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martes, 29 de abril de 2008

La unión hace la fuerza… o no

Siempre he tenido más amigas que amigos por una sencilla razón; no se trata tanto de que las prefiera frente a ellos, sino de que por lo general suelen venir de dos en dos, de modo que si eres amigo de una acabaras siéndolo de su mejor amiga, y por extensión puede que de alguien más de su grupito. Esto no ocurre en el caso de los hombres; los amigos que tengo son los que son, sin añadidos colaterales.

Ocurre además una cosa con las primeras que no se da con los segundos, y es que cuando se juntan sienten la necesidad de unirse contra el hombre que se encuentra en minoría, en este caso yo. Si estoy con uno, dos, tres amigos (o los que sea), y una sola amiga, lo único que podría cambiar de nuestro comportamiento respecto a si ella no estuviera es la posible omisión de bromas o comentarios, y tampoco estoy seguro de que se notara un gran cambio en tal caso. Si la situación se da al revés tienes las de perder sí o sí, porque un extraño sentimiento entre la hermandad y el complejo de inferioridad, hace que se alíen contra ti con pequeñas e “inocentes” descalificaciones que acaban tocando los huevos, o con comportamientos manifiestamente hembristas mediante los cuales saldrás desfavorecido, especialmente si la situación exige que alguien “pierda” y depende del consenso de todas decidir quien será el perjudicado. Con toda probabilidad será "el otro", el enemigo, el hombre.


¿Por qué hacen eso si sus amigos no sólo no lo hacen con ellas sino más bien todo lo contrario? ¿Tienen necesidad de vengarse simbólicamente de las injusticias machistas del mundo? ¿Es falta de seguridad? ¿Se sienten amenazadas acaso? ¿Sencillamente tienen ganas de joder a los que no comparten su sexo? ¿…?

Quienes tengan una respuesta satisfactoria son invitad@s a compartirla conmigo.




jueves, 24 de abril de 2008

Quiero volar

Mi amiga Sara nunca ha tenido el mejor sueño que puede uno experimentar, una fantasía universal que todos hemos imaginado alguna vez y que hace que despertemos descansados, relajados y con una reconfortante sensación de felicidad: soñar que puede volar.

Dicen que soñar con eso implica ansias de libertad o necesidad de escapar, y es posible que sea cierto, pero en cualquier caso es maravilloso; coges carrerilla, te impulsas, levantas tímidamente los pies del suelo sin dejar de correr, despliegas los brazos, levantas la cabeza, das una brazada con fuerza, y ¡hala!....a surcar los cielos.

No sé cómo volarán los demás en sus sueños pero yo lo hago sin elevarme demasiado, al menos no al principio (tiendo a empezar en el pasillo de mi casa y luego si eso ya salgo por la ventana), y suelo hacerlo como si nadara a braza. El aire que me envuelve tiene la misma densidad y textura de siempre y sin embargo me desenvuelvo en él como si nadara en el mar, de hecho es infinitamente más cómodo y fácil nadar en el aire que en el agua, porque lo haces como si fueras una pluma, sin apenas esfuerzo.

Es maravilloso y sin embargo hace mucho que no disfruto de este sueño. No sé si eso es bueno o malo o si tiene implicaciones psicológicas a considerar, me da igual, lo único que quiero es volver a irme a dormir y volar durante toda la noche.

sábado, 19 de abril de 2008

Lo más siniestro del mundo

Leyendo un artículo sobre miedos absurdos, me he topado con una sorpresa; entiendo que se mofen de marcianadas como el miedo de Nicole Kidman a las mariposas, el de Christina Ricci a las plantas, o especialmente, el de Billy Bob Thornton al mobiliario antiguo (¿?), pero no que hagan burla al de Johnny Depp a los payasos, porque se trata de algo muy extendido. Y es que... ¿Acaso hay algo más siniestro que un payaso?

Mi generación está marcada por “It”: una película de terror en la que un payaso sádico de dientes afilados, ojos aterrantes y sonrisa burlona, mataba a los niños después de someterlos a terribles torturas psicológicas. A partir de entonces surgió una moda de filmes de igual temática, convirtiendo al payaso asesino en un personaje recurrente, pero su utilización como ser que inspira miedo se remonta a la época de las películas mudas.
Los payasos son inquietantes, resultan demasiado estridentes y no inspiran confianza; siempre me parecieron tenebrosamente falsos, demasiado felices, demasiado expresivos, demasiado pintados… algo malo debían esconder. Ni siquiera me parecían humanos.
Un estudio de una universidad de Inglaterra, ha revelado que las salas de hospital decoradas con imágenes de payasos, asustan a los niños, y lo explican en base al “miedo a la máscara” : el hecho de que no cambie y siempre aparezca con una sonrisa. Se ha sugerido que el temor que sienten los niños (y los no tan niños), tiene menos que ver con el payaso en sí que con la aprensión que causa un ser tan extraño; por lo general la gente tiene miedo a las cosas que están mal de una forma perturbadora y poco habitual, y no hay nada más atípico que un hombre con ropa de colores vivos y cara pálida, aderezada con una falsísima sonrisa pintada encima de la boca, que imposibilita calibrar sus verdaderas emociones y descubrir su identidad real. Resulta interesante saber que el célebre It de Stephen King está basado en el famoso asesino en serie John Wayne Gacy, un ciudadano ejemplar que actuaba como payaso en hospitales para niños enfermos, y que torturó y mató a 33 adolescentes.

