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martes, 30 de diciembre de 2008

Año de crisis

Se acaba 2008, y con él muchos fenómenos que lo definen como año; sucesos como las cansinas elecciones nacionales y estadounidenses, la reelección de Berlusconi (otra vez), las olimpiadas, el triunfo en la eurocopa, el Oscar de Bardem o los disturbios en Grecia. Carme Chacón fue designada ministra de defensa y todos los carcas del país se echaron las manos a la cabeza (¡Una mujer! ¡Habrase visto…!); Ingrid Betancourt fue liberada y casi hace llorar a Nadal (otro de los protagonistas de estos meses), medio país hizo colas de más de un día por conseguir el iPhone antes que nadie (sin comentarios...), y “El Duque” se proclamó como el símbolo sexual patrio por excelencia. Hablando de sex symbols, nos dejó Paul Newman, así como otras muchas personalidades públicas, de la talla de Calvo Sotelo, Rafael Azcona o Michael Crichton, aunque la muerte que más repercusión tuvo fue la del jovencísimo actor Heath Ledger. Por el contrario resurgieron Indiana Jones y las “chicas” de Sexo en Nueva York; el monstruo de Amsteten nos horrorizó, la tragedia de Barajas nos encogió el corazón, y Pilar Urbano hizo su agosto con un libro sobre la reina. Pero sin duda, lo más característico y la palabra más repetida de los últimos meses, ha sido CRISIS.

Crisis, crisis y más crisis; en la tele, en la radio, en los periódicos, en la calle… y también en mi vida, supongo que por no desentonar. Aún cuando pensaba que nada podría ensombrecer a 2007 como periodo clave de mi existencia, 2008 me ha sorprendido, y al contrario que el anterior, que había sido de lo más contrastado, este año ha sido sobre todo para mal. Personalmente ha sido complejo, socialmente revuelto y académicamente nefasto.

Mi círculo social ha sido drásticamente reducido, en unos casos por decisión propia, en otros por circunstancias ajenas, y en general por dejadez de ambos lados. Era algo inevitable, que además me pedía el cuerpo, y con lo que me siento realizado. En consecuencia, he pasado más tiempo conmigo mismo del que me había dedicado en tiempos anteriores, y aunque me ha hecho bien, me ha dado para pensar mucho, quizás demasiado. Además de todo eso, viví el declive y la muerte de una amiga, y mi ambiente familiar llegó a ser considerablemente tenso; quisiera destacar que he recuperado a personas del pasado, pero en realidad no llegaron a reestablecerse mucho más allá de la mera cordialidad. Ahora que he dejado todo eso atrás y estoy dispuesto a recibir 2009 con una sonrisa, quiero hacer un reconocimiento a un grupo de personas que no me ha fallado nunca, y que siempre me ha animado a seguir en este mundillo que tanto me gusta: Vosotros. Gracias a TODOS los que me seguís y comentáis. Un abrazo.

Dicho esto, y a poco más de un día para que acabe el año, me privo de exclamar el típico “¡Feliz año nuevo!”, para sustituirlo por un sonoro “¡Que te jodan 2008!”



miércoles, 24 de diciembre de 2008

¿Ya es 24?

A pesar de ser el doble de largas que las vacaciones de semana santa o carnavales, las navidades nunca me cunden; me saben a poco, se pasan corriendo, y cuando me quiero dar cuenta ya estoy de nuevo en clase.
El problema es que en estas fechas haces de todo menos descansar, especialmente en los días clave. Hace mucho que no me comprometo con nadie el 24, 25 o 31, porque sé que los pasaré haciendo recados de última hora. Tradicionalmente hacíamos la cena de nochebuena en casa de mi abuela, pero si bien es cierto que siempre ha sido la mujer angustia a la que todo le genera ansiedad, últimamente tiene esa faceta más acentuada, así que hemos pasado a hacerla en mi casa, para que tenga una cosa menos de la que preocuparse. Además está empezando a contagiarse de los desvaríos de sus hermanas, que están como una cabra; no asume que sean mayores y no se les pueda hacer caso, y ofrece cierto grado de credibilidad a las pajas mentales que le cuentan, generándole más estrés. La más célebre había sido la teoría de que querían matar a mi madre; ahora su autora, que es la más trastornada de mis tías abuelas, la ha derivado a que los de la residencia están compinchados para ponerle un alijo de droga en el maletero, porque quieren que acabe en la cárcel. Dentro de poco intentará convencernos de que mi madre es en realidad un hombre, o me dirá con voz ronca la próxima vez que la vea: "Pablo, yo soy tu padre..."

