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lunes, 31 de diciembre de 2007

“EL AÑO”

El año en que empezamos a hacer caso al desatendido cambio climático, es el mismo en que medio país quiso darle dos cachetadas a Dejuana Chaos, y medio mundo le siguió la pista a Maddelaine McCann. El ingreso de Farruquito en prisión no fue el único delito o caso judicial que acaparó portadas y ocupó horas de charlas y debates; un tarado llevo a cabo una masacre en Virginia, un enano mental le dio una paliza a una ecuatoriana, y ¡por fin! salió la sentencia del 11-M. Por su parte, la monarquía está que no levanta cabeza: primero fue la quema de fotos reales, después el secuestro de la revista El jueves por injurias a la corona, y por último el espontáneo “¿Por qué no te callas?” del rey, que dio la vuelta al mundo creando tensiones diplomáticas curiosas. Este he sido igualmente el año en que Losantos y los gemelos homófobos de Polonia se han llevado cogotazos (metafóricos) por doquier, y por último, por apuntar algo positivo, nos hemos puesto más el cinturón “para proteger nuestras vidas porque nuestra seguridad es lo más importante”, porque nos animó a hacerlo una trastornada de los casting de Factor X.

Aunque nada de esto hubiera ocurrido siempre recordaré 2007, porque para mí no se acaba un año más, se acaba “EL AÑO”, así, con mayúsculas, ya que estos últimos doce meses han sido de los más importantes en mi vida. A mi alrededor se han producido ciertos acontecimientos que no sólo han cambiado mi realidad y entorno más cercano, sino que también me han transformado significativamente. Las circunstancias han cambiado, la gente también, y yo lo he hecho con ellos. No quiere decir esto que todo haya sido maravilloso, nada más lejos de la realidad; con las alegrías y cambios a mejor también han venido un par de jodiendas o desgracias, que si bien no han sido en absoluto de mi agrado (masoquismos los justos), si que me han transmitido enseñanzas de lo más valiosas.

No sé si a ustedes les pasa, pero cuando trato de recordar de forma abstracta un año específico, suelo asociarlo inconscientemente con alguna foto de algo representativo que me haya ocurrido entonces. Así, la imagen de 2000 es una foto de mi cumpleaños en el monte, la de 2001 una en la que estoy con mis primos jugando en una piscina, y las de los siguientes años corresponden a instantáneas de viajes (La Gomera e Irlanda para 2002, Londres para 2003, Inglaterra para 2004, Lisboa para 2005, y Estocolmo para el año pasado). 2007 está dando sus últimos coletazos y soy incapaz de asociarle una imagen, y es que estos 365 días han dado para mucho, para muchísimo de hecho, y mi cerebro es incapaz de quedarse con un solo recuerdo visual representativo.

Me gustaría que el año que empieza tuviera todo lo bueno que ha tenido este, lo que sé de antemano es que será muy difícil que me marque tanto.

¡Feliz 2008 a todos!

lunes, 24 de diciembre de 2007

Felicidad impuesta

Diciembre es psicológicamente estresante. Al agobio que ya de por sí acarrean las fiestas, con la organización de comidas, la consecución de ropa elegante, y la búsqueda de regalos en calles abarrotadas, hay que añadir la presión social que “obliga” a estar feliz, y es que parece moralmente reprochable estar apático o tener mala cara en estas fechas.

Si no estás contagiado del espíritu navideño te conviertes automáticamente en una mala persona; seguro que todos han oído en alguna ocasión cosas como: “No sé cómo tuvo la poca vergüenza de hacer eso…¡y encima en navidad!” (parece que si eres un hijo de puta el resto del año tienes el perdón asegurado), o “¡Pero alegra esa cara hombre, que estamos en Navidad!”, y es que no importa que tengas una depresión de caballo o tengas ganas de matar a alguien, diciembre exige una cara y una actitud acorde con el sentimiento impuesto socialmente. Me llama mucho la atención haber notado en personas de mi entorno esa sonrisa y buen humor forzados hasta lo imposible, regalándome momentos de lo más surrealistas, al deleitarme con las carcajadas cordiales más falsas que se pueda uno imaginar. A mí la navidad no me pone de mal humor ni mucho menos, de hecho me gusta, pero cuando he estado cabreado por esas fechas, sencillamente lo he estado, otra cosa es que no haya querido joderle la cena a nadie por simple educación, pero eso lo hago todo el año. Si no estoy de buenas me callo y punto, pero caretas navideñas las justas, y menos si son por imposición ¡Hombre ya!

