Al margen de las tensiones normales previas a irse de viaje, el día no pudo empezar peor, y continuó en esa línea de “fatalidad” hasta bien entrada la noche. Mi tía y yo cogeríamos juntos el avión hasta Lanzarote, donde nos recogerían mis padres, que llevan ya un mes allí viviendo en el barco.
Fuimos a una cafetería para comer cualquier cosa antes de subir al aeropuerto, y tardaron cerca de 45 minutos en traer mi comida. No nos podíamos ir porque el plato de mi tía ya estaba en la mesa, y estábamos muertos de hambre como para empezar de cero en otro sitio; de no haber sido así o habernos ocurrido en el extranjero, habríamos pensado muy seriamente hacer un “sinpa”. Se lo merecían.
Además su almuerzo dejaba mucho que desear, y la guarnición resultaba olfativamente desagradable; la inaudita combinación de rodajas de tomate con ketchup y mayonesa encima (¿?) te proporcionaba la sensación de estar comiendo directamente del cubo de la basura, y la comida en sí tampoco es que fuera para tirar cohetes. Por si fuera poco, tardaron un buen rato en traer la vuelta, seguramente porque quisieron hacer el truco del cansancio: consiste en hacer esperar al cliente por los siglos de los siglosamén, para que acabe hartándose y se marche resignado, consolándose con que “en realidad es poco dinero”. Yo soy el primero que les deja la vuelta si me tienen que devolver una miseria, pero me toca los cojones que sean ellos quienes lo decidan tomándome por imbécil.
Hace poco fui a cenar con MaRía y también tardaron la de Dios en traérmela. Al final tuve que increpar a un camarero para preguntarle si se habían olvidado de mí; habíamos comido de puta pena y no pensaba dejarles ni un duro. Cuando por fin trajeron el ticket con mi dinero, descubrimos con asombro que estaba agujereado, es decir, que ya lo habían archivado sin ni siquiera esperar a que saliéramos del restaurante. ¿Pero esto qué es? ¿De dónde coño sacaron que les iba a regalar casi tres euros por la cara? ¿Cómo se puede tener esa desfachatez?
El caso es que entre unas cosas y otras estuvimos media vida en la maldita cafetería, y luego se nos ajustó el tiempo para llegar al aeropuerto.
Al subir al avión la azafata me preguntó muy seria cuántos años tenía, y aunque no fui consciente de ello, debí echarle una mirada mortal mientras le respondía, porque se atropelló a disculparse con mucho apuro y verborrea nerviosa, diciendo que me lo preguntaba por seguridad. No diré qué edad me echó por una cuestión de amor propio, pero decidió no arrimarse más a nuestros asientos, teniendo que aguantar el vergonzante soliloquio de un fantasma que estaba al lado de su asiento de seguridad.
Aterrizamos a media tarde y mis padres fueron a recibirnos, negros como tizones y con una cara de felicidad que casi asustaba. Estaban radiantes, encantados de la vida, relajadísimos, y muy muy sonrientes. Les hacía falta.
Cenamos, nos dejaron en nuestros apartamentos y empezó nuestro calvario:
Las camas eran duras como piedras, tanto, que las esquinas no se veían redondas sino picudas (y no es una forma de hablar). La atmósfera estaba super recalentada y el aire acondicionado funcionaba mal; el baño apestaba a cerrado, las almohadas eran un tormento y el ruido de las tuberías no dejaba dormir. ¡Y eso que era un apartahotel de cuatro estrellas!
Tratamos de solucionar lo irremediable en nuestra particular yincana, pero eran demasiados elementos en nuestra contra. Las horas iban pasando y seguíamos con los ojos como platos por la incomodidad, el olor, el ruido y el calor, y cuando finalmente asumimos nuestro destino de noche en vela, una extraña fuerza se apoderó de nosotros, creando una conexión mental que nos llevó a hacer lo único que estaba en nuestras manos para mejorar en algo la situación: cantar descojonados el “Somewhere over the rainbow”. Es nuestra canción muletilla para ciertas situaciones, y este episodio pedía a gritos sacarla a colación.
Conseguimos dormirnos de puro agotamiento a las cinco de la mañana, deseando que el día siguiente fuera un poco mejor que el que habíamos pasado. No teníamos ni idea de cuantísimo iban a cambiar las tornas…
Además su almuerzo dejaba mucho que desear, y la guarnición resultaba olfativamente desagradable; la inaudita combinación de rodajas de tomate con ketchup y mayonesa encima (¿?) te proporcionaba la sensación de estar comiendo directamente del cubo de la basura, y la comida en sí tampoco es que fuera para tirar cohetes. Por si fuera poco, tardaron un buen rato en traer la vuelta, seguramente porque quisieron hacer el truco del cansancio: consiste en hacer esperar al cliente por los siglos de los siglos
Hace poco fui a cenar con MaRía y también tardaron la de Dios en traérmela. Al final tuve que increpar a un camarero para preguntarle si se habían olvidado de mí; habíamos comido de puta pena y no pensaba dejarles ni un duro. Cuando por fin trajeron el ticket con mi dinero, descubrimos con asombro que estaba agujereado, es decir, que ya lo habían archivado sin ni siquiera esperar a que saliéramos del restaurante. ¿Pero esto qué es? ¿De dónde coño sacaron que les iba a regalar casi tres euros por la cara? ¿Cómo se puede tener esa desfachatez?
