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jueves, 29 de noviembre de 2007

Siniestramente fantástico




La muerte es un tema que no deja impasible a nadie; podemos sentir mayor o menor agrado y curiosidad hacia la misma, pero en ningún caso nos es indiferente, porque lo oculto y misterioso nos atrae. Quizás sea esa la razón por la cual nos acercamos a ella a través de los libros o el cine, pudiendo así deleitarnos con su componente místico y mágico "con seguridad", evitando tener que hacerlo a través de sesiones de espiritismo y cosas por el estilo.

Las películas que tocan el tema resultan maravillosas; son diferentes, imaginativas, transgresoras, y juegan con nuestros miedos y sueños. Son siniestramente fantásticas.

Personalmente no soporto los filmes de sangre a borbotones y sadismo gratuito (mi idea de pasarlo bien pasándolo mal se reduce a disfrutar con un dramón bien construido), pero me encantan aquellas que coquetean con la muerte, y son capaces de hacer humor divertido al respecto sin ser desagradables.

En mi memoria cinematográfica están grabadas a fuego ciertas películas de la infancia que recuerdo con sorprendente nitidez. Por mucho plagio posterior que se haya perpetrado, no habrá nunca nada como las dos primeras entregas de La familia Addams ¡Son geniales!

¿Es posible que alguien no ame a Miércoles Addams? Adoro ese semblante serio, ese mal rollo que inspiraba a través de una inquebrantable impasividad, y tantísimas frases suyas que quedarán para la posteridad. En los anales del cine debería estar registrada la secuencia de la obra de teatro sobre el origen de Acción de Gracias, en la que haciendo de india, le espeta a su insoportable compañera Amanda (en el papel de una cursi colonizadora), que lejos de sentarse con ellos a la mesa les declaran la guerra por haberles expropiado sus tierras, condenándolos a la marginalidad.

En realidad toda la película está plagada de perlas brillantes (dentro de sus limitaciones), y si a eso añadimos el papel de Joan Cusack en el rol de cazafortunas caprichosa y desequilibrada, y a la siempre estimable Angelica Houston como la enigmática y pasional Morticia (de quien se han inspirado directamente todas las góticas del mundo), apaga y vámonos.

Cristina Ricci (Miércoles Addams) repitió en un papel vinculado a la muerte al encarnar a la tímida Cath en Casper, una película infantil no estúpida (dos términos que tienden a ir irremediablemente unidos), divertida, tierna y con una banda sonora preciosa. La matriarca de los Addams también protagonizó otra película del estilo que vi mil veces: La maldición de las brujas, en la que nos contaban como conviviendo entre nosotros hay cientos de brujas maquinando planes para acabar con los niños.
Dentro de este tema el director Tim Burton merece una mención especial, pues la muerte, lo gótico, y “lo oscuro” son temas recurrentes en su filmografía. Ha conseguido que su pequeño universo personal, con sus filias y sus fobias, y su sello de identidad visual, pase de ser reconocido por sus fans, a ser universalmente admirado y copiado.

En palabras del escritor Hilario J. Rodríguez: "en casi toda la obra de Tim Burton hay una guerra entre lo bello y lo siniestro, entre lo cómico y lo trágico, entre lo infantil y lo maduro, entre el esplendor y la decrepitud." No podría estar más de acuerdo.

En Eduardo Manostijeras se nos presenta al frágil personaje de un cuento navideño, que lejos de dar miedo por llevar esas horribles y aparatosas tijeras en los brazos, inspira ternura y compasión. Es la historia de alguien inadaptado, un ser diferente que no encaja en un mundo de convencionalismos y doctrinas sociales; una premisa que es la base de muchas de sus historias. Si bien es cierto que aquí no se juega con la muerte, el look gótico y la condición no humana de Eduardo son irresistiblemente atractivos. Quien si está muerto es el protagonista otra de sus películas, Bitelchus, donde se nos muestra un mundo paralelo al de los vivos de lo más interesante.

En La novia cadáver y su predecesora, la magnífica Pesadilla antes de navidad, se nos presenta igualmente el mundo de los muertos como un sitio mucho mejor que el de los vivos; es un lugar libre sin tanta norma y problemas, y curiosamente más animado y colorista que el de los no difuntos.

Obviando La gran aventura de Pee-Wee, El planeta de los simios y Ed Wood, de las que no puedo opinar porque no las he visto completas, y Mars Attacks! y Big Fish, que no se adaptan al tema aquí tratado, el resto de su filmografía sigue por los mismos derroteros.

