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martes, 29 de junio de 2010

Moda inmune

¿Se han dado cuenta de que la inmunidad que poseen los diseñadores de ropa, es casi equiparable a la que tienen los curas para decir animaladas? Me explico:

En general el tema de la moda me da bastante por saco, y no creo que sea el único al que le pase. Las revistas que orientan sobre lo que debes ponerte, son un despropósito que atenta contra la inteligencia, pero todos acabamos pasando por vestir más o menos acorde a los cánones del momento. La moda es cambio, aunque no siempre a bien, y es razonable que nos apetezca variar nuestra apariencia cada cierto tiempo, del mismo modo en que nos cansamos de un corte de pelo o decidimos dejarnos barba. Otra cosa son las fashion victims y el descerebramiento de las tías que idolatran prendas de ropa.

A lo que voy, que me estoy desviando, es a mi absoluta incomprensión al tratamiento que se da a la ropa de firma.
Cuando se habla de moda en los informativos (un enorme WTF que ya hemos asimilado, igual que el tiempo dedicado al fútbol), todas las creaciones son descritas con adjetivos amables, aunque lo que estén mostrando no haya por dónde cogerlo. Nos ponen a unas modelos con una boñiga en la cabeza, cadenas en el cuello y una teta al aire, y resulta que la colección otoño-invierno es "transgresora y desenfadada". No señores, es una puta mierda sin pies ni cabeza, y nadie cuerdo se pondría algo así.

Como se supone que la alta costura es arte, y lo que se enseña en los desfiles es una exageración de lo que pretenden imponer para esa temporada (no lo digo yo, es lo que me han explicado), se hace la vista gorda y aceptamos pulpo.
El problema viene a la hora de comentar el estilismo de las famosas en las alfombras rojas. El día después de una entrega de premios, todo los medios se hacen eco de cómo iban vestidas las asistentes, algo altamente trascendental. Es entonces cuando empiezan las lamidas de culo a mansalva.

Resulta que las actrices no llevan ropa antiestética, sino que "no la saben llevar"; es como decirte que no eres un engendro, sino que no sabes llevar tu cara. Un vestido nunca es feo; es desafortunado, inapropiado, complicado, no favorecedor, demasiado juvenil o demasiado serio, pero nunca feo. Si se tratara de ropa de Zara o Stradivarius no habría problema en llamar a las cosas por su nombre, pero se trata de prendas de lujo, y por alguna razón eso no se puede criticar. Es la misma razón por la que los diseñadores van disfrazados en plan carnavalesco: saben que nadie les va a decir ni pío porque ellos son "la autoridad".

Yo quiero pensar que caen en esta complacencia idiota por miedo a quedar como catetos, como quien finge interés ante un cuadro que le parece horrible. Si el diseñador ha aprobado un diseño, y una famosa de renombre se lo ha puesto, debe ser porque es bonito, pero quizás no todos los ojos son capaces de captar esa belleza, así que mejor seguirle la corriente a los que saben y no despreciar nada. Lo mismito que "El traje nuevo del Emperador".

Resulta curioso por otro lado, que no haya problemas en soltar las críticas más crueles hacia las manifestaciones artísticas más populares, es decir: el cine, la música y la literatura. Están al alcance de todos porque hay para todos los gustos; de Spanish Movie a Cinema Paradiso; de Wendy Sulca a Pavarotti; de Federico Moccia a Saramago. Cubren todo el espectro de la población, así que cualquiera puede convertirse en crítico.
Es como si apreciar la moda elitista sólo estuviera al alcance de los paladares más exquisitos, pero tal y como lo veo, lo que de verdad prima es la inseguridad de quienes pretenden moverse en ese mundo sin cagarla, y el borreguismo de los que piensan que lo caro y sofisticado pedante y abusivo es necesariamente bueno y bonito. Manada de imbéciles.




viernes, 25 de junio de 2010

300

Cuando pienso en el número 3, me acuerdo de los tres deseos del genio, los sobrinos del tío Gilito, las embrujadas Supremes o los estados de la materia. A partir de hoy podré incorporar a esa lista los años que lleva el blog en la red.
Manteniendo mi media de ciento y poco entradas anuales, me he plantado en la número 300 a unas semanas de cumplir los tres años. No podría sentirme más orgulloso, y es que un blog puede permanecer eternamente en la red, pero lo encomiable es mantenerlo vivo y cumplir artículos, ¿no?

