No hay blog que se precie sin una entrada nostálgico-reivindicativa, en la que los que pasamos la veintena condenamos los usos y costumbres de los niños de hoy en día, en contraposición a la “maravillosa y más humilde” infancia que tuvimos nosotros; y claro, aquí está la mía.Haciendo un gran ejercicio de memoria sobre los dibujos y series de mi niñez, y viendo lo que se televisa hoy en día, he llegado a una conclusión: Lo que se hace ahora apesta. Sé que es muy fácil condenarlos desde la subjetividad de los buenos recuerdos que guardo de mi niñez frente a la caja tonta, pero verdaderamente, por mucha objetividad que intente poner al ver dibujos con mi primo pequeño, no les encuentro gracia, ni encanto, ni nada de nada.
Cuando pienso en dibujos animados para niños, me vienen a la cabeza todos aquellos que, aunque podían pecar de ser demasiado ñoños (como Heidi o Calimero), eran bonitos, agradables, amables, y sobre todo transmitían valores. Pienso en La abeja Maya que “fue famosa en el lugar por su alegría y su bondad”, puesto que, al igual que Los osos amorosos o Delfi, iba haciendo el bien por el mundo, y la comparo con las machangadas japonesas de bajo presupuesto y mucho efecto especial que atiborran la parrilla televisiva, y claro... me deprimo.
con especial cariño esas series que, sin tantas pretensiones instructoras, eran muy recomendables y resultaban fascinantes por los escenarios en que se desarrollaban; enmarcándose aquí el fantástico universo de setas habitadas de Los Pitufos, el divertido fondo marino de Los Snorkles, el mundo futurista de Los Supersónicos, y el antónimo de éstos en Los Picapiedra, cuyo punto fuerte eran los disparatados inventos modernos fabricados de modo rudimentario.
Después de esta nueva generación de dibujos vino otra que, aunque también se desmarcó del tradicionalismo de los clásicos, no era la bazofia de hoy. Así surgieron series como Rugrats o Pepper Ann, que es de lo más divertido que se ha hecho nunca sin caer en la estupidez y el chiste fácil (y es que ahí está el reto, pues el humor estúpido que tanto abunda no tiene mérito). Puede que los
protagonistas de estas nuevas series no nos enseñaran a comer espinacas como Popeye, o que por muchas trampas que hiciéramos si competíamos junto a Los autos locos, al final iban a ganar quienes fueran honrados, pero hicieron que nos sintiéramos identificados, que riéramos, y que no sintiéramos que insultaban nuestra inteligencia, como ocurre hoy en día.
Hablando de insultar la inteligencia, ¿se acuerdan de Scooby Doo? ¡Vaya mierda de dibujos más grande! En cada capítulo investigaban una mansión abandonada y se acojonaban al pensar que les perseguía un fantasma, que al final, invariablemente, era alguien disfrazado que quería asustarlos. ¡¿Cómo podían no darse cuenta los cuatro imbéciles aquellos, después de tantísimos capítulos, de que el esquema iba a ser siempre así?! Y es que aún siendo Scooby Doo de mi época, sería injusto meterla en el saco de series buenas, pues los despojos también datan de mi infancia, aunque en la gran mayoría de los casos se trataba de series japonesas, que son a la animación lo que Camela a la música. Ya no sólo es que fueran dibujos imbéciles, como aquellos en los que al recibir un chorro de agua la gente se transonsformaba en animales o cambiaba de sexo (Ranma), sino que siempre me parecieron tremendamente aburridos, violentos y
desagradables. Los partidos de fútbol de Oliver y Benji podían durar semanas, y lo único que veías en cada nueva entrega eran balones abombados por la velocidad sobre un fondo de rayas parpadeantes; Dragon Ball era asquerosa e innecesariamente violenta. Aunque nunca me gustó hace poco intenté ver diez minutos de un capítulo, y con lo que topé fue con un bicho verde enfadado que mataba de un aguijonazo a un hombre mientras lo oía agonizar. Por si todo esto fuera poco, nos tragamos cómo Marco se pasó toda su mierda de infancia llorando por las esquinas, porque no encontraba a la cabrona de la madre que lo abandonó. ¿Qué niño necesita ver eso? 
Afortunadamente, Los Diminutos, El pájaro loco, o Alfred J. Cuack nos hacían olvidar esos engendros televisivos, que al fin y al cabo, eran la excepción. De lo que se hace hoy sólo doy mi beneplácito a dos series que son dignas de mi más ferviente admiración: El autobús mágico, que es del estilo de “Érase una vez”, y diría que incluso mejor, y Los Thornberries, que es realmente instructiva. También tienen su punto las series “típicas” de Cartoon Network: dibujos sencillos, disparatados, surrealistas y autoparódicos, pero muy divertidos (Vaca y Pollo, El laboratorio de Dexter, Billy y Mandy, o Los hados padrinos).
escapa que la mierda de Los Teletubbies nunca superará a Barrio Sésamo o a los dibujos tradicionales de Disney.





















¿Qué pasa si a un niño se le quita un caramelo? Llora, berrea, grita. La fotógrafa
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