Sus dos adaptaciones de Batman dotaron al personaje de una gama de matices “oscuros”, tanto en el terreno psicológico como en el visual, que sólo él podría haberle dado; Sleepy Hollow (donde también sale Cristina Ricci) es puro Burton, y Charlie y la fábrica de chocolate tiene un punto siniestro divertido.

En breve saldrá su próxima película, protagonizada como no podía ser de otra forma por sus dos actores fetiche: el camaleónico Johnny Depp (en su sexta colaboración juntos) y la rara Helena Bonham Carter (5 películas). Aún no tengo muy clara la trama, pero dados los antecedentes no dudo en ir a verla.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Puritanismo trasnochado



En uno de mis últimos artículos hablaba de cómo estamos "americanizándonos" poco a poco, y si por algo son conocidos los norteamericanos es por un desmesurado puritanismo conservador, que en ocasiones llega a ser retrógrado y fascista.

Leyendo escritos como el que adjunto de un escritor nacional 
anónimo, me pregunto si también nos están contagiando este modo de pensar poco productivo y cerrado, o es que sencillamente hay gente que no da para más, y que eso, lamentablemente, es universal.

El autor pretende condenar una actitud que le parece deleznable, pero se ofusca tanto en su pequeño universo de tradicionalismos y se va tanto por los cerros de Úbeda, que acaba resultando ridículo, autoparódico, desfasado e insensatamente alarmista. Aún así merece ser leído. Disfrútenlo:

“¡Tangas no!

No saben cómo me alegro de que en Francia por fin le hayan metido mano a semejante desvergüenza y allí ya esté prohibido que las amiguitas vayan a clase enseñando el tanga. Porque es intolerable. Además de feo, vulgar, soez, cutre, macarril, y me atrevería a decir que incluso pecaminoso. ¿O acaso les parece si quiera medio normal 
que las niñas vayan así, provocando, con el tirachinas a la vista, soliviantando a todos los machos de la manada? ¿Es que a ustedes no les da asco que sus hijas, nuestras hijas, las hijas de todos, futuras esposas y madres, honradas amas de casa en un día no muy lejano, luzcan con semejante impudicia partes de su cuerpo reservadas para la exclusiva contemplación del legítimo esposo? Si es que no se dónde vamos a ir a parar. De pura amoralidad, esta sociedad se cae a pedazos.

¿Pero por favor, cómo puede un profesor concentrarse en las lecciones teniendo delante todo 
un catálogo de lencería cuasi pornográfica? ¿Qué va a ser de la educación si los maestros están en un permanente estado de excitación sexual? ¿Cómo lograremos mantener la pureza de nuestros varones, su deseo de formar una familia, si les exponemos desde el mismísimo parvulario a esta Sodoma de hembras exhibicionistas en que se han convertido las aulas? 

Además, y para que se enteren los cuatro anarquistas lúbricos que aún defienden semejante orgía de descaro, una de las profecías de Nostradamus ya advierte de que este libertinaje 
rampante será el que alarme a los extraterrestres, quieres, temerosos de que la manzana podrida en que se ha convertido la Tierra pueda contagiar al resto del universo, no tendrán más remedio que destruir nuestro planeta.

Por tanto, para evitar no ya la muerte de la decencia sino el propio exterminio como especie, yo propongo 
que no nos limitemos a erradicar las bragas vistas, sino que prohibamos otra serie de conductas igualmente aberrantes. Así pues, y llamo a todos a esta cruzada, acabemos con la ropa ajustada, por ser la principal violadora de violaciones; castiguemos los piercings y los tatuajes, que convierten a quienes se los ponen en hippies y gente de mal vivir; y destruyamos las gafas con cristales oscuros, tan demoníacas ellas, siempre encubriendo a los salidos que miran a las mujeres con lujuria. Hoy no tengo espacio para explayarme, pero quisiera dejar claro que, si queremos que este mundo se redima de tanta miseria y tanta obscenidad, la única solución está en prohibir cuantas más cosas mejor, que ya saben que la gente es muy dada al abuso.”

Diario de Burgos - 14 de enero de 2005


En serio me pregunto de dónde sale este tipo de gente: reprimidos enfermizos que condenan y pretenden censurar todo aquello que no les gusta o asusta sin reflexionar sobre el hecho de estar siendo irracionales y absurdos; son el tipo de frustrados que defenderían a un violador argumentando que “la muy furcia iría provocando”, y que de haberse quedado en su casa, como debe hacer una mujer decente, no le habría pasado. Haznos un favor y háztelo a tí mismo: ¡Cállate gilipollas!

lunes, 19 de noviembre de 2007

"Aceptables" a cualquier precio



Le pese a quien le pese, el aspecto físico es muy importante en el mundo en el que vivimos, y más de unos años a aquí, en los que la cultura del culto al cuerpo ha pasado de ser una moda minoritaria entre deportistas y famosos, a una filosofía de vida casi universal. Para bien o para mal lo primero que entra por los ojos es la cara, el cuerpo, la ropa, la estética, y en definitiva el aspecto de una persona, y si eso no nos llama la atención (o no la llama para mal), difícilmente haremos un esfuerzo consciente por tratar de ver más allá.

