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jueves, 30 de octubre de 2008

Singing in the rain


Qué llueva, qué llueva,
y todos en sus “cuevas”,
se purifica el aire,
se limpian nuestras calles.

¡Qué sí, qué no!,
Qué caiga un chaparrón!

Qué siga lloviendo,
las “cucas” pereciendo,
pues mueren ahogadas,
con la que está cayendo.

¡Qué sí, qué no!
¡Qué caiga un chaparrón!
¡Y que me moje yo!


A pesar de la incompresión generalizada que despierto al decir lo mucho que me gusta mojarme bajo la lluvia, me consta que es algo más común de lo que en un primer momento pudiera parecer. Esos días fríos, con nubes oscurísimas amenazando con descargar sobre tu cabeza, y en los que el olor a humedad lo impregna todo, me invade una inexplicable sensación de felicidad, que incluso consigue hacerme sonreír involuntariamente por la calle, hasta que me doy cuenta de cómo me miran y trato de disimularlo. Me encanta.

Las calles se limpian, la población de mosca blanca y cucarachas queda diezmada, y el aire se “purifica”, quedándose todo oliendo a nuevo; le damos una alegría a la madre naturaleza y los embalses, y estar calentitos en casa mientras diluvia no nos resulta demasiado horrible. Pero lo mejor sin duda es (cuando se trata de una lluvia moderada, y nunca exponiéndote a coger pulmonías por abusar), salir a la calle como si nada, hacer tu vida, y empaparte a base de bien. Es maravilloso. Sientes las gotas cayéndote en el pelo y rodando por la frente, mojándote la cara, humedeciéndote los labios, y envolviéndote por completo de un frío muy agradable.

Supongo que si viviera en Galicia y no en Tenerife, no me gustaría tanto, pero hoy nos ha caído todo el agua que llevábamos meses esperando, y estoy que no quepo en mí de contento. ¡Qué llueva, qué llueva!





sábado, 25 de octubre de 2008

¡Vieja de los cojones!


Sé que no está bien, no es ético ni está bien visto, no debería y sin embargo lo hago; y es que no puedo evitar pensar, y vociferar en alto cuando la ocasión lo requiere, que ODIO A LA PUTA VIEJA DEL PISO DE ENCIMA.
¡¡LA O-D-I-O!!

Está todo el maldito día rodando muebles y dando taponazos. TODO EL DÍA: desde antes del amanecer hasta bien entrada la noche; no pasa más de diez minutos sin hacer ruidos molestos, ni quince sin dar golpes de tal intensidad que vibre toda la casa. Estoy hasta los huevos de ella, y sé que el día que le pase algo me sentiré culpable por haberle dedicado tantas blasfemias, pero... ¡Joder! ¡Que se mande a mudar de una puñetera vez! No digo que se muera, que tampoco es cuestión, pero sí que le toque la lotería, la acojan sus hijos en casa, le corten las piernas, o la metan en una residencia... lo que sea, pero que se largue ya coño.
El piso en el que vivo ha estado ocupado por mi familia desde hace cuatro décadas, de modo que siempre ha habido miembros del clan, para atestiguar que en toda una vida la maleducada de arriba no ha dejado de dar el coñazo ni un solo día.


Hace unos meses murió su marido, y pensé que estando ella sola los ruidos disminuirían, pero ¡qué va!; o el fantasma del marido se quedó arrastrando las cadenas entre esas cuatro paredes, o mitiga su dolor tirando muebles al suelo. Si no, no lo entiendo.
Cuando me he puesto a dar escobazos al techo, he puesto la música a todo volumen o he querido subir a plantarle la mosca, enseguida me han reprendido bajo el pretexto de que la pobre es una mujer mayor, y que a estas alturas no la vamos a cambiar. ¡Y una mierda! Mayor es ahora, pero no hace cuarenta años, que era igual de malcriada y escandalosa. Encima la muy zorra tiene la poca decencia de ser insoportablemente amable, agradable y cariñosa, para que a nadie le salga natural darle dos gritos y un bofetón. El otro día sin ir más lejos, subí a aporrear su puerta a las tres de la mañana por estar paseándose en tacones, y al final la muy puta consiguió que acabara despidiéndome con una sonrisa. ¿Cómo lo consigue?

