Translate

jueves, 30 de abril de 2009

El peor modelo a imitar

Hace poco me llegó un correo con un enlace a Youtube, titulado “el mejor video del año”. Me daba la impresión de que tras un título tan pretencioso, podría encontrar cualquier parida que me dejaría indiferente. No podría estar más equivocado, y los pelos erizados de mi nuca así lo atestiguan.
Se llama “Los niños lo ven, los niños lo hacen”, y es que como nunca me cansaré de decir, la educación lo es todo. Suban el volumen y "disfrútenlo"...


domingo, 26 de abril de 2009

Fotos desde NY 2 (y fin)

Continúo donde lo había dejado ayer; en los carteles. Para empezar, aquí va uno que nos llamó la atención; estaba en una obra, y animaba a los ciudadanos a denunciar sin compromiso, si veían que se infringían las leyes de seguridad; quizás habría menos accidentes laborales si tomáramos ejemplo.Este estaba dentro del teatro en el que vimos Mary Poppins, y esas letras disparatadas protagonizaban gran parte del merchandising que vendían a la salida. Aunque es difícil de asimilar, había una gigantesca tienda de Hello Kitty en frente del teatro, y como no podía ser de otra forma, su entrada estaba coronada por la gata más cursi de la historia. Claro que aunque Hello Kitty era grande, no era nada en comparación con los carteles de la tienda M&M´s.
Siguiendo con el interior de tiendas, pasamos al Toys "r" us de Times Square, que para que se hagan una idea de las dimensiones, tenía en funcionamiento una noria de tres pisos y un tiranosaurio animado. Además, del techo colgaban todo tipo de adornos, desde un Spiderman a tamaño real, a un Superman sujetando un camión... también a tamaño real.
Seguimos en Times Square, donde no me pude resistir a fotografíar un anuncio gigante de Perdidos; con bombardeos así a todas horas, en pantalla gigante en medio de la calle, y en una de las zonas más bulliciosas, ¿cómo no van a convertirse en fenónmenos las series en Estados Unidos?
Claro que no todo son inmensos carteles electrónicos, y también hay lugar para los más modestos, que en algún caso estaban interconectados, como este de Land Rover, que estaba compuesto por tres colocados en diferentes ángulos, y que parecían carecer de sentido, hasta que te colocabas en una esquina de la calle y veías que formaban parte de un todo:
Sin olvidarnos de los artesanales, que no tenían nada que envidiar a los más modernos:Volvemos a las jugueterías, esta vez a la Fao Scwarz; este "soldadito" de aquí abajo, estaba hecho con golosinas, y si se fijan en la cabeza que sale abajo, se pueden hacer una idea de las dimensiones
Y como allí es todo a otra escala, los peluches no iban a ser menos. Atención al tamaño de los dinosaurios de la entrada.
Más cosas grandes y que impresionan: Esta "lámpara" de un mercado de comida, hecha con un árbol al revés y cientos de lágrimas de cirstal iluminadas por los focos
Y continuando con cosas artísticas, una de las esculturas más originales que he visto nunca; estaba en el distrito financiero, y simulaba una figura hecha con un globo. Era tan logrado el efecto, que cuando te acercabas a ella, parecía que iba a ser blanda y no rígida
Más arte en el techo de la biblioteca pública, que daba la impresión de estar abierto al cielo:

Para acabar, una de las farolas que presidían la "Diamond Street", dos instantáneas tomadas en Central Park, y algo que se veía allá donde miraras: Banderas nacionales.


Y ahora sí que sí... esto es todo desde el otro lado del charco.


sábado, 25 de abril de 2009

Fotos desde NY

Como final de los artículos sobre el viaje (que ya era hora, porque han sido nada menos que 12), y en base al interés mostrado por algunos lectores, aquí va un "Bonus track" de fotos curiosas hechas esos días.
Para empezar, esta del Chrysler reflejado en el edificio de enfrente, que quedó, como mínimo, interesante.