Recuerdo q tuve una profesora de inglés guapa, educada y que hablaba bien, pero que tuvo que quitarse un minúsculo piercing de la nariz para trabajar de cara al público en un banco, medida que puede parecerle exagerada a algunos, pero que desde luego tiene su lógica, y si no explícale tú a la señora de turno que “esa hippy” iba a guardar su dinero.

El rechazo que experimentamos hacia lo grotesco, feo y desagradable, o sencillamente hacia lo que no va con nosotros, en contraposición al agrado hacia lo bonito y atractivo, está fuertemente influido por la sociedad y los valores que se “estilen” en ese momento, de ahí que el ideal de belleza para ambos sexos haya ido cambiando de un extremo a otro a lo largo de los años; si las mujeres rubenescas de grandes redondeces eran “el no va más” hace unos siglos, o hace unas décadas a los hombres se les permitía ser unos esmirriados, a día de hoy tienes la obligación moral de estar bueno/a o de tratar de estarlo. Además es casi imposible luchar contra estos estereotipos, en la medida en que desde pequeños aprendemos en las películas y los cuentos, que si los buenos son altos, guapos y atléticos, los malos son gordos y más feos que una mierda, y parece que esto está directamente relacionado con que sean torpes y malvados.

A tales extremos ha llegado esta malsana obsesión por alcanzar una belleza irreal, inaccesible, y que sobre todo, tiene poco de belleza, que hemos llegado a desarrollar trastornos alimentarios que derivan en enfermedades tan graves como la anorexia y la bulimia. Hay quien pueda pensar que no son más que una tontería, derivada de los caprichos de unas niñatas volubles que quieren verse monas, pero nada más lejos de la realidad, y si no que se lo digan a todas las que se han quedado en el camino, mientras sus familiares y amigos veían con impotencia como no podían hacer nada para paliarlo, y es que ahí está el problema; igual que sería totalmente infructuoso cobrar las drogas a precio de oro para que los adictos no consumieran, de nada sirve empujarle la comida con la cuchara a alguien que no quiere comer.

Estos trastornos también se dan en hombres, aunque en mucha menor medida (de ahí su poca repercusión). En ese sentido nosotros estamos “obligados” a estar medianamente delgados, si, pero lo que se nos pide por encima de todo eso es estar cuadrados y poder partir nueces apretándolas entre los dedos o presionándolas entre las nalgas. Ahí es nada…

A pesar de que se sigan perpetrando cánones insalubres desde todos los ámbitos de la sociedad, parece que la gente está empezando a abrir los ojos, dándose cuenta de que, efectivamente, existe un problema de gran magnitud que debe ser solucionado, empezando a tomarse medidas como el establecimiento de un índice de masa corporal mínimo en el mundo de la moda, que lejos de ser una banalidad anecdótica, me parece una gran muestra de humildad por su parte, y un modo de reconocer que estaban equivocados, al intentar meternos por los ojos a las desenterradas a las que estamos acostumbrados a ver sobre la pasarela.

Con el reconocimiento del problema también ha venido la obsesión por desenmascarar a quienes supuestamente lo sufren y se niegan a reconocerlo. Cualquier persona (mujeres sobre todo) que adelgace más de lo normal o se vea “flaca” respecto a las demás, es enseguida señalada con el dedo, acusada de enferma, y obligada a dar explicaciones al respecto. Actrices como Keira Knightley están hartas de explicar cansinamente que ellas son sencillamente así, de constitución delgada, y en el caso de ésta la pregunta toca especialmente las narices, porque ella ha vivido de cerca en su familia tales enfermedades, y le resulta insultante que la acusen por la cara de ser poco menos que una inmoral promovedora de malos hábitos. Yo como persona delgada que se enfrenta con tedio a los mismos repetitivos comentarios sobre lo “excesivamente flaco” que estoy, puedo comprenderla en parte y saber lo que son las ganas de gritar a los cuatro vientos:

“¡¡VAYANSE TODOS A TOMAR POR CULO, SI ME PASO EL DÍA COMIENDO Y NO ENGORDO, ¿QUÉ QUIEREN QUE HAGA?!!

¡¡SOY DELGADO Y PUNTO JODER!!”

