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sábado, 31 de octubre de 2009

Animales metalizados

¿Qué se puede hacer con el papel albal cuando terminas de comerte un sandwich?

- ¿Dejarlo en el plato?
- ¿Hacer un gurruño?
- ¿Tirarlo a la basura?

Mejor algo más novedoso: ¡Arte!

Unos meses más desayunando en la facultad, y acabaré montando mi propio zoológico.




lunes, 26 de octubre de 2009

Actimel: La poción mágica

¿Se han fijado en que los actimeles de hoy son las compresas de ayer?

Hace unos años, el mundo de los anuncios de compresas dio un giro de 180 grados, cuando dejaron de morderse la lengua para hablar de la regla, y optaron por vendernos un mundo de alegría y color relacionado con la misma. Seguían sin llamar a las cosas por su nombre y optando por el líquido azul para escenificar los efectos del rojo, pero ahora tener el periodo no sólo no era una jodienda, sino que era como vivir un orgasmo infinito. Ya no existían los cólicos, la mala leche, el mal cuerpo ni la Saldeva; y de sangrar ni hablamos, claro. Ahora los días con menstruación eran más luminosos, la gente saludaba más por la calle, el arcoiris permanecía una semana en el cielo, y las plantas florecían más y mejor. El mundo de Narnia era una mierda en comparación con lo que cambiaba la vida de las mujeres cada 28 días, y los hombres empezamos a sentir envidia por ese subidón de felicidad que nunca podríamos experimentar. Yo también quería pasar una jornada como las chicas del anuncio: con una sonrisa de oreja a oreja, viviendo incesantes aventuras surrealistas, y oliendo nubes de aroma indefinido (¡Sum sum!).
El concepto de “Ponte un tampón y sigue con tu vida” estaba bien encauzado, pues le quitaba hierro a un asunto incómodo, pero el enfoque de alucinación onírica fue demasiado drástico entonces, y desde el primer momento empezaron los cachondeos.

Los años han pasado, y ya hemos asumido los anuncios festivos de compresas como algo normal; incluso hemos dejado de preguntarnos por qué si los medicamentos, los clinex o las tiritas se venden con envoltorios neutros, las fundas de las compresas tienen tanto colorido estridente y dibujos infantiles. Ahora existe un producto sustituto, que reporta casi tanta felicidad, tranquilidad y salud: El actimel.

Sin entrar a trapo sobre si es más dañino que beneficioso, por eso de que atiborrar el cuerpo a cantidades antinaturales de defensas pueda crear un efecto rebote, debemos poner los puntos sobre las íes. Nos empezaron vendiendo que era algo bueno, y se han ido entusiasmando tanto que ya están aleccionándonos de forma mesiánica; Actimel es el nuevo Dios que ha venido a salvarnos a todos. ¡Aleluya!
Me revuelve ver cómo nos intentan colar su “vital importancia”, recurriendo a falsos testimonios de madres sufridas o famosos que den credibilidad; nos advierten que no se puede tener una nevera sin ese brebaje curativo, y dentro de poco acabarán sentenciando que el Tamiflú es un engaño, y que si realmente queremos protegernos de la gripe, lo que tenemos que hacer es beber Actimel en cantidades industriales.

Señores de Danone, llevamos toda la vida viviendo sin sus bacterias mágicas, y aquí seguimos: vivos, sanos y longevos. ¿Con qué autoridad me vienen a decir ahora, que si no me bebo un par de botellitas de leche con sabor raro, estoy perdido ante catarros e infecciones? ¡No me toquen los cojones!

Si anunciaran coherentemente el producto y sin prometer duros a cuatro pesetas, no tendría problemas, pero es que nos bombardean sin vergüenza con pantomimas con tufo a confesión de “El diario de Patricia”, en las que la gente cuenta, literalmente, “cómo entró el Actimel en sus vidas, cambiándolas para siempre”. ¿Se creen que somos gilipollas o qué? ¡Es un puto yogur líquido! ¡Eso no le cambia la vida a nadie!

Luego pasa lo que pasa y los consumidores se acaban creyendo cualquier cosa. El otro día acudió un chico con gripe al hospital en el que trabaja mi tía. Cuando le dijeron que estaba enfermo, reaccionó negando las evidencias de sus pruebas, aludiendo a una coartada inquebrantable:

- “No puedo tener gripe porque yo tomo Actimel.”