Uno podría pensar que ver una ciudad plagada de moles de hormigón puede llegar a ser cansino, pero eso es porque en la tele no se ve el nivel de detalle de las fachadas; fíjense en las texturas y los adornos, que hay en el exterior de estos dos edificios anónimos. Bonito, ¿no?
Seguimos con arquitectura, en este caso, la de una casa superviviente, que parece vivir acojonada por miedo a que se la coman sus vecinos gigantes.A esta última le pasa como a las iglesias, que por muy majestusoas que fueran (obviando el hecho de que sean copiadas y "nuevas"), se veían ridículas y desubicadas entre tanto rascacielos.

Hablando de cosas fuera de sitio, ¿qué pinta este edificio corrientón en una avenida con fachadas históricas?Por no hablar de este amago de castillo, insertado en medio de una calle normal y corriente.Como digo, los edificios de Nueva York, que tan anodinos pueden parecer, son todo un mundo, y si encima combinan originalidad con altura, apaga y vámonos. Los que son altos de verdad, desaparecen en el cielo si hace mal tiempo, algo que pudimos comprobar con asombro el primer día.
Hay más, pero no quiero aburrir, así que paso a algo que ya mencioné en su día: los escaparates. Como no siempre tenía yo la cámara, y mi familia no es muy dada a fotografiar cosas curiosas, se me escaparon muchos, pero pude capturar un par de ellos interesantes, como este, en el que el eslogan rezaba que "Los mejores pantalones en la vida, son gratis".
Seguimos con piernas al aire, y aunque parezca mentira, esto no era un Sex shop:
Ornamentación excesiva, para hacer compañía a un par de maniquís infantiles:
Para esta no tengo explicación, porque no pude averiguar lo que vendían.Por último, antes de pasar a los carteles, el dibujo que había en el escaparate del museo del sexo, al que por cuestiones de horario, no pudimos ni entrar a curiosear: Aquí puedo resumir, porque si se trata de leer carteles puedo transcribirlos yo, así que ahorraré tiempo en poner el cartel de una tienda llamada "Foxy Lady" (¿eso no es señorita zorra?), la zapatería "Bonito Shoes", que dejaba claro el buen gusto de sus diseños, o la franquicia de comida rápida, "La Papaya de Gray" (Gray´s Papaya)... que me incita a hacer tantos comentarios maliciosos, que mejor dejaré que sean ustedes quienes se los imaginen.

Me gustó mucho uno de El Harlem, con el poético eslogan: "Rine or shine, umbrellas Ine", que suena más a cuña de radio de los 60, que a nombre de tienda de verdad; o "Amy´s beauty salon", que me perturba, porque asocio el nombre Amy, con el apellido Winehouse, y promocionar la belleza en su nombre me causa rechazo por lo que podrían hacerme. ¿Te imaginas entrar a cortarte el pelo y salir con su moñaco? No gracias...
En la línea de los carteles perturbadores, estos tres estaban en el Moma:
Pero sin duda, los dos mejores eran estos dos; el primero en una tienda de accesorios de mujer, con cuatro sillas plegables a la entrada, y en el que pone: "Zona de descanso de los maridos":Y este otro en el cristal de un bar: "Si quieres comida casera... ¡quédate en casa!"
Finalizo con una foto que no tiene que ver con nada, pero que no podía dejar de poner; está hecha en una tienda de souvenirs, y no sé si la colocación será casual o premeditada, pero desde luego es pasto de microsiervos.
(El próximo día la segunda parte)

jueves, 23 de abril de 2009

A tiro hecho y vuelta a casa (Días 8 y 9)

El penúltimo día lo reservamos para ir a tiro hecho a los sitios que habíamos dejado pendientes, y aunque no eran demasiados, no nos dio tiempo a verlos todos. Compramos los souvenirs de turno, volvimos a pasar por zonas como el Pier 17, que nos había gustado mucho, y acabamos cenando como auténticos yankis, un buen plato de carne con papas fritas. La gastronomía no es el fuerte de esta gente, pero si hay algo que habíamos oído en más de una ocasión, es que la carne es buenísima, y si no la probábamos entonces, iba a estar difícil llegar a comprobarlo. Nos atendió una camarera (hispana, por supuesto), que me hizo pensar en cuando tendrían que aprender los camareros en España. Allí cobran unos sueldos bastante miserables, así que las propinas constituyen una parte esencial de su salario. Son obligatorias, y hay quienes te facilitan tres posibles cantidades, para que tú estimes el porcentaje que les quieres dar (10, 20 o 30%); llega a tocar las narices “el engaño”, es decir, que cuentes con que algo te va a costar una suma de dinero determinada, para luego descubrir que es más, pero al menos se esfuerzan en dar el mejor servicio posible, para que lo hagas de buena gana. ¿Quién no se ha encontrado alguna vez con algún camarero que más que servirte parece que te está haciendo favor? O que tarde mil años, te trate a la patada o pase de ti… ¿nunca? Quisiera yo ver a esos en Estados Unidos… se espabilarían enseguida por la cuenta que les trae.