jueves, 20 de diciembre de 2007

Música que me recuerda a ti

La música es el instrumento más eficaz para sugerir y promover sentimientos y emociones, sin requerir un esfuerzo mental consciente por parte de a quienes va dirigida. Si alguien nos pidiera que asignáramos una canción para cada escena de una película, seleccionándolas de una batería con cientos de piezas musicales, la gran mayoría optaríamos por música lenta e intensa para la escena triste, una balada tierna para los minutos románticos, una melodía alegre y esperanzadora para los de júbilo, y una desquiciante partitura de cuerda para crear tensión.
El cuento musical
“Pedro y el lobo”, en el que cada personaje se representa y expresa a través de la melodía de un instrumento, manifestando toda una gama de emociones sin necesidad de hablar, es el mejor ejemplo de esto.

Asimismo, la música en general tiene un gran poder evocador, tanto como el que “queramos” asignarle, ya que el hecho de relacionar tal canción con una persona o circunstancia, es algo subjetivo y en ocasiones inexplicable.

En esta entrada, que es muy personal en el sentido de que sólo la entenderán la gente de mi entorno más cercano, me he parado a pensar qué canciones hacen que irremediablemente piense en ciertas personas y por qué. Así, quienes no me conozcan directamente encontraran carente de mucho interés este artículo (quiero pensar que tengo más lectores además de mis incondicionales). Publicaré uno “menos privado” en breve para compensar.

Me dio por pensar en esto de las canciones personales, al comentarle a mi amiga MaRía que estábamos perdiendo “la nuestra”, establecida en 2002 (“When you say nothing at all” de Ronan Keating), porque a lo tonto había sido suplantada por “Me equivocaría otra vez” de Fito y Fitipaldis. Al margen de canciones “de los dos”, ella es una de las personas a quien más temas asocio, y no necesariamente porque los hayamos oído juntos o vivido alguna anécdota a la que puedan ser asociados. Así, casi cualquiera de Michael Jackson y George Michael, y más específicamente “You Rock my World”, “Bad” y “Smooth Crimminal” del primero, y “Jesús to a Child” o “Careless Whisper” del otro, me traen su cara a la mente. “Underneath your clothes” de Shakira, “No te rindas” de Alex Ubago, “1973” de James Blunt, o “Dust in the wind” de Kansas, son otros de los muchos temas que me recuerdan a ella.

Sara es otra de las personas que asocio a muchas canciones. Para empezar, se podría decir que ella me motivó a escuchar a grupos como Keane, Coldplay o Travis, y temas como “Somewhere only we know”, “Clocks”, y muy especialmente “Re-offender”, hacen que me acuerde de ella siempre. Pero si hay dos composiciones que nunca podré desvincular de su persona, son “Stop crying your heart” de Oasis y “Hey jude” de Los Beatles . Otras “suyas” son la reciente “Young Folks” y la mítica “I will survive”, con la que nos deleitó a todos en un karaoke hace ya cinco años.

Gran parte del repertorio de Los Beatles (especialmente “Let it be” e “Imagine” ) me hacen pensar en Lucyinthesky, su fan más incondicional; “Kiss me” de Sixpence non the richer también me recuerda a ella, pero indudablemente, su canción personal es y será siempre “Goodnight moon”, que le encanta, e hizo que me gustara desde el primer momento en que la oí.
Carlos, un tío raro y de gustos artísticos antónimos (y en apariencia incompatibles), es la imagen del “My way” de Frank Sinatra y del “Last request” de Paolo Nutini. A quien también le gusta Paolo Nutini, ya que al parecer se lo descubrieron mutuamente cuando tonteaban, es a Omi, cuya cara asocio a otra de sus creaciones: “These streets”; pero “Por la boca vive el pez” de Fito y Fitipaldis, me hace pensar más en ella.
Siguiendo con los Carlos, mi amigo de la infancia Carlos F (más conocido como F.), que también es raro y contradictoriamente antónimo (parece que fuera una característica inalienable asociada al nombre), me viene a la mente con las maravillosas “Para Elisa” y “Claro de luna” de Beethoven, entre otras cosas porque toca (muy bien) el piano, y muchas de las veces que voy a su casa me obsequia con un pequeño recital privado en el que las incluye.