Siempre pienso que algún día se me acabarán las ideas, las anécdotas o las ganas de escribir, pero hasta que llegue ese momento, seguiré con este sanísimo vicio. Como decía Pecosa hace no mucho, entrar en internet tiene ahora un nuevo aliciente, y "relacionarse" con tanta gente cotidianamente, aunque sea en diferido y a través de sus escritos, es un gustazo.

Además, algunos de esos comentaristas habituales se han ido convirtiendo poco a poco en algo más cercano, y por si todo eso fuera poco, parece que cada vez se anima más gente a dejar su aportación. ¿Se puede pedir más?


Un abrazo a todos, y muchísimas gracias por estar ahí.




lunes, 21 de junio de 2010

El que ríe último… no ríe


Vivir en Tenerife no sale a cuenta. Tenemos un clima cojonudo, y somos como un pequeño continente en el que encontrar todos los paisajes imaginables; hay mucha tranquilidad, y por el mero hecho de estar aislados, tenemos a mano todo lo que podamos necesitar. De acuerdo. Sin embargo es un despilfarro constante, porque todo cuesta más dinero. Nuestros sueldos son los más bajos del país, tenemos la cesta de la compra más abusiva, necesitamos coger el avión para todo, y las prensa es más cara.

Por si todo esto fuera poco, resulta que los “Todo a 150” que hace no mucho proliferaban en todas las esquinas, en la península siempre fueron “Todo a 100”. ¡A 100! ¿ Cómo justifican esas 50 pesetas de más? ¡Mamones!
Con la implantación del euro pensaron que para pagar 150 pesetas, mejor lo convertían en “Todo a un euro”y pagábamos 166, que así no habría que dar cambio. Claro que sí.

El caso es que antes de la llegada de los chinos, los 150 eran toda una institución; no había nadie que no necesitara pasar por ahí de vez en cuando. En mi calle hay uno de toda la vida, que siempre ha regentado la misma señora. Antes de que la ciudad creciera de mi barrio hacia afuera, esta mujer era la reina del mambo; su tienda estaba siempre llena, y como era la única del estilo en la zona, se podía permitir tratar a la clientela de forma despótica. Cuando ibas a preguntarle algo te contestaba de mala gana, bien porque estaba de cháchara con alguien, o sencillamente porque no le apetecía tratarte mejor. Le daba igual; tenía el monopolio de las baratijas y sabía que volveríamos por allí.

Un buen día los chinos llegaron a mi zona, calladitos y sibilinos, y poco a poco fueron apoderándose de todo. Su imperio comenzó con un pequeño restaruante siempre vacío (creo que es una tapadera), y desde ahí fueron tomando posesión de los locales más codiciados. El generoso establecimiento del 24 horas pasó a ser una tienda de ropa, y el monstruoso local de la tienda de deportes, es ahora una enorme “tienda de chinos”.

En cuanto clavaron su bandera a esta mujer se le bajaron los humos, y conforme fueron pasando los meses, pasó de señorita Rottenmeier a Heidi; regalando una amplia sonrisa a todos los que pasáramos cerca de la tienda, ayudando activamente a sus clientes a encontrar lo que buscaban, y derrochando simpatía a raudales. En ese momento no pude evitar pensar: “¡Juas! Como los chinos te hacen la competencia ahora te ves obligada a tratarnos bien. ¿A que jode?”


Hace un par de semanas que vi el cartel de "Se vende" en su escaparate, y desde hace unos días ni se molesta en abrir la tienda. Mi parte más furcia diría que es un castigo divino por su comportamiento en el pasado, pero la otra hace que me de lástima y me sienta mal por haber pensado aquello.

La conciencia es una mierda.




viernes, 18 de junio de 2010

El otro Michael

El próximo día 25 se cumple un año de la muerte de Michael Jackson, y como intuyo que la bloggosfera se inundará de homenajes, prefiero adelantar el mío y así evitar la saturación.

Al artífice del moonwalk le ocurre algo reservado sólo a los grandes de la música: guste más o menos todo el mundo conoce sus canciones, y no hay nadie que no haya tarareado alguno de sus temas. No conocer “Thriller” es como escuchar “We are the campions” o “Yesterday” y que te suene a nuevo; son canciones tan arraigadas en la cultura popular que forman parte de todos, y hasta el menos melómano sabría reconocerlas sin problemas.