Muy bien señores fabricantes, trabajo conseguido. La masa borrega ya ha mordido el anzuelo, y si la cosa crece más, me veo a los insensatos que tengan alguna infección o un sistema inmunitario deficiente, sustituyendo sus tratamientos médicos por un par de botellitas al día. Eso sí que acabaría con nosotros y no la pandemia de moda de cada año.





jueves, 22 de octubre de 2009

Pon una facha en tu vida

Cuando supe que este año volvería a tener de profesora a “Z.”, me eché las manos a la cabeza. Imparte una asignatura cuyo nombre resulta de lo más atractivo, pero que acaba sorprendiendo para mal y amargando a quienes deciden cursarla. El problema viene tanto del denso contenido como de la profesora, que utiliza las clases para sentar cátedra de sus ideales, y tratar de adoctrinarnos en los mismos.

Es una de las materias que tengo atravesadas desde hace tiempo, a cuya presentación he ido en varias ocasiones, y siempre, invariablemente, suelta una declaración de principios el primer día; antes incluso de que los alumnos se hayan quedado con su nombre:

- “Soy católica y de derechas”

Como es normal las caras de desconcierto no se hacen esperar; no tanto porque la mayoría de los allí presentes tiren más hacia el otro extremo, sino porque es algo completamente fuera de lugar. Ella reacciona a nuestro silencio, añadiendo que lo avisa para que no la llamen facha, porque ante según qué declaraciones suelen saltar chispas en el aula. Nunca he permanecido lo suficiente en sus clases como para saber hasta qué punto puede desbarrar, pero cuando el río suena es que agua lleva, y si alguien necesita decir eso de entrada, como si estuviera excusándose, por algo será. Por una parte parece querer mostrar que se siente orgullosa de sus ideales, pero por otra es como si pidiera perdón por tenerlos; un poco en la línea de muchos derechosos.

Me parece genial que piense lo que quiera pensar, pero no que convierta sus clases en un mítin para captar adeptos. Suele empezar muchas frases con un: “Yo como soy de derechas, pienso que….”, y cuando anima a los alumnos a opinar sobre algo, y estos lo hacen contradiciendo su opinión, acaba incurriendo en el avasallamiento público. Cuando ve que ninguno le sigue el juego y siguen posicionándose en contra de lo que predica, se encarga de que nadie más haga aportaciones, zanjando las intervenciones con contestaciones tajantes o cambios de tema. Además, todo esto se complementa con pequeñas reprimendas hacia el gobierno, soltadas en los momentos más incomprensibles e inconexos.

Si ya en los primeros días me quedé ojiplático con sus declaraciones, la cosa fue empeorando conforme cogió confianza y se fue soltando. Además de lo expuesto se declara monárquica (nunca entenderé qué lleva a nadie a sentir admiración por los borbones), y consumidora habitual de telebasura, que es lo menos “malo”, pero ya puestos tampoco va conmigo. Suyas son frases como:

- “Yo es que soy muy fanS de Letizia; me encanta la Leti”

- “Les animo a ver "Gran Hermano". (…) ¿Están al tanto de lo de La Esteban y la Campanario? Yo es que veo mucho la tele…”


Pero sin duda, la que más muertos nos dejó a todos, y sobre la que luego intentó recular torpemente, fue la siguiente:

-“Una prostituta tiene una función en la sociedad; están para que los hombres se puedan acostar con otras mujeres mientras las suyas están embarazadas o recién dadas a luz, y así no tengan que hacerlo con ellas”.

Cágate lorito.

Estoy seguro de que en cuanto pasen los meses, se descubirá como una persona altamente prejuiciosa, aunque no tengo claro hasta qué punto. En su página web hay cosas que pueden dar pistas, como su rechazo radical a la eutanasia y la educación para la ciudadanía, o los enlaces a la campaña antiabortista de la conferencia episcopal, y a "El foro de la familia", ese lugar de encuentro para intolerantes retrógrados que rozan el retraso mental. Creo que mañana me santiguaré y le haré el saludo fascista al entrar por clase; todo sea por aumentar mis posibilidades de aprobado.




sábado, 17 de octubre de 2009

El cuerpo de Cristo


*Esta entrada es muy hereje; absténganse de comentar los fanáticos religiosos sin sentido del humor.