Definitivamente, los payasos deberían estar prohibidos por ley.

lunes, 14 de abril de 2008

Mirada perdida

Siempre me ha desquiciadofascinado la facilidad con la que mi hermana se abstrae del mundo si le ponen algo delante de los ojos, es espectacular. Ya puede estallar la tercera guerra mundial a su lado, que si está frente a la pantalla del ordenador, la tele o un libro, no se entera de nada. Cuando le doy un recado y quiero asegurarme de que lo retiene, me interpongo entre ella y el objeto hipnotizante, se lo digo mirándola a los ojos, y hago que me lo repita. Si algo en este procedimiento falla (como que mire fugazmente a lo que estaba prestando atención), luego sólo es capaz de repetirme algunas palabras sueltas, y aunque se entere bien de lo que le indico, después no es capaz de transmitirlo, porque lo olvida en cuanto se somete al poder hechizante de su actividad. Es realmente increíble.

De las muchas ocasiones en las que ese “atontamiento” ha propiciado situaciones indeseables, destaco las dos veces que me perdí en Alemania, por decirle algo como “Dile a Mamá que voy a estar en esta tienda” y que luego pasaran horas buscándome porque ella había olvidado el mensaje, o el episodio de Kaos:

Kaos es una tienda mítica de Santa Cruz cuyo público principal son los menores de 30, donde siendo niño me paré una vez a esperar a que mi madre hiciera unas gestiones. Cuando las acabó se subió al coche y se fue junto a mi padre y mi hermana, y cuando ya estaban bastante lejos, a mi madre le extrañó que sus hijos no estuviéramos haciendo ruido. Giró la cabeza y le preguntó a mi hermana dónde estaba yo, y ella, lejos de sobresaltarse, bajó el libro que tenía delante y apuntó: “Ah no…aquí no está”. ¡No se había dado cuenta de que no estaba en el asiento de al lado! ¿Cómo es posible?

Me suelo calentar mucho con ella a ese respecto, pero he de admitir que en cierto modo yo soy igual. Cuando salgo a la calle me sumerjo automáticamente en mi mundo personal, yendo con la mirada perdida sin ver nada ni a nadie, y ocasionando que más de uno se encuentre conmigo de frente y se cabree por no devolverle el saludo, cuando en realidad lo que pasa es que sencillamente no lo veo.
Los dos episodios que más recuerdo a este respecto los viví con la misma persona, y en ambas ocasiones me la encontré de frente. La primera vez ella entraba por la puerta del centro comercial por la que yo salía, y la segunda vez nos cruzamos en una calle desierta, y no la ví hasta que se plantificó delante de mí y me espetó un: “¿Estás tonto o qué?”.

Como soy consciente de este “fallo”, suelo advertírselo a la gente al poco de conocerla, para que no piensen que me hago el loco cuando me los encuentro por ahí, pero a saber cuántas personas se habrán mosqueado conmigo o habrán dejado de saludarme por no saberlo …

martes, 8 de abril de 2008

“La TontaTous”

Si hay un tipo de mujer fácilmente reconocible por la calle es la tontamarca, y esto es así precisamente porque ansían ser vistas y escaneadas más que cualquier otra cosa en el mundo. La tontamarca es una mujer que suele oscilar entre los 30 y los 50 que cree que la elegancia y la clase se pueden comprar, y que una no es verdaderamente distinguida si no deja ver a todo el mundo lo que puede gastarse en ropa. Así, se “engalanan” con lo más ostentoso y hortera de cada marca, se ponen todos los complementos juntos (si son dorados y grandes mejor), se escudan bajo unas enormes gafas de sol desde las que miran a los pobres infelices que van vestidos de Zara, y sobre todo (y este es el rasgo que más las caracteriza) se aseguran de llevar cartelones en los que se vea bien claro que la camiseta lisa que llevan puede ser una sosería, pero es de Dolce&Gabbana (si además esto está escrito con brillitos mueren de placer).

