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domingo, 31 de agosto de 2008

La cochina vejez

Mientras mis padres disfrutan de una escapada a otra isla, mi hermana y yo hemos tenido que ocuparnos de mantener la casa en pie y desempeñar las funciones para las que ellos no están disponibles, dentro de las cuales figura ir a visitar a nuestras tías abuelas. Están ingresadas en una residencia del norte, y tratar con ambas es toda una experiencia.

Mi madre y mi abuela suben todas las tardes a verlas, y nosotros… no es que seamos malos nietos (sobrinos nietos en realidad), sino que nunca tuvimos relación con ellas, así que no existe un vínculo afectivo suficiente como para sentir que debamos ir tan a menudo. Vivían en La Gomera, las veíamos un día al año cuando éramos niños, y siempre estuvieron más “idas” que cuerdas.

Son las eternas hermanas solteronas que siempre han vivido juntas y casi no han salido del pueblo, y ese particular aislamiento las ha convirtido en seres peculiares que parecen no poder concebirse individualmente. Viven desde hace mucho en su mundo paralelo, no tienen demasiadas habilidades sociales y acaban las frases que empieza la otra.

Hace un tiempo pasaron de “estar mayores” a no poder valerse solas, y mi madre consiguió convencerlas para ingresarlas donde pudieran atenderlas bien. Desde entonces han ido perdiendo facultades e independencia de forma espectacular, y parecen esperar resignadas una muerte que se resiste en llegar, pero que va instalándose poco a poco en sus frágiles vidas. Además de estar seniles, ambas caminan a duras penas a paso de tortuga, una sufre incontinencia y la otra es ciega. Son la alegria de la huerta.

Ir a verlas se hace duro, y es que comprobar cómo es la vida en este tipo de sitios hace que se te caiga el alma a los pies. Los ancianos pasan sus días entre el aburrimiento, la soledad más absoluta y la frustrante resignación de saber que el fin les llegará pronto, y su condición física y mental les impedirá disfrutar de sus últimos momentos. Hay residentes a los que no van a ver nunca y se pasan el día atentos a la tele o sentados en la puerta, quizás esperando una visita que nunca llega; una vez una mujer nos preguntó si podía ponerse con nosotros porque a ella no la iba a ver nadie. Es realmente triste.

Cuando tratamos de hablar con ellas nos enfrentamos siempre a la misma situación: las quejas y paranoias de una y la memoria de pez de la otra. La primera pasa el día maldiciendo su salud y elucubrando teorías sobre lo que ocurre a su alrededor, llegando a asegurarnos que “aunque no podía decirnos nada”, los de la residencia estaban planeando matar a mi madre y a mi abuela, así que más valía que tomaran precauciones a la hora de volver por allí. La segunda tiene un problema de memoria a corto a plazo tan acentuado, que cuando tratas de mantener una conversación con ella llegas a pensar que se está riendo de ti. La cosa va más o menos así:

-¿Y tus padres dónde están?

-Están en Lanzarote, de vacaciones.

-¿Vacaciones? ¿Quién está de vacaciones?

-Mis padres

-¿Y dónde están?

-En Lanzarote

-Ah Lanzarote... ¡qué bonito!... ¿Y tus padres?

-En Lanzarote

-¿Están de vacaciones? ...¡Mira! ¡Un perro!

-(...)

Pisar ese sitio me deprime de forma atroz…¿Llegaré algún día a ese estado? Siempre he querido pensar que envejeceré tan bien como los hombres de mi familia paterna, pero nunca se sabe si acabaré achacoso, con un cerebro “estropeado” incapaz de coordinar un cuerpo aún en funcionamiento, o lo que es peor, una mente activa y joven con un cuerpo débil y marchito que no le responde.

La vejez es una puta mierda y supone un trailer sobre la muerte demasiado largo y sacrificado, y lo peor es que por mucho que hagamos para que nuestra tercera edad sea halagüeña, podemos llegar a ella de cualquier forma. Tendríamos que ser como los tiburones, que están toda su vida como una puncha, hasta que un día sencillamente se mueren y caen redondos, sin agonías ni sufrimientos.

¡Toquemos madera!


miércoles, 27 de agosto de 2008

Morbo televisivo

Como es lógico, una semana después de la terrible tragedia de Barajas sigue hablándose bastante del tema. No es para menos. Más de 150 vidas rotas para siempre, familias desmembradas, incomprensión ante un acontecimiento de tales magnitudes, y dolor, muchísimo dolor. Sobrecoge escuchar testimonios de supervivientes que escaparon de puro milagro, relatos de quienes han perdido a varios conocidos de un solo plumazo, y las inevitables anécdotas de quienes cuentan cómo por una serie de casualidades, perdieron el avión siniestrado en el último momento. Aunque sólo sea por empatía o por las veces que hemos volado, un suceso así nos coge a todos de cerca, y ante la falta de nuevos datos que aportar, es normal y disculpable que repitan lo mismo mil veces, dándole vueltas a lo dicho sin cambiar el contenido. De acuerdo. Pero hay algo por lo que no puedo pasar porque es denigrante y repulsivo: el morbo gratuito.