Hay un aspecto de las misas que siempre me ha llamado la atención: el empeño de los curas por engañarnos a la cara con algo que estamos viendo claramente. Me refiero al tema de las hostias, que nos presentan levantándolas en alto, mirándolas con cara seria y sentenciando con voz profunda:

- ¡Esto es el cuerpo de Cristo!


Pues qué decepción oye, porque si todo el cristianismo se basa en adorar a una galleta, ya podría
ser la de Shrek, que al menos tiene forma humana. Está claro que se trata de un barquillo rancio y transparentoso, lo mires por donde lo mires, y si ya es imposible digerir lo de la inmuculada concepción (no engañas a nadie, María), que no hablen de la grandeza de “El señor” para acabar concluyendo que es parte de mi desayuno diario. Ya puestos deberían poner una Chips Ahoy, que tiene más categoría, o mejor una rodaja de mortadela, que además de mantener la apariencia de la hostia, es de carne como nosotros.

A todas estás, ¿eso no es apología del canibalismo? ¿Cómo pudo la iglesia criticar tan duramente a los supervivientes del accidente aéreo de Los Andes, si desde siempre nos han animado a comernos a “El salvador”? ¡Si es que no se aclaran!

Fíjense si los curas son conscientes de que suena inverosímil, que en cada misa repiten varias veces la frase cuando toca repartir las hostias, quizás en un intento de convencer a los más escépticos; ya se sabe que tanto en política, como en los adoctrinamientos demagógicos en general, la máxima que más funciona es la siguiente:

“Una mentira repetida el suficiente número de veces se convierte en una verdad”.
Por otra parte, ya que estamos en materia, ese momento en el que los asistentes se congregan en el altar, para recibir una galleta con la boca abierta, es una guarrada con mayúsculas. Ese hombre habrá tocado de todo, incluso sus sagradas partes íntimas; puede 
incluso que se haya rascado la almorrana ante un picor insoportable, pero claro, al ser del clero pensamos que sus manos están impolutas. Pues no señores, tienen tanta mierda como las de cualquiera, ¿o es que alguien ha visto que se las limpie con jabón en el agua bendita?

Crecemos con la enseñanza de que hay que lavarse las manos antes de comer y que no aceptemos caramelos de desconocidos, y en cuanto nos dan una señal, lo obviamos todo para que un extraño al que hemos visto toquetear media iglesia, nos ponga algo directamente en la lengua, pasando de una boca a la siguiente. ¡Qué asco por Dios!

En la misa de una semana de mi abuela (que por cierto coincidió con mi cumpleaños), el párroco innovó con algo que aún me tiene desconcertado: sacó una oblea amarillenta, la miró desafiante, y dijo con solemnidad:

- ¡Esto es el cordero de Cristo!
¿Cristo tenía un cordero? ¿Se trata una de sus múltiples personalidades, entre las que ya se encuentra una paloma? ¿Es una galleta con sabor a cordero?

¡Qué complicado es comprender lo que no tiene ni pies ni cabeza!

miércoles, 14 de octubre de 2009

¿La edad insípida?

Hoy cumplo 23 años, y hasta hace nada estaba convencido de que era una de las cifras más insípidas que podía uno vivir. Cuando echo la vista atrás a partir de la adolescencia tardía, veo lo armoniosos que quedaban los tres lustros, convirtiéndome en quinceañero por definición propia, o la importancia de los 16, por ser la edad mínima para muchas cosas; luego vendrían los apurados 17 antes de la mayoría de edad, ¡los decisorios 18!, los 19 como últimos meses de los “diecialgo”, ¡los 20!, los 21 como la edad definitiva (esta vez sí) en la que somos legalmente aptos para todo, y los dos patitos. De ahí en adelante vendrán los 24, que es un número bonito que nos recuerda a las horas del día, y el cuarto de siglo; ¿pero qué pasa con los 23? ¿qué tienen de especial? Me sonaban como un número puente en medio de la nada, sin ningún encanto particular… hasta que investigué al respecto.

