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viernes, 30 de septiembre de 2011

El árbol de la vida

El otro día fui a ver “El árbol de la vida”, la película más pretenciosa que me he tirado a la cara. Me encanta el séptimo arte y considero que veo buen cine; tengo paciencia con las películas difíciles, porque tiendo a ver la belleza de una historia donde otros pueden ver sólo una escena larga y sin diálogos. No hago esta puntualización para quedar de gafapasta sabiondo, sino para explicar que en este caso creo que nos han tomado el pelo a todos. Cuando uno ve el trailer de la película intuye que va a ser un lenta e intensa, pero no por ello poco interesante. El problema es que el director va de místico y sólo se mira el ombligo, sin pensar que a quien tiene que gustarle es a los espectadores. Si a un enorme porcentaje de gente no le gusta la película o directamente le parece un truño, creo que algo falla. ¿No?


¡SPOILERS!

El filme (que paso a destripar) se sitúa en los años 50, y cuenta la historia de una “típica familia americana” en un barrio residencial, tipo Wisteria Lane, pero con mujeres subyugadas en lugar de desesperadas. Allí viven… eh… la pelirroja (no dicen nombres en ningún momento), su marido Brad Pitt, y tres churrumbeles, uno de los cuales se convierte en Sean Penn al crecer (misterios de la genética). Brad Pitt es el típico padre asperger que no sabe cómo relacionarse con su familia, especialmente con sus hijos; es agresivo, autoritario y déspota. No permite que se dirijan a él como “Papá” sino como “Señor”, y sus hijos, más que quererle, sienten que deben hacerlo (porque a ver quién se atreve a decirle lo contrario). El contrapunto lo pone la madre (¡cosa desaborida, por Dios!), que es quien les ofrece el cariño y comprensión que el otro no es capaz de dar. Uno de los niños (Sean Penn) está martirizado y hasta los huevos del padre, porque es especialmente estricto con él, y como es de esperar, acaba odiándolo y teniendo pensamientos homicidas hacia ese tocapelotas que le hace la
vida imposible. Al final, cuando echan a Brad Pitt del trabajo, se derrumba (es un decir) y le confiesa al hijo que en realidad le metía tanta caña para convertirle en un hombre de provecho, pero que se ha equivocado en la vida, y tendría que haber disfrutado más de lo verdaderamente importante: la familia, la naturaleza, y todas las demás maravillas del señor (sí, tiene un tufo religioso importante). Dicho así la historia puede sonar interesante, y en parte lo es, pero creo que el director se tiró el pedo más grande que el culo, porque el ritmo y los recursos narrativos, de tan alternativos y pesados, aburren a las ovejas. Muertas.

Haciendo un paralelismo con otra película de Brad Pitt, tenemos “El curioso caso de Benjamin Button”. Era igualmente una reflexión sobre la vida y la muerte, el paso del tiempo y la existencia; tenía un metraje largo y se contaba a un ritmo muy pausado. Pero no aburría, porque contaba una historia que te interesaba y no se ponía tan trascendental. Aquí pasa todo lo contrario, llega un momento en que te importa una mierda lo que le pase a los niños, es más, casi estaba deseando que llegara Brad Pitt enajenado, les pegara un tiro a todos, se pegara un tiro él y un fundido en negro indicara que la película había llegado a su final. La primera hora es un documental mudo sobre el origen del universo, deteniéndose con parsimonia en la vida en el
mar, las erupciones, los árboles y… ¡los dinosaurios!
Las imágenes son de una belleza acojonantemente espectacular, de lo más bonito que he visto en el cine, pero también del todo innecesarias. Si quieres que reflexione sobre la vida, no hace falta que me cuentes la mitosis ni el nacimiento del sol. Y lo que es más importante, cuando estoy metido en la historia de la familia y el drama personal del niño, aunque sea a velocidad de tortuga, no me pongas una voz en off susurrando: “padre… madre… la vida…”. ¿A qué coño viene ese mantra?
La madre, que es muy de disfrutar de la naturaleza (es lo que tiene estar todo el día en casa y salir sólo al jardín), nos deleita con eternas secuencias de “A qué huelen las nubes” (sum sum), que se acaban más o menos medio minuto después de que a ti te la sude ver cómo se moja los pies con una manguera.