D. es muy de Luis Fonsi, y tiendo a acordarme de ella cuando suena algo suyo por la radio, aunque me gusta más asociarla a “Breath easy” de Blue. Mi prima B. tuvo una época en la que le también le dio fuerte con Luis Fonsi de la que aún quedan vestigios, de ahí que al oír su “Nada es para siempre” piense en ella. No obstante, haciendo honor a su reputación de chica culta, me acuerdo más de ella al escuchar el “Nessum Dorma” de la ópera Turandot; una pieza que le gusta tanto, que en más de una ocasión me ha dicho que querría que sonara en su funeral.

Su hermana M. posee una voz prodigiosa, que hace que traiga su rostro a mi mente al oír a otras cantantes excepcionales como Mariah Carey o Pasión Vega, cuyos temas le he oído cantar por los pasillos en muchísimas ocasiones. “Hero” y “Bagdad Café” son sus canciones asociadas por excelencia.

Mi tía A. es “la cara” de Maná, mi madre la de Joaquín Sabina y María Callas, mi padre la de Carole King, Aretha Franklin y Whitney Houston, y mi hermana la de Anastacia, Rosana, o The Corrs.
Mi tía M. es la imagen de casi cualquier canción de M80 (especialmente de “Words don´t come easy”, “Our House” o “Baby come back”), no así de otra ochentada como “Total eclipse of the Heart” de Bonnie Tyler, canción que no soporta, y que constituye junto a “I´m Alive” de Celine Dion, o “Bad girls” de Donna Summer, el tema que más me recuerda a C.

Son muchas las personas y canciones que podría nombrar, así que finalizo con las sintonías de Buffy y El Príncipe de Bel Air para Mery (lo siento, no te tengo ninguna canción de verdad), y unas cuantas de Bee Gees y Boney M, cualquier cosa de Bach, y muy especialmente "Losing my religion" de R.E.M, para J.L.

Una vez desarrollada toda esta parrafada, la pregunta que lanzo al aire es la siguiente: ¿QUÉ CANCIONES HACEN QUE PIENSES EN MÍ?

No sean vagos ni escuetos en los comentarios, y si pueden expliquen la asociación, que además de querer satisfacer mi curiosidad, este artículo va por y para ustedes.


viernes, 14 de diciembre de 2007

¡Muerte a los trepamuros navideños!


Quisiera hacer un llamamiento de conciencia social para que entre todos paliemos una invasión silenciosa que azota las ciudades de todo el país: ¡Los papanoeles trepadores de balcones!

¡Dios! ¿Es que no teníamos suficiente con los anuncios imbéciles, en los que actores mediocres disfrazados de “Santa Claus” leen textos que atentan contra nuestra inteligencia, asegurándonos que compran los regalos en alguna tienda de mierda?
Puedo soportar que comiencen a poner luces navideñas en noviembre porque alegran las calles, o que los centros comerciales nos torturen con estridentes villancicos, interpretados por niños con insoportables voces de pito; basta con no entrar en ellos o hacerlo con el mp3 enchufado. Lo de estos trepafachadas es más difícil de combatir, y además ni cumplen una función, ni alegran la vista (todo lo contrario), ni puedes evitar percibirlos. Son una puta horterada insufrible y cada año parece haber más. Me cuesta creer que alguien vaya hasta la tienda de chinos más cercana y pague para colgar ese adefesio en su casa. Los más puristas que rechazan americanismos importados, se alegrarán de saber que ya hay disponibles Reyes magos del mismo estilo…

Les animo a hacer un ejercicio: vayan fijándose por la calle y anoten mentalmente el número de señores de plástico, que ven tratando de entrar en los hogares ajenos antes de tiempo. Seguro que después de hacer cuentas tendrán deseos homicidas. Creo que si en mi infancia hubiera habido uno en mi casa (algo improbable por una sencilla cuestión de buen gusto) me habría acojonado y yo mismo lo habría quitado… a pedradas.


domingo, 9 de diciembre de 2007

¡Puta gripe!

Hoy hace cuatro días que no salgo de casa por culpa de una puta gripe que me ha cogido con fuerza. No soy una persona que suela enfermarse, y tal como rebelan los resultados de los análisis que me hago periódicamente, estoy sobrenaturalmente sano, pero parece que cuando me enfermo lo hago del todo. Medias tintas las justas.

No tengo muy claro en qué momento cogí el virus, quién me lo pasó, y qué circunstancias facilitaron que me pusiera tan mal, pero realmente eso ya no importa. El caso es que desde entonces he estado agilipollado, somnoliento, aburrido, dolorido, cansado y hasta los huevos. No soporto este arresto domiciliario. Me duelen la espalda, las articulaciones y los músculos, estoy torpe y tengo un dolor constante de cabeza y oídos, pero la garganta es sin duda lo que más mortificado me tiene, porque me duele tantísimo al tragar, que he tenido que alimentarme a base de líquidos.