Tras los primeros informes sobre el accidente y sus causas, el lugar de los acontecimientos, lo acaecido a partir de ese momento y las personas implicadas en todo ello, se pasa al segundo plato: mojar pan en las miserias ajenas… y repetir. No es éticamente reprochable recoger el testimonio de quien quiera compartir el infierno que vivió al estar a punto de morir, o el que está viviendo tras saber que entre las víctimas están sus seres queridos, pero sí hacerlo con los fines con que se hace, y sobre todo en los términos en que se hace. ¿Cómo tienen el poco respeto de perseguir con un micrófono a quienes lloran desgarrados tras recibir la noticia, para preguntarles polladas mientras se ponen morados a sacar fotos y video? ¿Es que no se les cae la cara de vergüenza? Es como cuando al funeral de alguien famoso, acude toda la planta de periodistas a meter micrófonos en la boca y preguntar molestas obviedades:

- ¿Lo estás pasando mal en estos momentos? ¿No? ¿Verdad? ¿Eh? ¿Cómo te sientes? ¿No nos dices nada...?

El afectado en cuestión lo que siente es una ganas incontrolables de matar a la reportera a puñetazos en la boca, pero claro… no procede.

Menos mal que los programadores podrán sentirse realizados cuando monten las imágenes de los afectados en el programa de sucesos de turno (la españadirectización que han sufrido todas las cadenas es acojonante), poniendo a cámara lenta el primer plano de la inconsolable madre que ha perdido a sus hijos, mientras hacen sonar de fondo una melancólica pieza de violín. Conseguirán el pretendido efecto de lágrima facil y subirán la audiencia, considerando por tanto que sus tácticas carroñeras habrán merecido la pena. Y es que en televisión, el fin lo justifica todo.

jueves, 21 de agosto de 2008

¡Manda cojones a Sandra!


El lenguaje popular evoluciona rápidamente dando lugar a, entre otras cosas, fusiones de refranes. Así, se oyen cosas como “Se van a juntar las putas con las canutas”, que implica pasarlas putas a la vez que pasarlas canutas… vamos, como para ponerse a saltar sobre una pata. Del clásico ibérico “¡Manda cojones!”, y el más refinado “¡Manda rosas a Sandra!”, nació el “¡Manda cojones a Sandra!”, y eso hago. Si la situación lo requiere mento a Sandra y a los cojones que va a recibir, pero lejos de descargar tensiones (que es para lo que se supone que sirven este tipo de expresiones), en realidad no puedo sino sentir lástima por la pobre Sandra.

Me la imagino como una chica joven e ingenua, de unos diecimucho, aspecto aniñado y no muy espabilada; con el pelo negro y un largo y vaporoso vestido azul, de esos que ponen las madres cursis a sus hijas, que no sólo no le pega por la edad que tiene, sino que parece rescatado del baúl de los recuerdos. Como es inocente y aún se asombra con cada nueva sorpresa que le ofrece la ciudad (era de un pueblo recóndito y ahora vive en la ciudad), va por la calle flipando, observando cada detalle con los ojos bien abiertos y la cara extasiada; parece que va colocada, e ir con esa ropa y esos andares entre saltos jubilosos, no ayuda a que sus desorbitados ojos y su sonrisa de oreja a oreja pasen desapercibidos. Le es indiferente.
Cuando camina (dando saltitos, recordemos), se agarra la falda del vestido para que no se ensucie, y cuando está sentada juega con los tirabuzones que le caen por encima de los hombros, o se atusa el enorme lazo que corona su cabeza. Es muy feliz en su universo.

Sandra pasó de una tediosa vida sedentaria entre las montañas, a una existencia llena de aventuras y maravillas, pues aunque pase sus días sin salir de la capital, encuentra nuevos divertimentos allá donde mire con sus enormes ojos azules. Realmente no se explica cómo quienes conviven con ella, pueden pasar por la vida de esa forma tan pasiva, sin agradecer cada pequeño regalo que suponen los detalles fascinantes que hay a cada paso.
Sin embargo, no todo es de color de rosa para ella, y es que si hay algo que la desestabiliza es el martirio chino de recibir inesperados regalos allá donde se encuentre, ofrendas que además contienen siempre lo mismo.
Delicadamente envuelto en una caja plana aderezada con un lazo como el de su cabeza, recibe cada cierto tiempo un recipiente lleno de cojones, los mismos que la gente le manda cuando digo en alto la frase en cuestión. Ella siempre abre el paquete con un resquicio de ilusión, pensando que tras tanto tiempo recibiendo el mismo fastidioso e inútil presente, es posible que esta vez la obsequien con un detalle de verdad, algo que le guste y pueda serle útil. Al principio coleccionaba todos los testículos que le mandaban, sin saber muy bien qué hacer con ellos; pensó en elaborar collares étnicos o donarlos a alguna granja para que sirvieran como alimento, pero pronto se le fueron acumulando, y como se ve desbordada sencillamente los tira. Cada vez que descubre que el regalo es, en efecto, una tanda de más de lo mismo, a ella también le sale natural exclamar un ¡Manda huevos! en alto, pero como no especifica destinatario, estos se quedan en el limbo de las predisposiciones y promesas que nunca llegan a cumplirse.



lunes, 18 de agosto de 2008

Olímpicos de la nada

No entiendo el consenso social que impulsa a todo el mundo a ver las olimpiadas para regocijarse con los victorias de individuos aislados.
En general me da por saco la atención que se presta al deporte televisado, no tanto porque a mí me aburra de forma atroz, sino porque me enferma ver el fortísimo instrumento de manipulación colectiva en que se ha convertido. Sin ir más lejos, no hay más que fijarse en la vergonzosa cantidad de tiempo que se dedica en los informativos a hablar de ello, algo que lejos de estar propiciado por los gustos particulares de Matías Prats o Pedro Piqueras, es una medida que ha venido instaurándose poco a poco por parte de los “mandamases”, que han ampliado paulatinamente ese pequeño espacio de “sociedad”, hasta hacer que nos parezca normal dedicarle casi el mismo tiempo que a las noticias reales.