Un día acabaré haciendo una locura, y con razón, pero el sistema judicial dictaminará que el agotamiento de la paciencia no es un motivo reconocido para el genocidio. ¡Malditas leyes!




jueves, 23 de octubre de 2008

El verdadero final de Super Mario

Por si quedaba alguna duda de la genialidad de Seth McFarlane (creador de Padre de familia), aquí tenéis la historia real, lo que nunca vimos, lo que verderamente ocurrió tras las letras de crédito de nuestras Gameboys: ¡El auténtico final de Super Mario!

martes, 21 de octubre de 2008

El triunfador de la noche

No sólo hace mucho que no actualizo, sino que también hace varios días que no me siento al ordenador. La razón es que he tenido una semana de lo más movida y sin tiempo para nada. Gran parte de la culpa de esto la tiene mi madre, o mejor dicho, mi “amor de hijo”, pues lo que más horas me ha ocupado es preparar su regalo de cumpleaños. Llevo varias semanas en ello, y la última ha sido en jornadas intensivas inhumanas, pero viendo el resultado, creo que ha merecido la pena.

Mi madre cumple un día antes que yo (así que el primer regalo que le hice fue mi parto), pero como el 13 cayó en día laborable, y este año queríamos hacer algo especial, decidimos posponer la celebración hasta el fin de semana. Cuando hace dos años mi tío cumplió los sesenta, su mujer le preparó una reunión sorpresa; fueron a cenar de punta en blanco ellos dos y sus hijas, y al llegar al sitio en cuestión se encontró una legión de familiares y amigos aplaudiendo. Tras esa noche, las fiestas inesperadas por fechas emblemáticas se convirtieron en tradición familiar, tocándole al año siguiente a mi padre y a mi tía por los cincuenta, y anoche a mi madre, también por su medio siglo. Dados los antecedentes no fue una sorpresa, y cuando dentro de unos meses preparemos la de otra de mis tías, tampoco creo que la cojamos de improviso, o si …nunca se sabe.

Volviendo al tema del regalo, en mi casa soy quien maneja el cotarro de las fotos; tengo controlados los negativos y los álbumes, soy quien se encarga de revelar e imprimir, y mantengo nuestro archivo gráfico en cierto orden. Siendo así, este año decidí ponerme de una vez con ese presente que tantos años llevaba rondándome por la cabeza: su álbum personal. Mi madre lleva media vida quejándose de que al ser siempre quien ejerce de fotógrafa, y en base a que la gente sólo retrata a sus hijos y cónyuges, apenas tiene instantáneas individuales. Para quitarle esa espinita clavada y deslumbrarla con algo verdaderamente personal, llevo varias semanas de peregrinaje por las casas ajenas, para hacerme con el mayor número posible de fotos suyas, hacer una buena selección junto a las mías, y reunirlas todas en un álbum que hiciera un recorrido por su vida.

Tras muchas calamidades (negativos inexistentes, fotos desaparecidas, un escáner caprichoso, máquinas que se averiaban en las tiendas de fotos…), una considerable cantidad de dinero gastada a lo tonto, y sobre todo jornadas de trabajo extenuantes, llegó el domingo, y con él mi noche triunfal. Pretendía darle el álbum apartándonos un momento de la multitud, pero en cuanto me vieron, vino todo el mundo al corro de la patata a curiosear, sacar fotos y película, y hacer comentarios de aprobación en alto. Lo abrió, se le saltaron las lágrimas, se le quebró la voz y me dio un sentido abrazo. A pesar de que hubo joyas por doquier y cosas de alto valor económico, mi regalo fue sin duda la estrella de la noche; pasaba de mano en mano, era visto con una sonrisa de oreja a oreja, y cada dos por tres alguien me felicitaba emocionado por el trabajo. Mi plan de pasar desapercibido se había ido definitivamente a la mierda. Ya en otro cumpleaños me había pasado lo mismo: una vez que todo el mundo le había dado los regalos a mi tía BB. y nos íbamos a casa, yo le di a modo de coña una pequeña flor de peluche; cuando era pequeño la llamaba “Florita mía” (cursiladas que hace uno de niño), y desde entonces siempre ha estado esa anécdota presente. Le encantó, corrió a enseñarla con orgullo, y actualmente la tiene en su tocador. Cuando se trata de mi familia, uno no puede tener un detalle tierno sin que se enteren los demás. Es imposible.