No comprendo cómo hay gente a la que le gusta estar enferma. Será que no estoy acostumbrado o que no le veo el encanto, pero “no ir clase” no me supone una compensación suficiente por aguantar este coñazo.

Ayer se rompió mi rutina de ir como alma en pena por la casa al venir mi amiga María a hacerme una visita, y aunque pueda parecer una tontería, los síntomas remitieron considerablemente desde ese momento. Ya como cosas sólidas, me duele todo mucho menos, y la fiebre me bajó de 39 grados a 37 y medio ¡Ahí es nada!

Y es que la actitud es un factor importante en lo que a curación de enfermedades se refiere. Está demostrado que quienes luchan conscientemente para curarse, en lugar de abandonanse en la tediosa desidia de ir dejando pasar los días, conforme el proceso sigue su curso, mejoran antes. En el caso de gripes o resfriados es casi irrelevante, pero en otras situaciones más delicadas es un factor a tener en cuenta.

No es magia, es lógica pura. El cuerpo está formado por muchos órganos interconectados, y desde que uno funcione mal otros se ven afectados. El cerebro es un órgano más, uno muy importante de hecho, y si trabaja “de forma optimista”, mandando mensajes positivos que motiven al individuo a mejorar y tratar de curarse, ese “buen rollo” se ve reflejado en el resto del organismo que, en consecuencia, tiende a mejorar antes. Esto no quiere decir que no importa si estás muy enfermo porque el optimismo lo cura todo, es obvio que no, pero es un hecho probado que la retroalimentación puede tener mucho poder en ese sentido.

En otras palabras: María... ¡eres mejor que el paracetamol!

martes, 4 de diciembre de 2007

Estudiante desequilibrado y adivino

Estudiar psicología es más duro de lo que puede parecer. Sin necesidad de entrar en comparativas sobre el grado de dificultad que entraña respecto a otras carreras, ser estudiante de la misma es un estigma con una serie de “daños colaterales” asociados, de los que es imposible desprenderse.

Para empezar, si decides cursar estos estudios no será porque realmente te interese el modo en que somos, sentimos y nos comportamos los seres humanos, que a mí personalmente, me parece fascinante. No, a los ojos de los demás, lo haces porque tienes algún problema o trastorno mental del que quieres exorcizarte.

Por muy estúpido que parezca este planteamiento, es triste comprobar cómo en ocasiones resulta ser cierto, pues más de uno me ha confesado que entró en la carrera (o estuvo pensando hacerlo) para poder superar un problema. ¿No es más práctico e inteligente ir al psicólogo que meterte “cinco” años en la universidad? Hay gente para todo... pero afortunadamente no es lo habitual. Quiero pensar que mis compañeros de clase tienen más de dos dedos de frente a ese respecto.

Quienes no entran por este motivo o porque realmente les gusta, lo hacen porque tiene fama de ser una licenciatura fácil que puede sacarse con los ojos cerrados, y que por tanto merece la pena cursar si no tienes nada mejor qué hacer. Y es que hay quienes piensan que estudiar psicología es casi como hacer los test de la Cosmopolitan, y que lejos de dar neurobiología, historia, autores, enfermedades, farmacología, y mucha teoría que luego se aplica en casos prácticos, se trata poco menos que de hacer deducciones tontas de forma simplista y poco profesional. En general hay cierta menospreciación hacia mi carrera, valorada como una pseudociencia, basada en divagaciones sin fundamento y conjeturas no contrastadas.

Sea cual sea la razón por la que uno se inscribe, se enfrenta a los mismos prejuicios: resulta que tienes poderes adivinatorios. Si, así es; decir que estudias psicología implica que mucha gente se retire cautelosamente mientras habla contigo, por miedo a que puedas adivinar sus pensamientos más ocultos. Es más, hay quien incluso te dice con una risita nerviosa que oculta cierta aprensión, que está seguro de que en ese preciso instante estás analizando su personalidad, y algunos llegan a preguntarte jocosamente qué es lo que estás infiriendo de sus gestos y palabras, o qué es lo que puedes decirles sobre ellos mismos desde tu conocimiento.

Por último parece que no puedes intuir nada por tu cuenta y genialidad sin que enseguida te tachen de pedante pretencioso, ya que cualquier deducción lógica que hagas sobre alguien, será automáticamente atribuida a un intento de demostrar tus cualidades como futuro profesional. ¡Qué cruz, joder!