Podría desarrollar una crítica hacia las olimpiadas, por considerar que además de ser un interesante encuentro internacional en el que practicar deporte, son una feroz competición fuertemente politizada, controlada por las grandes corporaciones y movida por intereses millonarios. Asimismo, podría exponer que al igual que nuestras ligas de fútbol habituales, los juegos olímpicos suponen una variante más del tradicional opio del pueblo, siendo un arma de distracción masiva como en su día fueron el circo o la religión. Pero no sólo no es el tema que me ocupa hoy, sino que no estoy en contra de que a la gente le guste ver deporte (¡sólo faltaría!), más bien me frustran las endebles motivaciones que llevan a algunos a hacerlo, lo moldeabes que resultan ser los gustos de la masa, y el chaqueterismo por moda al respecto. Además, ese enfoque en el que no me apetece entrar está mucho mejor desarrollado aquí .

A mí, qué quieren que les diga… el deporte me gusta practicarlo, no verlo, y es que aunque todo es ponerse, no encuentro el atractivo de pegarse religiosamente al televisor, para ver cómo una serie de personas anónimas se dejan la vida en conseguir reconocimiento para su carrera y su país. Me hace mucha gracia ver cómo la gente se adjudica los méritos de nuestros paisanos en Pekín con el mayor de los orgullos, como si de verdad hubieran hecho algo para que lo consiguieran y por lo que sentirse realizados; es algo normal, pero a partir de ciertos límites resulta perturbador. En ocasiones no puedo evitar sentir cierta vergüenza ajena al escuchar a quienes tienen pinta de no haber hecho ejercicio en su vida, analizando con detalle las habilidosas hazañas llevadas a cabo por nuestros jugadores, criticando sin compasión las meteduras de pata, y meandose encima de la emoción al auto atribuirse con convicción los logros ajenos, como si fueran ellos mismos quienes sudaran los uniformes.

Más inaudito que eso me resulta que haya quien se levante de madrugada para ver las pruebas en las que participa España, especialmente cuando se trata de modalidades que normalmente le importan una mierda al espectador en cuestión.
¿Soy el único que sintió vergüenza ajena desde el primer día, cuando de la noche a la mañana todo el mundo se convirtió en un apasionado del tenis por Rafa Nadal, un enterado en motociclismo por Dani Pedrosa, o sobre todo y muy especialmente, un experto en fórmula uno por Fernando Alonso? Nunca jamás nos habían interesado las carreras de coches, y cuando las televisaban lo hacían en canales “secundarios” o a horas intempestivas. Ahora no sólo les reservan un horario favorecido, sino que sales a la calle y tienes que aguantar que el mismo imbécil que hasta ayer no sabía que un coche tenía cuatro ruedas, te diga entusiasmado algo como: “¡Vaya carrerón el de Alonso! ¿Eh?”. Lo que hay que aguantar…

jueves, 14 de agosto de 2008

La invasión azul

Existen muchos tópicos sobre Madrid y sus habitantes, y basta que alguien crea ver algo para acabar viéndolo. Así, podría por ejemplo pensar que la displicencia con la que nos trataron en más de un comercio, no se debía a que esos dependientes en concreto fueran unos gilipollas con un mal día, sino a que realmente fuera cierto el tópico de “la chulería madrileña”. Nunca he sido amigo de las generalizaciones y los prejuicios, y no voy a empezar a serlo ahora, pero voy a desmarcarme con uno que salta a la vista y en el que parece que nadie ha reparado: En Madrid hay cientos de personas con los ojos azules. Es realmente alucinante.

Como ya conté aquí, los ojos captan muchísimo mi atención y el color azul me fascina, así que cuando se fusionan ambos elementos muero de placer. En la tierra del oso y el madroño existe una cantidad ingente de personas con los ojos claros, que me impedían procesar cada mirada de infarto con la que me cruzaba. Eran demasiadas y se me acumulaba el trabajo.
Cuando fui a Londres por primera vez, por poner otro ejemplo de gran capital, lo que más me llamó la atención fue la increíble variedad de mezclas raciales que se daban: gente de rasgos asiáticos con el pelo ondulado o la piel morena, pelirroj@s sin pecas y de rasgos africanos, elementos faciales colocados en rostros a los que no parecían corresponder, y sobre todo y muy especialmente, la supremacía estética, la combinación perfecta, el súmmum de la belleza: ojos claros en personas oscuras. Era para caerse al suelo.

Recuerdo que entre el personal de los centros comerciales se daba mucho la combinación “piel hindú-ojos azulísimos”, y casi no me habría importado pasar todo el tiempo del viaje babándome ante tal visión. ¿Acaso la avalancha de iris marrones se quedó sólo en Canarias?
Pasé todo el viaje en un continuo éxtasis visual, así que me costaría vivir allí con tanto par de ojazos intimidándome en todos sitios.

lunes, 11 de agosto de 2008

¡Premio por triplicado!