Visto lo visto, no cabe duda de que al final lo que más nos sabe es este tipo de regalos personales, al margen de su valor económico o la incomprensión ajena que puedan generar. Por ello, salvo raras excepciones, siempre hago las tarjetas de felicitación a mano, poniendo mucha dedicación en ello, tratando de ser imaginativo, y haciendo que sean tan particulares que no podrían ser concebidas para otra persona. Me gusta pensar que el receptor sabe valorar esas cosas.
Sin querer menospreciar las tarjetas o regalos ajenos (ni mucho menos, pues este año me quede MUY satisfecho), el pasado martes me obsequiaron con el regalo más íntimo y currado que me han hecho nunca: Un libro exclusivamente escrito para y sobre mí. ¿Alguien da más?

Anteanoche, en el trayecto a casa y antes de que nos acostáramos todos, siguió hablándose del tema, y cuando me fui a dormir, oí a mi madre leyendo de nuevo en voz alta la dedicatoria, y volviendo a pasar una a una las páginas. Definitivamente, triunfé.



lunes, 13 de octubre de 2008

Dos patitos

*Titular así una entrada sobre mi 22 cumpleaños es MUY poco original, pero la ocasión lo ponía a huevo y no pude resistirme…

Como ya comenté el año pasado, prefiero celebrar mis cumpleaños con una o dos personas en lugar de con grupos mayores, y además suelo ir cambiando de acompañantes cada vez, no tanto porque me cansé de hacerlo con la misma gente, sino porque en la variedad está el gusto. El pasado catorce de octubre maté varios pájaros de un tiro (siempre me ha encantado esa expresión), estando a lo largo del día con cinco personas distintas; ya el año anterior había hecho algo similar: fui al Loroparque con una amiga (si, fui al Loroparque por mis veinte años, ¿qué pasa?), me tomé un helado con otra en San Andrés, y cené y vi una peli (El Pianista) en casa de mi tía. Como decía, el año pasado fue mejor y más completo:

Aprovechando que mi familia estaba de viaje, la noche anterior organicé una sesión de cine casera e íntima. La película (Blade Runner) acabó en torno a las doce, y a continuación fuimos a mi cuarto para hacer nuestro propio montaje del director, entrando en el día de mi cumpleaños de la mejor forma posible. Una vez que estuve solo y me encontré recogiendo la casa (mis padres llegarían en unas horas y la tenía hecha un cristo), llamé a una amiga que había estado intentando contactar conmigo, y como es habitual en nosotros, estuvimos charlando mil años. Me “acompañó” mientras ponía todo en orden a las tantas de la mañana, y cuando lo consideramos prudente (entre otras cosas porque a mi me esperaba un largo día), colgamos para irnos a dormir. Me desperté poco antes de que viniera otra amiga con la que había quedado para almorzar; abrí los regalos en mi casa y nos fuimos a comer (pasta y berenjenas rellenas) a La Laguna, donde pasaría el resto del día y encadenaría con otras dos: la siguiente a la hora de merendar (crepe de chocolate y té), y la última para cenar (queso y setas). Bajé a mi casa, donde me esperaban más regalos, y me acosté con la satisfacción de haber pasado un día maravilloso.