A la mañana siguiente salimos a recados de última hora, y volvimos a mediodía al hotel; subimos a la terraza a hacer tiempo, hasta que viniera el coche que nos habían facilitado para llegar hasta el aeropuerto, y nos abordó una empleada que casi muere de placer al hablarnos, y descubrir que éramos del lugar en el que ella había estado de vacaciones. Al bajar a la puerta del hotel nos recibió… ¡una limusina! Salimos del país por la puerta grande, poniendo atención en cada edificio que veíamos alejarse, quizás en un intento de retenerlos con fuerza en la memoria hasta la próxima vez que volvamos… que lo haremos.


miércoles, 22 de abril de 2009

Día 7 – Supercalifragilisticoespialidoso

Cuando los días empiezan bien, te entra un buen humor que hace que lo veas todo de color de rosa, y esa mañana fue supercalifragilisticoespialidosa. Paseamos temprano por varias zonas, vimos el Lincoln Center, y estuvimos con una sonrisa toda la mañana, porque después de intentarlo sin éxito en dos ocasiones, por fin pudimos comprar entradas para un musical que, como habrán adivinado los más avispados, no era otro que “Mary Poppins”. Cuando tuvimos los tickets en nuestro poder, mi madre se puso a bailar de alegría en la entrada del teatro (no es una forma de hablar, va en serio), y por si no era suficiente con saber que íbamos a ver un espectáculo de Broadway, mi hermana y yo nos agenciamos un par de All Star, que allí valen la mitad que en España. Nueva York es, en muchos sentidos, gangalandia, y viendo las etiquetas de precios y descuentos, no es de extrañar que sea conocida como la ciudad de las compras. Si en nuestro país hay algunas tiendas “outlet”, en las que encuentras cosas de marca a buen precio, allí hay una cultura a ese respecto impresionante, existiendo zonas y centros comerciales enteros, en las que poco menos que te regalan la ropa. Vi una camiseta a 20 dólares, que había sido rebajada de ¡190! ¿Cómo es posible?
Por lo visto, allí la máxima de “Renovarse o morir” está muy arraigada en los fashionistas, y cuando hay cambio de temporada, tiran la casa por la ventana; razón por la cual, la gente viaja a Estados Unidos con maletas vacías para traerlas llenas. Haciendo recuento, me agencié dos vaqueros de Levis, que rondan los 90 euros, por 24 cada uno, las zapatillas deportivas los tenis a 29, ocho botes de mi gomina, que en Tenerife cuesta 11 euros y allí 50 centavos, y unos accesorios para el iPod, que me habrían salido más de 100 euros, y que conseguí por poco más de 20. Si no tienes cuidado, se te dispara el consumismo.