Vivencias aparte, adjunto el sobrecogedor testimonio de un adolescente con anorexia, intercalado con los comentarios de la periodista que lo entrevistó; un relato que habla por sí solo, dice mucho más que cualquier conjetura que pueda hacer yo desde la distancia, y puede romper muchos tópicos sobre lo que estas enfermedades realmente significan:

“Antes calzaba un 42 pero en tres años he perdido dos números de pie. Los médicos dicen que a medida que la enfermedad avanza mis órganos internos, como el corazón, van encogiendo. Por eso sé que estoy expuesto a que me dé un infarto. También cabe la posibilidad de que tenga un cáncer en las cuerdas vocales. De tanto vomitar me he producido una herida en el cuello por dentro y, según dicen los médicos, ha podido derivar en tejido cancerígeno. Si hubiera cáncer, me tendrían que cortar un trozo del estómago para ponérmelo en la laringe. Y he hecho tantos abdominales que tengo el estómago quemado.”

[De sus labios sale un hilo cansino de voz, los brazos recogidos sobre el vientre, la mirada caída y acuosa. Habla hundido en el sofá, como si el frágil cuerpo fuera de plomo, en presencia de su padre. Rafa Rico tiene 16 años y es anoréxico desde los 13. Su testimonio viene a certificar que los especialistas en trastornos de alimentación no yerran en su alerta. La anorexia, la bulimia y demás monstruos obsesionados por devorar kilos al cuerpo están mutando el perfil de sus víctimas. La enfermedad está comenzando a cebarse con niños (en masculino) muy pequeños, y con ancianos. Si entre los jóvenes y adolescentes hay un enfermo varón por cada 9 chicas, en el tramo de los 6 a los 12 años, asegura Ángel Villaseñor, psicólogo de la Unidad de Trastornos de Alimentación del Hospital del Niño Jesús, la proporción es de cuatro niños por cada seis niñas. Sólo en este Hospital, tratan a 250 menores varones cada año].


QUIERO PESAR 45 KILOS

“Yo me veo gordo y por mucho que me digan que estoy delgado y que me va a pasar tal o cual cosa me da igual. Hasta que no consiga mi objetivo, que es estar a gusto con mi cuerpo, no voy a parar. Voy a seguir luchando, sin comer, con los vómitos y haciendo ejercicio. Para mí lo ideal sería pesar menos de 45 kilos [mide 1,70]. Conozco a un chico que pesa menos de 45. Víctor. Antes íbamos juntos a terapia de grupo, pero él acaba de cumplir 18 años y puede dejar el tratamiento si quiere. Yo también lo dejaría, pero quiera o no tengo que ir. Si no podrían obligarme judicialmente porque yo no estoy capacitado, porque estoy enfermo, dicen ellos.”

[Se calcula que un 4,5% de la población sufre un trastorno de la alimentación. La anorexia se cura en el 70% de los casos, un 15% de los afectados recae y el 15% restante se convierte en enfermo crónico. Los anoréxicos pierden al menos el 15% de su peso corporal y, en casos extremos, el 60%. Un 2% de los enfermos muere].

Comencé con 13 años. Al ver que los demás estaban más delgados decidí dejar de comer un poco y hacer ejercicio por mi cuenta. Jugaba al fútbol y a los 14 años me apunté a un gimnasio. Le dije al monitor que quería adelgazar y él me puso una tabla de ejercicios. Cuando la acababa me metía media hora en la sauna. Y al llegar a casa seguía haciendo deporte por mi cuenta. Cada día me hacía 1.200 abdominales. Para mí era una obligación. Simplemente, algo en la mente me decía que tenía que hacerlo. Sólo pensaba en buscar métodos para adelgazar. Cuando salía con mis amigos bailaba toda la noche sólo por perder kilos. Delante de mis padres hacía como que comía pero luego lo vomitaba. Hay trucos para que no te pillen. (...)”

[Entre la población infantil masculina existen tres grupos especialmente propensos a sufrir una enfermedad como la anorexia. Los enumera el psicólogo Ángel Villaseñor: «Niños con obesidad, que se sienten mal con su cuerpo y son objeto de burlas en el colegio. Deportistas prodigio, es decir, niños que comienzan a hacer deporte muy pequeños y con una exigencia muy alta. Y aquellos que tienen problemas de identidad sexual». Según un estudio realizado por Pamela K. Keel y Christopher J. Russel para la Universidad de Harvard, el 14% de la población masculina homosexual sufre bulimia y el 20% anorexia].