A todas estas, Sean Penn, enfrentándose al mayor
reto interpretativo de su historia, sale en el futuro, tactiturno, mirando por la ventana, y soltando frases intensas del tipo “qué es la vida, un frenesí, qué es la vida, una ilusión”, para luego atravesar la puerta hacia otra dimensión (literalmente) que no queda muy claro si es el limbo o sus propios recuerdos (apuesto más por lo segundo, por una cuestión de coherencia), en donde se encuentra con toda la gente de su infancia caminando descalzos por la playa y abrazándose, muy idílico todo. Tan idílico como escenas de manos apuntando al cielo y acariciando la orilla que se prolongan hasta el hastío. Cuando sale de ese lugar mágico, sonríe a cámara, lo cual veo como un guiño directo hacia los espectadores, como si dijera: “la pasta que me acabo de embolsar por 10 minutos de actuación y vosotros que os estás tragando este pastel. ¡JUAS!”

FIN DE LOS SPOILERS

Como digo, la parte central de la película, recortándole unos cuantos bastantes minutos está bien, pero todo el envoltorio místico-reflexivo-trascendental toca las narices, no sólo por hacerse pesado, sino porque tengo la certeza de que si la misma película estuviera dirigida por un director cualquiera, la habrían vapuleado sin compasión. Aquí se da el efecto Woody Allen (da igual la película que hagas, siempre te van a vender como un genio).

Leo por ahí críticas de modernos intelectualoides, que dicen que si a la gente no le gusta, es porque “es difícil de ver y no todo el mundo es capaz de apreciarla y comprender lo que nos quiere contar”. Llamadme radical, pero para mí eso es sinónimo de fracaso. Y si a eso le sumas que empieza a ser conocida como la película en la que la gente abandona la sala en masa, apaga y vámonos.

¿Moraleja? Si queréis ver imágenes preciosas en un contexto tedioso e inconexo, acudid al cine más cercano, si sois tan tiquismiquis como yo, y os gusta disfrutar de un buen guión con cierta coherencia y agilidad, guardad vuestro dinero para algo más productivo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

El final (definitivo) del verano

El martes por la noche volví de Valencia, y el miércoles ya estaba entrando a mi primer día de clase… cuando los demás ya llevaban cuatro, así que no he tenido tiempo para remolonear mientras me adapto. Empiezan las clases y con ellas el fin de la buena vida; me toca ponerme en serio en la autoescuela, estudiar a diario y retomar el gimnasio, que entre unas cosas y otras he estado de un comemierda que ríete tú de el de “Supersize me”. Al menos me he reencontrado con la gente de clase, que siempre es una alegría.

Os dejo un par de instantáneas del viaje, mientras me hago a la idea de que se acabaron los interminables días de playa. Ainss…

Pues nada, si hay que robar se roba.

Sé que las cánones de belleza irreales de los maniquís no ayudan a la autoestima de la gente, pero... ¿realmente era esto necesario? :o

España... ¡y Olé!

El Mercado


No recuerdo cómo se llamaba esa calle, pero es de lo más bonito que he visto en Valencia.
El último día fui al parque Gulliver, que me había quedado pendiente de la última vez. Para quienes no lo conozcais, se trata de una enorme estructura repleta de toboganes, que vista desde lejos tiene la forma de un hombre tumbado sobre la arena, concretamente el intrépido Gulliver, que como en el cuento, se ve rodeado de diminutos hombrecillos que lo inmovilizan.

Y colorín colorado, este viaje se ha acabado.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Cuarto aniversario

¡Se me ha olvidado el aniversario del blog! ¡Qué vergüenza! Siento como si la oveja de la cabecera me mirara con desaprobación. Ahora sé cómo se sienten esas esposas cuyos maridos olvidan los aniversarios de boda.

Hace un par de semanas este blog cumplía 4 años y estoy a nada de plantarme en las 400 entradas. Casi nada. Sé que me repito cuando se trata de reseñar esta efeméride, dándoos las gracias a todos por seguir participando y manteniendo esto vivo, pero en mi defensa diré que todos hacemos lo mismo en nuestros cumpleblogs. Es imposible evitarlo. ¿No?

El aniversario me coincide con el fin del verano, y por tanto el comienzo de curso en los nuevos estudios. Tengo ganas de volver, seguir aprendiendo y reunirme de nuevo con la gente, pero… ¡Qué pereza! Siempre me han llamado la atención las personas incapaces de estar mucho tiempo de vacaciones porque se aburren. No es mi caso. Con la de cosas que hay que hacer y la de playas a las que ir, no entiendo cómo la gente puede aburrirse de la buena vida. Que sí, llega un momento en que te dan ganas de hacer otras cosas más productivas… pero tampoco son unas ganas muy grandes, porque nunca acabas haciéndolas. XD

En fin, que lo bueno se acaba y la vuelta a la rutina es ineludible. ¿Cómo podría celebrar estos 4 años y despedirme del verano? ¡Ah, sí! ¡Dándome una escapada a Valencia para reunirme con amigos!
Mil gracias a todos por seguir ahí, pues si este blog aún sigue a flote, a pesar de que cada vez tenga menos tiempo para dedicarle, es por vosotros. ¡Hasta la semana que viene!

sábado, 10 de septiembre de 2011

¿Dónde estabas el 11-S?