Volviendo al tema, no fue hasta ayer cuando realmente caí en que estábamos en nochebuena, y como siempre, este año me tocará salir a comprar regalos a última hora. En mi casa siempre hemos sido más de Reyes que de Papa noél, pero siempre nos dejamos algún detalle; como somos un desastre nunca los tenemos comprados a tiempo, y queda feo decirlo, pero si no es por mí, que estoy pendiente de estas cosas, seguro que alguno se quedaría con tres palmos de narices. De hecho, en más de una ocasión he estado a punto de quedarme sin regalos, porque los demás se desentienden, y luego sale mi madre como una loca el 5 de Enero a pelearse por lo que queda. ¡Hay que joderse!El año pasado, 20 minutos antes de que cerraran las tiendas, le pregunté si tenía algo para mi padre; cayó en la cuenta de que no, así que me dio dinero, me vestí con cualquier cosa, y salí corriendo (literalmente) al centro, para meterme en Springfield y comprarle lo que fuera. Los minutos se iban acercando peligrosamente a la hora del cierre, sorteé farolas y personas, estuve a punto de comerme el suelo, y llegué justo a tiempo de que no me cerraran en las narices. Entré, elegí lo más rápido que mi indecisión me permitió, y cuando me di la vuelta habían bajado la puerta para que no entrara nadie más. De haber llegado un minuto más tarde habríamos tenido todos regalo menos él. Somos lo peor.

Este año ya me he encargado de que todo el mundo tenga algo, y aún así, en cuanto publique esto tengo que ir a comprar una cosa de mi padre y otra de mi hermana para, a continuación, envolverlo todo, recoger mi cuarto, y estar a merced de mi madre y lo que se le ofrezca en la cocina. ¡Qué estrés de celebración!

viernes, 19 de diciembre de 2008

Dulce navidad

Si hay algo que se pone especialmente de moda en navidad, más que comer polvorones o adornarlo todo, es odiar la celebración en sí misma; cada vez es más difícil dar con alguien que no declare detestarla por el motivo que sea. Para quienes siguen esta corriente, está claro que no faltan razones: es una fiesta que ha perdido todo sentido, basada en un consumismo incoherente que ni siquiera tenemos ganas de llevar a cabo, pero con el que comulgamos por obligación social; que exige un estado de felicidad acorde con los valores que prodiga, y nos vacía los bolsillos a la vez que nos revienta el estómago. Además, nos obliga a tragarnos aberraciones estéticas supuestamente ornamentales, insoportables villancicos, y que nos machaquen con que hasta la mierda huele mejor porque estamos en diciembre. Es cierto: Todo eso es un infierno, comulgo con esa línea de pensamiento y me da una pereza espantosa ver que se acercan. Sin embargo, a mí me gustan las navidades, y es que aunque no niego nada de lo anterior, e incluso añadiría más jodiendas de estas fechas, yo le encuentro su encanto.