En unas horas comienza el periplo otra vez, esta vez mucho menos ajetreado, pero igualmente especial...o eso espero. Lo que tengo claro por encima de todo es que me moderaré con la comida, porque después del empacho de la última vez mi organismo se vengó, y eso si que no lo he olvidado…

sábado, 11 de octubre de 2008

Lógica ilógica

“X” es una persona con quien tiendo a mantener conversaciones un tanto peculiares, que fuera de contexto se ven como auténticos diálogos de besugos; tenemos muchas coñas que sacamos siempre a colación, somos muy sarcásticos y nos lanzamos continuamente puyazos amistosos. Ayer por la tarde me regaló uno de esos momentos únicos, y nos reímos tanto con la situación que me dejó contarla por aquí, siempre y cuando mantuviera su identidad en el anonimato, pues no le apetecía ir a los comentarios y ver cómo ponían en tela de juicio su integridad mental. Sobra decir que a pesar del tono de la conversación, estábamos descojonados.
Eran las ocho, “X” estaba de tiendas para acabar de comprar mis regalos, y me llamó por teléfono para armarme la bronca por algo que no había hecho:


-¡Eres un rollo! ¿Sabes que me acabas de reventar un regalo?

-¿Cómo…?

-Sí sí, que me acabas de joder un regalo.

-¿Qué dices?

-Nada, que te iba a comprar el disco de Rufus, pero ya te lo compraste tú ayer.

-Esto…yo no he comprado ningún disco…

-¿Cómo que no? Fui y pregunté, me dijeron que precisamente ayer había venido alguien a preguntar por el CD, y que al final se lo llevó. Entonces pregunté si no sería un chico moreno, bajito y delgado; la dependienta me lo confirmó superconvencida, y me fui riéndome pensando en la casualidad. ¿De verdad que no eras tú?

-No, no era yo…

-Esto… ¡Arg! ¡Mierda!

-La próxima vez trata de asegurarte de que no se trata de mí, que hay más gente que atiende a esas características...

-¡Pero es que me confirmó la descripción!; tú me dijiste que querías el CD y ayer estuviste en El Corte Inglés… ¡Todo encajaba!, además… ¿quién más iba a buscar ese disco tan raro?

-Bueno…en el concierto había muchas parejitas jóvenes, y entre todos ellos, seguro que alguien más encajaba en la descripción.

-¡Eres un estúpido!

-Ah, ¿ahora el estúpido soy yo?

-¡Déjame al menos que te eche la bronca que tenía preparada por comprarte cosas que no debes antes de tu cumpleaños!

-¿La bronca por el disco que NO me he comprado?

-Sí, por el mismo. ¿Por qué te compraste el disco que te iba a regalar?

-Ya ves…manías que tiene uno…

-Pues no me gustan tus manías…¡Imbécil!


-(…)

miércoles, 8 de octubre de 2008

Regalos

Vivo sin vivir en mí por un hecho que se remonta años atrás, y que dada la proximidad de mi cumpleaños, está cobrando fuerza: Me estresa recibir regalos.
Me hace mucha ilusión que se acuerden de mí en esas circunstancias, pero cuando se acerca el día clave, me agobio un poco pensando en lo que puedo encontrar al abrir los paquetes. La razón es que a lo largo de mi vida me he llevado más de una sorpresa negativa, y es que al parecer soy un quebradero de cabeza para quienes han de comprarme algo. Yo no considero que sea “sencillo” en ese sentido, pero tampoco creo que sea tan complejo (es más, se me ocurren muchas cosas con las que satisfacerme)

El problema radica en que, en general, la gente no se vuelve loca y tira a lo fácil, mientras que al tú hacerles buenos regalos, se quedan fascinados por tu ocurrencia. Cuando piensas detenidamente en la persona, te paras a reflexionar sobre lo que realmente le gustaría (dentro de tus posibilidades), recorres tiendas, y no te contentas con lo primero que se te presenta, el éxito está asegurado, pero claro…para la mayoría eso es mucho esfuerzo.