Últimamente se oye hablar mucho del 11 de septiembre, y no es para menos. Mañana se cumplen 10 años del mayor atentado terrorista de la historia; una catástrofe que vimos en directo a lo largo y ancho del planeta, que conmocionó a la sociedad y desembocó en infinidad de cambios, desde el refuerzo brutal de las medidas de seguridad aeropuertarias, hasta la cruzada contra el llamado “eje del mal”, pasando por el acoso hacia la gente de aspecto “sospechoso” o la censura extrema a todo lo que pudiera herir la sensibilidad de los yankis.

Recuerdo que aquel día estaba en casa con mi madre. Habíamos terminado de comer y estábamos haciendo zapping, cuando de repente vimos una imagen que pasaría a la memoria colectiva: un avión atravesando una de las torres gemelas. Lo primero que pensamos fue que se trataba de otra película catastrofista de Hollywood, pero aquello no tenía sentido. ¿Por qué esa calidad de imagen, propia de una videocámara doméstica? Si se trataba de un tráiler, ¿por qué no hacían más que ponerla en bucle desde diferentes perspectivas? Y lo más importante, ¿por qué la estaban comentado? Estaba claro que aquello no podía ser ficción, pero tenía que serlo. ¿Cómo iba a estar sucediendo?

Nos quedamos pegados al sillón mientras los presentadores de informativos iban aportando datos sobre un accidente de avión en Nueva York. Un accidente muy raro, por otra parte, porque no parecía que la nave hubiera perdido el control y se estrellase, sino que por el contrario ir de frente hacia las torres era su objetivo. Casi tan desconcertados como los espectadores, los periodistas trataban de dar explicación a algo que en principio no lo tenía, cuando de repente otro avión colisionó en la otra torre. ¡Otro avión! Fue entonces cuando la conjetura de un ataque terrorista, que momentos antes había empezado a ser comentada con timidez, iba cobrando más sentido.

Todas las cadenas repetían las mismas secuencias mientras narraban lo que estaba sucediendo en Manhattan. Horas más tarde veríamos cómo se desplomaban dos de los edificios más icónicos del mundo. No daban crédito, y nosotros tampoco.

Estuvimos plantados frente a la tele, con los ojos como platos, hasta las 7 de la tarde. Mudos. Sobrecogidos por una situación que habíamos visto cientos de veces en el cine, pero que ahora sucedía de verdad. A esa hora había quedado con unos amigos de clase, con quienes comenté la noticia. La casualidad quiso que ese día nos reuniéramos en una azotea, mirando al cielo mientras hacíamos conjeturas sobre lo ocurrido, y viendo pasar aviones sobre nuestras cabezas. Antes de irnos grabamos en el suelo nuestros nombres, y al lado una fecha para el recuerdo: 11 de septiembre de 2001.

¿Y tú, dónde estabas el 11-S?

jueves, 1 de septiembre de 2011

Vete a estafar a tu puta madre

El otro día me fui a cenar con una gente a un restaurante al que nunca habíamos ido. Lo curioso es que habíamos pasado por delante cientos de veces, pero por alguna razón siempre optábamos por otros que estaban al lado, así que decidimos darle una oportunidad. Craso error.

Nada más llegar se deshicieron en atenciones de una forma totalmente artificiosa, no por ser atentos y cordiales, sino porque se les notaba que no era algo que les saliera de forma natural; parecía que no se decidían entre tratarnos como si fuéramos reyes o como si fuéramos colegas, y claro, el resultado era raro de cojones, que no sabías si extender la mano para que te la besaran o darles dos besos y una palmada en la espalda. Un quiero y no puedo que se quedaba en nada.
El caso es que obviando lo cómico que resultaba aquello, nos sentamos y nos dispusimos a pedir. Y aquí es cuando debo hacer una aclaración: salir a comer puede ser un gran placer, y cuando como bien no me duele pagar más que si comiera en un McDonald´s, porque entiendo que lo merece. Ahora bien, una cosa es eso y otra que se rían en tu cara, disfrazando la estafa de elitismo y delicatessen. Media fresa con dos trocitos de piña y un pedacito de lechuga NO es una ensalada. Es un puto canapé. Y un solomillo debería ser suficiente para saciar a cualquier persona, y no el equivalente en cantidad a una cajita de nuggets. Miserables de mierda.