“Hubo un momento en que comencé a tomar laxantes. Me informé en Internet. Bastaba con poner «perder peso» en el buscador y te aparecían un montón de páginas aconsejándote. Chicas y chicos que querían adelgazar como tú te daban trucos para evitar que tus padres te pillaran, te facilitaban marcas de laxantes e incluso te aconsejaban que tomaras cocaína para perder peso. Yo no he participado en ninguno pero sé que hacían maratones de adelgazamiento, competiciones para ver quién era capaz de perder más kilos en equis tiempo. Y se daban claves para reconocerse por la calle. Los anoréxicos, por ejemplo, llevaban una pulsera azul.”

[Los expertos hablan de casos extremos de chicos que creen que engorda beber agua o sentarse donde ha estado una persona corpulenta. Gonzalo Morandé, jefe de Psiquiatría infantil del hospital Niño Jesús ha atendido a chavales que llegan a sacarse sangre para pesar menos. En este hospital, centro de referencia nacional, asisten a otro fenómeno desconocido hasta ahora: niños inmigrantes anoréxicos y bulímicos].

ENTRE EL FRIO Y EL SUEÑO

Físicamente me siento muy cansado. Paso gran parte del día durmiendo y suelo tener mucho frío. A veces me ponen el termómetro y marca poco más de 35º. Los médicos han dicho que no se me fuerce a comer y me dan libertad para que tome lo que quiera. Hoy he desayunado una taza de leche con cereales y para comer he tomado unas cuantas patatas fritas. Cuando noto que estoy muy bajo físicamente me como un bollo con chocolate, pero en cuanto me lo he tomado me arrepiento y lo tengo que expulsar como sea. Para mí la comida es como veneno y mi mayor pesadilla es la combinación mesa-silla-plato. Le dije a mis padres que quería tatuarme la leyenda «Todo lo que como me mata» en el estómago. No me dejaron. Lo vi en televisión a una actriz o modelo que lo llevaba en el vientre. Lo que como me mata. Así es como me siento.”

[El 67,8% de los escolares de entre 11 y 14 años controlan su peso. El 40% evita ciertos alimentos que engordan. Un 72% realiza ejercicio expresamente para quemar calorías. El 17% ha llegado a llorar por sentirse mal con su aspecto. El 7,3% intenta vomitar después de haber comido. ¡Un 4,2% toma laxantes! Son las conclusiones de una encuesta a escolares de la comunidad valenciana realizada en noviembre pasado por los psicólogos de la Universidad Jaume I Rafael Ballester y Mari Carmen Guirado. Adaner, asociación que lucha contra la anorexia y la bulimia, ha incrementado las charlas de prevención en los colegios ante las reiteradas llamadas de profesores y encargados de los comedores: Hay niños pequeños, avisaban, que se niegan a tomar determinadas cosas porque engordan].

“Cuando mis padres notaron la pérdida de peso y los vómitos, les hice creer que tenía un problema en el estómago. Me llevaron a uno y otro especialista sin que ninguno supiera qué me pasaba. Hasta que una psiquiatra lo averiguó. Anorexia nerviosa purgativa, dijo. Lo que significa que todo lo que me hagan comer obligatoriamente lo vomito. Para mí fue un mazazo que lo descubriera. Mis padres sabían lo que estaba haciendo y no me dejarían continuar.”

[A la hora de buscar las causas de la enorme incidencia de la anorexia en niños, los especialistas dicen que la cultura del culto al cuerpo ha calado muy hondo entre los más pequeños, siempre permeables a cualquier influencia externa. «En los anuncios de televisión, incluso en los dirigidos a niños, el malo y el fracasado es gordito mientras que el triunfador es delgado. Sucede igual con los dibujos, las películas, los juguetes... Si a sus muñecos les diéramos vida no podrían andar. Están interiorizando un modelo de belleza irreal», dice Mari Carmen González, coordinadora de Adaner. «Los niños están obsesionados por su aspecto en parte porque en la familia hay mucha preocupación por la apariencia. Siempre está el papá o la mamá que está a dieta y que, preocupado por las campañas contra la obesidad infantil, induce al niño a la dieta también», dice Marta Voltas, gerente de Acab, otra asociación contra la anorexia y la bulimia].

“Desde que me diagnosticaron la anorexia he estado ingresado en tres ocasiones. La última vez en diciembre, tras pasar una semana sin comer nada. Cuando te niegas a comer te alimentan con gotero y te castigan aislándote de tu familia. En uno de los ingresos conocí a una chica también anoréxica y, aunque tengamos prohibido relacionarnos entre nosotros o vernos, somos novios. Llevo tres meses yendo todas las mañanas a un centro privado donde me tratan psicólogos. He tenido que dejar el instituto. Últimamente atravieso una mala racha. Como menos, hago más ejercicio, tengo que estar todo el día durmiendo, no me entero de las cosas...