El caso es que entre unas cosas y otras estuvimos media vida en la maldita cafetería, y luego se nos ajustó el tiempo para llegar al aeropuerto.
Al subir al avión la azafata me preguntó muy seria cuántos años tenía, y aunque no fui consciente de ello, debí echarle una mirada mortal mientras le respondía, porque se atropelló a disculparse con mucho apuro y verborrea nerviosa, diciendo que me lo preguntaba por seguridad. No diré qué edad me echó por una cuestión de amor propio, pero decidió no arrimarse más a nuestros asientos, teniendo que aguantar el vergonzante soliloquio de un fantasma que estaba al lado de su asiento de seguridad.
Aterrizamos a media tarde y mis padres fueron a recibirnos, negros como tizones y con una cara de felicidad que casi asustaba. Estaban radiantes, encantados de la vida, relajadísimos, y muy muy sonrientes. Les hacía falta.
Cenamos, nos dejaron en nuestros apartamentos y empezó nuestro calvario:
Las camas eran duras como piedras, tanto, que las esquinas no se veían redondas sino picudas (y no es una forma de hablar). La atmósfera estaba super recalentada y el aire acondicionado funcionaba mal; el baño apestaba a cerrado, las almohadas eran un tormento y el ruido de las tuberías no dejaba dormir. ¡Y eso que era un apartahotel de cuatro estrellas!
Tratamos de solucionar lo irremediable en nuestra particular yincana, pero eran demasiados elementos en nuestra contra. Las horas iban pasando y seguíamos con los ojos como platos por la incomodidad, el olor, el ruido y el calor, y cuando finalmente asumimos nuestro destino de noche en vela, una extraña fuerza se apoderó de nosotros, creando una conexión mental que nos llevó a hacer lo único que estaba en nuestras manos para mejorar en algo la situación: cantar descojonados el “Somewhere over the rainbow”. Es nuestra canción muletilla para ciertas situaciones, y este episodio pedía a gritos sacarla a colación.
Conseguimos dormirnos de puro agotamiento a las cinco de la mañana, deseando que el día siguiente fuera un poco mejor que el que habíamos pasado. No teníamos ni idea de cuantísimo iban a cambiar las tornas…
9 comentarios:
Te dio tiempo de dibujar en el vuelo?? Pero si no tardas nada!! No se ni como t dio para afilar el lapiz xDDDD
Jajaja, me has conseguido sacar una sonrisilla cuando he leído que os pusisteis a cantar esa canción, os imagino en la situación jaja.
Menuda manera de empezar...
Saludos!!
Joder, vaya forma de empezar un viaje XDDD Menos mal que por lo que parece las cosas acabaron bien ;)
Bueno, esperemos que le día dos vaya de mal en mejor
Recuerdo a alguien que me dijo: no no, fui en barco para que no digas que soy un pijo....jejejje ;-)
jejejejejeje al menos luego mejoró. he vivido viajes familiares que empezaron peor que este y terminaron aún peor....
me ha encantado, estoy de acuerdo con lo de la propina, por cierto.
en fin, cuenta, cuenta..
Sara:
Jajajaja. En realidad en el vuelo de ida hice sólo la cara, porque en lo que esperas para que te dejen sacar la mesa, y lo que te quitan de tiempo luego al mandarte a recogerla, al final se queda en nada.
PD. El lápiz lo llevaba afilado de casa para ganar segundos. XD
Superpatata:
Es que aquello ya daba risa, porque era como un “más difícil todavía”, y mejor reír en que llorar :p
La verdad es que el comienzo no prometía, pero fue sólo eso: el principio…
El Zorrocloco:
¡Dichosos los ojos! ¡Cuánto tiempo!
En breve me pondré al día con los blogs, el tuyo incluído, a ver cómo te ha ido tu super viaje nacional, que seguro que trae anécdotas jugosas. :p
Fran:
El día dos fue de mejor a inmejorable :D
Mery:
Yo ya no sé lo que decirte o dejar de decirte sin que me llames de todo XD. Sí, tengo un barco ¡soy culpable! XD
Indo:
Gracias y descuida, que contaré :). Este empezó regular y acabó fenomenal.:D
¡Saludos!
Parece que es verdad aquello de que algunos pasan por el Purgatorio antes de entrar en el Paraíso. Y la canción debió ser como las palabras mágicas para romper el sortilegio de la mala suerte.
Me parece que me conozco bastante tu blog pues he adivinado que el enlace llevaba a aquel episodio del camarero :)
Es que esa entrada fue la primera que de verdad causó conmoción (uno escribiendo de todo, y al final les conquistas con un pedo); me apetecía recuperarla :D.
La canción tiene un poder exorcizante único; al menos para nosotros...
Un saludo ;)
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