Para empezar tenemos vacaciones, y mientras sea estudiante serán de, como mínimo, dos semanas; en ese tiempo me deleito con tradiciones como hacer galletas o fomentar la ilusión en los niños de la familia. Hace muchos años, cuando ya estaba desengañado del mito de Papa Noel y Los Reyes Magos, me dedicaba a mantenerles “la magia” a mis primas pequeñas, que empezaban a estar ya con la mosca detrás de la oreja; les contaba historias inverosímiles para justificar los deslices de mi familia a la hora de ocultar regalos, y les renové la creencia hasta que fue ya imposible. Ver cómo lo vivían ellas de una forma tan intensa hacía que se me contagiara su felicidad. Mi prima pequeña tiene ya quince años, así que tendré que ponerme a ello con mi primo de cuatro, que le queda ilusión para rato. Con ellas además, me dedicaba a hacer manualidades navideñas, y cada entrega de regalos era toda una fiesta.

Hablando de regalos, y a pesar del coñazo que supone comprarlos por obligación (¡erradiquemos esa costumbre!), es inevitable sentir la frívola felicidad derivada de recibir presentes que nos sorprenden o nos hacen ilusión, y cuando realmente aciertas con alguien a quien regalas por gusto, se te olvida el calvario de haber estado de tiendas.

En cuanto a las compras, el gentío agobia, pero también dan ganas de salir a la calle por el ambiente que se genera. Además, y aunque sea algo que hago casi todo el año, me reúno con gente a la que hace tiempo que no veo y me apetece ver, y por último, existen los mazapanes y las bolitas de coco. Pero la razón real y primordial, que suena mucho más creíble que todo este panfleto oportunista de grandes almacenes, es que aunque sé que hay mucho más de negativo que de positivo en estas fechas, creo que me sale más a cuenta concentrarme en no odiarlas y sacar algo positivo del coñazo que se avecina, porque son muchos años los que tendré que tragármelas, y prefiero no aborrecerlas desde tan pronto.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Indiferencia sexual

Ayer fui a la redacción de un periódico para poner un anuncio; ya había estado en el edificio, así que me dirigí directamente al sitio donde se gestiona la publicidad. Mientras avanzaba, a lo lejos, veía a un hombre de gesto apático hablando por teléfono, y cuando estuve lo suficientemente cerca, escuché sin proponérmelo la conversación que mantenía:

- “(…) Sonia, Puerto de la Cruz. Tetona, muy viciosa; cumpliré todas tus fantasías…”

Por un momento me quedé algo tenso, y creyendo que podría sentirse incómodo por hablar en esos términos delante de mí, decidí mostrar interés en la (inexistente) decoración de la oficina. El hombre reparó en mi presencia, pero continuó a lo suyo tan campante:

-Ok, sería así… ¿Cómo dice?... De acuerdo, añado entonces al final lo de “Ven y cómeme toda”, ¿no? Ok. El número sería este ¿verdad?…de acuerdo, perfecto. Venga, adiós.

Colgó el auricular y, como si nada hubiera pasado, me preguntó qué quería. Parecía que hubiera estado concretando la lista de la compra con su esposa, y no aireando en alto las lúbricas intenciones de la tal Sonia. Apostaría que si hubiera tenido que transcribir “Ven y cágame en la boca, que me pone muy cachonda”, lo habría hecho con el mismo semblante indiferente. Fue perturbador. Quién sabe si esa cara de amargura vendría derivada de una vida sexual en crisis. Me imagino a su mujer recibiéndole desnuda y con la casa llena de velas, tratando de innovar para reavivar la pasión perdida; esperaría a que entrara por la puerta, y nada más hacerlo, le susurraría al oído con voz sugerente, algo así como: “Fóllame, soy toda tuya”. El hombre, cansado de ver tetas XXL, y explícitas ofertas cárnicas durante horas, la espantaría haciendo aspavientos y, con cara de asco, le pediría que no siguiera hablando de “cosas de trabajo”, que viene muy quemado.

Ante tal panorama decidí no hacer ningún comentario, y hablarle sin más del piso que mi abuelo pretendía poner en alquiler. Espero que a su mujer se le ocurra algo más creativo antes de recurrir a los cuernos o el divorcio.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Cómo perder algo tontamente


Voy a revelarles algo que no todo el mundo querría compartir; un conocimiento inútil a la par que vergonzante, y que como mucho, les servirá para evitar actuar del mismo modo: Cómo perder algo de la forma más estúpida.