Hasta la reciente proliferación de tiendas de ropa masculina, la opción universal para regalar algo a un tío era acudir a Springfield, y comprar la misma camiseta que tenía toda la población de la isla. Afortunadamente ahora hay más variedad, pero en cualquier caso no siempre se puede tirar del socorrido recurso de la ropa, y es entonces cuando empieza el problema. Además, nunca fui uno de esos niños adictos a la tecnología, a los que se podía contentar con cualquier aparatito innovador a la par que innecesario, y a estas alturas da pereza empezar a serlo. Quitando esas dos opciones, nos queda principalmente lo audiovisual y lo necesario/decorativo. Respecto a lo primero, debemos procurar conocer los gustos del afortunado, no ya sólo por acertar, sino porque lo de tirar por “El código Da Vinci” o “Los números uno de 40 principales”, queda cutre y poco currado. Respecto a lo segundo, es fácil si la persona está montando su casa pero no si, como en mi caso, vive en una pequeña habitación en la que no cabe un alfiler. Normalmente suelen pasarse por el forro mi ruego de no recibir nada que ocupe demasiado espacio, teniendo luego que lidiar con láminas nuevas que me encantan, pero me obligan a cambiar mis paredes más que las de una galería de arte.
Por último, están esas maravillosas tiendas comodín en las que encontrar regalos de relleno, a las que todos hemos acudido en alguna ocasión, y de las que todos poseemos algo. Nadie se salva de haber recurrido al portafotos, portavelos, peluche, masajeador, taza, jabón, o coña sexual, en tiendas como Kaos, La Rosa negra, The Soap Story o Natura Selection.

Cuando era pequeño me caía todos los años un polo de mi tía. Todos. A ella le encantan, y que yo no compartiera ese entusiasmo era algo secundario. De mi primo me llegaban siempre maquetas de coches, a pesar de que a quien le apasionaran fuera a él y no a mí, y hubo quien dejó de comprarme ropa, porque al no sentirme realizado ni con una arcaica camisa de cuadros, ni con una prenda de “extrarradio”, acabó concluyendo que sencillamente yo era imposible. ¿Es que no han oído hablar de los términos medios?

La palma se la lleva una ex amiga a la que siempre dejaba con una sonrisa de satisfacción por mis presentes, para luego encontrarme por su parte todos los años lo mismo: la inevitable camiseta de Springfield (que no es que tenga yo nada en contra de la tienda, pero ya me entienden), y el peluche-relleno con mensaje del tipo “Ers way”. Según supe compraba lo mío y lo de su novio a la vez para ahorrarse quebraderos, lo cual explica que la última vez me cayera una sudadera inclasificable, y una camiseta que sabe que jamás me pondría (con brillitos y escarcha a tutiplén). Que él y yo fuéramos antagónicos parecía carecer de importancia.

De verdad… ¡Que no soy tan exquisito! Hay muchos libros, discos y películas que están hartos de oírme decir que no me importaría tener, y seleccionando entre el Stock de Desigual o Jack & Jones me pueden hacer muy feliz. Además, no es necesario que me compren nada por comprar; para gastar dinero tontamente por obligación prefiero algo simbólico, dejarlo en nada, o salir a comer y pasar un buen rato. Y es que con los años aprendes a apreciar de verdad los pequeños momentos, sabiendo que ningún regalo es mejor ni más duradero que los buenos recuerdos.

sábado, 4 de octubre de 2008

Una mala lección


Ya que el calor (que no el buen tiempo) se resiste a abandonarnos, ayer aproveché para ir a darme un baño al club náutico. No pisaba la piscina desde que me quemé a principios de verano, así que por si acaso no quise abusar de la exposición solar. Además, cuidaba de mi primo de cuatro años, y estuve más tiempo preocupado de que no se fuera de mi lado o se ahogara, que de disfrutar del día. Finalmente, cuando conseguí dejarlo entretenido con mis padres, salí escopetado a tomar el sol y darme un baño en el mar. Hasta que llegó ese momento de libertad, me las ingenié para que estuviera entretenido sin agotarme demasiado (¡hay que ver lo que muele correr detrás de los niños!), y el mejor modo que encontré fue iniciándolo en una actividad de mi infancia: la pesca de camarones con vasos de plástico.


