¡Hasta pronto!

Mañana, a las siete de la mañana, estaré subido en un avión que me llevará rumbo a Manhattan. En realidad me dejará en Madrid, de allí cogeré otro hasta Boston y yo a California, y luego empataré con un tercero hasta Nueva York. La vuelta es directa, pero la ida tiene que ser con todos esos cambalaches, porque nos dejamos coger tarde para comprar el billete, y de no hacer un par de escalas, no sólo era casi imposible conseguir nada, sino que habríamos tenido que vender nuestros órganos para pagar el viaje. Puede dar pereza pensar en todas esas paradas, pero realmente no es para tanto; al fin y al cabo, teníamos asumido que tendríamos que ponernos primero en Madrid, y bueno... ¿a quién le importa un viajito de Boston a Nueva York, después de haber hecho un vuelo transoceánico?

Ya nos aprobaron el permiso para viajar hasta allí (al margen de que luego nos puedan dar con la puerta en las narices); hemos hecho las compras de última hora, y ya está todo listo y empaquetado. Voy con un iPod cargado hasta la bandera, una novela, un librito de clase (no nos engañemos, lo llevo para calmar mi conciencia), una libreta en blanco y un estuche, un reproductor de DVD portatil y la Nintendo DS de mi hermana, así que si nos morimos de aburrimiento en el eterno trayecto, no será porque no hayamos hecho nada para impedirlo.

Si vuelvo a escribir antes de que acabe la semana santa, será echando sapos y culebras por la boca, pues significará que me han deportado; ¡Crucen los dedos por mí, y deséenme buen viaje!

¡Hasta pronto!