Tal y como indico en el margen lateral de esta página, hace poco he sido “tripremiado” con el galardón al esfuerzo personal. Los tres reconocimientos me llegaron a la vez a manos de la variopinta Chica del tren, la creadora de bellas reflexiones de En el núcleo de la realidad, y mi mencionadísima MaRía, y ahora debo proceder a enumerar a mis ganadores. Pensé que sería complicado discriminar entre los blogs que leo con asiduidad para otorgar los siete galardones exigidos, pero más que de ahí, el problema ha venido del hecho de que prácticamente todo el mundo está ya reconocido con esta distinción en particular, y es que por muy grande que sea la bloggosfera todos acabamos entramos en los mismos sitios, unos blogs llevan a otros, y al final todos hermanos…y todos premiados. Dicho esto, los afortunados son:


1- Imantando los días: Aunque su autora no fuera amiga mía su blog me seguiría resultando de lo más interesante; escribe bien, cuenta anécdotas divertidas y pensamientos interesantes, y publica con asiduidad. ¡Bravo por ella!

2- ¡Nunca más!: Una joven dependienta relata de forma amena y diferente su día a día, haciendo gala de un singular sentido del humor. Chapeau!

3- Jóvenes Despiertos: No es un blog al uso, en el sentido de que no se trata de los pensamientos o idas de bola de alguien en particular. Se trata de un espacio colectivo de denuncia en el que cualquiera puede participar, mandando sus escritos de protesta o reflexión. El ritmo al que actualiza es vertiginoso, así que no concede tiempo para aburrirse. Además, consta con una serie de enlaces del estilo igualmente interesantes.

4- Que baje Dios y se me lleve: Blog de un paisano que he descubierto recientemente, con el que me he sentido muy identificado en más de una entrada, y que a pesar de su corta trayectoria apunta maneras.

5- Un bocado de realidad: Recomendable espacio personal de un joven escritor que hace gala de un saber escribir impecable, regalándonos escritos originales, artículos de opinión y reseñas literarias.

6- El mundo en Super 8: Página de una joven cinéfila que en cada entrada nos ofrece reseñas, extractos de diálogo y un pequeño y sencillo texto de opinión, sobre aquellas películas que han ido pasando a formar parte de su universo personal.

7- Lost-Perdidos Blog: La mejor página para los enganchados a esta genial serie, en la que además de ofrecernos cada semana los capítulos en antena, publican artículos alusivos a lo que se cuece dentro y fuera de plató.

¡Muchas felicidades a todos!


Los pasos a seguir al recibir el premio son los siguientes:

1- Publicar un post mostrándolo, citando el nombre del blog que te lo regala y enlazándolo al post del blog que te ha nombrado ganador.

2- Elegir un mínimo de 7 sitios que creas que brillan por su temática y/o diseño, escribir sus nombres y los enlaces a ellos; avisarles de que han sido premiados con el “Premio al esfuerzo personal” para que pasen a recogerlo.

3- (Opcional) Exhibir con orgullo el galardón en el propio blog, haciendo que enlace con el post que escribes sobre él.

Para finalizar, hoy también estreno lista de blogs en el margen, en la que de momento enlazo a los premiados (lo digo por si a alguien se le quiere ver el detalle de corresponderme con la misma acción... por no decirlo que no quede :D).

Un saludo

domingo, 10 de agosto de 2008

Día 5 – Leyes de aeropuerto estúpidas


El último día fue una carrera de fondo a la que supimos sacar todo el partido. Por la mañana fuimos al templo de Debod, una construcción egipcia donada a Madrid que está explotada turísticamente. Almorzamos en “Rodilla”, nos concedimos diez minutos de sobremesa y tiramos corriendo hacia la Fnac, donde disponíamos de apenas una hora y media para recorrerla en su totalidad. La vimos a toda prisa y salimos escopetados para el hotel, en el que cogimos las maletas y guardamos lo comprado. Tardamos más de lo que predijimos en hacer todo eso, así que la carrera siguió por el metro y el aeropuerto. Al llegar al mostrador de facturación, una extraña sensación de patriotismo nos invadió al oír a más gente hablando en canario, pero duró poco, porque la olvidamos al dedicarnos a maldecir a la mal follada que nos atendió, por hacernos sufrir el sinsentido de la legislación aeropuertaria. Viajábamos sólo con equipaje de mano, con una maleta que no superaba los diez kilos permitidos y respetaba las dimensiones establecidas para que cupiera en cabina. Las compras hacían que hubieran subido un par de kilos cada una, y nos advirtió que o nos deshacíamos de esos gramos de más, o pagábamos cuarenta euros y facturábamos.

Como es lógico nos fuimos de allí con una encendida ¿qué imbecilidad de norma es esa? Es decir… comprendo que deban poner unas leyes mediante las que estandarizar el peso permitido, para que la gente lo tenga en cuenta y no haya sobrecarga en el avión, pero es que es estúpido lo mire por donde lo mire, porque donde no se puede llevar sobrepeso es en la maleta…pero si en otro lado, de modo que esos dos kilos de más en el trolley suponían un inconveniente, pero el hecho de que mi mochila pesara una tonelada no ofrecía problemas. ¿Acaso no van a ir las dos juntas en el avión? Además, ¿qué clase de doble moral es esa? ¿No se puede llevar peso de más, pero si pagas una tasa abusiva se olvidan de todo? Esto me recuerda a los tiempos en que era pecado comer carne el viernes santo… a no ser que pagaras a la iglesia, que entonces se ocupaba de que Dios mirara a otro lado.

Abrimos las maletas en el suelo en plan gentuza, sacamos un par de cosas, las apretamos en las mochilas como pudimos, las volvimos a pesar, y nos dieron el visto bueno… ¿se dan cuenta de la tremenda imbecilidad que nos hicieron hacer? Piénsenlo detenidamente... ¿Acaso esperaban que nos deshiciéramos de nuestras cosas, dejándolas en la terminal? ¡Por supuesto que no! En cuando salimos de allí volvimos a abrir el equipaje y pusimos las cosas en su sitio…y sin molestarnos en hacerlo de espaldas a la comemierda impertinente en cuestión.