¿Me quieres vender esa ridiculez como un plato de comida? Está bien, asumo que tendré que pedir el doble de platos para no quedarme con hambre, pero entonces también entiendo que me lo cobrarás a la mitad ¿no? Es decir, no me puedes pedir 10 euros por algo más pequeño que mi mano y que no me da ni para una muela. Me parece de sentido común, y lo mínimo que haría cualquier persona con un mínimo de ética. Y más cuando la comida ni siquiera es nada del otro mundo.

A todas estas, justo antes de empezar a comer fui al baño a lavarme las manos, y coincidí con un camarero que estaba meando de espaldas a mí. Terminó y le hice sitio en el lavabo para que hiciera lo propio, pero se fue de ahí sin más. Llegué a la mesa y les dije a los demás que nos fuéramos, que acaba de ver cómo un camarero se iba del baño sin lavarse las manos, pero argumentaron que ya estaba la comida por llegar, y que mientras no fuera nuestro camarero no pasaba nada. No, no era el nuestro, pero no descansé hasta que al final de la noche averigué quién era el verdadero autor: el cocinero.

Cuando nos fuimos de allí nuestro camarero pidió un poco de feedback complaciente:

- ¿Les ha gustado la comida?
- Sí, la comida, aunque escasa, estaba buena, pero hay algo que te tengo que comentar, porque me parece muy fuerte.
- ¿Eh?Ah sí… dime dime
- Hazme el favor de decirle al cocinero que cuando termine de mear se lave las manos. Antes coincidimos en el baño, terminó de orinar, se subió la bragueta y se fue sin más.
- ¿Cómo? ¿Está usted seguro?
- Completamente. Iba con pantalón de cuadritos pequeños y camisa blanca abotonada a un lado, y es el único de cuerpo robusto. El resto de los camareros sois todos delgados. Si ni siquiera con clientes delante se corta, aunque sea por disimular, da que pensar. ¿no?
- Ya… yo… bueno… vale, hablaré. Lo siento.

En el fondo me dio pena el hombre, que no tenía nada que ver con nada, pero es que manda huevos…

Claro que el cabreo de verdad vino cuando nos trajeron la cuenta, no por la relación cantidad-precio (que también), sino porque nos habían cobrado los cubiertos. ¡Los cubiertos! ¿Qué tomadura de pelo es esa? ¿Cobrarme por sentarme a comer? ¿Acaso eso no está incluido ya en los precios desorbitados de los platos? ¿Por qué no cobrarme un impuesto especial por poner cojines en las sillas? Avaros de mierda.
Desde que comes en cualquier restaurante estás pagando el servicio, el local, la decoración, el trato y los sueldos de los empleados. Por eso comprarte una Coca Cola en el Carrefour te sale 40 céntimos, y que te la traigan fresquita a la mesa un euro y medio. ¿Qué cojones me están cobrando de más entonces?

Como veían que le vena de mi cuello estaba a punto de estallar, me explicaron que en Italia lo hacen en todos lados, lo cual me lleva a preguntarme lo siguiente: ¿En qué jodido país estamos? ¡En España! ¿Qué coño me están contando entonces? Es como si yo montara un restaurante y exigiera en cada factura un 20% obligatorio de propina, alegando que es algo súper común en Estados Unidos. No tiene ni pies ni cabeza, y más cuando ningún otro restaurante de la zona lo hace. Además, según tengo entendido en Italia se acordó que esa práctica no se podía llevar a cabo, pero todo el mundo se la pasa por el forro, y en cualquier caso cuando lo hacen lo avisan, aunque sea en letra pequeña en una esquinita de la carta. ¿Y si hubiéramos seleccionado los platos contando el dinero porque íbamos justos de presupuesto? ¿Nos tendríamos que haber quedado a fregar, o qué? Aquello era como para haberles pagado sólo la comida y dejarles una nota diciendo “los cubiertos los va a pagar tu puta madre, que encima que me quedo con hambre no te voy a dar una propina que no te mereces”. Entre eso y la escasez de comida, no me extraña que el sitio esté siempre vacío.

Está claro que el estatus y la clase no entienden de dinero, y en este caso aunque la mona quiso vestirse de seda, mona miserable se queda. ¡Gentuza!