Además de ser uno de los números misteriosos de "Perdidos", es protagonista de unos cuantos hechos matemáticos curiosos, que no voy a reproducir porque lo que implica cifras y operaciones me provoca urticaria. Fue el número con el que triunfó Michael Jordan, y es la cantidad de pares de cromosomas del ser humano (siendo precisamente el 23 el que designa el sexo); son los discos que hay en la columna vertebral, las puñaladas que recibió Julio César o las letras que tiene el alfabeto latino. Asimismo, la teoría de los biorritmos establece que el mundo sigue un ciclo físico de 23 días, la Tierra tiene una inclinación de 23 grados y medio, la sangre tarda 23 segundos en circular por todo el cuerpo, y fue el número de grandes templarios. Los antiguos calendarios egipcios y sumerios empiezan el día 23 de julio, los mayas fijaron el fin del mundo para el 23 de diciembre de 2012, y fue un 23 de abril cuando coincidieron el naciemiento y muerte de dos de los grandes de la literatura universal: Shakespeare y Cervantes.

A pesar de que entro en ellos con muy mal pie, espero que mis 23 me reporten algo tan interesante como para poder añadirlo con orgullo a la lista; después de los últimos acontecimientos al karma le corresponde recompensarme. Y punto.



sábado, 10 de octubre de 2009

Abuela

Hace unos días murió mi abuela y aún no me lo creo. No estaba enferma y nos hemos quedado todos en shock; hemos recibido una bofetada enorme para la que nadie nos había preparado, y aunque hemos llorado todo lo que teníamos dentro y más, sé que no será hasta pasado un tiempo cuando de verdad lo asimilemos. Estoy escribiendo y me parece como si estuviera relatando algo ficticio. ¿Cómo va a haberse ido sin más?

Nos dejó del mismo modo en que vivió; discretamente y sin molestar. Era una mujer “de las de antes”, con un arraigado sentido de la unidad familiar, una poderosa fe religiosa y el temor de su época al “qué dirán”; pero por encima de todo eso, era una persona cuya mayor preocupación fue siempre la de ayudar y servir a los demás. Lo llevaba dentro.
Buscaba el concilio ante cualquier tensión, tratando de mantener la armonía por encima de todas las cosas, y ofrecía cuanto estuviera en sus manos para hacer más agradable la existencia de quienes le rodeábamos. Lo curioso es que en su entrega siempre discriminaba a alguien que merecía tantas o más atenciones: ella misma.
En su velatorio pudimos comprobar lo querida que era, pues la afluencia de personas cercanas sobrepasaba los parámetros normales; ese día no había más fallecidos en el tanatorio, y sólo con nuestra gente parecía que estuvieran todas las salas llenas. Además, en cuanto se supo la noticia vinieron en peso todos sus conocidos y familiares de la isla vecina. Está claro que ha sido una pérdida con mayúsculas para muchísima gente.
Ayer, tras pasar uno de los peores ratos de mi vida en el funeral, nos dirigimos todos a su casa para que mi abuelo no estuviera solo, y fue entonces cuando empecé a darme cuenta de cómo iban a ser a partir de ahora las cosas; era rarísimo estar todos a la mesa con su silla vacía, sin ella inquieta por asegurarse de que todos estuviéramos comiendo bien, y los demás “obligándole” a estarse relajada y disfrutar del almuerzo. No volveremos a ver cómo al meter la pata se lleva las manos a la cabeza y sonríe tímidamente, ni esos maravillosos momentos en los que se contagiaba de la risa ajena y acababa riendo a carcajadas sin saber por qué; no disfrutaremos de su inocencia infantil y sus ataques de espontaneidad, y sobre todo, nunca más podremos escuchar su voz amable ni recibir muestras de su cariño.

Se ha marchado antes de tiempo sumiéndonos en la tristeza y el desamparo, pero nos ha dejado a todos la mejor herencia imaginable: su recuerdo eterno.

Te quiero mucho abuela.

sábado, 3 de octubre de 2009

El impasible Keanu

Mucho tiempo después de que escribiera sobre la inmutabilidad del rostro de Keanu Reeves, me he topado con una tira de Rubén Fernández que lo corrobora. ¡Sabía que no eran cosas mías!