[Rafael Rico, el padre, es limpiador pero está de baja por depresión arrastrado por la enfermedad del hijo. A éste, la anorexia le ha provocado un trastorno de la personalidad. A veces las cinco pastillas, calmantes, que toma antes de irse a la cama no son suficientes para dormir su agresividad. Hace unos días el padre tuvo que llamar a la policía después de que Rafa, enloquecido, llegara a ponerle la mano encima antes de huir escaleras abajo. «Los médicos nos han dicho que tiene la enfermedad muy avanzada."Vuestro hijo Rafa de momento no existe. Está por llegar. Tardará"»].


Este reportaje data de Marzo del año pasado así que es posible que a día de hoy Rafa haya llegado a sus ansiados 45 kilos y los luzca con orgullo dentro de su nicho, sabiendo que por fin es apto para la sociedad.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

United States of the World



El pasado día de todos los santos tocaron mi timbre unos niños disfrazados para pedirme golosinas, sin saber que se habían equivocado de puerta, no sólo porque en mi casa nunca hay nada dulce, sino porque me cogieron tan de sorpresa que ni siquiera pude improvisar una moneda de cambio atractiva, y es que… ¿De cuándo a aquí se celebra el Halloween en España?

Hace años que vengo notando una “halloweenización social” en todos los ámbitos, que ha pasado de las anecdóticas fiestas temáticas en discotecas a la celebración del día con todas las de la ley, desembocando en la consecuente proliferación de escaparates especializados en tiendas y locales de toda índole, repletos de artículos “básicos” para tal acontecimiento.

La globalización es lo que tiene: se estandarizan usos y costumbres, y aunque podamos ganar en multiculturalidad perdemos las señas de identidad. Todos vestimos, hablamos y comemos prácticamente igual (aunque nada como la dieta mediterránea); compramos las mismas cosas, vemos la misma televisión y el mismo cine, oímos la misma música y adoramos a las mismas estrellas mediáticas.

Cada día somos un poco más estadounidenses, y es que paradójicamente, la sociedad más criticada del planeta es también la más imitada. Cuando era niño estaba El Mcdonalds: el único. Había uno en la capital y tres bien espaciados en toda la isla. Ahora ya sólo en Santa Cruz hay 4, y uno de ellos con servicio de recogida en coche, al más puro estilo americano, llevando el significado de comida rápida a su máxima expresión. A eso súmale el Burger King, el Tony Romas, y todos los demás establecimientos de comida basura que sin duda se expandirán aún más. Dentro de poco veremos a las estudiantes de bachillerato en las limusinas que alquilarán sus novios, yendo a majestuosos bailes de graduación con un hortera ramillete en la muñeca, y si no…al tiempo.

Todo esto me recuerda a las veces en que la gente de la generación de mis padres me ha relatado como “en sus tiempos”, Papa Noél no visitaba a los niños españoles, y lo curioso que resulta el hecho de que, a pesar de ser para nosotros una celebración minoritaria en comparación con los Reyes Magos (de momento), es imposible encontrar ningún adorno navideño protagonizado por éstos, mientras vemos a puñados todos los símbolos de las “navidades blancas” que nos son absolutamente desconocidas.

¿Llegará el día en que celebremos Acción de gracias en torno a un descomunal pavo y le cuente a mis nietos cómo en mi juventud aquello era sólo cosa de “los yanquis”?

¿Nos azotará la preocupante epidemia de obesidad que sufren los estadounidenses?

¿Serán nuestros adolescentes del futuro unos jovencitos patriotas obsesionados con el éxito, cuya máxima aspiración sea llegar a convertirse en “los más populares del instituto”, para poder invitar al baile de fin de curso a la jefa de las animadoras o al capitán del equipo de Rugby?

Francamente espero que no, y si me equivoco no quiero estar ahí para verlo.


*no hace falta saber inglés para entender el video

sábado, 10 de noviembre de 2007

Miserables

El otro día fui a ver a una amiga con cáncer al hospital. Está bastante jodida, porque aunque tiene esperanzas y es optimista respecto a su recuperación, está hecha un trapo: le duele todo, se pasa los días casi sin salir de la habitación, y apenas se mueve de la cama, lo cual hace que su situación sea aún más coñazo y desesperante. Por suerte sus familiares cercanos le han proporcionado una serie de “comodidades” que, dentro de lo que cabe, hacen que pase las horas de una forma un poco más amena. Tiene allí su ordenador portátil con música y juegos, varios dvds, una mini nevera y un microondas para poder deleitarse con caprichos al margen de la comida del hospital, su teléfono, y algunos peluches con los que consigue alegrar el entorno.