El sentido del gusto que poseen es inversamente proporcional al dinero que se gastan en modelitos, y suelen carecer de un sentido del ridículo y la dignidad más que preocupantes; pero no acaba ahí su mundo, pues ahora a la tontamarca le ha salido una hija menor que no es ni mejor ni peor, sino más bien complementaria, se trata de la tontatous, una especie que prolifera a velocidad de vértigo en todos los rincones del país.

Cuando a la familia de joyeros Tous les dio por desarrollar una línea menos elitista y más informal no podían imaginarse el éxito que tendrían sus sencillas creaciones, pasando luego de hacer cosas novedosas y graciosas a convertir en un espanto todo lo que tocaban. Para tal propósito crearon un amago de oso de peluche con brazos raquíticos, pies grandes y cara inexistente, que se convertiría en el símbolo de la casa, imponiendo la norma de que todo lo que saliera del taller debía llevar el mayor número de osos posibles. No todo lo que hace Tous es feo, incluso hay cosas del oso que no me resultan desagradables a la vista, pero por alguna razón la gente no se contenta con llevar sólo una cosa de Tous, no, sus adeptas ansían tenerlo todo, y lo demuestran poniéndose a toda la familia de oseznos encima: pendientes, pulseras, collares, colgantes, anillos, bolsos...TODO.

No entiendo que la gente pierda el culo por ataviarse con el mayor número de productos de la firma, llegando al punto de que se formen colas por fuera de la tienda y que en el corte inglés el puesto en cuestión tenga dispensador de turnos. ¿Se ha vuelto todo el mundo loco? Además, cuando la mitad de tu gremio lleva como mínimo diez ositos colgados por el cuerpo, ¿qué encanto tiene que tu hagas exactamente lo mismo?
Son malos tiempos para la individualidad, el juicio y el sentido del gusto.

miércoles, 2 de abril de 2008

Segundas impresiones



Se habla mucho de las primeras impresiones; de la importancia que tiene causar una buena porque es la que cuenta, del tiempo que tardamos en formárnosla sobre otros, de lo difícil que es cambiarlas, o de lo terriblemente equivocadas que pueden llegar a ser, algo sobre lo que yo mismo escribí el verano pasado. De lo que no se habla tanto es de las segundas impresiones, es decir, del momento en el que nos damos cuenta de que una persona no es como pensábamos, un descubrimiento que puede sobrevenirnos al poco de tratar con alguien o pasado mucho tiempo, incluso años. Igual que cuando estas revelaciones se dan pronto suele ser para bien, pasa lo contrario, de modo que cuando descubrimos al verdadero “yo” de viejos conocidos solemos entristecernos o enfurecernos.

Últimamente me he llevado unas cuantas “segundas impresiones” de lo más frustrantes con amistades de toda la vida, que lejos de derivar en un cabreo que haya acabado con la relación para siempre (que tampoco es que sea algo agradable), se han traducido en pequeñas decepciones sobre la persona, y no porque obren mal sino más bien porque me he dado cuenta de que no cumplían con las expectativas que reservaba para ellos; tonterías carentes de trascendencia que sin embargo hacen que mires a tus viejos amigos con otros ojos, y que no vuelvas a mirarlos como antes.

Llega un día en el que te das cuenta de que esa persona que tanto te hacía reír en realidad no es tan divertida, que quien te fascinaba con sus ocurrencias e ideas realmente no es tan interesante ni inteligente, y que ese gran amigo de siempre en verdad no es tan buen amigo. Llegados a ese punto uno no sabe qué hacer porque el cariño sigue ahí y las horas compartidas y los buenos ratos no se pueden borrar, pero cuando una persona no te aporta nada interesante más allá de recordar una y otra vez anécdotas de tiempos mejores y repetir cansinamente bromas, tópicos y lugares comunes, para no enfrentarse a un incómodo silencio que evidencie “la crisis”, ¿qué se puede hacer? ¿Romper para siempre? ¿Tratar de explotar lo que no tiene posibilidades de avanzar ni continuar como antaño? ¿Hacer cómo si no pasar nada a ver qué ocurre? ¿…?

En la mayoría de los casos acaba produciéndose un distanciamiento por parte de uno que acaba retroalimentándose haciendo que el otro también vaya cogiendo camino. Se empieza de forma sutil (“oye a ver cuándo quedamos…”), para ir profundizándolo más y más, hasta llegar al punto de encontrarse por la calle pasados los años y ponerse al día rápidamente con frases hechas, preguntas banales y sonrisas cordiales. Es muy triste y sin embargo inevitable. Cada uno va evolucionando de un modo y optando por uno u otro camino, y si el tuyo es diferente o tu evolución va por otros derroteros incompatibles, difícilmente va a resistirlo la relación.

¿Quién seguirá en mi vida dentro de 20 años? No me atrevo a hacer quinielas absolutas pero me arriesgo a pensar quién estará a mi lado como el primer día… ¡o mejor!