Para quienes estén poco puestos en el tema, los barcos suelen estár amarrados a pantalanes (esos pasillos de madera sobre el agua que salen del muelle), y estos se mantienen en pie por unos "flotadores" adheridos a la parte baja. Sobre esos flotadores brotan “hierbajos 
marinos”, formando un ecosistema del que se aprovechan sobre todo los camarones fantasma, llamados así por ser transparentes. Es muy sencillo pescarlos porque son bastante estúpidos; con dos vasos de plástico y un mínimo de destreza, puedes atrapar un gran número en muy poco tiempo.



Fui explicándole a mi primo cómo se hacía paso a paso. Nos tumbamos boca abajo al borde del pantalán, me asomé a divisar a mis presas, metí el vaso en el agua, lo acerqué al “bosque marino” atrapando dentro a un ejemplar, lo pasé con un poco de agua al otro vaso, y repetí la operación hasta que reuní doce. La masificación de la improvisada pecera se hacía insostenible, así que le propuse a mi primo devolverlos a su sitio. Él proponía llevarlos a casa o matarlos (está en una fase destructiva), pero le expliqué que no estaba bien, que habíamos jugado con ellos y ahora tocaba devolverlos a su lugar; no nos habían hecho nada y no teníamos por qué sacrificarlos. Lo había convencido y me alegraba de haberle reforzado sutilmente el respeto por la vida animal.
 
Derramé el vaso en el mar y contemplamos complacidos cómo volvían nadando a su hábitat. Mientras mi primo comentaba risueño que estaban felices por volver a casa, apareció de la nada un banco de peces atraídos por la inusual cantidad de camarones flotando, y se dieron un festín con ellos. Algunos trataron de salvarse de su destino saltando a la superficie…pero los peces saltaban más. ¡Tanta pedagogía para nada!

Me pregunto qué lectura habrá sacado de una masacre propiciada indirectamente por mí…

miércoles, 1 de octubre de 2008

Sensacional


Si antes de ir al concierto de Rufus Wainwright ya me gustaba su trabajo, ahora me declaro fan suyo. Fue sensacional. Buena música, una buena voz con un timbre muy agradable, letras emotivas (que no moñas), y mucha entrega por su parte. Teniendo en cuenta que el carácter de sus composiciones es en muchos casos melancólico, fue de agradecer que intercalara bromas y comentarios entre tema y tema, consiguiendo arrancar una sonrisa al público que permanecía cada canción con el corazón en un puño. Yo me perdí alguna que otra cosa de lo que dijo por tener que ir traduciéndole simultánemente a mi madre, que igual los intérpretes de la ONU están acostumbrados a procesarlo todo mientras traducen, pero a mi me falta práctica.

Entre las cosas que relató para animarnos, contó que cuando esta mañana viajaba de Nueva York a España, no sabía que enseguida le harían coger otro avión para Canarias, y que encima venía con retraso. Estaba hecho polvo y aún así ofreció un concierto de casi dos horas sin perder la sonrisa. Además, nos regaló cinco canciones en dos bises, entre ellas el "Hallelujah" que pidió más de uno a gritos. Lo dicho: Fue sensacional.

Inusualmente, la mayor parte del público estaba más cerca de mi edad que de la de mis padres (de ahí las sonoras carcajadas, señal de que casi todos entendíamos el inglés). Había una aplastante mayoría de parejas de veinteañeros y treintañeros, pero en comparación con otros espectáculos, el auditorio estaba bastante vacío.
Es una lástima que no publiciten este tipo de conciertos con un poco más de ahinco. En general, la difusión de actos culturales es insuficiente (suele limitarse a una cuña en la radio unos días antes y algún que otro cartel), y si no te mueves y te molestas tú mismo en ver qué hay de nuevo, tienes muchas posibilidades de no enterarte de nada. Además, en lugar de hacerlos con precios más populares, prefieren cobrarlos como si todos nadáramos en la abundancia, aún a riesgo de perder decenas de asistentes, que fue lo que ocurrió. En cualquier caso, eso nos viene bien a gente como mi madre y yo: Nos sentamos en nuestros sitios, que son buenos pero podrían ser mejores, esperamos a que cierren las puertas, y cuando ya está todo el mundo en su butaca, nos mudamos a otros vacíos, mejores y más caros. ¡Qué bien te hacen sentir esas cosas!