El único “lujo” del que gozan los pacientes de la planta de oncología (y supongo que los demás también) es una pequeña televisión en alto para ver desde la cama, algo lógico y de agradecer salvo por un detalle: tiene horario y es de pago ¿Se lo pueden creer? Yo desde luego no.

Estamos hablando de enfermos terminales, que llevan una existencia de mierda, y que en la mayoría de los casos no pueden entretenerse de otra forma que viendo la tele, ya que muchos ni siquiera pueden levantarse, y los muy hijos de la gran puta son tan rastreros que les cobran tres euros al día por un escaso número de horas determinado ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo pueden ser tan peseteros? ¡Hay que ser cabrones! ¿Qué será lo próximo? ¿Cobrarles la comida? Ya puestos podrían empezar a cobrar las almohadas y el servicio de limpieza. Total…

No voy a desearles el mismo destino que sus pacientes porque nadie merece algo así, pero los miserables de mierda que hayan establecido esta norma deberían ser lapidados con sacos llenos de la calderilla que recaudan.

martes, 6 de noviembre de 2007

Olor a felicidad

El sentido del olfato es, por lo general, uno de los más desaprovechados a nivel popular. Disfrutamos de un envidiable sentido de la vista, que nos proporciona casi toda la información que podemos necesitar en cada momento, y para cuando mirar no es suficiente, nuestros oídos están siempre en alerta para complementar la percepción visual.

Obviando el gusto y el tacto, que son “más específicos”, el olfato es algo maravilloso que puede deleitarnos de igual modo que una canción que nos emocione o una imagen que nos guste. Se trata de un sentido injustamente ninguneado que, sin embargo, no sólo es muy útil (pues entre otras cosas nos hace sentir repulsión hacia cosas insalubres o nocivas, como sustancias peligrosas o comida en mal estado), sino que tiene un poder evocador enorme, o al menos para mí. Así, ciertas mezclas de elementos y fragancias en el ambiente, pueden trasladarme hacia lugares y momentos lejanos en el espacio-tiempo.

Hace 25 artículos celebré haber llegado a esa cifra, repasando las “cosas que hacían que mereciera la pena vivir”. Siguiendo con la tradición de festejar los post múltiplos de 25, hablando de cosas agradables, en contraposición a mi a veces habitual tónica de crítica o nostalgia, aquí va, coincidiendo con la entrada número 50, una breve enumeración de olores que de un modo simple (o simplón para algunos), me hacen ser feliz mientras los “saboreo”:

1 - El agua: Eso de que el agua no huele es una de las grandes mentiras populares, porque de hecho sí huele; huele maravillosamente bien. Huele a limpio, a nuevo, a pulcro, a pureza, a vida, a frescor ¡a todo! Me gusta tanto el olor del agua dulce como el de la salada, el de las piscinas y el del mar, el de la lluvia y el del rocío. Me gusta el agua...

2 - La Gomera:
¿Olor a la gomera? Pues sí, es un olor muy particular que tiene impregnado el todoterreno de mi abuelo. Es una mezcla entre el olor a viejo del coche (y el de mi abuelo también), la tierra que siempre hay en las alfombrillas, las cajas de madera que lleva en el maletero, el vino que él mismo elabora, y los productos que recoge de su huerto. Cada vez que subo me vienen a la mente los veranos en su pueblo, donde de chico me lo pasaba bien trepando por ahí y disfrutando de los animales, pero llegada cierta edad me parecía un muerto insoportable.

3 - Inglaterra a las 6 de la tarde: Hace unos años fui a Inglaterra con un grupo se estudiantes, para aprender inglés. No nos podíamos quejar del tiempo, y menos yo, que prefiero pasar algo de frío y ponerme un suéter, en lugar de estar sudando y aplatanado por el calor. Solía ducharme a media tarde, y cuando salía a la calle con la cabeza mojada y el calorcito en el cuerpo, me llegaba una brisa fría con olor a pueblo costero, que aún hoy me parece percibir ciertos días de invierno.

4 - Verano:
El olor a verano tal y como se concibe normalmente; ese olor a playa, a plantas, a la brisa tomándote algo en una terraza, y sobre todo a felicidad, pues la sensación de libertad y la alegría de la gente, se pueden oler en el ambiente de una forma que me es imposible explicar.