Al llegar a los controles de rayos x me dijeron que pusiera la mochila en la cinta transportadora, pero que no hacía falta que María hiciera lo propio con su bolso. Ella, confusa ante tal subnormalada, le preguntó si no debería proceder de igual modo, y la iluminada de turno le dijo que no, porque lo suyo era un bolso y lo mío no. Está claro entonces que era una cuestión de asas…si hubiera entrado con la mochila colgando de un hombro en lugar de a la espalda, no tendría que haberla pasado por rayos. Parece que sólo estuvieran los becarios trabajando ese día.

Cuando ya estábamos plácidamente esperando y habíamos maldecido y cagado mentalmente de arriba abajo a la madre de la estúpida de facturación, abrí la maleta para buscar una cosa, y dos enanas mentales sentadas en frente de nosotros encontraron divertidísimo el contenido de la misma, comentándolo por lo bajo mientras cuchicheaban entre risitas. Me quedé un rato mirando mis vaqueros y una camiseta, que es lo que se veía al abrirla, pero debía escapárseme algo, porque no los encontraba tan divertidos como ellas. Debía tratarse de humor inteligente.
Al rato de estar sentados, María se percató de que estábamos en una puerta equivocada, y la mandé a correr hacia donde coño fuera que estuviera la nuestra, que ya yo me encargaría de seguirla con los bultos. Salió corriendo, y yo detrás de ella arrastrando las dos maletas; como es imposible correr con sandalias, me las quité, las metí en un bolsillo y corrí descalzo como alma que lleva el diablo. La estampa era digna de ver. En realidad me he dado cuenta de que me apasiona estar descalzo, es genial. Cuando estuvimos en el Thyssen tenía los pies cansadísimos y reguisados, y el suelo se me antojaba apetitosamente fresquito. Me quité las sandalias, me las puse bajo el brazo, y seguí la visita así, calmando el dolor y el ardor, y sintiendo cómo la circulación se ponía de nuevo en marcha. Me encanta.
En el avión sufrimos de nuevo la imbecilidad normativa: fui al baño y me mandaron de nuevo al asiento por estar aún iluminada la señal del cinturón de seguridad… que se apagó unos segundos más tarde, en el preciso instante en que volví a sentarme.
Al llegar a casa nos dormimos echando de menos Madrid, y pensando en que si el próximo viaje que hagamos juntos sale la mitad de bien que este, será fantástico.

sábado, 9 de agosto de 2008

Día 4 – Una Jornada absurda

El día anterior nos habíamos quedado con el desconsuelo de curiosear en un par de tiendas a las que llegamos cuando ya habían cerrado, así que por la mañana fuimos a tiro hecho a dar con las mismas y con otras por las que no habíamos pasado. Tras el periplo comercial por Fuencarral, Chueca y Malasaña, almorzamos como señores en el “Cañas y Tapas”, y ya que no degustamos el insigne bocadillo de calamares, comimos los no menos emblemáticos huevos estrellados. Tal y como predijimos desde por la mañana, al estar dedicando tiempo a sitios en los que ya habíamos estado, ese día el componente de absurdez fue alto. Altísimo. Tras ir al hotel a por ropa de abrigo para ir a patinar sobre hielo (una idea que teníamos desde que planeamos el viaje), hicimos un largo trayecto en metro hasta El palacio de hielo, y cuando llegamos nos quedamos con tres palmos de narices al saber que la pista estaba cerrada. Pensamos en darnos una vuelta por Lavapiés, pero con el tiempo perdido en metro y la desgana que nos entró por no poder patinar, decidimos volver directamente a la habitación para arreglarnos y salir a cenar pronto. Como nos conocimos un dos de agosto, habíamos establecido que esa noche lo conmemoraríamos cenando en un buen sitio y poniéndonos guapos para la ocasión. Al llegar al restaurante escogido nos confirmaron que no sólo no había mesas libres, sino que la gente que había reservado tenía que esperar mil años. Tanteamos con resignación otros lugares de los que también me habían hablado bien, todos igual de abarrotados, y al final acabamos celebrando el “aniversario” volviendo al Vips, que no tiene tanta categoría, pero se come bien. Podríamos haber ido a recorrer la ciudad después de la cena para sentir que el día había tenido algún sentido, pero decidimos llevar la mediocridad de la jornada hasta el final, volviendo a casa tras un brevísimo paseo por Gran Vía. La noche anterior habíamos empezado a callejear sin rumbo, pasando por Sol y La plaza Mayor, y descubriendo por casualidad la zona de La Latina. En cualquier caso y al margen de lo anodino que fue el día, la comida fue de lo más entretenida, porque los individuos de las mesas cercanas se nos antojaban de lo más interesantes, y los de la mesa colindante, que estaban muy cerca y hablaban a un volumen realmente alto, nos tuvieron entretenidos toda la cena. Se trataba de dos hombres conociéndose en una primera cita: el primero era educado, ameno y atractivo, y hacía grandes esfuerzos por salvar del hundimiento un encuentro abocado al fracaso, pues el segundo era un coñazo de tío. No sólo no parecía interesado en la conversación, sino que cortaba a su acompañante cada dos por tres, era seco, borde, y más aburrido que un discurso de Fidel Castro; le sacaba varios años, parecía haber acudido de mala gana, poniéndose además lo primero que había encontrado en el armario, y era desagradable a la vista. Mientras el primero ponía atención en la charla y trataba de dar lo mejor de sí mismo, de una forma elegante y sin caer en pedanterías ni deleznable egolatría, el otro se limitaba a invalidar y rebatir sus argumentaciones, y a soltar alguna perla de vez en cuando con la que la cagaba más. Llegó el momento de despedirse, pagó el decente y se fueron.
Creo que esa noche no hubo mambo para ninguno de los dos.

