había guaguas, ni tranvías ni nada, así que me resigné a la idea de coger un taxi. Había uno aparcado ahí mismo, con acompañante pero sin conductor. El taxista se había bajado corriendo y había entrado en un bar, que sobre la marcha había bajado la puerta metálica. Supuse que habría ido a por cambio, porque si no ya me dirán qué pintaba alguien esperando en el coche.
Los minutos pasaban y el tío no salía, así que quise asegurarme de que no estaba esperando en vano, y me dirigí al taxi para preguntarle a la pasajera si lo iba a dejar libre. Se trataba de una mujer de ambigua reputación, con melena rubia oxigenada, escotazo y uñas rojo pasión. Creo que eso debería haberme dado pistas antes de preguntar nada.

Me acerqué e hice un gesto para llamar su atención. No me vió. Le toqué la ventanilla con una amplia sonrisa que reflejara que no era un chungo marginal, sino un buen ciudadano inofensivo. Miró y se hizo la loca. Le volví a tocar y le hablé, y ella me indicó que no me oía. Le hice un signo cordial , en plan: “hey, si no bajas un poco la ventanilla esto no funciona , retrasada”. Me miró de arriba a abajo y pasó de mí como de la mierda. ¿Se creería que le iba a vender clínex, o es que le daba miedo?

En esas salió el taxista del bar y le pregunté a él directamente:

- Hola… Quería saber si el taxi está libre o va a quedarse libre; como hay una mujer dentro…
- Eh… ah sí sí, ven conmig…nosotros, ella es una…es la, mi mujer. Sí, es mi mujer. (Los cojones)

Aquello me resultaba raro, pero no estaba en condiciones de negociar; eran las tantas de la mañana y no tenía otra forma de llegar a mi casa. Subí y la saludé como si nada, y ella se hizo la sueca estupendamente.

- Antes quería preguntarte si el taxi estaba libre, pero creo que no me entendiste. (mano izquierda, y eso...)
- Ah…eh… jeje. Lo siento, creía que… no sé. Es que a estas horas…
-
Ya, bueno. Igual intimida un poco que se acerquen a hablar contigo en un coche de noche. Jejeje
-
Sí… perdona por lo de antes.
- Naa, no pasa nada
(perra)
- Taxista: Ella es mi mujer, que veníamos de… bueno, y que nos vamos ahora a casa en Santa Cruz. ¿Verdad cariño?
- Ajá...
- Ya…
¬¬ Oye, aquí hay unas gafas con de sol en el suelo.
- ¡Ay sí! Son mías, que debieron caérseme antes. Gracias.

Llegué a mi casa y subí en el ascensor pensando lo siguiente: ¿Cómo puede uno sentirse bien por estar más guapo que uno de los sex symbols del instituto, y que eso no quede anulado al ser rechazado por una prostituta? No es que estuviera interesado, seamos serios, pero teniendo en cuenta que su trabajo consiste en irse con cualquiera que les pague, ese desprecio toca la moral.
Quizás fue por el contexto o porque estaba ya con un cliente, pero da para pensar. ¿No?



*Esta entrada va dedicada a Loco, que a diferencia de mí, se vende estupendamente a sus lectores. ¡Dime algo bonito, Pecosa!

martes, 18 de enero de 2011

Cocodrilo sacamuelas

Como no es oro todo lo que reluce y en el fondo no soy tan malo, aquí va una entrada pro niños para sanear la imagen que di en l última. Y es que aunque a veces me saquen de quicio, uno no puede evitar enternecerse o reirse ante según qué ocurrencias...

El otro día me tocó hacer de niñero, y buscando en el altillo algo con lo que entretener a mi primo pequeño, encontré… ¡el cocodrilo sacamuelas! ¿Lo conocen?
Era un cocodrilo de plástico con ruedas en la base, que te desafiaba con la boca abierta y un montón de dientes en relieve. Cada participante debía intentar quitar un diente sin importunarlo, pero cuando al bicho se le inflaban las pelotas, cerraba la boca a toda velocidad y se avalanzaba hacia su torturador. Era un juego simple y sádico; perfecto para cualquier niño.

Mientras mi primo le iba arrancando piezas dentales, acompañaba el sufrimiento del animal con maltrato psicológico:

- Si le seguimos quitando dientes lo vamos a dejar como un viejo desgraciado.

- Está bien, me has mordido cocodrilo... pero al menos te quité antes los dientes.

- Ajá cocodrilo, ya no tienes dientes; ¿A quién muerdes ahora? ¿eh? ¿eh?

- ¡Jolín! ¡Me mordió el dedo!... Menos mal que no me mordió la cuca. :o

- Peibol, quiero que te ataque a ti y no a mí, porque… ¡No quiero morir!

- Mira Peibol, va hacia sus dientes; eso es que quiere recuperarlos. ¡Juas!