A todas estas, pueden dar gracias a que los precios estén baratos para que la gente compre, porque si fuera por la amabilidad de las dependientas, lo llevarían claro. Me refiero en concreto a las negras, que no podrían ser más bordes (no me sale natural decir “afroamericano”, porque me suena a eufemismo utilizado por miedo a decir “negro”). Imagino que quizás a ellas las tratan a la patada, por ser víctimas del racismo de una sociedad hipócrita, y por eso cuando ven a un turista descargan contra él, porque si no, no encuentro explicación.
El día anterior le había preguntado a una dependienta por las All Star, y a pesar de que vio que me manejaba bien en inglés, se dirigió a mí con monosílabos y frases imperativas (de sonreír y ser amable ni hablamos, claro); cuando le dije que había buscado pero que no había de mi número, y le pregunté con toda educación si podría mirar en las del escaparate, que tenía un porrón amontonadas, y estaba casi seguro de que eran de mi talla, me miró con asco y me dijo que no pensaba ir al escaparate; se dio media vuelta y se fue. En el resto de tiendas igual, y en el metro más de lo mismo. Estando en un Starbucks se podría decir que la camarera se río de mí delante de una compañera, dándole a entender que era gilipollas por pagar ese precio por una galleta. Ya sé que el Starbucks es caro, pero joder, estaba todo cerrado, tenía hambre y… coño, ¿no se supone que viven de lo que les compramos? Es como si entras en un concesionario de lujo, y el vendedor te dice que hay que ser imbécil para gastarse ese dinero en un coche. Cuando ya estábamos empezando a plantearnos si los del Ku Klux Klan quizás no eran tan mala gente, una mujer de información (negra, se sobreentiende) nos trató de maravilla, así que decidimos guardar las antorchas, y pensar que sencillamente nos topamos con un par de gilipollas que compartían sexo y color de piel.

Almorzamos en el buffet de un centro comercial, en el que había una escultura metálica de un hombre desnudo; era toda oscura, salvo la pinga el miembro, que se lo habían sobado tanto, que se había quedado dorado y le brillaba desde lejos. Vimos la biblioteca pública (a-lu-ci-nan-te), y volvimos a casa para vestirnos e ir al teatro.

La puesta en escena fue acojonante, y el nivel de perfección en el espectáculo y los decorados era tal, que dejaban boquiabierto al más exigente; si en una obra de teatro te ponen dos paños de pared y una mesa, para hacerte creer que la acción se desarrolla en una habitación, aquí ponían una casa entera sin la fachada, es decir, como si abrieras una casa de muñecas o vieras de frente el 13 Rue del Percebe, y todo cuidado hasta el más mínimo detalle; además estábamos en un sitio inmejorable, y vimos hasta los pelos de la nariz de los actores.
Cambiaban de escenario y ropa con un chasquido de dedos, el espectáculo nunca decaía, y cuando creías que no podían darte nada nuevo, de repente te sorprendían poniendo a volar a Mary Poppins entre el público, o haciendo que Bert el deshollinador caminara por el techo. Salimos de allí cargados de nostalgia, con una sonrisa en la cara y una canción en los labios:

Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan… la píldora que os dan, pasará mejor; si hay un poco de azúcar, esa píldora que os dan, satisfechos tomaréis…

martes, 21 de abril de 2009

Día 6 – Ricos y pobres

Nueva York es una ciudad de contrastes, donde apenas cruzando unas calles, puedes pasar de los barrios más ricos a los más pobres; que difieren tanto entre sí, que llegas a pensar que estás en países diferentes. Esa mañana fuimos por el Upper East Side (lo más de lo más), donde los edificios de viviendas tienen portero con uniforme, un pasadizo cubierto y enmoquetado de la acera a la carretera, y un coche de lujo en la entrada. Vimos las torres Trump, el museo metropolitano (sin llegar a entrar, porque es como el Británico, que no merece la pena si no tienes muchas horas para dedicarle), Park Avenue, y una plaza en la que estaban la juguetería Fao Schwarz y la tienda Apple.

Lo que en España son grandes tiendas, allí son establecimientos monstruosos, y en estos dos casos no iba a ser menos; la primera, además de ser inmensa y tener varios pisos, estaba decorada con enormes peluches de dinosaurios a la entrada, y tenía secciones temáticas de todo, desde un pasillo ambientado como la estación de tren de Harry Potter, hasta una zona donde podías hacerte tus propios teleñecos, pasando por inmensas construcciones de lego o la parte de nenucos, para la que habían recreado la zona de nido de un hospital (matrona incluída); es donde se encuentra el piano gigante que salía en la película "Big" y en Los Simpson. La tienda Apple estaba en un bajo, y como reclamo, tenía una gran cúpula de cristal en medio de la plaza, con su icónica manzana mordida en el techo. Se entraba a través de un ascensor de cristal que te bajaba a la tienda, que era un enorme espacio diáfano con luz natural, en el que había decenas de ordenadores conectados a iPhones, a disposición de quien quisiera usarlos.