La mayor parte de los intérpretes han de conformarse con ser recordados por un par de hits, pero Michael Jackson puede enorgullecerse de contar no sólo con una amplia producción artística, sino también con un gran repertorio de éxitos. Todos sabemos que “Billie Jean” no es su amante, que no importa si eres “Black or White”, que hemos sido golpeados por un “Smooth criminal”, o que es “Bad” (really really bad). Lo que no es tan común es tener constancia de las muchas veces en que se ponía ñoño, o las ocasiones en que arremetió contra el acoso mediático al que estaba sometido, gritando “Leave me alone” en los “Tabloid Junkie”, porque ansiaba un poco de “Privacy”.

Por eso, obviando las ya enlazadas en esta y la entrada que escribí cuando murió, aquí va mi top 5 de canciones que son moderamente conocidas… pero no tanto como las que siempre repiten en la radio:



1 - They don´t care about us (1995)



2 - Speechless (2001)



3 - Dirty Diana (1988)



4 - Give in to me (1991)



5 - Little Sussie (1995)


¡Larga vida al rey!

lunes, 14 de junio de 2010

Teología infantil

Conversación con mi primo de 5 años:

- Oye Pablo, ¿Qué número es cuando hay un 2 y tres ceros?

- Dos mil.

- ¿Y se pueden vivir 2000 años?

- No; lo más que vive la gente son ciento y pico, pero no tanto.

- Pues en el cole me dijeron que hay un hombre que tiene más de 2000. Se llama Dios. Y hace magia.


Esto es lo que pasa cuando impartes religión a los niños pequeños, que al colársela después de de "conocimiento del medio", la asumen como otra verdad científica más. ¿Cómo van a mentir los profes?

Me pregunto cuántos creyentes habría en el mundo, si no hubieran mamado estas absurdeces desde la más tierna infancia...





jueves, 10 de junio de 2010

El visitante nocturno

Es mucho más fácil describir físicamente a alguien que en función de su personalidad: lo primero se hace en base a rasgos objetivos, que te pueden atraer más o menos, pero son los que son. El modo en que percibimos el carácter de otro varía en función de cómo somos nosotros mismos, razón por la cual una misma persona causa impresiones muy dispares en los demás.



Ahora bien, ¿cómo haríais para describir a un individuo, cuya personalidad y físico varían cada vez que le veís? Es lo que me pasa con "el visitante nocturno", alguien que lleva años acompañándome en sueños, pero que se manifiesta de forma diferente en cada ocasión.

Durante mucho tiempo y muy de vez en cuando, iba a dar con él a una casa oscura. En alguna de esas inexplicables sucesiones de escenarios que se dan el los sueños, acababa en el salón de una casa que se adivinaba moderna y bien amueblada, pero que siempre estaba en penumbra, tanta, que no me permitía ver la cara de mi enigmático interlocutor. Al llegar yo solía estar esperándome sentado en el suelo, con las piernas como Rafiki a lo buda y siempre sonriente. Me saludaba con un entusiasta "¡Cuánto tiempo sin verte!", y enseguida nos poníamos a charlar. Resultaba extraño, porque yo no sabía quién era, pero daba la sensación de ser alguien con quien tenía confianza y me encontraba a gusto, y parecía que yo le despertaba lo mismo a él. A veces se oían susurros a nuestro alrededor porque había más gente allí de palique, y en ocasiones el llanto de un niño nos abstraía de la cháchara; se trataba de su hijo, al que iba a consolar para volver de nuevo solo al salón. Tenía este sueño de higos a brevas, pero siempre me dejaba una sensación rara, entre la agradable impresión de familiaridad y la incomodidad por sentirme confuso.

A pesar de que solía mantenerse más o menos fiel a su forma de ser, en ocasiones actuaba como si se tratara de otra persona, con rasgos que no adjudicaría a él, pero sin dejar de tener "su esencia"; nada iportante.


Su rostro también cambiaba, aunque yo apenas podía distinguirlo; su pelo a veces estaba diferente, o su tono de voz variaba muy ligeramente.