Las opciones son casi infinitas, desde que se te caiga por el hueco del ascensor (que me ha pasado), a que se te escape por un bolsillo roto (que también), pero la que sin duda se lleva la palma, es hacerlo “deliberadamente”. Me explico:

El otro día fui a cenar fuera, y como no quería estar cargando muchas cosas por una cuestión de estética, fui sólo con lo indispensable en los bolsillos del abrigo. En uno llevaba las llaves, en el otro mi planísimo móvil, y en un tercero el guardatodo. El guardatodo es un monedero finito del que tiro cuando no quiero llevar toda la cartera; en él pongo dinero, la tarjeta de crédito, el bono, y, en este caso, condones (la cena iba a tener postre adicional). Cuando fui a pagar, tuve que sacarlo todo para poder dar con los billetes, obligándome a poner los preservativos sobre la mesa; a mi acompañante le daba vergüenza tenerlos allí encima, como dejando claro lo que íbamos a hacer luego, así que lo tapé todo con una servilleta y preparé el dinero. Seguimos charlando, pagué, nos fuimos, y muchas horas después, cuando realmente me hizo falta, me di cuenta de que les había dejado de propina un par de condones y un bono casi nuevo. Seguro que lo agradecen más que una moneda de un euro.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La ruindad

Los seres humanos tendemos a desarrollar conductas sin explicación, que a base de ser repetidas se convierten en hábitos que nos cuesta dejar, también denominados manías. Hay quien siente la necesidad de ponerse primero un zapato que otro, jugar con un rizo en particular o pisar sólo baldosas alternas. Yo, a pesar de considerarme una persona honrada, tengo una reprochable costumbre desde hace años, que es ya todo un ritual personal: robar bolitas de coco.

Cuando se acercan las navidades, los supermercados empiezan a colocar enormes contenedores repletos de dulces que coger al peso, y entre todos, destaca una caja llena de bolitas doradas: se trata de las bolitas de coco, que son de lo poco que realmente me gusta comer en estas fechas. Pues bien, desde hace mucho, en cuanto llega el stock navideño, siento la necesidad de coger una cada vez que voy al supermercado. Sólo una. Hay quien reza por las pascuas y a mí me da por esto. Será una cuestión de falta de espiritualidad…

Ayer fui a hacer la compra y descubrí que Mercadona estaba empezando a ponerse festiva. Me acerqué a las bolitas con mi carro de tela (de los que llevan las doñas al mercado), introduje la mano, cogí una y la metí dentro. Al salir, cuando ya había pagado toda la compra y estaba el carro vacío, el chico de caja me pidió echar un vistazo al interior:

-¿Cómo? –le dije.

-Sí, que me dejes echar un vistazo por dentro – contestó tajante.

-Eh… ah, claro, sí sí – respondí.

Abrí el carro, tratando de dejar oculta las pelotita brillante que había al fondo, que al contrastar notoriamente con el forro negro, iba a ser difícil. No me podía creer que a estas alturas fuera a pasar la vergüenza de ser reprendido por mi pequeña ruindad ¡Qué bochorno!

El chico echó un ojo, y no sé si vería algo, pero al verme a mí tan tranquilo, imagino que pensaría que se trataba de una platina aplastada de una compra anterior, y siguió a lo suyo.

-Oye pero, se pueden entrar los carros ¿no? Lo digo porque he visto que más gente lo hace. –le pregunté por quitarme la tensión.

-Sí sí –me tranquilizó- pero luego pedimos que los abran para controlar – añadió con una sonrisa cordial.

-Claro claro, es que si no, a saber lo que pueden meter ahí dentro. Bueno, venga, hasta luego – concluí alejándome de allí lo más rápido posible.


¡Qué estrés sin necesidad!

martes, 2 de diciembre de 2008

Scary Mary

Parece inofensiva, pero oculta algo terrible; se adentrará en tu familia y aterrorizará a tus hijos. Ella es... Scary Mary.