¡Cuánta crueldad! ¿Nosotros éramos también así de maquiavélicos?


viernes, 14 de enero de 2011

Herodes no era tan malo

En los últimos tiempos me he dado cuenta de una cosa: cada día soporto menos a los niños. En realidad lo que me saca de quicio no es que existan en sí, sino que no tengan botón de silencio. ¿Es que no saben cerrar la boca? Me gustan cuando son pequeños; tan bonitos, tan adorables y tan... callados. Desde que nacen, a los padres les da por pensar cuánto tardarán en empezar a hablar, y cuando por fin lo hacen, claman al cielo para que se callen. Bendita capacidad adulta de no oralizar TODO lo que se nos pasa por la cabeza…

Quizás es porque en general tengo una menor tolerancia al ruido (en los bares me agobio cosa mala), pero en no pocas ocasiones me he imaginado sacando una recortada por la ventana y haciendo una masacre infantil. Está claro que no lo haría, pero imaginarnos en situaciones violentas como catarsis es algo que todos hacemos de vez en cuando, y quien diga lo contrario miente. ¿Tan difícil es hacer comprender a los niños que se puede jugar sin gritar como si les estuvieran desollando?
Ayer, mientras comía en un restaurante con mi tía, estábamos hablando de la ley antitabaco (no dejen de leer este genial post de la exorsister); ella apuntó que más que los cigarros, lo que prohibiría en los restaurantes son los niños, que es un por culo muy grande estar comiendo y tener al chiquillaje corriendo y gritando entre las mesas. Tiene más razón que una santa, ¿o no?

Por supuesto hay niños con educación que saben comportarse, pero parece que muchos padres consideran que los hijos son comunitarios, y por eso cuando están cansados de cuidarlos, los demás tenemos que aguantar su falta de modales mientras ellos miran a otro lado. ¡Gentuza!

¿Dónde está Hermione cuando se necesita un “petrificus totalus”?

martes, 11 de enero de 2011

¡Vivan las rebajas!

Nunca pensé que escribiría un post con este título, porque comprar ropa me suele tocar los cojones, y más en rebajas, que está todo revuelto y lleno de gente... pero este año es distinto. El problema es que en general tengo muchos problemas para encontrar prendas que me gusten y me queden bien, porque el mundo textil está pensado para quienes miden 1,80. Quienes estamos (bastante) por debajo de esa altura estamos jodidos. La talla S es lo primero que vuela en cualquier época del año, porque los españoles no encajamos con el prototipo de jugador de baloncesto que imponen los fabricantes, y porque todo el mundo se tira en plancha a por las tallas pequeñas, aún cuando sean unos monstruos de gimnasio. Así los vigoréxicos se llevan tallas que NO les sirven para ir dando vergüenza ajena marcando musculitos. ¡Cabrones! ¡Dejen alguna oportunidad para quienes compramos la talla pequeña por necesidad y no por capricho!
Lo gracioso es que luego sólo se oye a los gordos lamentándose porque no hay ropa de su talla. ¡JA! Puede que con las mujeres sea otro negociado, pero yo me harto de ver XL en todos lados, y no pecisamente pocas. Si no, en cualquier caso quedan las tiendas de tallas grandes, que serán más caras y con ropa menos atractiva, pero ahí están. ¿Alguien ha oído hablar de las tiendas para delgados? Pues eso.

Existen unos pocos sitios en los que puedo comprar pantalones de mi diámetro, pero todos los que venden son, como desde hace unos años, pitilleros hasta la gangrenación de gemelos y tobillos, y es algo por lo que no pienso pasar. Me parecen una aberración, y seguiré sacándole partido a los que consigo comprándome en el extranjero muy de vez en cuando (me traje dos de Nueva York hace casi dos años y me los pongo día sí día no). ¿Tan difícil es hacer unos vaqueros sin excentricidades, que me sirvan y que NO sean de pitillo?

Con las camisas y camisetas la cosa es un poco más fácil pero tampoco para tirar cohetes; muchas me quedan bien de hombros pero luego caen como sacos, y tengo que estrecharlas, subirles el vuelto, y si son de manga larga subirle las mangas, aunque creo que eso es univeral. ¿Por qué hacen todas las mangas como si las manos nos llegaran por las rodillas? Al final resulta que me compro una camiseta de 10 euros y me gasto otros 20 en arreglarla, pero es lo que hay. En cuanto a los tenis sólo puedo decir una cosa: ¡Gracias señor Converse por hacer las All star de todos los tamaños y colores!