Hacía mucho que no nos encontrábamos, y ayer, durante una siesta, acabé dando con él de nuevo, esta vez a cara descubierta y a la luz del día. Me daba la sensación de que era quien yo creía, pero se comportaba de una forma bastante distinta a cómo había sido hasta entonces. Lo que antaño suponía una conversación fluida y estimulante, ahora era un cordial intercambio de datos y hechos. Era como si hubiera involucionado y ahora fuera más simplón, o sencillamente tuviera un día de encefalograma plano, que a todos nos pasa de vez en cuando. De todas formas, su "¡Hacía tiempo que no te veía" no dejaba lugar a dudas: era él. ¿Y quién es el? No tengo ni idea.




*2ª foto: Ariana Crespo

domingo, 6 de junio de 2010

Idiocracia

Ayer entré en una farmacia muy concurrida, que se vale de un dispensador de números para atender a los clientes en orden. Cogí el mío y me alegré de que sólo hubiera tres personas por delante de mí; nada hacía presagiar que apenas unos minutos serían suficientes para gozarme un espectáculo deplorable.

Una veinteañera gentucera con el definitorio piercing-verruga, hablaba con su madre sobre lo que molaba el tatuaje que se había hecho su novio en el culo. La madre estaba más pendiente del trasiego de la farmacéutica que de las tonterías de su hija, así que se deshizo de ella con un “¡No me comas la oreja, Coño!”.

La veinteañera, a la que llamaremos Jessy, estaba embarazadísima y arrastraba un carrito con dos niños, que intuyo que también debían ser suyos. Fue entonces a descargar la frustración con el mayor de ellos, que estaba sentado balbuceando. Se acercó a él desafiante y le dijo “que se callara la puta boca”, y el niño, con la inocencia propia de sus dos-tres años, le sonrío. Jessy se ablandó y le fue a hacer una carantoña, y en un momento de despiste el niño le mordió un dedo. Sacó la mano asqueada y se quejó a gritos a su madre, que le respondió sin pestañear lo que tenía que hacer: “Pártele la cara, que así aprende”.

Cada día veo más cerca el futuro de la película “Idiocracia”…




miércoles, 2 de junio de 2010

La caída

La semana pasada volví al gimnasio después de un tiempo sin ir. Como siempre, fui hacia una cinta estática, me amarré bien los cordones, busqué música estimulante en el iPod, y me puse a correr. Para evitar pisármelos o que se deshagan, tengo la costumbre de meterme los lazos de los cordones dentro de los tenis, y cuanto más a presión estén, mejor. Estaba en pleno éxtasis cuando me di cuenta de que uno de los lazos se había salido. El nudo seguía hecho, y tampoco es que fuera arrastrándose por el suelo, así que como estaba acabando decidí dejarlo estar; para un minuto que me quedaba en la cinta, no merecía la pena pararla, para volver a meterlo en su sitio y luego reanudar la velocidad. ¿no?
Me pisé los cordones y me estampé contra el suelo.

Podría haber tenido una caída mucho más aparatosa y dejarme los dientes, el culo o la cabeza. En vez de eso, me agarré con las manos al panel de control, di un par de pasos con las rodillas mientras recuperaba el equilibrio (la cinta seguía andando), y me puse en pie como si nada hubiera pasado. El chico que suele correr a mi lado me preguntó si estaba bien, y yo, quitándole importancia y sonriendo, le dije que sí, que raspado pero bien.

(No sufrais por mí, que ya está cicatrizando todo)

Como la dignidad es lo último que se pierde, recogí mi iPod, bebí un poco de agua, me limpié las rodillas chorreantes y seguí a lo mío. Afortunadamente no había casi nadie a esa hora, y los que estaban eran conocidos, así que no fue demasiado humillante. Cuando llegué a casa con las rodillas despellejadas (la cinta se había encargado de llevarse un par de capas de piel), sabía lo que me esperaba: amor materno cachondeo familiar. El día que Sara y yo llegamos a mi casa tras haber atravesado la riada, ella pensaba que mi madre se iba a apiadar de nosotros por vernos empapados; craso error: lo primero que hizo al vernos fue descojonarse e ir corriendo a por la cámara de fotos. Esta vez no fue menos.

Me quedaba la esperanza de encontrar un poco de misericordia en mi hermana; vale que tendamos a descalificarnos gratuitamente, pero… ¿quién no se ablandaría ante una herida en carne viva?
Entró por la puerta, me vio y me preguntó que me había pasado, y antes de que pudiese contestar, mi madre se adelantó:

- “Es que tu hermano se fue a Lourdes de rodillas. Jajajajaja”


Madre no hay más que una… y la mía está desnaturalizada.