De allí tiramos al museo Guggenheim, que concentraba casi todo su atractivo en el edificio; no es que saliéramos echando pestes, pero tampoco es que nos volviera locos, para qué mentir. Almorzamos en Times Square pasando por Diamond Street, la calle judía donde están concentradas todas las joyerías, y en la que uno de cada cinco transeúntes, es un rabino vestido de negro con tirabuzones en las patillas; parece que estuvieran hechos todos con la misma plantilla, y que luego le hubieran dado a cortar y pegar.
Esa tarde vimos la otra cara de la ciudad, el brutal contraste con el distrito de los museos y la zona de los ricos: Little Italy y Chinatown. Si la primera podría pasar por una zona un poco más austera, con el encanto de sus reminiscencias italianas, la segunda parecía el cubo de basura municipal; Chinatown es, como siempre que pensamos en cosas chinas, cutre, sucia y caótica. Los puestos de souvenirs neoyorkinos conviven con los negocios chinos, las tiendas de alimentación con el pescado a pie de calle, y los comercios que parecen haber montado en una tarde de aburrimiento, de lo chapuceros que son. La razón de esto último está clara: tratándose de negocios de tapadera, es normal que no se esmeren en la ambientación o la higiene, y no hablo por hablar, sino con conocimiento de causa…
Mi madre tenía en mente comprarse un par de bolsos de imitación específicos, y no hay mejor lugar para ello que el barrio chino; no es que quisiera ir con el cartelón de la marca bien visible para que vieran cómo se las gasta, porque de hecho, ir exhibiéndose así le parece una horterada, pero sí que pretendía hacerse con modelos clásicos y discretos, que siempre le han gustado, pero por los que no pagaría nunca el precio original.
Los vendedores de falsificaciones tienen tres modus operandi:

1 - Esperar a que tú les preguntes directamente (como hicimos en una de las tiendas, que a más cutre, más posibilidades de que los vendan).
2 - Abordarte por la calle.
3 - Pregonarlo bajito desde la entrada.

Al poco de llegar se nos acercó una china, que nos preguntó con toda naturalidad si buscábamos bolsos falsos. Le dijimos que sí, nos sacó un catálogo de la chaqueta y nos dio a elegir. Llamó en móvil a su cómplice, esperamos 5 minutos, y acabamos “esondidos”, viendo la mercancía que traía en una furgoneta de cristales tintados; parecía que estábamos cometiendo un crimen.
A mi madre no le gustó la calidad (es que hasta para llevar falsificaciones hay que exigir un mínimo), así que probamos con una tienda, en cuya entrada había un hombre repitiendo una y otra vez la palabra “Bolso”.

Entramos, la dependienta miró hacia fuera con recelo, abrió la pared, e hizo pasar a mi madre, que entró con mi hermana por seguridad y para que le hiciera de intérprete. Mi padre y yo nos quedamos esperándolas fuera, y fue tanto lo que tardaron, que llegamos a pensar que debían estar facturándolas por pedacitos a algún lugar de venta de órganos. Cuando salieron, nos contaron que fue tal el entramado de habitaciones secretas, pasillos y escaleras hacia sótanos, que si les llegan a tender una emboscada, se las habrían podido cargar sin que nadie se enterara; a saber la de Natashas Kampusch que habrá en ese barrio. Está claro que el sistema no ofrece mucha seguridad, pero es que mi madre antes muerta que sencilla. Cuando íbamos a venir, todo el mundo nos advirtió (pecando de agoreros, eso sí), que no debíamos ser demasiado exhibicionistas, que allí los robos a turistas son el pan de cada día; recomendaban no llevar nada de joyas, ni siquiera bisutería, especialmente en zonas “peligrosas”. ¿Hizo mi madre caso a algo de eso? No, porque no renunciaría a su feminidad ni aunque eso le costara la vida, y aunque conseguimos que se quitara el anillo de brillantes para ir a El Harlem, no se deshizo de sus perlas jamás; eso nunca. Bastante era ya tener que llevar zapatos cómodos en lugar de tacones.