5 - Navidad: Éste es de los que mejor me saben; alegatos aparte sobre la frivolidad de la navidad, a mi me encanta por el modo en que la paso yo. La navidad huele a frío agradable, del que invita a sofocarlo cubriéndote con una manta, a dulces, chocolate, y cosas buenas, a lluvia, a las luces de navidad (que huelen), a petardos y pólvora, a fuego, a velas, a comida casera y a familia. Un buen amigo del colegio compartía conmigo su amor por este olor, y los días que realmente la calle olía a navidad, lo primero que hacíamos al llegar al colegio era buscarnos entre la multitud, para compartir emocionados que a los dos nos había llegado “el tufillo”.

6 - Olores personales: El olor propio de gente de mi entorno. Todos tenemos un olor personal más o menos reconocible, que es una mezcla entre el olor de la piel (algo directamente relacionado con la higiene personal), los productos usados en el aseo diario, el sudor (entiéndase como transpiración mínima lógica, y no como ir encharcados), y el perfume de turno. Hay personas en las que este olor es particularmente fuerte (en el buen sentido). El de mi madre es inconfundible use el perfume que use, porque es olor a ella; el de la gente de mi familia es también muy característico.

Esto de los olores personales me recuerda a la película El Perfume, ¿la han visto? Yo no leí el libro en que está basada, pero quienes lo han hecho confirman que si la perfecta insinuación de aromas queda bien plasmado en el filme, en el libro es mucho mejor. La historia está protagonizada por Jean-Baptiste Grenouille, un chico inadaptado, cuyo sobrenatural sentido del olfato rige su vida. Recuerdo que durante la proyección empecé a olerlo todo: mis manos, la sala, la chaqueta… ¡La pasión de Jean Baptiste era contagiosa!

7 - Olores artificiales: En relación con lo anterior, hay un par de olores artificiales que me encantan y que relaciono con ciertas personas, como el del ascensor de casa de mi tía, la espuma del pelo que usa mi prima, o el coche de MaRía.

8 - Naturaleza: Estar en el monte y dejar que se llenen los pulmones de un aire fresco, cargado de cientos de matices naturales, que proceden del olor a tierra mojada y plantas húmedas, es uno de los placeres olfativos universales.

9 - Mi colegio: Mi colegio no era como los demás. Éramos pocos, se estilaba un modelo de educación inusual y éramos todos como una gran familia. Hace más de 5 años que salí de allí, y aún hoy paso de vez en cuando a saludar a los profesores y ver cómo va todo (una costumbre muy arraigada entre los ex alumnos, no es que yo sea rarito). No se puede decir que mi colegio oliera especialmente bien, entre otras cosas porque había muchos gatos en él, pero tampoco es que fuera nauseabundo. Siempre que voy lo recorro de arriba abajo y, sorprendentemente, sigue oliéndome igual (por no decir mejor) que cuando estaba allí. La madera, el olor de los productos de limpieza, el plástico de las mesas, y por supuesto su olor a viejo, me recuerdan una anécdota infantil a cada paso.

10 - Mi cama: No soy de esas personas maniáticas que necesitan dormir con su almohada, todo lo contrario; si tengo sueño y estoy mínimamente cómodo, puedo dormir donde me tranque. Pero el olor de mi cama, mis sábanas y mi almohada, que al ser de látex huele diferente a las tradicionales, me ofrecen un bienestar extra que no pueden darme otras camas mejores y más confortables.

11 - Limpio: Sobran las explicaciones; olor a limpio sin más, sin artificios ni perfumes enmascaradores.

12 - Ciertos alimentos: No sólo por que posean un atrapante olor que en ocasiones supere su sabor, sino porque pueden recordarme momentos puntuales en los que los deguste en buena compañía. El olor de una rebanada de pan tostado con queso blanco derretido encima, siempre me pone de buen humor, pues es “un manjar” con el que suelo deleitar a mis amigos cuando vienen a casa. Mi casa es conocida como la casa light y desnatada, de modo que ese tentempié tan soso constituye toda una delicatessen. El pan de matalahúga me recuerda a mi tía, las valencianas a mis recreos en el instituto, y las Oreo a tantísimas tardes de despreocupada cháchara en casa de C.

13 - Libros nuevos y material nuevo de papelería: ¿Soy el único que huele los libros y cuadernos nuevos nada más abrirlos?

14 - Plástico: El más artificial de mis olores fetiche. El olor a goma de la suela de unos zapatos nuevos, que a mucha gente le repugna y que a mí, sin embargo, me agrada. El cuero es otro olor fuerte que me gusta mucho.

15 - Ropa nueva
: Aquí vale también la ropa recién lavada porque también huele bien, pero la nueva, anterior a cualquier lavado, huele que alimenta.

Repasando esta entrada me da la impresión de que me ha quedado demasiado estrafalaria. Parezco un fetichista que va oliéndolo todo, pero no es así. En serio ¡Dejen de mirarme raro y disfruten de los olores del mundo!