viernes, 8 de agosto de 2008

Día 3 – Arte, picnic y tiendas: Perfecto

Cuando compramos las láminas, decidimos dejarlas allí hasta el día siguiente para poder llevárnoslas en un tubo que las protegiera, así que lo primero que hicimos esa mañana fue ir a El corte inglés a por unos turulos (¿existe un nombre real para los tubos rígidos en los que almacenar pósters?). Tiramos hacia el Paseo del Prado y entramos en el museo Thyssen, que me moría de ganas de ver. Era mi espinita clavada de Madrid, porque si bien es cierto que disfruté en su día en El Prado, y que el Reina Sofía me resultó muy ameno, me fascina el impresionismo, el expresionismo y el arte del siglo XX en general. Nos encantó. Además de ver obras bonitas, diferentes e interesantes, nos topamos con alguna tomadura de pelo (seamos serios, hay cuadros de nombres pretenciosos, a los que les pega más un “con dos cojones…y si cuela, cuela”), pero si hubo uno que realmente nos llamó la atención, por llegar ambos a la vez a la misma conclusión sobre el mismo, fue el de “David con la cabeza de Goliat y dos soldados” (Valentín de Boulogne 1620-1622), porque no nos cupo ninguna duda de que su protagonista era pariente cercano de Elijah Wood ¡Era clavado!
Volvimos al hotel, preparamos algo de comida y fuimos a comérnosla en plan picnic a la Plaza de España. Es maravillosa la cultura de botadera en el césped que hay allí… aquí la gente lo hace únicamente en un rinconcito del parque más grande, y si te da por improvisar en otro lado te miran raro. Tras hacer la digestión viendo algo en el DVD portátil que llevé, recogimos a tiro hecho los pósters (la tienda está al lado), los dejamos en el hotel y nos fuimos a tiendear a Fuencarral, donde se encuentra un centro comercial alternativo de obligada visita. Sólo con ver quienes lo frecuentan uno se da cuenta de que no es un “Shopping center” al uso, y el modo en que está decorado es digno de ver.

Por la noche nos vestimos con nuestras mejores galas y fuimos a cenar a un sitio que nos habían recomendado en Malasaña, pero al entrar y aspirar de una bocanada medio paquete de tabaco, se nos quitaron las ganas y volvimos “a casa”, para cenar finalmente en el Vips, donde nos sentaron cerca de una pareja digna de ver. Siempre me ha parecido interesante el ejercicio de “dime qué comes y te diré cómo eres”, y en este caso pude ver a la vez las dos caras de la misma moneda. Eran totalmente antagónicos: él era gordo, mucho, tanto que la piel del cuello se le desbordaba por encima del cuello de la camisa, y apenas cabía en el sitio; ella todo lo contrario: era tan sumamente flaca que daba lástima, e incluso puede que tuviera un desorden alimenticio. Los brazos se le unían al cuerpo por un miserable pellejo de piel, se le notaban las vértebras, y lucía esternón y ausencia de pecho con el escote de su elegante vestido. Comió ensalada verde, bebió agua y se pidió de postre un helado de yogur. Su compañero se decantó por un cuenco enorme de pasta con abundante salsa, coca cola grande, y un monumental helado de chocolate y nata. Sobran más explicaciones…

jueves, 7 de agosto de 2008

Día 2 – Sobreesfuerzo recompensado


Nos levantamos temprano, desayunamos, preparamos nuestras cosas y fuimos al hotel, que cumplió todas nuestras expectativas y alguna más. Era perfecto. La habitación era espaciosa y tenía un buen baño, sillón, escritorio, camas cómodas, y lo mejor de todo: una minicocina dentro de un armario, en la que poder prepararnos algo si algún día no nos apetecía comer fuera. Dejadas las maletas y formuladas en voz alta las alabanzas pertinentes, cogimos el metro hasta la Plaza de Castilla para ver las cuatro torres, ir a una exposición de arte que tenía interés en visitar, y que María viera las torres Kío. ¡Qué invento es el metro! Es lo más grande que se ha creado; ya lo había utilizado antes pero nunca deja de sorprenderme, es maravilloso: te metes en una punta de la ciudad, accedes a un submundo que siempre me recuerda al alcantarillado de Futurama, porque no deja de ser una ciudad debajo de otra, y por arte de “magia” estás a tomar por saco en un tiempo record… es sencillamente genial. Además, uno se encuentra a todo tipo de elementos allí abajo; personas que te llaman tanto la atención, que sin darte cuenta fantaseas sobre sus vidas dejando volar la imaginación. Yendo en guagua también pasa, pero desde luego en mucha menor medida, y aunque se me suelen ocurrir entradas cuando me muevo en transporte público, estoy seguro de que si utilizara el metro regularmente mi blog no daría abasto.