El caso es que este año me dio por ir a las rebajas una hora antes de que cerraran las tiendas, para tantear lo que había, porque en general tardo muy poco en revisarlas para comprobar que no hay nada que me sirva, y me volví con DOS chaquetas vaqueras. ¿Se dan cuenta de la magnitud de ese acontecimiento? Llevaba añísimos (me fascina ese término canario) buscando una, y ya había desistido. Ayer di con las dos ÚNICAS talla S que había en todo el centro comercial, que estaban a un precio bastante razonable, y estoy que no quepo en mí de contento. Llamadme simple, pero las escasas veces en que compro algo de ropa y no tengo que hacerle ningún arreglo me siento como si hubiera sido tocado por la gracia de dios. Las dos eran originalmente carísimas, y ahora no es que fueran tampoco muy baratas, y es que esa es otra; hay una serie de marcas que hacen ropa para mí, por tamaño, corte y diseño: las marcas caras. La sociedad me obliga a ser pijo, aunque sea sólo en rebajas, pero que me quiten lo bailado:
¡¡He conseguido dos chaquetas perfectas al 50%!! ¡Wiiiiiiiiiiiiiii!

domingo, 9 de enero de 2011

¡Muéranse de envidia!

Con todo el lío de los reyes he estado un tanto desconectado de la bloggosfera, y por eso había pasado por alto comentar que... ¡me han dedicado una entrada!

La Exorsister, que no es especialmente ñoña más allá de su pareja, me sorprendía con un post que me ha dejado en bragas.... muy gratamente en bragas.

Les invito a leerlo (y comentarlo) pinchando aquí, para que me digan si no es para comérsela a besos. Por cierto, el título del post no hace sólo referencia al hecho de que haya escrito sobre mí, sino a que soy la única persona en el mundo que tiene a la Exorsister como hermana. ¡Muéranse de envidia!

miércoles, 5 de enero de 2011

Los reyes son los padres

Cuando eres pequeño estás constantemente expuesto a enterarte de lo de los reyes, ya sea porque tus amigos oyen cosas y las comentan, porque los niños mayores quieran joderle la ilusión a los pequeños, o por falta de sutilidad en la tele (este año un anuncio de Toys are us despejó dudas masivamente). Cuando esos peligros acechan y se te pone la mosca detrás de la oreja, ahí está la familia para darle la vuelta a todo y mantenernos la fantasía a cualquier precio. Menos en mi caso. Yo me enteré de que los reyes eran los padres por dos vías distintas, las dos culpa de Tíamaterna (Perra).

En el primer caso estaba yo en mi cuarto, jugando tan feliz con mis juguetes nuevos, cuando Tíamaterna entró y reparó en un cuadro nuevo de El libro de la selva. Desde ahí, y muy entusiasmada, le gritó a mi madre que dónde lo había comprado, que estaba muy bonito. Ella, que estaba en el baño y no podía ver que yo andaba allí, le dio todas las referencias, y con la misma mi tía salió de la habitación y siguió a otra cosa, casi como si sólo hubiera entrado a reventarme la magia del 6 de enero. Me quedé con cara de imbécil intentando hacer conexiones mentales coherentes, porque nada de aquello tenía sentido: ¿Cómo cojones iba a saber mi madre dónde se compraba y a qué precio, si me lo habían traído desde Oriente? ¿Qué clase de broma era esa? ¿Por qué habría de mentir mi madre sobre los reyes? ¿Y si no era mentira…?

Por el bien de mi salud mental decidí pasar aquello y dejarlo arrinconado en la mente, como si conmigo no fuera. Me había despertado la duda, pero no me daba la gana indagar porque temía dar con una respuesta demoledora.
Ahora me diréis que mi pobre tía no tenía culpa, que aunque debería haberse cortado al preguntar por cosas nuevas en enero (era casi seguro que se trataría de un regalo), fue un despiste. Pues bien, ese verano, estábamos en la playa ella, mi primo mayor, el perro que le había regalado “Papá Noel” y yo. Nos encontrábamos bajo la sombrilla tomando el sol, cuando se acercó una amiga de mi tía:

- Oye, ¿y ese perro?
- Ah, se lo regaló Paco al niño por las navidades (¡ZAS!)
- Pues es una monada
- La verdad es que sí. A mí no me convencía la idea, pero al final accedí a comprárselo porque le hacía ilusión.

- (…)

¡Joder! ¡Hay que ser torpe! Sólo le faltó acercarse a mi oído y decirme: “¿Te has enterado Pablo? Los reyes no existen y Papá Noel tampoco. Todo ha sido una farsa y te han engañado toda la vida.”

Por si quedaba alguna duda, al año siguiente, haciendo un belén de plastilina en clase (no entiendo cómo se dio esa situación, ya que mi colegio era antireligioso), nuestra profesora, que tenía un mal día, arremetió contra un alumno torpe, diciéndole en voz alta:

- Total… no sé para que te esfuerzas tanto en hacer a Baltasar si en realidad los reyes no existen.

Malditas revienta infancias… ¬¬