Esa noche, que no estábamos muy cansados, mi hermana y yo fuimos a patinar al Rockefeller Center, y aunque la pista no era gran cosa, me lo pasé como los indios. Deslizarse por una de las pistas de hielo más televisadas de la historia, mientras suena “I wanna dance with somebody”, me parecía el final perfecto para una jornada en Nueva York, pero cambiaría de idea al comprobar cómo acabaría el siguiente día...

lunes, 20 de abril de 2009

Día 5 – Moma y Soho

Esa mañana fuimos al Museo de arte moderno de Nueva York (Moma), que es el que más ganas tenía de ver, y sobre el que más me había informado antes del viaje. En las primeras plantas había mucho de lo que yo llamo “Me voy a reír en tu puta cara, porque como tengo un padrino en el mundo del arte, voy a conseguir que me cuelguen cosas como folios enmarcados” (no es broma, eran folios sin más), pero a partir de ahí todo fue a mejor… ¡Y tanto que sí!

Vimos obras de Toulouse Lautrec, Klimt , Gauguin, Pollock, Matisse… y por supuesto Picasso, que con todo lo que tenían de él, podrían haber hecho un museo independiente. Me extrañó que no hubiera mucho de Roy Lichtenstein y Andy Warhol, pues tratándose de una de las mayores colecciones de arte moderno del mundo, era de esperar un poco más de representación de los máximos exponentes del pop art. Por contra, descubrí obras de Edward Hopper que no sabía que fueran a estar ahí, y eso me alegró el día. De todas formas, me sentí un tanto engañado, porque no fui advertido de que dos de los cuadros más emblemáticos del museo, estaban en ese momento “de gira” ("La noche estrellada" de Van Gogh, y "La persistencia de la memoria", de Dalí); resulta un poco fraudulento que mucha gente acuda allí atraída por los mismos, para luego enterarse si pregunta (que si no, me hubiera quedado con la duda), de que se los han llevado. La mujer de información me sugirió que fuera por allí en cuatro meses, que estarían los dos, y le dije cambiando mucho las palabras, que yo no cago dinero, así que no lo veía muy posible. Cuando al día siguiente fuéramos a otro museo, nos pasaría exactamente lo mismo: Ni rastro del desnudo de Modigliani o la visión de Paris de Chagall… ¡Gentuza!

Esa tarde nos dedicamos a callejaear por el Soho y las zonas adyacentes, y nos quedamos alucinados con los escaparates de las tiendas; ya mi tía nos había dicho que allí se los curran mucho, y no le faltaba razón. En los grandes almacenes Macy´s, por ejemplo, estaban todos llenos de flores frescas y figuras gigantes, y en algunos comercios era tanta la decoración exterior, que llegaba a costar saber qué es lo que vendían.

Hablando de vender, es curioso el modo que tienen de administrar los medicamentos en los supermercados, que suelen tener una parte de farmacia. Compramos una droga un fármaco prohibido en España, que básicamente hace que caigas dormido como si te hubieran dado un palo en la cabeza, a ver si así el viaje de vuelta se nos hacía más llevadero; y nos fijamos en que las cosas que necesitan receta, se venden a granel, es decir, que si necesitas un medicamento particular te venden la cantidad estipulalda por tu médico, ni más ni menos, y si se te cae una pastilla por el desagüe, te jodes.

Allí, como en todos lados, había quien hablara español, y es que llegas a preguntarte para qué demonios estudias idiomas si hay hispanos hasta debajo de las piedras. En el sector servicios hay un porcentaje de inmigrantes del tropecientos por ciento, y en más de una ocasión te vuelves loco buscando esa palabra en inglés que no terminas de recordar, para encontrarte con que el que te atiende es de Guatemala. Llegaba un punto en el que, según lo morenos que les viéramos, les hablábamos directamente en castellano, y el 90% de las veces respondían con naturalidad. Después está el extremo de mi madre, que le hablaba en español a todo el mundo, sin discriminaciones, aunque llevaran escrito en la frente “Born in the USA”; y a pesar de que le respondieran en inglés, ella seguía hablándoles en español, llegando a desesperarse si no le entendían. Es de las que llevan grabado eso de que “El cliente siempre tiene la razón”, y sostenía que más valía que espabilaran, porque si no hacían un mínimo esfuerzo por entenderla, se iba a otro sitio, que ella no estaba para hacer el ridículo con su inglés de todo a 100. Di que sí.