Vista la exposición (Esculturas hiperrealistas de Duane Hanson), vistas las torres, y disparadas las fotos de rigor aguantando las Kío (quien va a Madrid y no las hace, es como quien va a Pisa y no sujeta la torre), bajamos caminando TODO el paseo de La Castellana y Recoletos, que se dice pronto, con paradas en las plazas de Picasso, Colón y Cibeles. Comimos en Rodilla, sitio fetiche de María en el que empecé a comprobar que su voracidad realmente no conoce límites.

Llegamos a tiempo de visitar fugazmente dos tiendas de obligado paso para cualquier cinéfilo y aficionado a la fotografía: la librería 8 y ½ y Artecine XXI. La primera está íntegramente especializada en el séptimo arte, y en ella puedes encontrar todo lo pensable al respecto, y la segunda tiene todos los pósters, láminas, fotografías y postales que puedas imaginar; las láminas son mi perdición y podría pasar horas viendo el género y tratando de decidir qué compro. Pregunté intuyendo que la respuesta sería una negativa, si tenían la que tantísimos años llevaba buscando, y por la que había llegado a preguntar por Internet al museo de National Geographic en Washington: la foto de Sharbat Gula, más conocida como “la chica afgana de los ojos verdes”, y cuando la sacó de un armario casi me da un orgasmo. ¡¡La había conseguido!! ¡Al fin era mía! Me cobró 7 euros, pero si me hubiera pedido cuatro veces más también se lo habría dado… sólo por eso ya sentía que el viaje había merecido la pena. María se compró “El beso”, de Robert Doisneau, y más felices que unas castañuelas nos fuimos al hotel a cambiarnos y salir a cenar a una crepería que me habían recomendado. Comimos, volvimos al hotel y nos acostamos. Estábamos agotados y no tuvimos ganas de paseos ni tonterías, así que nos dormimos enseguida con una sonrisa de satisfacción por nuestra compra, para disfrutar del día siguiente con las piernas menos cansadas.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Día 1 – Calentando motores

Como hay que ser previsores, compramos el billete de avión y reservamos el hotel con la antelación suficiente como para no llevarnos sorpresas, sin pensar que las compañías de vuelo pueden metértela doblada si les da la gana sin que puedas hacer mucho al respecto. El plan era perfecto: Cogeríamos el avión temprano, llegaríamos a media mañana al hotel, dejaríamos las cosas y saldríamos a aprovechar el día. Pero no todo iba a ser tan fácil. De buenas a primeras nos mandaron un mail diciéndonos que “lo sentían”, pero que habían cambiado nuestro vuelo de la mañana a media tarde, lo cual sumado a retrasos, el trayecto hasta el hotel y la hora en que nos quedaríamos libres, suponía perder un día completo de los pocos que íbamos, y pagar un día de habitación para sencillamente dormir. ¡Qué hijos de puta!

Cuando leí el correo estallé en cólera y maldije a los operarios, a sus madres y a todas las compañías de bajo costo; no me daba la gana que me robaran un día por la cara y aquello no se podía quedar así, pero por ahorrarnos dinero habíamos renunciado al carísimo seguro de vuelo (total... íbamos a estar en España, no en Burundi), así que si decidíamos cancelar el viaje no nos darían un duro. Cuando me tranquilicé lo suficiente como para llamar a María y no insultarla a ella también, me aclaró que eso era algo normal, que también pasa con las grandes compañías y que tocaba joderse. Ante mis reproches de insumisión quiso aclararme que era una batalla perdida, poniéndome el ejemplo de una amiga suya que tuvo que comprar un billete de nuevo, porque el cambio que le impusieron era incompatible con sus planes. No me cabía en la cabeza que eso pudiera ser así, así que no lo fue; llamé a la compañía, les di el coñazo, empecé a barajar las ofertas que me proponían, y al final volamos el día anterior por la noche, quedándonos en casa de mi prima para no pagar una noche de hotel por un par de horas escasas. Pasamos de perder un día a ganar una mañana que no teníamos en un principio…estas cosas te hacen sentir que existe justicia en el mundo, aunque sea a pequeña escala.

El día de salida se hizo eterno… es extraño estar todo el día esperando para coger un vuelo; no puedes hacer planes porque no puedes irte muy lejos, pero tampoco tienes ganas de quedarte de brazos cruzados viendo cómo pasan las horas. Cuando salí de casa agobiado por la matraquilla de consejos y advertencias para que no me atracaran, violaran y mataran (no sé si en ese orden), no cabía en mí de la emoción, porque exceptuando mis breves escapadas a Gran Canaria, hacía dos años que no salía para ningún lado. La última vez que había cogido un avión había sido en la semana santa de 2006, que me fui con mi hermana y un amigo a ver Europa de albergue en albergue, pero eso es otra historia de la que ya hablaré. El caso es que entre unas cosas y otras no me había movido de Canarias en dos años, y estaba desesperado ya por irme a algún lado; esta vez ha sido Madrid, pero ahora que he dado con una compañera de viajes perfecta, la ambición con la que decidir destinos crecerá exponencialmente, pasando de España a la Europa cercana, la lejana, los países cercanos a Europa, y acabar viendo Nueva Zelanda o Nueva York. El tiempo -y el dinero- dirán…

Llegué al aeropuerto para comprobar cómo, una vez más, parecíamos habernos puesto de acuerdo con “el uniforme”: vaqueros claros, All Star azul marino, camiseta negra con dibujos blancos en el centro, y maletas negras casi gemelas... ¡Si es que hasta para eso hay compenetración!
En cuanto hicimos los trámites necesarios para sentarnos a esperar el embarque -es curioso lo de usar el verbo embarcar al referirse a aviones- comenzó la tónica de parte de lo que caracterizó el viaje: el apetito voraz de mi compañera y el consumismo impulsivo: Fuimos a un kiosco a abastecernos de víveres y prensa, y desde entonces fue un no parar de comer, impulsado siempre por ella.

