Se habla mucho de las primeras impresiones; de la importancia que tiene causar una buena porque es la que cuenta, del tiempo que tardamos en formárnosla sobre otros, de lo difícil que es cambiarlas, o de lo terriblemente equivocadas que pueden llegar a ser, algo sobre lo que yo mismo
escribí el verano pasado. De lo que no se habla tanto es de las segundas impresiones, es decir, del
momento en el que nos damos cuenta de que una persona no es como pensábamos, un descubrimiento que puede sobrevenirnos al poco de tratar con alguien o pasado mucho tiempo, incluso años. Igual que cuando estas revelaciones se dan pronto suele ser para bien, pasa lo contrario, de modo que cuando descubrimos al verdadero “yo” de viejos conocidos solemos
entristecernos o enfurecernos.
Últimamente me he llevado unas cuantas “segundas impresiones” de lo más frustrantes con amistades de toda la vida, que lejos de derivar en un cabreo que haya acabado con la relación para siempre (que tampoco es que sea algo agradable), se han traducido en pequeñas
decepciones sobre la persona, y no porque obren mal sino más bien porque me he dado cuenta de que no cumplían con las expectativas que reservaba para
ellos; tonterías carentes de trascendencia que sin embargo hacen que mires a tus viejos amigos con otros ojos, y que no vuelvas a mirarlos como antes.
Llega un día en el que te das cuenta de que esa persona que tanto te hacía reír en realidad
no es tan divertida, que quien te fascinaba con sus ocurrencias e ideas realmente
no es tan interesante ni inteligente, y que ese gran amigo de siempre en verdad
no es tan buen amigo. Llegados a ese punto uno no sabe qué hacer porque el cariño sigue ahí y las horas compartidas y los buenos ratos no se pueden borrar, pero cuando una persona no te aporta nada interesante más allá de recordar una y otra vez anécdotas de tiempos mejores y repetir cansinamente bromas, tópicos y lugares comunes, para no enfrentarse a un incómodo silencio que evidencie “la crisis”,
¿qué se puede hacer? ¿Romper para siempre? ¿Tratar de explotar lo que no tiene posibilidades de avanzar ni continuar como antaño? ¿Hacer cómo si no pasar nada a ver qué ocurre? ¿…?
En la mayoría de los casos acaba produciéndose un distanciamiento por parte de uno que acaba retroalimentándose haciendo que el otro también vaya cogiendo camino. Se empieza de forma sutil
(“oye a ver cuándo quedamos…”), para ir profundizándolo más y
más, hasta llegar al punto de encontrarse por la calle pasados los años y ponerse al día rápidamente con frases hechas, preguntas banales y sonrisas cordiales. Es muy triste y sin embargo inevitable. Cada uno va evolucionando de un modo y optando por uno u otro camino, y si el tuyo es diferente o tu evolución va por otros derroteros incompatibles, difícilmente va a resistirlo la relación.
¿Quién seguirá en mi vida dentro de 20 años? No me atrevo a hacer quinielas absolutas pero me arriesgo a pensar quién estará a mi lado como el primer día… ¡o mejor!