La prima en cuya casa me iba a quedar, no estaba ahora en la ciudad, así que quedamos en que fuera su amigo Paolo quien nos diera la llave para poder entrar; por lo visto trabajaba en Barajas, tenía que ir a buscar algo a la casa, y se había ofrecido a llevarnos personalmente. La realidad fue muy distinta: Mi prima le había mencionado algo muy por encima, pero él ni sabía cuándo llegábamos, ni iba a estar en la terminal ese día, ni iba a ir a la casa sino que ya estaba en ella. Quedó en abrirnos la puerta cuando llegáramos (a las tres de la mañana por culpa de un retraso), y ambos temíamos que fuera tan desastrado como mi prima y se quedara dormido, obligándonos a pasar la noche en el portal. Afortunadamente todo salió a pedir de boca.

Llegamos, cogimos un taxi que fue a la velocidad de la luz -¿será cierto eso de que en Madrid todo el mundo pisa el acelerador una barbaridad?-, nos bajamos en la puerta del edificio, Paolo nos recibió, dándonos la bienvenida en un español increíblemente perfecto para ser un italiano que llevaba sólo un año aquí, y nos dormimos…o lo intentamos, porque la cama no era tan grande como para que con el calor que hacía, dormir acompañado (que es una cosa que siempre he llevado muy mal) no se convirtiera en un infierno (nunca mejor dicho). Pasadas unas horas en las que di más vueltas que un trompo, me fui al salón a dormir en el sillón que no ocupaba Paolo, que si bien podía resultar una situación violenta por tratarse de alguien desconocido, era más preferible por estar bajo un aparato de aire acondicionado, y cuando se trata de comer y dormir pierdo toda vergüenza.

martes, 5 de agosto de 2008

Amo Madrid

Cuando María y yo planificamos esta escapada, determinamos que cuatro días completos serían suficientes para que ni la ciudad nos supiera a poco, ni nos hartara la compañía del otro. Estábamos equivocados. No sólo no nos hubiera importado estar un par de días más, sino que salvo dos roces tontos (uno y dos), que no duraron más de diez minutos (y no es una forma de hablar), ha sido maravilloso, y ya estoy pensando en el próximo destino a visitar juntos.

Madrid ha resultado ser un lugar más apasionante de lo que recordaba. Cuando estuve hace unos años fue con mis padres, y el plan de viaje fue completamente diferente; en aquella ocasión hicimos la visita tradicional de rigor, conociendo museos, monumentos y lugares de obligado tránsito para una primera estancia en la capital. Todo me dejó buen sabor de boca, pero me gustó más ahora que podía pasar por la ciudad sin sentir la necesidad de detenerme demasiado en cada sitio, y así poder dedicar el tiempo a lo que realmente nos apetecía: callejear. Y es que una vez que has visto todo lo fundamental, callejear se convierte en algo de lo más ameno y atractivo, no sólo porque te permite conocer rincones interesantes que los escritores de guías pasan por alto, sino porque te hace ver que por muy grande que sea una localidad, todo está maravillosamente conectado y más cerca de lo que uno piensa.

Nos quedamos en la Gran Vía… ¡Qué sitio! Tienen razón quienes dicen que es una zona que nunca duerme. Realmente es alucinante ver cómo hay tanto o más movimiento a las tantas de la madrugada que a las cinco de la tarde; la gente deambula por la avenida, come, pasea, se sienta en un banco a charlar, compra (sí, hay tiendas abiertas después de las 9 de la noche), y hacen su vida de una forma tan activa que parecen estar todos bajo un hechizo, mediante el cual no se dan cuenta de que son las dos de la mañana y no las dos de la tarde…es increíble. Diría que me queda el “desconsuelo” (es un decir) de no haber visto a ningún famoso, pues todo el que viaja a Madrid se encuentra con alguien conocido, ya sea al actor de moda o a La Obregón, pero estaría mintiendo, porque si que nos topamos con un personaje popular: la muñeca bratz negra. Juro por lo que sea que la vimos en carne y hueso caminando cerca del hotel: delgada, cabezona, con los ojos enormes (pero enormes ¿eh?) y almendrados, nariz chata y voluminosos morros brillantes… era ella, sin lugar a dudas.

Me resulta un poco caótico hacer una síntesis de todo lo vivido por esas tierras en un único escrito, así que paso a desgranar en artículos cada uno de los días, pero eso será a partir de mañana.

Un saludo a todos.




lunes, 4 de agosto de 2008

He vuelto

No puede uno irse de vacaciones sin que se le acumule el trabajo; no sólo se me ha ocurrido más de una entrada que no he podido publicar mientras estaba fuera, sino que me han concedido un premio por triplicado, y no he tenido aún tiempo de sentarme a escribir sobre ello y decidir a quién se lo doy yo. Me esperan días complejos, en los que será difícil que me pase algo realmente interesante o divertido digno de ser contado, y es que estamos a 4 de agosto y aún no he empezado a estudiar para septiembre, así que durante un par de post tiraré de mis experiencias de viaje. Por suerte no todo es malo: mis padres están diez días fuera y la casa vuelve a estar bajo mi dominio absoluto, con todo lo que ello significa. Dicho esto, voy a terminar de deshacer la maleta y organizar un poco mi morada, que ser ama de casa es muy sacrificado.